lunes, 14 de octubre de 2013

Elogio de la locura

Original en español del prefacio para Leap Frog & Other Stories.

El autor de los dos libros que componen el presente volumen hizo todo lo que estuvo a su alcance para que ninguno de los dos llegara a manos del lector. Su método favorito era el fuego. Tengo noticias de por lo menos dos grandes novelas y un poema épico de más de cien páginas lanzados a las llamas por él mismo. Yo pienso que era por encima de todo un acto de valentía y no de locura. Y no creo que exista otra persona en el mundo (aparte de su hermana Leryma) que, como yo, pueda hablar con tanta autoridad sobre Guillermo. Parecía darles un tiempo de vida a sus creaciones luego de escribir la palabra fin de cada uno de ellas, y si en un tiempo prudencial no aparecía su editor o alguien que se interesara, pues les asignaba, sin que le temblara la mano, el camino de la fogata. O también puede ser un reflejo del visceral desprecio que sentía por el mundo circundante. La destrucción al final del tortuoso camino de la creación parecía aliviarlo. Pero nadie sabe de los libros a los que me estoy refiriendo porque nadie leyó. Yo sí tuve frente a mis ojos la novela Sócrates y su poema épico El Héroe de Yaguajay, sobre el comandante Camilo Cienfuegos (aún escucho su risa maliciosa y burlona cuando decía: “¡Si supieran que estoy haciendo una imitación de Quasimodo!”), y me leí su novela sobre el origen del ron cubano y la guerra de independencia y aquel divertido episodio del desembarco del general Shafter en las playas de Daiquirí, al este de Santiago de Cuba, y el cuento “Coronel, le habla El Esmirriado” y otra novela de la nadie habla pero que transcurría durante la lucha contra Batista en una montaña imaginaria de la Sierra Maestra —la Taguara— donde otra vez Camilo Cienfuegos era el protagonista . Y no puede creerse que nada de eso exista ahora. Peor aún, porque existieron como obras literarias deslumbrantes y únicas y de ellas no queda ni el vuelo de sus cenizas. ¿Ustedes se imaginan hoy la literatura americana sin un Poe o un Wolfe,o la francesa sin un Baudelaire o un Camus, o la rusa sin un Artsybashev o una Aimatova, para mencionar solo los escritores más secretos, más recónditos? Bueno, pues nosotros los cubanos tenemos que aceptar la nuestra sin Guillermo Rosales.

Comenzamos nuestra amistad desde su primera tarde de trabajo como periodista de la revista Mella, en el verano de 1961. Tenía 15 años y aún no había leído a Hemingway y mucho menos a Faulkner, pero competía conmigo en cuanto a los conocimientos enciclopédicos de los comics del Spirit, del gran Will Eisner. Era nuestra cultura de muchachos educados en los años 50 cubanos. Eso es tangible en las páginas de El juego de la viola que es un libro escrito por Guillermo desde muy temprano en los sesenta y que finalmente tituló de manera diferente a como lo conocimos años después en su primera edición en español. Se llamaba Sábado de gloria, domingo de resurrección. Escapó de la hoguera porque Delia, su amorosa madre, iba recogiendo los pedazos de papel y cuartillas estrujadas que su hijo dejaba a su paso mientras escribía. Los cuentos de El alambique mágico tienen otra historia. Guillermo ya vivía en Miami cuando se lo envió a una amiga en Washington para que se los ordenara y pasara en limpio. En el proceso de edición, Rosa Berre, tal el nombre de la amiga desde los años sesenta en La Habana, hizo una transcripción digital (las computadoras comenzaba a conquistar el mercado) y esa es la manera en que se salvó el libro. Es de suponer que, en 1993*, cuando Guillermo tomó la decisión de destruirse él mismo, no iba a dejar a los trasteos de manos ajenas y desconocidas sus libros aún inéditos. Por lo que procedió, tan despectivo como meticuloso, a quemar el grueso fajo de su novela sobre el ron y los libertadores de Cuba y cuanto papel escrito le quedara en sus gavetas. Luego se pegó en la sien el cañón del revólver, un metal frío al primer contacto.Un exilio cubano que no lo entiende y que lo deforma (finalmente no lo acaba de tragar) le ha proporcionado a sus dos libros publicados en Miami los escasos lectores del enclave. Quizá hizo bien finalmente en arrojarlo todo al fuego.

*Se suicidó el  9 de julio de 1993.

Gracias especiales a Leyma Rosales y Laurie Callahan. Para la excelente traducción de Anna Kushner en el blog de New Directions, los editores de Guillermito en NY:

http://ndbooks.com/blog/article/read-norberto-fuentes-introduction-to-guillermo-rosales-leapfrog

sábado, 12 de octubre de 2013

Estrocinio a granel

Cliquee sobre la imagen para ampliarla y verla con una definición aceptable.

Un panel de Silvio de su época de dibujante en la revista Mella. Se incluye ya que el mismo Silvio lo ha mencionado recientemente en su blog. Se trata de una visión futurista de los jóvenes cubanos. Aún persiste el fastidio de los trabajos voluntarios. UES son las siglas de la Unión de Estudiantes Secundarios, que se encargaba de las movilizaciones de estos muchachos en la vida real. El estrocinio, supuestamente, es el material que debe ser cosechado. ¿Material o fruto galáctico?

El panel es uno de los cinco que componía el suplemento de historietas que se agregó al primer número de Mella para los recogedores, el tabloide de la Unión de Jóvenes Comunistas dirigido a los estudiantes de preuniversitario que se enrolaron como voluntarios para la zafra cafetalera de 1962, y del que se imprimieron en Santiago de Cuba ocho números entre octubre y noviembre de 1962, los últimos dos con el nombre de Mella en Oriente. Una parte del equipo de Mella se instaló en Santiago bajo la dirección de Félix Guerra para llevar adelante la empresa. Vivían en un dormitorio de la Universidad de Oriente que les prestaron y trabajaban en las oficinas del periódico provincial Sierra Maestra. Pero Silvio y yo nos quedamos en el equipo de La Habana, donde también se imprimió este suplemento. El guión y el concepto general es mío. El dibujo, ya se sabe, es de Silvio Rodríguez.