lunes, 30 de abril de 2012

Rojo amaranto

¡Rusos de los mil demonios! ¡No solo disolvieron la gloriosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas sino que, de repente, el 16 de los corrientes, anuncian que no van a fabricar un 2107 más! Recuerdo ahora a Raúl Rivero, el poeta, en su época de corresponsal en la URSS, no porque tenga presente su imagen en el invierno moscovita de 1976 mientras rociaba una botella de gasolina sobre el motor de su Yigulí (versión anterior del Lada) para quebrarle la coraza de hielo y permitir que la ignición se despertara, sino por un poema que me enseñó que era un poema de otro, del beatnik yanqui Paul Blackburn. En las dos primeras líneas de su pieza de cuatro, Paul se lamenta de la muerte de Roger Hornsby, el más grande bateador derecho de todos los tiempos, para continuar en las otras dos líneas con el gran poeta americano William Carlos Williams que sigue a Hornsby como objeto de los obituarios. Dios mío, decía Raúl que Paul exclamó. Y ahora tú, William Carlos William. Y con el tono de indignación que Raúl lo recitaba, como si fuera una falta de respeto de Dios y ante la cual había que alzarse en armas de inmediato. Y es lo mismo que yo digo ahora. Dios mío. Y ahora tú, Lada 2107. Nos quedamos más allá de la orfandad. Toda una generación sin el bien llamado clásico. Léanlo ustedes mismos. ¡Dios mío!

MOSCÚ, 16 Abr 2012 (AFP) - El fabricante de automóviles ruso Avtovaz va a cesar de producir el Lada 2107.
"La demanda del 'clásico' ha caído fuertemente. Ya es hora de decirle adiós", dijo a la AFP Igor Burenkov, portavoz de Avtovaz, sin precisar la fecha exacta en que se suspenderá la producción.
El Lada 2017 era un modelo mejorado del Lada 2101 que fue una copia con licencia del Fiat 124 de 1966, producido a partir de 1970 en la fábrica de Avtovaz, en Togliatti (1.200 km de Moscú).
Con un diseño rudimentario, el último modelo alcanza una velocidad máxima de 150 km/h, y cuenta con una radio y un ventilador como únicos accesorios y ningún respeto de la legislación ambiental.

¿Y qué es eso de que la velocidad de 150 kilómetros por ahora era la máxima? Mi 2107 yo lo clavaba a 170 por la Autopista Nacional y también por la recta de Júcaro a Morón, velocidad sostenida, aunque bien es cierto que le rebajaron el bloque del motor en el taller de Emilito Turtos, en Nazareno —no donde Cristo sino donde Emilito, en sus funciones de administrador y amigo de cheque en blanco como sólo se daban en Cuba, alistaban los cargamentos de Ladas recién importados. Y la compresión que lograba aquello era la de un Ford Thunderbird del 58, un cohete. Que se lo digan Alcibíades Hidalgo, el exvicecanciller primero del Gobierno, ahora por estas regiones geográficas, y el mismo Raúl Rivero, que manejaron aquel bolidito mío. Aclaro que Nazareno era una encrucijada de la carretera Managua-Santiago de las Vegas, más o menos al centro de la provincia de La Habana, como quien va para Batabanó, y donde los pobladores de la zona aseguraban que era anterior al del pesebre de Cristo en el Medio Oriente. Y aquel Lada invicto mío tenía un timoncito de los llamados “cómicos”, que era la forma entre los bandidos  habaneros de clasificar los productos occidentales que nunca aparecían en las tiendas del Ministerio del Comercio Interior, y una caja quinta francesa que también me había agenciado el compañero Turtos, y una grabadora cuadrofónica Pioneer, y amortiguadores Pirelli de doble acción que aquello era una alfombra mágica, más el juego de gomas radiales Michelin. Julio Pulido, el director del Instituto Cubano de Radio y Televisión, me decía con su sonrisa llena de picardía: ”Niña que caiga aquí, niña que no sobrevive”. Claro, esa era la función primordial del artilugio. Qué utilidad laboral ni un carijo. Si la entrañable amistad de los pueblos de Cuba y la URSS te proveen de un Lada 2107, con aquel rutilante, precioso color rojo amaranto, con el que yo sustituí el glamour del poder de los Ladas de color azul ministro, gracias también a Emilito Turtos, qué importancia tiene leer después en uno de los mamotretos de James A. Michener sobre la experiencia de un viaje suyo a La Habana, que montar en un Lada era como embutirse en una caja de zapatos. Mi Ladita, Dios mío. Hasta lo convertí en uno de los personajes centrales de Dulces guerreros cubanos. Se lo merecía, la verdad.

¿Y en el aire espléndido y límpido de Cuba, a quién le molestaba una polucioncita más?

Importante aclaración. La combinación perfecta de Levis, Rolex, Ray-Ban y Lada era algo elusivo y lejano en los primeros veinte años de Revolución, al menos para mí. De tales joyas, solo dispuse de un Rolex submarino de los primeros modelos que no tenía ni protector de corona. Me lo regaló mi viejo de no sé qué cambalache suyo al margen de las leyes revolucionarias. Pero, advierto, durante esos veinte años, fueron muy pocas las ocasiones en que faltó una niña en mi lecho. Ernesto, el fotógrafo, que compartía conmigo la misma sed de aventuras y mujeres, me lo decía, coño, caballo, nunca hemos nos hemos ido en blanco. Conquistar desde el Oldsmobile de un comandante es fácil, ¿pero en guagua como nosotros? Así que no se embullen, mis queridos vecinos actuales de Miami. Cierto que el Lada te lo asignaban porque se suponía que tu eras personal de la más absoluta confianza. Mas la habilidad de la conquista iba con uno. Luego aprendías todas las artes y los manierismos de los príncipes que conducen Ladas. ¿Tú te imaginas a Carlos Alberto Montaner o Jorge Más Santos o Lincoln Díaz-Balart al timón de un 2107? No saben ni tirar la puerta. Eso era una muestra de decisión y poder sin igual. El apeado del Lada y el tirado de la puerta como al desgaire pero con fuerza, era un espectáculo que lo decidía todo, en un segundo, frente al excitable público femenino.

Arriba: Un amigo, una novia y un 2107. En Cienfuegos, a principios de 1989: el fotógrafo Ernesto Fernández, mi viejo compañero de dos guerras, la ingeniera agrónoma Ana María Benítez, la muchachita que entonces me tenía loco, y el Lada más veloz, más leal y más noble de toda la producción soviética. (Fotos: Alcibíades Hidalgo). Abajo: Roger Hornsby, el bateador, y William Carlos Williams, el poeta.