martes, 21 de enero de 2014

Iván retrospectivo

El texto de Raúl Rivero a propósito de la retrospectiva de Iván Cañas presentada por la Cuban American Phototheque Foundation en el Birdv Road Art District.

Iván Cañas nunca hizo fotos para el futuro. Su trabajo disponía del espacio infinito de la hoja del almanaque del mes que corría. Encontrar la imagen en una realidad ardiente y fugitiva, el leve susurro del obturador y la penumbra del laboratorio era un ciclo subordinado a la esfera del reloj que marcaba la hora de cierre de una revista. No. Él no pensaba en el porvenir, pero ahora que estamos en lo que debe ser el porvenir de aquél tiempo que empezó en los años sesenta, sabemos que su obra es un testimonio gráfico de casi medio siglo de la vida en Cuba.

Cañas tampoco se propuso retratar una época. Como reportero tenía que fotografiar pequeñas historias, momentos, episodios de la existencia de un hombre o de un grupo humano. Nada más. Lo que pasa es que sus reportajes se hicieron siempre con el oficio custodiado y asistido por la visión de un artista.

En solitario, por vocación, con la banda sonora de una guitarra que más nadie escuchaba y con el apoyo de la sabiduría de su maestro Raúl Martínez, Cañas se las arregló para emparentarse, sin comprometer su originalidad, con el legendario fotógrafo suizo-estadounidense Robert Frank y con su discípulo Luc Chessex, otro suizo, esta vez casi cubano, que era capaz de ver, a las cinco de la tarde en La habana, el color del cielo de Ginebra.

Allá lejos (hablo de años y de geografía) el artista encontró sus serventías particulares y por ellas llegaba —llega— a las personas y a los universos que quiere en su cámara. No se trata de pasar a toda prisa para dejar fijo un instante en el papel. Este hombre busca la manera de comunicarse con el objetivo que aparece en el lente porque entiende que esa es la vía para trasmitir los mensajes de los rostros y descubrir las claves de los gestos que componen el relato interior.

El cuento que narra el silencio de los hombres y mujeres que Cañas retrata suele tener el sustento de una banda insonora. Es el entorno donde el fotógrafo los pone a posar con aire solemne o divertido y con la incertidumbre que produce siempre la ilusión de que con una foto se puede alcanzar la inmortalidad. Ellos están ahí en su medio natural y la máquina de fotografías los dejará eternamente en los sitios queridos. Eso es lo que dice la mirada de aquellos sepultureros inocentes frente a una hilera de tumbas. Y es el recado del señor rodeado de palomas. Está seguro de que ninguna se le irá volando por una de las cuatro esquinas de la foto.

El periodista tiene sus encargos y el artista otros. Iván Cañas los ha resumido y los une con su talento. Los hace expresarse al mismo tiempo en la armonía de las luces y las sombras porque, para él, donde único se aprecia de manera auténtica la diversidad y la riqueza de la vida es en la inmensidad del misterio de las fotografías en blanco y negro.

Esta retrospectiva nos acerca a una figura muy importante de las artes plásticas de América Latina. Un reportero con corazón de poeta. Alguien que retrató y tiene en la cabeza y en su archivo la Cuba que más quiere. Y la revela ahora en la libertad del exilio donde está acreditado como Enviado Especial al porvenir.

lunes, 20 de enero de 2014

Scorsese era un bobo

Digo yo, si se iba a comparar con nosotros. Pero nada personal. La historia es que yo había publicado un segundo reportaje sobre la mafia en Cuba. Viene, inevitable, una cacofonía. La mafia en Cuba en Cuba. La revista, quiero decir. Era mi segunda etapa en esa publicación y ya había abandonado toda esperanza de recuperar mis glorias como el más innovador de los periodistas revolucionarios. Era la etapa —a mediados y finales de los 70— que Aurelio Martínez, el director, creo que el sexto en la sucesión de directores desde el primer número de abril de 1962, tenía su concepción del periodismo. La revista tenía que ser como una bodega —tales sus palabras. O sea, a sus espaldas, en su despacho, los estantes repletos de reportajes que él escogía al saco para su publicación.
Nostalgia por anticipado en una dramática
dedicatoria de Wichi: Para mi socio Norberto
Fuentes, por esta ya larga hermandad

que solo acabará en la muerte.

Aurelio mullido en la silla giratoria pontificando sobre las bondades del almacenamiento, la silla giratoria que una vez ocupara Lisandro Otero y por lo cual nosotros, desalmados subordinados suyos, de Lisandro quiero decir, le dimos en llamar “Toro Sentado” —nunca levantaba el culo de aquella silla— pero que dirigió la mejor revista de la Revolución Cubana y me enseñaba, me prestaba libros, me ponía en el camino (como dicen los editores de The Paris Review, los escritores son como los gatos: desconfían de los demás gatos, pero son solícitos con los cachorros). En esa etapa de rehabilitación luego del caso Padilla, ganarse la vida no era tanto un imperativo como el de mantener una conducta de perfil bajo sostenido mientras yo terminaba el mamotreto de Hemingway en Cuba. Fue entonces que, al parecer, decidí plagiarme yo mismo, seguramente un mes de baja productividad, sin nada para abastecer la bodega de Aurelio. Revisaba mis viejos ejemplares de la revista cuando “Vía libre al sindicato del juego” apareció entre mis manos. El número de marzo de 1968. Todo me lo había dictado mi padre que, en mejores épocas para él, había llevado las relaciones públicas de Santos Traficante en La Habana. Marzo quiere decir que el viejo me lo dictó en febrero. Era mi norma de trabajo. “La mafia en Cuba”, publicado en agosto de 1979 tuvo un éxito inesperado. Cayó en manos de Luis Rogerio Nogueras, el inefable Wichi el Rojo. Decidió que íbamos a hacer esa película. Él tenía los contactos en el ICAIC. Tenía los directores. Y nos íbamos a buscar “UN PAQUETÓN DE PESOS”. Yo escribí la primera parte de lo que sería una escaleta con mi máquina Erika 30 de la República Democrática Alemana, que para mi asombro actual mantenía los tipos en perfecta alineación. Advierto que todo lo que cuento en esa media cuartilla responde a hechos reales. Wichi, con una máquina eléctrica —regalo de su madre Gloria, que vivía en Venezuela desde 1956—, empezó por atrás lo que iba a ser el guion, aunque con bastante animadversión por los amigos de los amigos. “Coño, Wichi”, yo le decía, “así no se puede hacer una película. Si vas a empezar por cogerle tirria a tus personajes”. “Tú no sabes de esto, Chop” —era una de las formas que tenía de llamarme: Chop—. Decía “Chop” y era como si un policía dijera Stop! Tú te detenías. “Pero, Wichi, tenerle mala voluntad a tus criaturas”. “Nada. Tú, sígueme. El mundo hablará de nosotros”. “Son los amigos de los amigos, Wichi”. “Ya verás, ya verás”. “Uno quiere a los amigos de los amigos, Wichi”. ”Verás, tú verás lo que es una película de mafiosos”. “Los quiere y los teme, Wichi”. “Chop”. “¿Tú no quieres oirme?” “Chop”. ”Sí, claro”. Chop. La pantalla se oscurece.



Una versión notablemente aumentada del texto se reserva para el libro en preparación Peligros de la memoria.

martes, 7 de enero de 2014

Felicidades, Crochita


Mira, según Granma, cómo estaba el mundo el día que tú naciste. Y ni una palabra sobre el advenimiento de la producción de los compañeros Carlos de la Torre e Idelisa García.

Y te llamaron Niurka, porque sonaba a babé bolchevique. Sin imaginar que te nombraban con el diminutivo que se aplica a las Anniushkas en los alrededores de Moscú. Es decir, te llamaron Anita. Pero eso lo dominan pocos. Y tu nombre sigue susurrándose como el de una agente de la Cheka que avanza sigilosa en la nieve. “Nadie que sea una Doctora Niurka”, dice el poeta Raúl Rivero, “puede ser ignorada por los servicios clandestinos”.

Pero —dato importante para tu conocimiento— ese mismo periódico cuya primera plana es rescatada para esta celebración suele destacar los trabajos de un reportero de ya 22 años que tampoco tiene la más mínima idea del acontecimiento principal de la jornada, que es tu nacimiento. Tendrán que pasar 25 años, 2 meses y un día, hasta el viernes 7 de marzo de 1991. Entonces verá sobre un pálido rostro quizá levemente distante el resplandor de unos ojos que Modigliani acababa de dibujar y se dirá: ¿Y a quién tengo yo que matar para apoderarme de esta niña?