lunes, 30 de diciembre de 2013

La generación invisible

    Reproduzco en mi blog este texto de Guillermo Rodríguez Rivera por los que, ante mis ojos, son sus dos valores esenciales: su amor por la literatura y su apego a la justicia. Es siempre un descanso descubrir que uno no está solo. No porque crea que Guillermo piensa igual que yo, porque no es el caso, más bien disentimos en un montón de cosas, pero porque me recuerda que somos de la misma generación y que, como compruebo con la lectura de estas páginas, hay algunos principios básicos que permanecen incólumes: entre ellos, ese amor por la literatura, ese apego a la justicia. El trabajo está acabado de hacer y, tengo entendido, todavía no ha sido publicado en Cuba ni en otro lado. Guillermo me ha autorizado su presentación en Libreta de apuntes. Una aclaración: el fichero llegado a mis manos se llama “La generación invisible” pero el título del texto dentro de este fichero se titula “La literatura invisible”. Puesto a escoger entre ambos y sin comunicación rápida con Guillermo, nos quedamos con el que parece más enigmático.

La concesión de los dos más recientes premios nacionales de literatura —los otorgados a Leonardo Padura y Reina María Rodríguez— me han ayudado a acabar de definir unas ideas cuyo germen tenía en mente desde meses atrás.

Lo primero que me gustaría aclarar es que admiro la obra del novelista y la poetisa.

La poesía de Reina María (su autora está llegando ahora a los sesenta años) me interesó desde que apareció La gente de mi barrio, el primero de sus poemarios.

Me pareció entonces que, de modo bastante obvio, ese libro estaba en la dirección de la poesía que venía, en estilo y asuntos poéticos, de la manera que caracterizó nuestros años sesenta, desde el cuaderno que mejor y primero la representó, que fue Historia antigua, de Roberto Fernández Retamar, de 1965.

No tuve duda entonces que tanto por su fecha de nacimiento como por su trabajo poético, Reina María se colocaba como un claro final de la poesía conversacional que había sido el centro del trabajo de los poetas de mi generación aunque, en manera alguna, constituyó el único modo que ella tuvo de expresarse.

Puedo decir que, cuando en 1984 fui miembro del jurado de poesía del Premio Casa, me complació contribuir a otorgarle a Reina María ese importante premio por su libro Para un cordero blanco.

A la poesía conversacional rinde también tributo la voz de Nancy Morejón (1944) con poemarios como Amor, ciudad atribuida y, sobre todo, Richard trajo su flauta y otros argumentos, de 1967. Pero, después, la poesía de Nancy enrumba por caminos diferentes: el hallazgo poético de su negritud y el culto a una expresión signada por el amor a la palabra lujosa, que le trae su formación en la tradición poética francesa. Pero Nancy tiene, desde bien temprano, el Premio Nacional de Literatura, que todavía le falta a otra esencial voz femenina que —a mi modo de ver— debió recibirlo antes que Reina María. Estoy hablando de Lina de Feria.

Todavía más que la de Nancy, la de Lina representa esa poesía de la oscuridad, del enriquecedor laberinto de la palabra que, en la poesía cubana, permanentemente aparece al lado de la poesía de la claridad. Creo que, además, Lina ha tenido más incidencia que Reina María en el trabajo de las nuevas promociones de poetas cubanos.

A ese ámbito casaliano de la oscuridad, pertenece también la obra de Raúl Hernández Novás, a quien se ha colocado como representante de la “generación de los años ochenta”, denominada por algún crítico por su fecha de irrupción en la difusión de la literatura pero, como se ve, en la que puede resultar esencial una voz que pertenece a la generación que la precede.

Nacido en 1947 —tres años después que Nancy Mortejón y Luis Rogelio Nogueras, dos después que Raúl Rivero— Hernández Novás es un hombre de esa generación, que no pudo expresarse en los años setenta, en los que le habría correspondido naturalmente comenzar a publicar, porque es ese el momento dogmático del Quinquenio Gris, en la que no es admitida una poesía como la de Raúl, que tiene que esperar hasta los años ochenta para empezar a darse a conocer. Pero esa circunstancia sociológica no autoriza un cambio de generación.

Ante la reaparición televisiva de algunos de los más destacados impulsores de la política cultural del Quinquenio, una zona de nuestra intelectualidad reaccionó vivamente, temiendo la reaparición efectiva de ellos en la dirección de la cultura. A través de la que se llamó en esos días “la guerra de los correos”, se dijeron electrónicamente las cosas que no se pudieron decir en los años setenta y, de alguna manera, fue también llover sobre mojado.

El caso de Raúl Hernández Novás y el de mi propio poemario El libro rojo, aparecido muchos años después de 1971 —cuando debió editarse, después de haber sido finalista en el Premio Casa— nos están indicando que hace rato sonó la hora de cesar las repetitivas quejas sobre el Quinquenio y, en su lugar, precisar que procesos cortó, cuáles obras interrumpió y de qué manera alteró el proceso de nuestra literatura.

Aunque no he sido íntimo de Leonardo Padura, creo que tengo una buena relación con él y, sobre todo, he sido un admirador de su obra narrativa. Mi voto fue el que, en muy reñida decisión, decidió el otorgamiento del premio de la crítica a su obra La novela de mi vida, sobre la esencial figura que es, para la literatura cubana, José María Heredia.

Me hubiera parecido su novela mejor, si no hubiera sido porque, a la ácida crítica de Padura a Domingo Delmonte, le faltó un aspecto esencial: consignar el equivocado rechazo de Delmonte a los hallazgos románticos del poema herediano. Acaso Padura —narrador y no poeta— no pudo adentrarse en esa manquedad esencial de la sin duda muy calificada crítica delmontina. Por ello, entre sus novelas, sigo prefiriendo la excelente La neblina del ayer.

La superexitosa El hombre que amaba los perros me parece un tanto reiterativa después de la gran trilogía histórica de Isaac Deutscher, que acaso la generación de Padura ignoró, pero que fue esencial para la formación ideológica de una fundamental porción de la mía. No hay que olvidar que el grupo de jóvenes pensadores que centró el trabajo de Pensamiento crítico, publicó regularmente en El Caimán Barbudo. Y, literariamente, creo que la investigación histórica le desborda la estructura novelesca a la novela: la trama sufre porque empiezan a aparecer situaciones narrativas que podrían ser útiles a la indagación histórica, pero que ella no necesita.

Padura ha dicho que fue su generación la que devolvió la vitalidad a la literatura cubana tras el penoso período del Quinquenio Gris. Creo que esa es una visión extremadamente parcial.

Las represiones y censuras del Quinquenio Gris fueron tan abarcadoras en el ámbito literario que fue casi toda la literatura cubana de valía —exceptúo a Nicolás Guillén y a Alejo Carpentier, que claro que no fueron censurados— la que recomenzó a devolverle vitalidad a la difusión de la misma. En cuanto a las obras nuevas, resultó esencial, en las entradas de los años ochenta, la obra de Luis Rogelio Nogueras: me refiero a la aparición de un poemario como Imitación de la vida (Premio Casa de las Américas y elogiado por José Saramago) y de una novela como Y si muero mañana, en la que la trama policial se trataba como nunca hasta entonces se había tratado entre nosotros.

Antes de otorgarle el Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura, me parecía más justo y mucho más correspondiente con nuestra historia cultural, habérselo concedido a Eduardo Heras León.

El Chino, ácidamente estigmatizado en los días del Quinquenio Gris por haber escrito el que me parece su mejor libro (Los pasos en la hierba) no escribió una literatura que las conservadoras grandes editoriales de los tiempos que corren habrían editado, pero contribuyó, con varios libros de relatos de gran calidad a conformar una narrativa épica que, junto a los libros de Jesús Díaz y Norberto Fuentes, ilustra los días heroicos en que se enmarcaron hechos como la batalla de Playa Girón, la limpia del Escambray y la Zafra de los Diez Millones: no mirar esa historia, es no mirar lo que somos, es deconocernos nosotros mismos.

Lamenté enormemente cuando Jesús decidió abandonar el país y la Revolución. Pero le escuché decir alguna vez a mi profesor Raimundo Lazo que los escritores no cruzan las fronteras con sus libros debajo del brazo. Si hemos publicado textos de exliados como Jorge Mañach, Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro, esenciales para comprender la literatura del país; si premiamos estudios sobre la obra narrativa de Calvert Casey, o publicamos un importante estudio sobre la crítica cinematográfica de Guillermo Cabrera Infante, creo que es imposible no reeditar novelas como Las iniciales de la tierra – la mas importante novela de la Revolución Cubana – o editar esa juguetona y trágica obra maestra que es Las palabras perdidas.

Admiro el trabajo de Padura, pero creo que tenía tiempo para obtener ese galardón por un trabajo que abarque mejor la obra de toda su vida.

Si vamos a subordinar el Premio Nacional a los éxitos de mercado —sobre todo foráneos— creo que desconoceremos nuestra historia y tendremos que esperar a que desde fuera nos digan cómo debe ser.

Dos veces he sido miembro del jurado que concede el Premio Nacional de Literatura. La primera vez, tuvimos en cuenta la decisiva obra crítica de Ángel Augier, pero también su ancianidad; lo propio ocurrió al concederle el galardón a Humberto Arenal, autor de una obra narrativa un tanto magra. Valoramos la larga presencia de Humberto en la vida cultural cubana.

Los jurados que conceden el Premio han variado numerosas veces. Por ello, no creo que su otorgamiento deba regirse por el variable criterio de los diferentes jurados, sino que debieran existir unas normas que guiaran la acción del jurado para conciliar —como ha sido en algunos casos— el éxito editorial con el reconocimiento a la obra de la vida y a la historia de nuestra cultura, y no invisibilizar momentos, obras y autores esenciales de nuestra literatura.

Guillermo Rodríguez Rivera

Fotos: Alexandria, Virginia, invierno de 1994. Guillermo Rodríguez Rivera visita la casa de Carlos Quintela, que fuera nuestro director en la revista Mella al inicio de nuestras respectivas carreras como periodistas, entre 1961 y 1963; Guillermo como crítico de cine y yo como reportero y guionista de historietas. Conozco el camino desde hace unas semanas y guío a Guillermo hacia la modesta labra del Quinte, donde el viejo comunista siembra vegetales mientras cabila en los programas de radio que, muy temprano en la mañana, trasmite para los campesinos cubanos. Los derechos del campesinado sigue siendo un asunto vigente parta él, pero ahora para poner en apuros a Fidel Castro. El encuentro de tres viejos compañeros en la fría tierra de Virginia. La pequeña parcela de Dios. Produce lechugas, rábanos, zanahorias, y tomates y papas, según la temporada, aunque nunca boniatos ni plátanos viandas. Tampoco se localiza en sus premisas los servicios de un buen fotógrafo. (Fotos de la Colección de Norberto Fuentes. Copyright © 2013 by Norberto Fuentes.)

viernes, 27 de diciembre de 2013

Cubanos

La participación de los cubanos en la Guerra Civil Española ha revivido en la prensa cubana de los últimos días. Se gana distancia, como es menester, con el hecho de que el esfuerzo de reclutamiento y envío de nuestros combatientes, fue obra del viejo partido comunista, y en especial se soslaya la participación de lo que hoy se llamaría su brazo armado, una tropita de choque muy aguerrida, que no los mareaba la sangre y excelsa en cuanto a las labores de clandestinaje, y al frente de la cual se hallaban personajes del calibre de Ramón Nicolau y Víctor Pina. Yo quiero sumarme al homenaje de la prensa cubana —creo que de alguna manera yo también soy prensa cubana, ¿no?— y voy a colgarles el trabajo sobre el tema que publiqué en el número de mayo de 1979 de la revista Cuba Internacional. Un subcapítulo al que la dirección de la revista le dio tijera, se agrega en la cola.

Oficina de Ramón Nicalau en el Instituto de Historia durante la preparación de mi
reportaje, a principios de 1979. Aquí, previamente, Nicolau había reunido los
testimonios para su libro Cuba y la defensa de la república española (1936-1939)
y había consolidado la información sobre la movilización de cubanos en la
contienda que sirvió a Fidel Castro para incluir como un hecho histórico
de relevancia en su informe central del primer congreso del Partido Comunista
(diciembre 1975). El libro apareció dos años después de mi reportaje. El nombre
de Nicolau como jefe del equipo de confección se encuentra de modo bastante
discreto en la página de créditos. En la foto, yo soy el de la barba. Desde
mi derecha: Nicolau, Norberto Borges, Francisco Maydagán y Mario Morales,
todos estos veteranos de aquel episodio, y Felipe Cunill, que colaboraba
conmigo en la producción de otro libro, Hemingway en Cuba, dado que había el
doble propósito con Nicolau, además de la Guerra Civil Española, de su experiencia
como emisario del Partido Socialista Popular con Ernest Hemingway.
(Fotografía Celso Rodríguez: Copyright © 1979, 2013 by Celso Rodríguez.)
Pulse aquí para tener una mejor vision de los facsímiles e incluso poder ampliarlos. Se advierte de la descompensasión entre las fotografías y el texto, al cual se le han recargado las tintas.







Conservo entre mis papeles el subcapítulo que el entonces director de la publicación, Aurelio Martínez, que por un mal nombre nosotros llamábamos “Ala Triste”, creyó prudente editar. Aurelio había sido un diligente funcionario del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Comité Central del Partido, que se encargaba de la propaganda, las vallas, los himnos por los altavoces, las banderitas, las pancartas, y toda la parafernalia adjunta, y en especial —en celosa coordinación con el Departamento de Seguridad del Estado y la Dirección de Seguridad Personal— de organizar las tribunas (y a veces hasta de erigirlas) de los grandes actos de masas. Fue en uno de estos armatostes de madera, en las afueras de la ciudad de Santa Clara, en Julio de 1965, donde Aurelio dio un mal paso mientras se hallaba en el proceso de colgar una tendedera de banderitas, allá arriba, en lo alto de las gradas, y terminó en el duro y cruel suelo de la provincia central de Cuba, aun sosteniendo una punta del hilo de la tendedera y con todo el peso de su rollizo corpachón aplastando su brazo derecho, extremidad esta la cual, desde entonces, no hubo forma de enderezarle como debía tener lugar y que dio eternamente el motivo para el mote, de cierta forma burlón, de “Ala Triste”. No había sentido del humor en aquella etapa de la revista —me refiero ahora a mi crónica editada. La nota de referencia sobre el banal acto de censura que se halla al final de uno de mis libros engavetados, una colección de reportajes que debo haber preparado hacia 1991, entonces con el título de trabajo Cien reportajes y luego revisado como Sangre, sudor y lágrimas. Los reportajes partidarios de Norberto Fuentes, también he tenido la curiosidad de conservarla.

La nota:
    “Cubanos en la guerra civil española” sufrió un embate. El subcapítulo “La otra muerte” fue suprimido por la dirección. Comenzó a vislumbrarse algo. La época dorada de mediados de los años 60 de Lisandro Otero como director de Cuba y el viejo Darío Carmona como jefe de redacción había concluido. Peor aún: se convirtió en nostalgia de una época romántica. Más peor aún todavía: uno se llega a preguntar si alguna vez existió aquella revista.

El subcapítulo:



sábado, 21 de diciembre de 2013

El sonido y la furia

El hombre escribe y actúa como si gobernara a solas en el universo y como si todo el aparato represivo y de censura estuviera aún a su disposición y en pleno funcionamiento. Ignora un mundo lleno de gente que se ha ido de Cuba en los últimos años y con una enorme cantidad de información. Al menos información en su equivalente de experiencia vivida. Ese desdén resultaba quizás saludable y hasta imprescindible cuando tenía el poder y se proclamaba como el caudillo invencible de una revolución. Pero no cuando la bronca es entre iguales. Cuando ya existe una escuela de intelectuales o al menos de escritores en potencia que lo retan desde el extranjero, la situación presenta ciertas variantes a considerar. Aquí no te valen escoltas, paredones ni Mercedes blindados. Aquí el pugilato es frente a la pantalla del ordenador. Y este artículo en los portales oficiales cubanos —“Mandela ha muerto ¿Por qué ocultar la verdad sobre el apartheid?”; ver Granma, del jueves 19 de diciembre de 2013— es una sarta de propuestas y declaraciones a medio terminar, y de ideas inconclusas, y de medias verdades, y, desde luego, espolvoreo de detalles en los que él deja flotando, como al desgaire, sus habilidades de gran estratega —amén de elusivas. Significativas elusivas.

Una frase de Hemingway que a mí me encanta repetir es que cuando tú escribes sobre algo que no conoces, lo que queda en la narración es un hueco. Bien pues, en el caso de este tipo de pieza de Fidel, la reacción se proyecta en sentido totalmente inverso: Fidel tiene un conocimiento abrumador de por qué deja los huecos. Y como uno, a su vez, sabe lo que él sabe, nos venos en la terrible situación de comprender que Fidel se acobarda. De que su vitoreada audacia y los ímpetus de que hablan los cantores de la gesta se le escabullen a la hora de sentarse a escribir. Se amilana, se cuida, tú descubres cómo se autocensura por tramos en cada enunciado. Me pregunto si habrá alguien aguantándole la escritura por las bridas. ¿O es que se percibe un imposible a punto de ocurrir? Qué Fidel tenga que exiliarse para escribir en libertad.

De seguir escribiendo esos mamotretos, no habrá salvación. Y sobre todo esa obstinación suya porque el público se apiade del gladiador caído que es él mismo, y dale que dale con la historia de que la salud no le permitió seguir gobernándonos. Realmente lamentable porque soy de los que sostiene el criterio de que nosotros, como país, como nación, debíamos conservar lo poco que tenemos, y Fidel es una figura que, sostengo, debía hacerse lo máximo por conservar. No me negarán que era magnífico. Pero el problema actual es el empeño suyo en burlarse de él mismo. Es incompresible que no tenga a nadie a su lado que le diga, mira, Fidel, esto es un error. O ataca por aquí este asunto. O ponderas esta otra perspectiva. Y vean lo que está ocurriendo ahora: que pretende hacer una epopeya en la que —desde luego— Fidel Castro es el protagonista pero ninguno de sus seguidores tiene rostro y mucho menos nombre; y si acaso, menciona un par de personajes secundarios, sino extras de una sola toma.

Hubo hombres, sin embargo, que él tuvo en el terreno, en los combates, que desplegaron sus misiones y que lo invocaron como un nombre sagrado, y a todos los ha destruido. O los ha descalificado política y moralmente, o les ha endilgado todos los anteriores componentes de un solo chuchazo de la batidora. Llega así el momento en que su historia es la de una generación de combatientes a la que él mismo le pasó cuchillo. De una u otra manera, no dejó uno en pie. Por lo que ahora, al hablar de Angola en su texto sobre Mandela, tiene que evitar la identidad de sus mejores soldados. Ninguno existió. Ni Arnaldo Ochoa Sánchez fue el jefe de la Misión Militar, ni Raúl Menéndez Tomassevich tuvo a Savimbi tres veces en las manos, ni Carlos Aldana Escalante condujo con todo éxito la delegación cubana que logró la paz en el África Austral ni Patricio de las Guardia Font partió todas las comunicaciones que el enemigo tiraba al éter desde la frontera del Congo hasta Ciudad del Cabo, ni Alcibíades Hidalgo fue el vocero determinante de las conversaciones de paz, ni Rafael del Pino fundó la fuerza aérea angolana. Evidentemente lo jodido de la gloria no es adquirirla. Lo jodido es distribuirla —aunque no sea a partes iguales.

Entonces —oh prodigio— saca de adentro del sombrero, nada más y nada menos que a Katiuska Blanco, la periodista elegida de turno —una señora de muy buen ver, por cierto—, para decir que estuvo en no se sabe qué punto, qué aldea, qué cota, qué calvero de la basta geografía angolana y cercana a las proximidades de alguna batalla, aunque esto último él lo deja a la suposición del lector. (Inevitable recordar aquí la observación de Norman Mailer de que un reportero puede estar cerca de la acción, aunque no esté en la acción; en fin, tan cerca de ella como una ladilla del acto de la procreación humana). Bien, no obstante, por nuestra nueva heroína que él ha pasado a través de su colador mágico.

Por último, una referencia a la parte más tonta del escrito. La parte, desde luego, cuando Fidel describe lo que Raúl le dijo a Obama. En 11 segundos —que es lo que ha contabilizado la prensa internacional— se puede repetir hasta cinco veces Mister President, I´m Castro. Compruébenlo ahora mismo contra el reloj. Después de decir Mister President, I´m Castro te quedan todavía, cómodamente, entre siete y ocho segundos. Chequeen, coño. Tienen el reloj en la muñeca. Así que se quedó cortico. Y la carita de complacencia de Raúl se queda sin explicación en la diatriba. Déjame explicarte algo, Fidel. El problema no se resuelve con que tú digas que fue digno. El problema es que tienes que ser digno de verdad. ¿O acaso la dignidad se impone en la actualidad por ucase? Lo más triste es que hubo, hace muchos años, un Fidel que disfrutaba de las elaboraciones intelectuales, que jugaba con las ideas, que jugaba sobre todo en relación a sus enemigos, y se extasiaba con el peligrosísimo retozo de pensar más rápido y con mayor certeza que el adversario y que ganaba siempre porque era más inteligente. ¿Vanidoso? Por supuesto, ¿pero qué otro premio merece la superioridad intelectual? Esas victorias de su inteligencia, él las asumía con el mayor deleite. Burlarse del enemigo, ponerle rabos, por Dios, ¿existe algo más atractivo? Pero ya eso no existe. Nosotros no habremos existido nunca. Pero ese vacío provocado por nuestra ausencia ha terminado por devorarlo a él también. Así que ese Fidel no existe. Es solo un hombre que lo hace descansar todo en una retórica forzada. Una cada vez más descolorida, más vieja y más inútil. Pobre hombre. Pobrecitos todos nosotros.

El general de división Arnaldo Ochoa visita el regimiento de artillería femenina
cubano dislocado en Funda, cerca de Luanda, el 30 de diciembre de 1988.
(Imagen recuperada de un video)

El general de división Raúl Menéndez Tomassevich, el escritor Norberto Fuentes
y el jefe del despacho político de Raúl Castro en el comité central del Partido,
Carlos Aldana, en la Casa Número Uno de Luanda, febrero de 1982.

El general de brigada del Ministerio del Interior Patricio de la Guardia sonríe durante
un desfile de celebración de la victoria sobre el ejército sudafricano en el centro
de entrenamiento de Funda, el 30 de diciembre de 1988.
(Imagen recuperada de un video)

El embajador Alcibíades Hidalgo en la rampa de acceso para dignatarios y
visitantes VIP del Yanquee Stadium de New York en agosto de 1988 durante
las conversaciones cuatripartitas para la paz en el Cono Sur africano.
Al fondo, los coches de la misión diplomática cubana. El escritor Fuentes
apoya una mano sobre una de las portezuelas. Detrás del escritor, dos miembros
del entourage de protección cubano. Identificable con el ensemble azul pálido,
Juan Héctor Cuervo, nombre de guerra “Fausto”, jefe del grupo,
que procede de la escolta de Fidel.

El general de brigada Rafael del Pino en Norfolk, Virginia, a donde ha sido invitado
a presenciar maniobras de la aviación naval el 13 de octubre de 1990, unos tres
años después de su dramática y publicitada deserción a Estados Unidos.

Patricio de la Guardia y los ex primeros tenientes Guillermo Cowley, Enrique Foyo
y Orlando Cowley en la casa de Patricio en el verano de 2009. Patricio, Guillermo
y Enrique son veteranos de la guerra de Angola. Enrique fue el combatiente más
condecorado del Ministerio del Interior por su valiente participación en esa
contienda. Y los tres, a su vez, fueron arrestados durante el proceso denominado
Causa Número Uno de 1989. Guillermo y Enrique permanecieron algunos meses
en el centro de instrucción de Villa Marista. A Guillermo se le concedió la libertad
a fines de 1989. Enrique fue condenado a dos años de algo llamado “libertad
limitada” y sin que él a estas alturas sepa por cuales cargos. Es decir, no podía
votar ni ocupar posiciones de dirección políticas o administrativas. A Patricio le
colgaron 30 años de prisión, condena alternativa de la pena de muerte. Se le
mantuvo encerrado durante 13 años. Después se le concedió una licencia
extrapenal, que no le había sido conmutada en el momento de esta foto. Dado que
los años de cárcel para los militares es de 10 meses, supuestamente el próximo
12 de junio a las 9.00 PM habrá extinguido la pena completa. Esperemos ese día.
Por último, Orlando Cowley, ex miembro de las unidades antiterroristas y de las
fuerzas especiales, corrió con mejor suerte que sus camaradas, al ser dado de
baja “por conveniencia de servicio” y agenciarse un nuevo oficio donde aplicar
sus conocimientos de nadador de combate: instructor de polo acuático.
Último detalle: las excelentes pinturas de Patricio pueblan sus paredes.

Todas las fotos (excepto *) son propiedad de Norberto Fuentes y queda estrictamente prohibida su reproducción. Sobre las fotografías: Copyright © 2013 by Norberto Fuentes. * Foto de Menéndez Tomassevich, NF y Aldana por Ernesto Fernández. Copyright © 1982, 2013 by Ernesto Fernández

martes, 10 de diciembre de 2013



lunes, 9 de diciembre de 2013

Las tropas que liberaron a Mandela

Parece un muerto americano. El presidente Obama interrumpe la programación de las cadenas nacionales de televisión para anunciar el fallecimiento de quien él llama con toda familiaridad “Madiba”. Por su parte ninguno de los medios parece ruborizarse al insertar en sus secuencias de archivo el abrazo que le propinara Bill Clinton, aunque si tienen la prudencia de eludir el episodio de cuando Mandela se perdió de Sudáfrica para no tener que pasar por el protocolo de saludar a George W. Bush. Tiene que ser amargo contemplar como los cubanos eran recibidos como libertadores en cualquiera de los territorios a donde fueron a parar cuando tus fuerzas eran vistas como las de despiadados invasores. Probablemente Cuba aportó a la historia las últimas tropas de liberación de los pueblos. Y, sin ambages, esa se la debemos a Fidel.

Peguen el oído a tierra. Oigan.

    Yo me encontraba en prisión cuando por primera vez me enteré de la ayuda masiva que las fuerzas internacionalistas cubanas le estaban dando al pueblo de Angola —en una escala tal que nos era difícil creerlo— cuando los angolanos se vieron atacados en forma combinada por las tropas sudafricanas, el FNLA financiado por la CIA, los mercenarios y las fuerzas de la UNITA y de Zaire en 1975.
    —Nelson Mandela
    La resolución no reclama sanciones y no plantea ninguna asistencia para Angola. Esto no es por casualidad sino el resultado de nuestros esfuerzos para mantener la resolución dentro de determinados límites. 
    —Chester Crocker, el secretario de Estado adjunto para África de Estados Unidos al embajador de Sudáfrica en Washington para asegurarle que la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que exigía la retirada del ejército sudafricano de Angola eran un documento sin mayor trascendencia.
    Nosotros en África estamos acostumbrados a ser víctimas de otros países que quieren desgajar nuestro territorio o subvertir nuestra soberanía. En la historia de África no existe otro caso de un pueblo que se haya alzado en defensa de uno de nosotros. 
    —Nelson Mandela
    [Las conversaciones han tenido] como telón de fondo la tensión militar creciente por el avance hacia la frontera de Namibia de tropas cubanas fuertemente armadas en el suroeste de Angola. El avance cubano en el suroeste de Angola ha creado una dinámica militar impredecible. 
    —Cable de Crocker al secretario de Estado George Shultz al terminar la ronda de negociaciones en el Cairo el 26 de junio de 1988.
    ¡La aplastante derrota del ejército racista en Cuito Cuanavale constituyó una victoria para toda África! ¡Cuito Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación del África austral! ¡Cuito Cuanavale marca el viraje en la lucha para librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid! 
    —Nelson Mandela
    Descubrir lo que piensan los cubanos es una forma de arte. Están preparados tanto para la guerra como para la paz. Hemos sido testigos de un gran refinamiento táctico y de una verdadera creatividad en la mesa de negociaciones. Esto tiene como telón de fondo las fulminaciones [quizá debió decir fulminantes acciones] de Castro y el despliegue sin precedentes de sus soldados en el terreno. 
    —Crocker al secretario de Estado Shultz el 25 de agosto de 1988.

El general de división Raúl Menéndez Tomassevich visita un puesto avanzado
en la carretera Luanda-Quibala. El combatiente lee un comunicado de
bienvenida al legendario guerrero. Ninguno de los muchachos es
oriundo de Ohio, Arkansas, Chicago o cualquiera de aquellos parajes. Eso
no les impide aplicarse cabalmente en el cumplimiento de la misión asignada
de defender la estratégica vía. La foto es del verano de 1982.
(Copyright © 1983 by Ernesto Fernández. Prohibida totalmente su reproducción.)

Luis Galván Soca es el de mayor estatura. Médico de la reserva militar de Cuba.
El 15 de enero de 1981 salió de La Habana a cumplir su misión en Angola, donde
permaneció 2 años y 2 meses. Todos los matules (muy pocos, en verdad) están
preparados para el regreso cuando se produce el ataque de la UNITA al
poblado de Cangamba el 2 de agosto de 1983. El médico exige prorrogar su
regreso y se ofrece como voluntario para incorporarse a la tropita cubana
asediada en la profundidad del territorio angolano. El An-26 a su espalda está
pronto a despegar con refuerzos de hombres y municiones y la presencia del
médico que se necesita tan desesperadamente en la plaza. Pocos días después
de esta foto, el 7 de agosto de 1983, a las 10.00 horas (15-00 horas de Angola)
una granada de mortero hace blanco en el refugio del puesto médico y lo mata.
(Foto © Rafael del Pino. Prohibida la reproducción.)

818 militares angolanos y 184 cubanos resistieron en Cangamba
el cerco y los ataques de una tropa que los triplicaba en número.
La Unión para la Independencia Total de Angola (UNITA) y otras
fuerzas aliadas, secundadas por Sudáfrica, pretendía aislar la
provincia de Moxico, impedir a toda costa el arribo de refuerzos de
angolanos y cubanos, y apoderarse de la ciudad de Luena, la que
proclamarían como la capital de una llamada República Negra,
separada de Angola, con vistas a recibir reconocimiento internacional.
Hacer prisioneros a los 82 cubanos que se encontraban destacados
allí y usarlos para obligar a Cuba a negociar directamente con la
UNITA sin la participación del Gobierno angolano era parte del plan.
La plaza no fue cedida por sus defensores aunque en la batalla
cayeron 18 cubanos y 77 angolanos. El 10 de agosto, al terminar los
combates, se contaron dentro del poblado 493 cadáveres de asaltantes,
pero el mando cubano consideró que eran muchos más, pues era
práctica de la UNITA borrar toda huella de sus bajas. Ese día, hacia
las 11 de la mañana, se dio inicio a la evacuación de los heridos y de
los muertos cubanos. En la foto, el traslado de uno de los cubanos
caídos hacia un helicóptero. El jueves 11 de agosto de 1983, en medio
de una tensa solemnidad, se efectuó el sepelio de los caídos en la
batalla de Cangamba en el cementerio de la Misión Militar Cubana
de Luanda. Junto a ellos se le dio sepultura a un combatiente namibio.
(Foto © Rafael del Pino. Prohibida la reproducción.)

Capitán Jorge Luis Estevanell Díaz, designado como jefe de compañía del
Batallón de Tropas Especiales del Ministerio del Interior. Parte el 9 de
noviembre de 1975 hacia el continente africano. La guerra comienza de
inmediato para él y para el resto del batallón, apenas su Britania BB-330
pega las ruedas en Luanda. Los reportes llegados al Puesto de Mando
de Fidel Castro en La Habana lo destacan como “genuino jefe, de
extraordinarias cualidades de mando, que sabe poner en práctica sus
amplios conocimientos militares, su combatividad, sagacidad y
tenacidad ante las más difíciles misiones, por lo cual asesta
múltiples e irreversibles golpes al enemigo”. Participa en la
colocación de emboscadas y en el combate de Siete Puentes en
la localidad de Sumbe, donde las tropas surafricanas tuvieron que
replegarse ante las pérdidas que les causaran los cubanos; sus
compañeros lo recuerdan en rápidas pero letales escaramuzas y en la
toma de diferentes puentes en importantes vías de comunicación; marcha
con su compañía por la selva de Gabela; coloca minas antitanques en
estratégicas vías de comunicaciones del frente; comanda exploraciones
en la retaguardia de los sudafricanos; marcha al frente de su
compañía y sus agregados hasta la toma de los Morros de Medunda,
uno de los combates más encarnizados y heroicos, de importancia
capital para el triunfo que obtuvieron los cubanos en Angola. Pero se
se convierte en la baja más sensible de Tropas Especiales en esta etapa
inicial de la Guerra. El 15 de enero de 1976 se dirigía al Puesto de Mando
instalado en la facenda Victoria, en Engo, provincia de Quibala, cuando la
camioneta que guiaba acciona una mina anticarro, probablemente
plantada por la fuerza propia.


Néstor Marcos Martínez de Santelices Sánchez (12 de octubre de 1957).
Ingresa el 13 de mayo de 1974 en la Unión de Jóvenes Comunistas. En 1977
ingresa al Ministerio del Interior. En 1979 comienza a prestar servicios en la
Seguridad del Estado como Oficial Operativo de la Contrainteligencia. En 1981
pasa a la Dirección General de Tropas Especiales. Allí se hace especialista
en operaciones subacuáticas, oficial operativo, nadador de combate y
paracaidista (con más de 180 saltos; ver foto de arriba: ése es Néstor). En 1987,
en respuesta a la solicitud de ayuda del gobierno angolano debido a la difícil
situación político militar que se había creado en ese país por la escalada
sudafricana que condujo a la batalla de Cuito Cuanavale, Fidel toma la
decisión de reforzar sus tropas en el sur de Angola y como parte de este
refuerzo envía (enero de 1988) una unidad de Tropas Especiales del
Ministerio del Interior. El 1 de marzo de 1988 cruza el Atlántico otro grupo de
combatientes de esta unidad, entre los que se encuentra Néstor Martínez de
Santelices. Luego de un rápido proceso de adaptación, el 21 de mayo de 1988,
desde las posiciones de la tercera compañía de Tropas Especiales al sur de
Tchipa, en Angola, sale una patrulla de exploración comandada por el primer
teniente Néstor Martínez de Santelices e integrada por el teniente Lázaro
Valentín Rodríguez Hernández y cinco combatientes namibios de la Organización
de los Pueblos del Sudoeste Africano (SWAPO). La patrulla de exploración mixta
cubano – namibia choca con una emboscadas del 101 Batallón del ejército
de Sudáfrica. Matan a Néstor y hieren de gravedad a Lázaro Valentín, quien
muere horas más tarde, mientras recibía atención médica. Los namibios
combaten con fiereza contra los sudafricanos, que los superan
abrumadoramente en número, pero impiden que los cuerpos de los
combatientes cubanos sean capturados. Viejos compañeros de Néstor de las
Tropas Especiales tienen una versión brutal de los acontecimientos. Néstor,
fusil al hombro, atravesaba un bosque, temprano en la mañana, para dirigirse
a otro campamento de la fuerza propia cuando, detectado sin él advertirlo
—desde luego—, por una pequeña unidad sudafricana o de las guerrillas
de la UNITA, le dispararon con un lanzagranadas M-79 que le impactó directamente
en la cabeza. La cabeza desapareció. No encontraron huesos ni masa encefálica
ni dientes. El cuerpo decapitado cayó a tierra, de espaldas, y aun sosteniendo
el fusil Kalashnicov por la correa.

De un informe redactado de la CIA: “El 27 de junio de 1988, MiGs cubanos
atacaron posiciones de las SADF [fuerzas sudafricanas] cerca de la presa
de Calueque, 11 kilómetros al norte de la frontera de Namibia. La manera exitosa
con que Cuba ha utilizado su fuerza aérea y la aparente debilidad de las
defensas antiaéreas de Pretoria subrayan el hecho de que La Habana ha logrado
la superioridad aérea en el sur de Angola y en el norte de Namibia”.
(CIA, South Africa-Angola-Cuba, 29 de junio de 1988).
De otro informe redactado de la misma agencia: “Unas pocas horas después del
ataque exitoso de los cubanos, las SADF destruyeron un puente cercano
a Calueque sobre el río Cunene. Lo destruyeron para dificultar a las tropas
cubanas y angolanas el cruce de la frontera con Namibia y para reducir el
número de posiciones que deben defender”.
(CIA, South África-Angola-Cuba, 1 de julio de 1988.)
En la foto: la inscripción atribuida a un militar sudafricano en una pared de las
instalaciones de Calueque después del bombardeo de la aviación de combate
cubana: “Los MIG 23 nos partieron el corazón”.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Vergüenza ajena


Los pueblos africanos pueden dar sepultura a su querido Madiba sin que les asalte por un instante el temor a la falacia histórica. El titular de El Nuevo Herald del viernes 6 de diciembre de 2013 es explícito: “Miami deja atrás la controversia con Mandela para celebrar su legado”. No deja de llamar la atención que esta caterva de viejos bodegueros mezclados con esbirros mantenga esa capacidad de hacer el ridículo a como dé lugar. El escarnio auto propinado y sin barreras. Pero, tengan la amabilidad de por lo menos decir “parte del exilio”. No me incluyan, por favor. Si ustedes estaban enojadísimos con el Mandela que adoraba a Fidel, ese es su problema. Yo estaba del lado de las tropas que resistían en Cuito Cuanavale y que, luego de partirle allí el espinazo al ejército sudafricano, avanzaron hacia la frontera de Namibia con la determinación de no parar hasta que hicieran polvo el régimen del apartheid. Incontenibles. ¿No ven? Eso es lo que pasa cuando se enojan pero no tienen tanques para avanzar.