viernes, 27 de diciembre de 2013

Cubanos

La participación de los cubanos en la Guerra Civil Española ha revivido en la prensa cubana de los últimos días. Se gana distancia, como es menester, con el hecho de que el esfuerzo de reclutamiento y envío de nuestros combatientes, fue obra del viejo partido comunista, y en especial se soslaya la participación de lo que hoy se llamaría su brazo armado, una tropita de choque muy aguerrida, que no los mareaba la sangre y excelsa en cuanto a las labores de clandestinaje, y al frente de la cual se hallaban personajes del calibre de Ramón Nicolau y Víctor Pina. Yo quiero sumarme al homenaje de la prensa cubana —creo que de alguna manera yo también soy prensa cubana, ¿no?— y voy a colgarles el trabajo sobre el tema que publiqué en el número de mayo de 1979 de la revista Cuba Internacional. Un subcapítulo al que la dirección de la revista le dio tijera, se agrega en la cola.

Oficina de Ramón Nicalau en el Instituto de Historia durante la preparación de mi
reportaje, a principios de 1979. Aquí, previamente, Nicolau había reunido los
testimonios para su libro Cuba y la defensa de la república española (1936-1939)
y había consolidado la información sobre la movilización de cubanos en la
contienda que sirvió a Fidel Castro para incluir como un hecho histórico
de relevancia en su informe central del primer congreso del Partido Comunista
(diciembre 1975). El libro apareció dos años después de mi reportaje. El nombre
de Nicolau como jefe del equipo de confección se encuentra de modo bastante
discreto en la página de créditos. En la foto, yo soy el de la barba. Desde
mi derecha: Nicolau, Norberto Borges, Francisco Maydagán y Mario Morales,
todos estos veteranos de aquel episodio, y Felipe Cunill, que colaboraba
conmigo en la producción de otro libro, Hemingway en Cuba, dado que había el
doble propósito con Nicolau, además de la Guerra Civil Española, de su experiencia
como emisario del Partido Socialista Popular con Ernest Hemingway.
(Fotografía Celso Rodríguez: Copyright © 1979, 2013 by Celso Rodríguez.)
Pulse aquí para tener una mejor vision de los facsímiles e incluso poder ampliarlos. Se advierte de la descompensasión entre las fotografías y el texto, al cual se le han recargado las tintas.







Conservo entre mis papeles el subcapítulo que el entonces director de la publicación, Aurelio Martínez, que por un mal nombre nosotros llamábamos “Ala Triste”, creyó prudente editar. Aurelio había sido un diligente funcionario del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Comité Central del Partido, que se encargaba de la propaganda, las vallas, los himnos por los altavoces, las banderitas, las pancartas, y toda la parafernalia adjunta, y en especial —en celosa coordinación con el Departamento de Seguridad del Estado y la Dirección de Seguridad Personal— de organizar las tribunas (y a veces hasta de erigirlas) de los grandes actos de masas. Fue en uno de estos armatostes de madera, en las afueras de la ciudad de Santa Clara, en Julio de 1965, donde Aurelio dio un mal paso mientras se hallaba en el proceso de colgar una tendedera de banderitas, allá arriba, en lo alto de las gradas, y terminó en el duro y cruel suelo de la provincia central de Cuba, aun sosteniendo una punta del hilo de la tendedera y con todo el peso de su rollizo corpachón aplastando su brazo derecho, extremidad esta la cual, desde entonces, no hubo forma de enderezarle como debía tener lugar y que dio eternamente el motivo para el mote, de cierta forma burlón, de “Ala Triste”. No había sentido del humor en aquella etapa de la revista —me refiero ahora a mi crónica editada. La nota de referencia sobre el banal acto de censura que se halla al final de uno de mis libros engavetados, una colección de reportajes que debo haber preparado hacia 1991, entonces con el título de trabajo Cien reportajes y luego revisado como Sangre, sudor y lágrimas. Los reportajes partidarios de Norberto Fuentes, también he tenido la curiosidad de conservarla.

La nota:
    “Cubanos en la guerra civil española” sufrió un embate. El subcapítulo “La otra muerte” fue suprimido por la dirección. Comenzó a vislumbrarse algo. La época dorada de mediados de los años 60 de Lisandro Otero como director de Cuba y el viejo Darío Carmona como jefe de redacción había concluido. Peor aún: se convirtió en nostalgia de una época romántica. Más peor aún todavía: uno se llega a preguntar si alguna vez existió aquella revista.

El subcapítulo: