viernes, 26 de octubre de 2012

Quemar el mar

La perspectiva desde la rampa de lanzamiento de un portador atómico se presentó como una oportunidad única para el autor en sus vivaqueos como reportero. Este es uno de los famosos FKR-1 (de Frontovaya Krylataya Raketa, cohetes alados frontales) que los soviéticos dislocaron en Cuba en el transcurso de la Operación Anydir. Se designaron como armas nucleares tácticas de defensa costera en caso de una invasión americana. La misión —dicho de un modo pertinente— consistía en pulverizar cualquier flota que se acercara a 100/180 kilómetros del litoral cubano dado el empleo de las cargas de 12 kilotones— equivalente cada una a 77 bombas como la de Hiroshima—, alojadas en el compartimento posterior a esa naricita del cohete que se halla detrás de mi cabeza, y que es el morro de protección del radar. El ingenio era un diseño de la oficina del armenio Artiom Ivánovich Mikoyán y el ruso Mijaíl Iósifovich Gurévich, los que anteriormente habían producido los alabados turborreactores de combate MiG, por eso la semejanza con el MiG-15. El autor intenta superar uno de los rieles de la rampa de arrastre Kh-7, sobre los que el vehículo portador alcanzará una velocidad subsónica antes de finalizar su recorrido, y desde donde saltará hacia su techo de combate de 400 metros sobre la superficie. Tiene un peso de despegue de 3.600/3.400 kilogramos, pero al estabilizarse en su altitud de 400 metros, ya va mucho más ligero por el combustible consumido por el empuje del despegue, y entonces ganará su velocidad de aproximación y ataque de 1.200 kilómetros por hora, hasta que la guía de los radares de rastreo —los operadores en la cabina de comando, a más de 100 kilómetros de distancia— lo hagan abalanzarse sobre el objetivo. Es lo último que sabremos de él, al menos con esta forma de diseño metálico de un MiG-15 sin cabina. La crisis, como se sabe, finalizó el 28 de octubre de 1962. Nikita Kruschov retiró sus armas nucleares estratégicas de su breve acampada cubana, no sin antes obtener de John F. Kennedy el compromiso de desistir de sus planes de invasión a Cuba y retirar de Turquía los cohetes con los que los Estados Unidos apuntaban hacia el territorio soviético. Pero ni una palabra sobre las 80 cabezas nucleares tácticas de los FKR-1, más las 12 de los misiles Luna, y las seis bombas nucleares de caída libre de los bombarderos de alcance intermedio IL-28. El mariscal Rodión Malinovsky, ministro de Defensa soviético, estaba loco por dejarle todo eso a Fidel. Allí, en su patio. Su razonamiento era que con Kennedy solo se había pactado la retirada del armamento estratégico. Y que ni siquiera sabían que este otro material se encontraba en Cuba —al parecer, en la loma del Esperón (N. del A.)—, al occidente de la isla. Malinovsky quería más, incluso. Quería entrenar a los cubanos en su manejo y dejarles el arsenal a la disposición, fuera de toda responsabilidad soviética en un uso eventual futuro. No le faltaba argumento, puesto que el acuerdo oral con los cubanos del verano de 1962 para el despliegue de la cohetería estratégica en la isla preveía el compromiso de que las tropas cubanas tomarían el control de las armas nucleares tácticas después de asimilar un entrenamiento. Aguantaron bastante rato en Cuba, para que sepan. Hasta que se impuso algo que Anastas Mikoyan y Nikita Kruschov consideraron que era “lo más razonable”. Así que el general Isaía Alexandrovich Plíev, jefe de la Agrupación de Tropas Soviéticas, recibió la orden de empaquetar también el armamento nuclear táctico y asegurarse de que todas las cabezas nucleares tácticas salieran de Cuba el 1 de diciembre de 1962 en el barco de carga Arkhangelsk. Y, en efecto, el 20 de diciembre, sanas y salvas, llegaron al puerto soviético de Severomorsk. Por su parte Fidel (estuviese o no de acuerdo con la jugada, hubiese sido o no parte de la magistral conspiración) tuvo que aprender el verdadero significado de lo que es el poder de disuasión del armamento nuclear. Precisamente, su objetivo es disuadir, y tendría que saber desde ese momento que el poder disuasivo de las bombas atómicas mantenía su vigencia. Y lo cierto es que el comunismo, en esta ocasión, había ganado la guerra de Cuba, sin perder un solo hombre.

Foto © Roberto Salas

martes, 23 de octubre de 2012

Silvio fumando en Octubre

Desde la izquierda: el chofer Manolo Rojas, el fotógrafo Ernesto Fernández,
los periodistas Norberto Fuentes, Guillermo Cabrera Álvarez y Sixto Quintela.
Personal de Mella. Crisis de octubre de 1962. El lugar de
concentración es la instalación deportiva llamada El Pontón.
Hace bien Silvio Rodríguez en titular su crónica “Mi crisis de octubre” (en su blog Segunda cita, octubre 15, 2012). Porque es, sin apelaciones, su crisis de octubre. No acierta con ningún dato, excepto en el de enmarcarlo en esos días de 1962. De cualquier manera, es un texto modosito, suave, hasta dulce diría yo, y que logrará entre sus fans el verdadero propósito de presentarnos la faceta heroica de su personalidad: era un niño que sin vacilar tomaba las armas para la defensa de la Patria. ¿Patria es con mayúscula, no? En la foto que acompaña el texto, solo le falta el chupete. Claro, en un ejército de niños como era el nuestro, y de un poco más viejos, es decir, muchachones, uno no se daba cuenta de la edad del chamaco que estaba al lado tuyo. Era el tipo de tropa que, en las movilizaciones, se conocían como los cagatrillos.

Me apresuro a declarar que no está mal que un poeta haga ese derroche de imaginación en un escrito. ¿Imaginación o estadía en la dimensión profunda del conocimiento? Evidentemente estaba en las nubes durante todo el transcurso de la crisis de octubre de 1962, o lo está ahora cuando la recuerda. O en ambas ocasiones. Creo, sin embargo, que es menester establecer algunas precisiones.

Dice Silvio: “En octubre de 1962… pasé aquella famosa crisis acuartelado en mi centro de trabajo, haciendo guardias de madrugada con un máuser”. El centro era la revista Mella.

Silvio, en el Mella nunca hubo ese tipo de fusil. Había cuatro metralletas checoslovacas —dos modelos T-23, y dos modelos T-25—, cada una con sus módulos de cuatro peines de 40 balas (9 mm) y el depósito de guardia o vivaqueo de 20 balas. Las dos T-25, el modelo de culatín plegable, se entregaban, en muy contadas ocasiones, a los reporteros que iban a moverse en una zona de actividad de bandas contrarrevolucionarias. Yo me llevé una, por supuesto, cuando fui al Escambray, y Guillermito Rosales se llevó otra cuando fue a cubrir las operaciones en el sur de Matanzas. La razón de este frugal arsenal de metralletas a disposición del Mella es que las armas se distribuyeron en Cuba —desde que comenzaron a llegar los embarques del campo socialista— primero a los batallones de combate que se formaban donde quiera que se pudieran reunir 1.000 hombres (sobre todo en los barrios de La Habana) y entre 300 y 500 en las zonas rurales, pero también a centros de trabajo de cierto pedigrí político. El de Mella era inmejorable puesto que antes de la Revolución había sido la publicación de la Juventud Socialista —la organización juvenil del antiguo Partido Socialista Popular (comunista)— y ahora se reinventaba como órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), que era a su vez una reinvención de la antigua Juventud Socialista, pero con mucha más amplitud de miras, puesto que Fidel Castro se hallaba en el poder.

Las otras armas que había en el Mella era la pistola P-38 de Carlos Quintela, el director de la publicación; la pistola Makarov de Adolfo Rivero, miembro del Consejo de Redacción y una especie de gurú ideológico de la AJR; la pistola Browning, de 9 mm, de Ramón Perdomo, subdirector de la revista; las tres pistolas Colt, calibre 45, propiedad respectivamente de los periodistas Bernardo Callejas y Sixto Quintela, y la del chófer Jacobo Milraid Chiprud, alias “El Yaqui”; la pistola Super Colt 38 National Match, propiedad de este autor; la pistola Browning calibre 22, propiedad del periodista Manolo Casanova; y el revólver Colt calibre 38, cañón corto, propiedad del dibujante Virgilio Martínez.

¿Tú dices un fusil Máuser K98 Wehrmacht del que los alemanes fabricaron cerca de 14 millones de unidades entre 1935 y 1945? Perdóname, Silvio: no había uno solo por aquellos predios. Es más, no había ninguno en las unidades militares ni centros de trabajo, porque esos vinieron a aparecer hacia 1965 en una partida atrasada de los checos, no sé si los checos por salir de esa cacharrería que guardaban desde la Segunda Guerra Mundial, o los cubanos por aceptar todo el armamento que les dieran. Los utilizaron después para enseñar a tirar, mal que bien, a unos abuelos y rollizas señoras (que asistían a los entrenamientos en pulcras batas de casa) que constituían una suerte de escuadrones de pensionistas. El fusil con su suástica indeleble grabada en el mecanismo del cerrojo y la abuela apuntándole a una lata vacía de leche condensada rusa.

Silvio describe el lugar —llamado El Pontón— donde supuestamente iba a entrenarse. Ve fango en una explanada virtualmente tapizada de cemento, piscinas de competencias, canchas de tenias y tabloncillos de baloncesto. Y que era el sitio de concentración de las milicias de los centros de trabajo de la zona, pero al cual el Mella solo asistió una vez, cuando se advirtió que la especificidad de su misión lo eximía de tal obligación. Luego regresa al edificio del Mella. Silvio dice que, a la hora de dormir, se hundió en una de las hamacas que, me imagino, colgaban en algún sitio de aquella redacción. Máuseres, fango, hamacas. ¿Estás seguro, Silvio, que tú pasaste la crisis de octubre con nosotros? ¿En el Mella? Bueno, tienes razón. ¿Qué relevancia tiene que las hamacas existieran o no? El problema era hundirse. Y en una nube, mejor.


Arriba: La instalación deportiva que Silvio describe como El Pontón. Durante la crisis de octubre de 1962 sirvió de lugar de concentración de las unidades de Milicias de la zona de Centro Habana donde estaba ubicada la revista Mella. La foto es de la única noche en que el personal de Mella hizo allí acto de presencia, probablemente el jueves 25 de octubre. Obsérvese que la edificación es de mampostería. Y —aunque no se distingue en la foto—, el piso es de losas. No hay el terrenos para arrastrase en el fango, un lodazal que el trovador también describe. Derecha: Silvio adolescente —o más bien púber— en la foto que él mismo provee en su crónica sobre la crisis de octubre. Derecha abajo: Una metralleta checoslovaca modelo T-25, de culatín plegable. El modelo T-23 era de culata de madera. En abril de 1961, la URSS, Checoslovaquia y China completaron un primer envío de armamentos a Cuba, que incluía 125 tanques (IS-2M y T-34-85), 50 SAU-100, 428 piezas de artillería (desde 76mm hasta 128 mm), 170 cañones antitanques de 57 mm, 898 ametralladoras pesadas (de 82 mm y 120mm), 920 ametralladoras antiaéreas (de 37 mm y 12,7 mm), 7 250 ametralladoras de infantería, y 167 000 pistolas y fusiles. Entre este último rubro se hallaban las que, en nuestras manos, devinieron las emblemáticas metralletas checas. En mayo de 1961, según un informe del Ministro de Defensa, la URSS decidió entregar a Cuba un extra de 41 aviones de combate (MIG-19s y MIG-15s), 80 tanques adicionales (equipados para visión nocturna), 54 ametralladoras antiaéreas de 57 mm y 128 piezas de artillería pesada. En ninguno de los dos casos se detectó la presencia de un solo Máuser K98 Wehrmacht.

viernes, 19 de octubre de 2012

Conga en stand-by

La conga auténtica, en el Estadio Latinoamericano, La Habana.
Cuando ese teléfono comienza a sonar y los códigos en el identificador son todos de Europa, ya tú sabes lo que te espera. Mataron a Fidel otra vez. Es cuando las redacciones se acuerdan de mí. Les da lo mismo un obituario que una labor de pitoniso o de forense. Quieren corroborar la historia. Me han llegado a decir que la radio cubana solo trasmite música “sacra”. ¿Música sacra, en un país comunista? ¿No se habrán confundido con “La Internacional”? No, no. Música sacra. Oh, entonces la cosa es muy seria. Porque quiere decir que la noticia del fallecimiento del Comandante viene acompañada, de hecho, con la entrega del poder a Jaime Ortega. De cualquier manera hay otra música asociada a los faustos del acontecimiento. Yo me paro en la terraza de mi casa a ver si la oigo repicar. Vivo a escasas cuadras del restaurante Versailles, la especie de Plaza Cívica que los cubanos del exilio usan para montar sus congas en celebración de la muerte de su tirano particular. Umm, no se escucha nada aún. Uno debe bajar hasta el garaje y tomar el fiel Toyota y realizar la exploración operativa. Constatar si ya están colocando las tumbadoras y, sobre todo, si los grandes camiones con antenas parabólicas incorporadas al techo de CNN, CBS, Univisión y Telemundo ya se han parqueado. Todo listo. A ver si el Comandante estira la pata antes del estelar de las seis. Yo, por lo pronto, regreso sin noticia a la labor diaria del escritor en el olvido. Pero me queda una pequeña, íntima venganza, que comparto con el mismo Fidel entre las paredes de mi imaginación. Es recordar algo que él decía. Lo estoy viendo entrar a prima noche en casa de García Márquez, una sonrisa maliciosa en los labios, los ojos encendidos por el placer de la burla que masculla y enarbolando un manojito de cables de prensa. Años 1987 ó 1988. Innecesario precisar. Se repitió algunas veces. Han anunciado su fallecimiento. Una vez más. "Me han matado tantas veces”, dice, a modo de saludo, “que el día que sea verdad, nadie lo va a creer".

miércoles, 17 de octubre de 2012

El mundo sin Fidel

Publicado en La Repubblica y en La Tercera.

Al igual que el presidente Barak Obama se ufana de su mote de “Obama No Drama”, su homólogo cubano Raúl Castro podría reclamar un título semejante con idéntica satisfacción. Desde luego, la parsimonia de Obama en el primer debate presidencial —que lo tiene al borde de perder las elecciones— no obra de la misma manera entre Raúl y sus conciudadanos. En realidad, Raúl está logrando el imposible de convertir el colorido, de giros violentos, impredecible, proceso cubano, en uno de los países más aburridos del planeta. Y todavía con el hermano vivo, que fue uno de los más exitosos protagonistas de la política como espectáculo. Así pues, se acabaron las denuncias y las acusaciones porque Cuba no dejaba viajar libremente a sus ciudadanos. A partir del próximo 14 de enero, según los medios oficiales de La Habana, si tú tienes un pasaporte hábil, una visa y un ticket de avión, puedes ir a donde te plazca. A partir de ahora, pues, la responsabilidad de mover los cubanos en el espacio aéreo internacional no es del gobierno cubano sino de los gobiernos del resto del mundo. Y, ojo, no solo del de los Estados Unidos, que siempre es el adversario más reconocido para oponerle a los cubanos, una especie de comodín al servicio, si no, sobre todo, de Europa. Que se preparen las cancillerías occidentales, porque el bullicioso enjambre ya viene doblando la esquina.

Se pueden imaginar en este mismo instante que la noticia, si bien ha sido recibida con festejos dentro de Cuba, no ha sido igual en Miami, donde más de un millón emigrantes de la isla se gana la vida, si no ha tenido la posibilidad de dedicarse a la política y asegurar un “grant” del gobierno americano para derrocar la tiranía de los hermanos Castro. En definitiva, son estos emigrantes los que van a tener que escarbar en sus bolsillos para sufragar los viajes. De cualquier manera, pronto los patrones americanos vendrán con una ayuda, porque veo bajar, más temprano que tarde, esas barreras fronterizas. Pero las que están en la oficina de intereses americana frente al malecón habanero. Ahí va a comenzar la trabazón.

Otros beneficios subsidiarios para el presidente Raúl Castro: Limpia de nuevo el país de desafectos y “personal no conveniente”, pero lo va a lograr de manera fluida y, digamos, civilizada. No a saltos y en medio de grandes crisis internacionales y despliegue de media flota americana en la Corriente del Golfo para interrumpir las oleadas de balseros. Si quieren le llaman Mariel silencioso, aunque la idea es mucho más inteligente porque no tiene propósitos tácticos. Es estratégica. Es, en efecto, una ley, y no tiene carácter de excepcionalidad. No es para quitarle presión a la olla, sino para que forme parte de la vida del país. En fin, como le gustan a Raúl las cosas. Cero espectáculo. Todo por el libro. Se establecen las leyes y se cumplen. ¿Entendieron compañeros ciudadanos?

Y si los emigrantes cubanos del sur de la Florida verán menguar dramáticamente sus reservas económicas, el golpe mayor no cae sobre ellos. La disidencia interna. Ellos son los que, como se dice en la isla, “se han quedado colgados de la brocha”. Porque su principal objetivo —por si no lo sabían—, no era tanto la libertad de Cuba, como agenciarse un boleto de avión. Era el principal reclamo de sus luchas. Vivían prisioneros en una isla. Cercados, en vez de por barrotes, por el mar. Difícil situación que se le presenta en estos momentos a personajes como Yoani Sánchez, libre de viajar a donde se le ocurra —y quieran recibirla, desde luego. Una ganancia más: le arrebataron el discurso.

En fin, que a donde Obama le fue muy mal con la ausencia de drama, a Raúl le va a ir muy bien. Pero como se extraña a Fidel, ¿verdad?

lunes, 15 de octubre de 2012

El cielo de octubre era
rojo en nuestro horizonte

Publicado en La Tercera, Chile,
el 13 de octubre de 2012.

Si la Crisis de los Misiles de 1962 (conocida como Crisis de Octubre, en Cuba) fue el pasaje más peligroso de la Guerra Fría, el momento más peligroso de la Crisis de los Misiles fue la tarde del 27 de octubre, cuando la resolución de la crisis —la guerra o la paz— aún se balanceaba. Una batería del oriente cubano acababa de derribar un U-2 de reconocimiento norteamericano y el Presidente John Kennedy barajaba las opciones que le quedaban ante Nikita Khrushchev y si lo complacía o no en retirar los cohetes Júpiter de Turquía a cambio de sacar los dislocados en Cuba. Esa tarde, después de tensas discusiones con el Excomm (el Comité Ejecutivo), Kennedy decidió una estrategia doble —una carta a Khrushchev aceptando no invadir Cuba a cambio de la verificación de la salida de los cohetes y mandar a su hermano Robert a reunirse con el embajador soviético Dobrynin para, en voz baja, hacer el regalito de los Júpiter turcos.

Esa tarde yo estaba en el edificio de la revista Mella, calle Desagüe 108/110, Ciudad de La Habana, cuando llegó la noticia del U-2 derribado. La carga de adrenalina de todos se disparó junto con la convicción de que estábamos a punto de ser bombardeados por los B-52. Cuento esto ahora porque los grandes personajes llevan argumentando su protagonismo por más de 40 años y no toman en cuenta los detalles que podemos aportar otros participantes de la movilización. Aquella noche me asignaron la azotea del Mella. Tenía un pesado capote del Ejército Rojo y una metralleta checa T-23, de 9 milímetros. Los capotes eran regalos para nosotros del Komsomol soviético. Mi pareja de ese turno fue Manolo Rojas, uno de los chóferes del Mella, igualmente con metralleta y capote. Tal equipamiento —se suponía— era adecuado y suficiente para enfrentar la posibilidad aún vigente del golpe atómico. Llevábamos acuartelados en el Mella desde el 16 de octubre. Mella era la única publicación juvenil con que contaba Fidel. El cielo de octubre era rojo en nuestro horizonte. Esa noche yo hubiese muerto junto al negro Manolo, los dos semiasfixiados bajo los capotes de combatientes de Leningrado, y guardando una distancia prudencial de un nido de viudas negras que yo había descubierto en una llave de agua de la azotea, muy atento a sus desplazamientos.

Después amaneció una vez más sobre La Habana y, quizá por la tarde, me fui con Ernesto Fernández, el fotógrafo, a recorrer las unidades dislocadas al oeste de La Habana. Teníamos un jeep Toyota con techo de lona y traíamos una bomba de Mig-15 de 100 kilogramos sin estallar que rescatamos del polígono de tiro de la aviación cerca de playa El Salado. También cargamos cigarros y tabacos y una grabadora RCA Víctor que ya entonces era antediluviana. Pudimos servirnos de la corriente de unidades con plantas eléctricas. Hicimos un reportaje en la UM 1968, un batallón de la barriada habanera de Santos Suárez fogueado el año anterior en Bahía de Cochinos. Se había llamado Bon 117 y ahora respondía a la División 2250. Radio Habana Cuba trasmitió el reportaje. Nunca recuperé la cinta. Después tiramos dos números en mimeógrafos del periódico Los Topos. Tampoco guardé ejemplares.

Regresamos al Mella. Ernesto reveló sus excelentes fotografías y yo escribí mi reportaje "Esperando al enemigo"*. La guardia me tocó otra vez en la azotea. Me engancharon al caricaturista René de la Nuez de pareja. Arrastramos nuestros pesados capotes hasta la azotea. El enjambre de crispantes y negras arañas esperaba. René y yo nos enredamos en una discusión sobre si el veneno de esos monstruos mataba a la gente y si era verdad o no que te saltaban a la cara.

*El artículo publicano en Mella, de octubre/noviembre de 1962.