miércoles, 30 de mayo de 2012

Otros tiempos

      Muere emblemático ex fiscal de la Revolución Cubana
      Le decían nada menos que “Charco de Sangre”, por haber enviado a más de 100 “contrarrevolucionarios” al paredón, entre 1961 y 1964. Fernando Flores Ibarra, según fuentes de su entorno familiar, falleció la semana pasada, a los 82 años, en Santiago de Chile, dónde residía desde hace más de una década con su esposa, la chilena Ana María Burdiles Pinto. No fue hasta 1961, tras Bahía de Cochinos, que Flores comenzó a aplicar justicia con mano de hierro, contra lo que él mismo describió como “los esbirros de la dictadura (de Batista) que no pudieron irse de Cuba”. Fernando Flores Ibarra nunca se arrepintió del rol que debió jugar como fiscal en los primeros años de la Revolución Cubana. “Esas muertes no me han quitado el sueño. Jamás he dejado de dormir un minuto, ni siquiera la siesta”, dijo en una entrevista en 2001. 

    En la foto, desde la izquierda, José Odriozola, uno de los jefes del centro de inteligencia cubano en Francia y con una carrera ascendente dentro de los “servicios” (coronel y segundo jefe de la Dirección de Inteligencia hacia 2010), y que se subordina al coronel Antonio de la Guardia mientras dure la misión que lo ha traído a París; Fernando Flores Ibarra, embajador plenipotenciario de Cuba ante Francia, un verdadero duro del cuerpo diplomático y con una hoja de servicios difícilmente superable como fiscal de la Revolución; Ana María Burdiles Pinto, esposa de Flores Ibarra, chilena estudiante en Cuba, y él casado en segundas nupcias con ella; una persona que no tenemos permiso para identificar, su rostro cubierto por aplicación del Adobe Photoshop; y el coronel Antonio de la Guardia, viejo compañero del embajador Flores Ibarra, con quien comparte anécdotas de los buenos tiempos, y que se encuentra en París con la misión —asignada por La Habana— de comprar armamento occidental para las tropas angolanas que enfrentan la intervención sudafricana en la profundidad de su territorio. La silla vacía a la derecha de la foto, y el postre en sus inicios sobre la mesa, es de este autor, que se ha levantado para tomar las fotos desde un ángulo aceptable. El compañero embajador concluirá la velada con un excelente lancero de Cohiba. Puede asegurarse que esta noche, en todo París, nadie va a disfrutar de un habano tan soberbio. El exclusivo restaurante Fouquet's en los Campos Elíseos. Marzo 20, 1988. Domingo.

    Fotografías por Norberto Fuentes. Copyright © Norberto Fuentes, 1988, 2012.
    Totalmente prohibida su reproducción.

jueves, 17 de mayo de 2012

Pero ¿dónde vive esta gente?


El Nuevo Herald, un periódico donde la libertad de expresión es un crimen.

lunes, 14 de mayo de 2012

Ernestos

Amigos:
Este es el afiche de la exposición de mi hijo Ernesto Javier y mía para la Bienal de La Habana. Más adelante les enviaré fotos de las tres galerías que tenemos en el Castillo de la Cabaña, donde han sido expuestas.
Un abrazo a todos de Ernesto

Nota del bloguero: Cualquiera que vaya a La Habana, que después me cuente.

viernes, 11 de mayo de 2012

Danza con agua

Fotonovela sin argumento

SINOPSIS

Ingmar Bergman hizo un extraño corto —Daniel— a fines de los 60. Fue su contribución a Stimulantia —traducido en Cuba como Estimulación— un filme colectivo sueco de 1967. El episodio de Bergman era una compilación de pietaje de 16 mm de película casera que le había tomado pocos años antes a su hijo Daniel. “Yo quería ofrecerle a Daniel un presente por su segundo cumpleaños —un testamento, algo que él pudiera tener cuando creciera... Cuando hice el filme pensé que iba a funcionar muy bien. Pero la reacción fue completamente negativa. Así que obviamente había algo equivocado en alguna parte”. Las imágenes que componen Danza con agua fueron tomadas en agosto de 2002 en una visita a los cuarteles de la NASA en Cabo Cañaveral. Éramos cinco amigos: Orestes Lorenzo (el piloto de MiG que hizo historia cuando rescató a su familia aterrizando y despegando en/de una carretera cubana), su mujer Vicky, Alcibíades Hidalgo (el alto funcionario también fugado de Cuba), mi mujer Niurka y yo. Entonces Niurka saltó a la fuente y Orestes tuvo la gracia de tomar las fotos. Como el propio Bergman dijera en la breve presentación que hizo de su cuento fílmico en Stimulantia, aquellas escenas íntimas, familiares y tomadas frente a acontecimientos que se producían espontáneamente eran lo más estimulante que tenía para ofrecer a sus espectadores por el momento. De modo que, por lo pronto, estas son las imágenes más estimulantes que puedo ofrecerles actualmente, y desde luego, si obtengo la misma crítica negativa del maestro sueco, resultarán probablemente inmerecidas. (Para ampliar las fotos, una por una, cliquee sobre cada imagen).

sábado, 5 de mayo de 2012

Duro, Fidel. Duro

La pieza de Fidel “El Premio Nobel de la Paz” (Cubadebate 4/05/12) es una apreciable página de redención marxista. Acaba con Obama. Tiene inspiradas frases de orgullosa militancia desde el bando de los buenos: “Marx y Engels nunca hablaron de asesinar a los burgueses”. Queda, sin embargo, como un lamento del hombre que ya no puede encajonar a Obama en una derrota al estilo de Bahía de Cochinos, tal y como logró con Kennedy. Es la nostalgia subyacente en el silencio de su página. Agridulces días postreros. No habrá más planes inminentes de operaciones militares, de riesgosas aventuras, del deslizarse sobre el filo de la navaja. Solo el placer relativo de aconsejar a los nietos con la vieja sabiduría desde la comodidad de un sillón seguramente mandado a hacer a su medida. Mecerse y pontificar. Sacúdase, carajo, de ese ridículo mueble de color beige y sentaderas de mimbre en el que se mece. Escuche. ¿Por qué no escribe de verdad? Mi observación —carente de todo propósito político, y dada la hipotética autoridad que me otorga ser el autor de La autobiografía de Fidel Castro, publicada en Estados Unidos como novela, pero en España como ensayo, es decir, como un competente estudioso de su personalidad—, consiste en preguntar, cuándo Fidel va a escribir y legarnos la verdadera autobiografía de su espíritu, no los largos mamotretos edulcorados de sus hazañas, ni las autoapologías sobre tantas maniobras políticas exitosas, que nos ha contado hasta la saciedad y nos sabemos de memoria. La historia vista desde adentro del hombre que dirigió una revolución de 50 años de duración frente a las costas de los Estados Unidos de América es el libro que realmente nos debe. Ese es el que nunca ha existido. Dale, coño.

Ops!

Alcibíades Hidalgo fue el que tomó las dos fotos iniciales del texto “Rojo amaranto” que se encuentra dos entradas más abajo. Por un error de la memoria, se pasó por alto la acreditación. Se subsana el error con la presente nota, que es además la primera vez —hasta donde se tienen noticias— que una fe de erratas viene ilustrada con una fotografía, y con el arrastre hasta el lugar indicado de (Fotos: Alcibíades Hidalgo). No agrego todos los importantes cargos que Alcibíades ostentaba en Cuba, para además no inaugurar los créditos de fotos con el encumbrado CV político de un fotógrafo ocasional. Subsanado el asunto Hidalgo y, para no duplicar la comisión del error, se identifica al autor de la presente fotografía al final del párrafo. Ahí me tienen con Alcibíades el 23 de agosto del 2002, a los pocos días de su llegada a territorio de Estados Unidos. Como 12 años sin vernos. La cafetería es en Hialeah. Sonreímos y disfrutamos del rencuentro. Un poco pasados de peso y ahora canosos (yo, por todas partes; Alcibíades, solo en la barba y los bigotes). El viejo Alc. Era al filo del mediodía y uno se pregunta mientras contempla la imagen si Alcibíades Hidalgo aún desconocía que iba a vivir en un mundo sin Ladas. Aunque quizá tal pensamiento nunca llegó a estar entre sus prioridades. Foto: Pedro Schwarze.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Rogerio el adelantado

Respuesta por correo electrónico del escritor Rogerio Moya a la pregunta de si él fue el primer agraciado de nuestra generación que tuvo un Lada. (Haga click sobre cada imagen para ampliarla).

 [Abril 18, 2012]

Fui el primero en poseer un Fiat125M, argentino. Me lo dio el gobierno. En él montaba a nuestro poeta personal [Raúl Rivero], repleto de alcohol y poesía y se lo dejaba a la inefable [esposa] Iris, tranquilo en la cama donde el gordo soñaba cada noche una pesadilla diferente esperando esperanzado el arribo de cada mañana.

En él montaba Silvio y su guitarra. Lo llevaba a la Casa de Yeyé [Haydeé Santamaría, la dirigente histórica] y al aeropuerto de Rancho Boyeros camino a España, la ingrata, la de Machado y Miguel Hernández, la de Cortés y Pizarro, la de Arnaez y el Gallego Posada [el caricaturista y dibujante], nuestro gallego de San Antonio de los Baños.

En él montaste tú, cabrón, hijo de tu madre la Estrella, duende de la palabra, San Norberto de la Puntilla [una barriada del oeste de La Habana] y llenabas el maldito Fiat125M, argentino, de cuentos y novelas y plumas de pato [decenas de patos vivos que Moya me conseguía para nuestras comelatas; era la época del pato a la naranja, después de la película homónima de Monica Viti] y contrabando de pólvora y fusiles, camino al hotel Riviera para que sostuvieras oscuras entrevistas con los de Miami, en habitaciones llenas de luz y micrófonos de múltiples agencias secretas.

En él llevaba a Wichy [el poeta Luis Rogerio Nogueras] a sus citas amorosas y el abría la puerta trasera y se montaba una niña futura escritora de ficción científica y él le regalaba flores y se nos moría de su cáncer personal.

En él combatí sin tregua con muchas mujeres, inolvidables, perfumadas de olvido.

Cambié mi grabadora de micrófono integrado por la [letra] inicial de ese carro. Se iniciaba así un largo camino de renunciación. La palabra y el periodista morían vencidos por la gasolina de noventa y cinco octanos. La épica desgarrada se fraccionaba en mil pedazos a lo largo de calles y autopistas recorridas a más de cien kilómetros por hora; la metáfora ronroneante del motor tomaba por asalto mi alma. Le debo al Fiat125m, argentino, mi entrada al mundo real.

[En mensaje posterior] En l976 poseer una grabadora con micrófono integrado para hacer entrevistas y recoger testimonios era portentosamente exclusivo. Roberto Larrabure, el peruano del ICAIC [Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos] me la trajo de Panamá. Se la vendí a Arnaldo Zaragoza, un viejo dulcero de Caibarién, que era mi Jefe Tecnico de producción de reposterías [Moya había sido expulsado de la Escuela de Letras bajo los cargos de irreverente, bocón, indisciplinado, hipercrítico, insolente, malhablado e impertinente, y fue reubicado en una de las empresas que abastecía de confituras las recepciones de Fidel Castro en el Palacio de la Revolución; es fama que allí repartían coches con las dos manos entre los cargos administrativos, y como nadie se interesó por el pasado boconeril de Moya, le asignaron el flamante Fiat de marras]. Arnaldo me dio 550 pesos que me los trajo en un cartucho de papel craft manchado de manteca pastelera. Con ese dinero pagué la [letra] inicial del Fiat125M, argentino y pagué el primer mes del seguro. Sobraron 23 pesos. Al carajo la literatura y el periodismo. Viva la velocidad y la gasolina especial, para siempre.

Rogerio Moya, junto al poeta Raúl Rivero —lo más cercano a un Maiakovski criollo de que se dispone en nuestra cultura; Maiakovski con accesos de desacato antigubernamental y todo— fueron parte de las oleadas de adolescentes de las zonas rurales del país con que Fidel se propuso ocupar La Habana después de la campaña de alfabetización de 1961. Al parecer no había sido suficiente con el Ejército Rebelde bajado de la Sierra Maestra en 1959. Y como en Cuba cualquier cosa que no fuera La Habana, era rural, fue fácil conseguir decenas de miles de esos ejemplares en plena maduración de jovenzuelos. En la fotografía (arriba), tenemos desde la izquierda a Rogerio Moya, Raúl Rivero y alguien no identificado. Están de parranda en el Paseo del Prado habanero. Disfrutan de los carnavales que siguieron como una masiva actividad de consuelo al fracaso de la zafra azucarera de 1970. La zafra de promisión. Al menos Fidel nos había prometido que si se producían —producíamos, nosotros, el pueblo en su conjunto— 10 millones de tonelada de azúcar, las penurias se acabarían para siempre. Sin transición, directo hacia las sinecuras del comunismo. Oh, cómo soñábamos con aquel comunismo, donde todo te lo daban gratis y tú no tenías ni que trabajar. A cada cual según su necesidad, de cada cual según sus posibilidades, era como se decía que iba a ser las cosas. En fin, que los Mercedes Benz se podían coger como mangos de las matas. Mis necesidades siempre crecientes de Mercedes Benz. Tal zafra, por supuesto, fue la fórmula para que las oleadas de imberbes invasores de la capital de la oleada de 1961 se vieran colocados de nuevo en los pedregosos terraplenes y, mejor aún, frente al sofoco de las imponentes murallas de  los cañaverales, que debían derribar a machete y enviar para los ingenios azucareros donde se convertirían en los ríos de azúcar de nuestra definitiva redención. Regreso a los personajes de la foto. Rogerio y Raúl eran corresponsales entonces de la revista Alma Mater, de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), como antes habían sido del periódico El Mundo, donde conocieron su primer entrenamiento como alumnos aventajados de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana. Siempre juntos. Siempre gravitando alrededor de un origen. Morón. Ambos procedían de Morón, una bravía región ganadera del oriente de Cuba donde recibieron la adecuada educación que se obtenía de los western de Randolph Scott en las tandas dominicales del cine Apolo, propiedad del padre de Julita Swuamberg. Todavía hoy ninguno de los dos se cansa de evocarla. La muchacha de clase media rural cubana de origen sueco. “Julita”, afirma Rogerio, “una rubita más dulce que comer con los dedos.” Su madre, la Sra. Swuamberg, daba clases de inglés en el instituto de segunda enseñanza del pueblo. Debía entrenarlos para la ilusión. Debía prepararlos para captar en aires de complicidad las bravuconadas de gavilla de Randolph Scott como Jim Kipp en El cazador de recompensas o el Ben Allison de Decisión al atardecer. Randolph Scott era el modelo a seguir a principios de los 50. Después fue Fidel Castro.


Codas

Hands up, bandits! —bramaba Randolph. Upplyft händer, banditer! —recibía el cerebro de la Sra. Swuamberg.

He aquí dos versiones de un mismo sujeto llamado Rogerio Moya. El apuesto y divertido joven de barba en la foto de los carnavales y el ceñudo personaje que mira al fotógrafo de la contraportada de su primer libro como quien enfrenta el pelotón de fusilamientos. Transcribo la dedicatoria en la página del título para hacerla comúnmente legible. Norberto  tu literatura, genuina forma de decir el ahora, sí ha sido fuente para mi trabajo. Revolucionario sensible no eres ajeno a estas páginas pues tú también las has vivido Un portentoso abrazo   Moya
18 -6 -81

El mensaje de Rogerio Moya de abril 12, 2012 se publica con autorización. Las aclaraciones entre corchetes son de este autor. La fotografía es de la colección de Rogerio Moya. Copyright © Rogerio Moya.