sábado, 24 de diciembre de 2016

El último invierno


Las siglas “GP” tienen el significado de general purpose —para todo tipo de propósitos. Dos máquinas General Motors GP-7, de 900 caballos de fuerza —de las 37 que Cuba había adquirido en 1954—, con sus distintivos pasillos delanteros y las vistosas farolas de camino “duplex”, fueron asignadas para halar el convoy del Cuerpo de Ingenieros que arribó a Santa Clara el 24 de diciembre de 1958 bajo el nombre de Tren Blindado.

Salieron del taller Ciénaga, en La Habana, “bajo dominio” —que en lenguaje ferroviario significa a una velocidad que no comprometa la estabilidad estructural de las vías— porque hasta Almendares, donde se cruza la línea eléctrica de Guanajay con la línea sur, es un carril de 80 libras, poco aguante para un tren tan pesado. Ese es el kilómetro 9.214 de la línea sur y el 8.937 de la línea eléctrica de Guanajay. Línea sur tenía un carril de 100 libras —100 libras por yarda. De ahí se fueron por línea sur. Como conducen un tren militar a más de 80 kilómetros, se van por Navajas (estación principal de línea sur). Medina en el medio. Están trabajando con Orden de Vía que significa circular por órdenes semafóricas automáticas, todo controlado por el operador de cada estación. De Ciénaga fueron entonces a Almendares, circulación de unos 5 minutos a no más de 45-50 kilómetros, y seguimos bajo dominio, y con Orden de Vía. De Almendares al Rincón subimos un poco de velocidad, a 60 ó 70 kilómetros porque es un carril de 100 libras. Sigue por Orden de Vía hasta Bejucal. Viene Quivicán, viene San Felipe, viene Durán, viene Guara, viene Melena, viene Palenque, viene Güines, viene Río Seco, viene San Nicolás, viene Vega Bermeja, viene Unión de Reyes, viene Bolondrón, viene Güira de Macurije, viene Navajas, y salen al norte por el ramal Montalbo. En lo adelante, no bajo dominio, avanzan; tampoco a alta velocidad. Evitaron por todos los medios las interferencias. Había como siempre trenes delante y detrás y los trenes desviados a los apartaderos. Porque por ahí viene el Tren Blindado. Santa Clara está en el kilómetro 287.640, donde termina la compañía inglesa; del lado de allá comenzaba el kilómetro 0 de la compañía La Cuba. De Navajas a Jovellanos ganaron una buena velocidad, 80 kilómetros. A pesar de todas las restricciones entre Ciénaga y Almendares (un carril British Steel de 70 libras pero que ya estaba viejo, aunque ahí esté, todavía), como salieron al anochecer, pueden llegar a Santa Clara a las 02:00 AM (otras fuentes dicen que llegaron antes de la medianoche). Después de Jovellanos cogen Quintana, y de ahí a Perico, a Retamar, a Colón Agüica, a Los Arabos, a San Pedro de Mayabón, a Cascajal, a Mordazo, a Manacas, a Washington, a Santo Domingo, a La Esperanza, y por fin a Santa Clara. Es el final de la línea norte, el kilómetro 288. Una línea bien balastada, que soporta sin problemas a dos locomotoras de 120 toneladas a la cabeza.

Absorbida en la noche de la campiña cubana y el machacar del tren sobre los rieles la vieja estrofa, cantada por soldaditos, se apaga dentro de los vagones.

Si Adelita se fuera con otro,
la seguiría por tierra y por mar,
si por mar en un buque de guerra
si por tierra en un tren militar.

El comandante Ignacio Gómez Calderón, al mando de esta última fuerza organizada del ejército de Batista, recuerda a sus dos pequeñas hijas —las íntimas, desconocidas tragedias de cada hombre (dejó a Isela, la “menorcita”, con fiebre). Dentro de pocas horas —cuando en los arrabales de Santa Clara introduzca en el combate contra el Che Guevara a los 548 hombres del Cuerpo de Ingenieros (tuvieron 27 desertores) y pierda la guerra— descubrirá que esa excitación del combate es la experiencia máxima, la que de inmediato va a añorar y ya va a ser una nostalgia incorporada a sus huesos de por vida. Ahora ocupa la mente con sus hijas y en mirar hacia el interior de los vagones y en el repentino silencio de los soldados a su mando, y hay algo que no funciona en este engranaje, y adentro del tren el silencio y la oscuridad parecen ser el orden y el destino, y el comandante Gómez Calderón oye los golpes rítmicos sobre las traviesas y trata de adivinar allá a lo lejos en el fondo de la campiña qué son las luces que cree vislumbrar.

Tibio invierno de Cuba como hoy.

Esta noche la navidad.

Publicada originalmente en Hoy (Nueva York), el 24 de diciembre de 2001.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Las broncas entre Fidel y Raúl
eran de coger palco para verlas

La entrevista de Juan Jesús Aznarez en El País del 8 de abril de 2007.

Fidel Castro es una fuerza de la naturaleza que colocó a Cuba en la geopolítica mundial, fusiló y encarceló a pedido de la revolución, se desembarazó de Ernesto Guevara cuando sospechó que habría de traicionarle y no vacilaría en sacrificar a su hermano Raúl, a quien abroncó frecuentemente, si le sorprendiera en alguna deslealtad. No le importa quién vaya a sucederle. "Yo fui el único que creyó en la posibilidad del comunismo cubano", afirma el comandante en La autobiografía de Fidel Castro, de Norberto Fuentes. Lejos de enaltecer o denigrar a Castro, el autor cubano lo interpreta a partir del triunfo de su revolución, en el año 1959. "Es la biografía que él no puede escribir sobre sí mismo, no puede llegar hasta donde llego yo, con sinceridad, y con la libertad que tengo para hacerlo. Lo conozco bien. Estuve con él, porque estuve en su revolución. Si alguien le cogió el pulso, fui yo", subraya el autor, residente en Miami, que dedicó buena parte de su vida a descifrar el pensamiento de Castro.

Norberto Fuentes (La Habana, 1943) perteneció al entorno de notables del régimen, y se le atribuye haber sido su comisionado en tareas políticas y de inteligencia, hasta que en el año 1989 es detenido durante las redadas de la denominada Causa 1, que culminaron con el juicio y fusilamiento de un grupo de jefes y oficiales del Ejército y del Ministerio del Interior, acusados de corrupción y narcotráfico, entre ellos su buen amigo el coronel Antonio de la Guardia.

El escritor pudo salir de Cuba en el año 1994 gracias, entre otros factores, a la mediación del premio Nobel colombiano y amigo de Castro Gabriel García Márquez. Antes llevó a cabo una huelga de hambre y fue balsero. Fuentes evade en su libro "los lugares comunes sobre la revolución y sobre Fidel: un dictador, un asesino con las manos manchadas de sangre... Por ahí no vamos a ningún lado. Se trata de entender un fenómeno, una fuerza de la naturaleza, que existe, que está ahí, que quedará permanentemente en la historia".

Pregunta. Puede ser que su autobiografía guste a Castro, ¿no?

Respuesta. Le debe gustar en cierto sentido. Digo, si aún conserva su sentido del humor. Y no es un libro que sea peyorativo. Es una interpretación de su carácter. Es un trabajo válido desde el punto de vista literario y de ensayo; sobre todo, del ensayo. Si coges la biografía que Edmund Morris escribió sobre Reagan (Dutch. A Memoir of Ronald Reagan, 1999), el autor introduce un personaje imaginario para poder explicar algunas cosas. Eso es mucho más falso que asumir la historia verdadera y contarla desde la perspectiva de Fidel Castro porque el problema está no en lo que ha hecho, que eso lo sabe todo el mundo, sino en el porqué, en el cómo, en lo que estaba en su cabecita. Y, sobre todo, en lo que se desprende de conversaciones íntimas. De lo que él me decía, de lo que le dijo a Raúl, de lo que le contó a Aldana [Carlos Aldana, secretario ideológico del Partido Comunista de Cuba (PCC) hasta su defenestración, en 1992], de lo que contaron otros, de lo que yo oí de éstos, y de su propia actuación.

P. ¿Le ha resultado difícil abordar su pensamiento, ponerse en su pellejo?

R. Bueno, yo no tengo su inteligencia. Es un hombre muy inteligente. Yo he tenido los resultados a la mano de lo que él ha hecho, pero nunca pude prever, ni tenía la posibilidad de ver las cosas que él vio. Y él ve mucho.

P. ¿No subyace en usted cierta admiración por el personaje que recrea?

R. Si hay admiración, es la admiración que él mismo se tiene. Y además con toda razón. Él puede tenerse toda la admiración que quiera.

P. Lo ha definido inteligente, pragmático y versátil.

R. Es un hombre fundamentalmente pragmático, una virtud de casi todas las revoluciones que han sobrevivido. Es ahí donde él se funde con la idea de la revolución, con el concepto universal de la revolución: todas las revoluciones van para adelante, para atrás, para la derecha, para la izquierda... Se adaptan al medio. No hay nada más darwiniano que una revolución. Y la cubana es leninista: una revolución vale lo que sepa defenderse.

P. El inventario de virtudes ya se ha dicho. ¿Y el de vicios?

R. Tiene muchos, pero él mismo le diría: ¿por qué mirar las manchas del sol? No vamos a valorar a Fidel Castro por sus vicios, sino por sus virtudes, por lo que ha sido su obra personal como gobernante. Yo diría también que el principal defecto es su educación gansteril, y por eso resuelve algunas cosas como las resuelve. No duda en fusilar a quien la revolución necesite fusilar.

P. ¿Fueron tan acusadas las disputas entre Fidel y Raúl?

R. Las broncas fueron de coger palco para verlas. La bronca ha sido siempre entre la ortodoxia de Raúl, un ideólogo, un comunista, y la pragmática audacia de Fidel, un luchador revolucionario con una obstinación por el poder. En los años ochenta, Raúl tenía grandes discusiones con Fidel sobre la perestroika (liberalización económica) y los problemas económicos de Cuba. Raúl era, y yo creo que lo sigue siendo, partidario de la perestroika y, de alguna manera, de la glásnost (transparencia). Las broncas corresponden a las luchas intestinas dentro de las fuerzas que mueven las revoluciones. Pero como la revolución cubana tiene tendencia a ocultarlas, ganan importancia cuando son reveladas.

P. Fidel Castro dice en su obra [refiriéndose a Ernesto Guevara]: "Entre mi deliberado propósito de enviarlo a la muerte..." (en el Congo o Bolivia). Dura acusación, ¿no?

R. Sí, lo mandó a matar. Pero Fidel realmente salvó al Che porque convirtió a un traidor en potencia en un santo de la iglesia revolucionaria.

P. ¿Es cierto que el Che temió ser asesinado en Cuba?

R. Sí. Todas estas escenas del libro son rigurosamente ciertas, minuciosamente registradas, y vienen casi siempre de alguno de los personajes que están ahí sentados. En el caso de los temores del Che, lo puedo decir ahora porque la información viene de alguien que murió: Víctor Pina, un viejo comunista.

P. ¿La URSS puenteó a Fidel Castro en la crisis de los misiles?

R. Le sorprendió la retirada de los misiles. Fidel siempre estaba exigiendo a Nikita Jruschov una declaración pública de que había un pacto militar entre Cuba y la URSS para evitar lo que pasó después. Pero Nikita lo que quería era monopolizar la crisis, que es lo que hizo y le quedó muy bien.

P. Castro escribe en su testamento que deja "la intrascendencia". No parece importarle qué vaya a pasar tras su muerte.

R. A Fidel le importa un carajo quién venga después. Apostar a lo que vayan a hacer las generaciones posteriores es una estupidez, es un problema de las generaciones futuras. Lo que está diciendo es: "Yo les dejo esta papa caliente, yo he pasado cincuenta años con ella en la mano y ni me he quemado; y ustedes están vivos por la enorme habilidad con que yo he sabido manejar este negocio. Somos hoy una potencia política, Cuba cuenta en todos los foros y nadie nos puede pasar por alto".

P. ¿Y qué pasará en Cuba tras su muerte?

R. Le voy a responder como Fidel Castro: es un problema de los que vengan. Cuando las revoluciones no son derrotadas, cuando no hay una restauración contrarrevolucionaria, pasa lo que pasó en China, en la URSS o en Vietnam después de la muerte de Ho Chi Minh (1890-1969). Que son etapas que se van dejando atrás. Todo se va normalizando. El único problema de Cuba hoy día es el problema económico, y eso se resuelve con dinero y con empresas mixtas y privadas.

Nota: El primer párrafo introductorio ha sido ligeramente editado.

Sobrevivió a la noticia

Las palmeras en invierno.
Hace una semana, tras el entierro de las cenizas de Fidel Castro el diario español El País publicó un artículo, de Juan Jesús Aznarez, bajo el título de “Raúl Castro, el albacea”. La nota comienza así: “Los brotes de humor negro atribuidos a Raúl Castro (…) fueron atestiguados por el escritor Norberto Fuentes durante el paseo otoñal de 1987 por Camagüey, visitando la fábrica de fusiles de asalto Kaláshnikov. Acompañaban al entonces ministro de Defensa, su ayudante Alcibíades Hidalgo y el vicepresidente Carlos Lage. Tragos en mano, se metieron con el agua hasta la cintura en la piscina de la residencia que la policía reservaba para estas visitas, según Fuentes en su libro El último disidente. De sopetón, Raúl Castro soltó: ‘¿Ustedes se imaginan, caballeros, que pasaría en este país si a Fidel le da un infarto y a mí me da otro al recibir la noticia?”. Ante las solicitudes de muchos amigos, reproducimos aquí íntegra esa crónica que también se podrá leer en una edición de El último disidente que próximamente estará en venta en sus versiones impresa y electrónica.

El hermano menor

Le llaman “El Cuate” en el círculo más reducido de sus amigos y nada le complace más que lo reconozcan como el primer bolchevique de América. Es un título que él mismo se ha creado, entre chanzas de viejos camaradas y sus impulsos revolucionarios, probablemente para ser, al menos en esa extraña añoranza leninista, el primero por encima de su hermano, sabiendo de antemano, además, que el hermano no se va a interesar en disputárselo. Raúl Castro no es un hombre de gran estatura, ni corpulento, y ha envejecido rápidamente, y a veces las fotografías revelan un pecho abombado que le resta marcialidad. En su conjunto, no presenta la recia impronta que debe distinguir a un ministro de Defensa, aunque ocupe ese cargo desde hace 45 años y que, incluso —y este es otro de sus motivos de orgullo—, haya sido el más joven ministro de Defensa de la historia —un veinteañero cuando lo nombraron en 1959. Por aquel entonces tuvo que superarse con el largo rabo de mula que le colgaba sobre la nuca y su voz inmadura, quizá de adolescente. Hasta que decidió ponerse en manos de un implacable fígaro de la barbería militar del antiguo campamento de Columbia, que, de un tijeretazo, dio por terminado el atributo guerrillero. Ah, ¡y la voz! Ahora es una voz cavernosa y ronca, que impostó a base de arduos ejercicios y de no volver a permitirse un falsete. Ahora sabe rugir y eso es muy adecuado para un sistema de ordeno y mando. Por otro lado —cuando no lleva atuendo militar con sus charreteras de cuatro estrellas de general de Ejército—, sabe vestir sin ostentación pero con suma elegancia y prefiere las ropas de color beige, y el lujo de la única joya que se permite es el Rolex Oyster de oro. Este es, pues, el hombre de presencia ligera y dado a las bromas y a disfrutar de las largas veladas que propicia la gracia de ser un buen bebedor, muy de acuerdo a su estilo bolchevique, y al que he visto tomar decisiones de jefe de Estado, implícitas de frialdad y rapidez ejecutiva, sin que le hayan hecho temblar las manos.

Este es a su vez el hombre que todos observan por sus posibilidades de sucesor de Fidel Castro. En las últimas semanas, luego de que Fidel tuviera el traspié y se hiciera pedazos la rótula —ocho pedazos, exactamente— a Raúl se le ha ofrecido la oportunidad de ejercer el papel de Presidente de la República. Se presenta en la losa del aeropuerto para recibir dignidades, impone condecoraciones y suple en el podio los discursos habitualmente reservados para Fidel. Desde luego, esto obliga a todos los observadores de la política cubana a volver a reparar en el más pequeño Castro. Lo que preocupa es saber si tienen al hombre con la capacidad y los recursos necesarios para dirigir el país —y sobre todo para controlarlo a la muerte de Fidel. Pues me parece que tengo la más preocupante de las noticias para ellos. Más que noticia, un cuento. Una tarde del otoño de 1987, yo acompañaba a Raúl en un recorrido por la provincia de Camagüey que debía terminar en la primera fábrica cubana de producción de las prodigiosas carabinas Kalashnikov, cuando, tragos en mano, nos metimos con el agua hasta la cintura en la piscina de la residencia que la Seguridad del Estado reservaba para estas visitas. Dos o tres miembros más del séquito —recuerdo al vicepresidente Carlos Lage y a Alcibíades Hidalgo, el ayudante— también disfrutaban de aquel ocaso en provincia, cuando Raúl dijo, de sopetón: “¿Ustedes se imaginan, caballeros, que pasaría en este país si a Fidel le da un infarto y a mí me da otro al recibir la noticia?” Fue nítido el nervioso tintineo de los cubos de hielo en el vaso del vicepresidente Lage. “¿Se lo imaginan? —insistió Raúl—. ¿Se lo imaginan ustedes, caballeros?”

Bueno, yo no sé qué debimos imaginarnos aquella tarde, pero sí otra ocasión en que Alcibíades me dijo, no sin un aceptable dejo de orgullo por la resolución de su jefe, que Raúl “tenía muy claro lo que debía hacerse” en caso del fallecimiento de Fidel. Realmente, había mucho más entusiasmo y deliberación que en el lúgubre pronunciamiento de la piscina camagüeyana. “Tiene una conciencia muy clara de su actuación en ese momento”. Y perfiló —por supuesto— una inequívoca noche de cuchillos largos. Y masiva. Quiénes iban a ser incluidos en la lista de la degollina es algo que me quedó sin precisar, pero me resultaba evidente que era todo aquel que pudiese representar el más mínimo peligro para su asunción al poder, al menos en esos instantes críticos de sustituir a Fidel y su gloria.

No les quepa la menor duda, sin embargo, de que pese a estas angustias existenciales, es el hombre perfecto para el cargo. Tomen sino sus dos o tres obras maestras organizativas. Cuando el núcleo matriz de la guerrilla fidelista se fracciona en marzo de 1958, se produce un despliegue hacia al norte del valle intramontano de la región oriental bajo el mando de Raúl, donde pasa a operar permanentemente. Allí es donde él funda el Segundo Frente Oriental “Frank País”, que realmente —en medio de la guerra y para la edad que tenía— fue una proeza, aquel pequeño Estado revolucionario, ejemplar y sin duda disciplinado por el terror. Y después, al triunfo de la Revolución, se convirtió en el jefe del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que siempre ha funcionado como un reloj. Si se toma en cuenta que había heredado un aparato militar de niveles de subdesarrollo y con armamento de la Segunda Guerra Mundial y que además había sido el ejército que los mismos guerrilleros derrotaron en un par de años y que a la vuelta de una década llegó a ser catalogado como uno de los diez primeros ejércitos del mundo y que llegó a dislocar una fuerza de combate permanente de unos 100.000 hombres apoyada con más de 500 tanques y artillería y aviación de intercepción supersónica a más de 15.000 kilómetros de distancia, en la República Popular de Angola, lo menos que se le puede conceder es que se trata de un eficiente organizador y con un buen equipo de asesores.

Pero, cuidado, todavía es el emisario. Un hombre como su hermano Fidel, que no permite siquiera que se le suministre anestesia general para mantener el control de la intervención quirúrgica en su rótula, no es fácil de poner bajo control y mucho menos de aproximarle la idea de ser sustituido. La ilusión de que está disminuido es vana y fatal para el que se lo proponga como escenario de una acción política en Cuba. En este sentido, yo ni dudo incluso de que hayan querido —quizá desde Miami, quizá desde la Casa Blanca— negociar con Raúl a espaldas de Fidel, negociar lo que contrarrevolución insiste en vender como una transición. Desde luego, esa posibilidad también está prevista, y por lo menos en lo que resulta hasta el día de hoy, el mismo Raúl ha puesto a Fidel al corriente de estas dulces tentativas de conspiración.

Fidel se ha descansado durante muchos años en la figura de Raúl porque lo ha hecho aparecer como que su hermano menor es el malo. Y es algo de lo que Raúl se queja y dice, coño, en realidad el malo es él. De modo que eso a la larga significa que, en caso de que Fidel desaparezca, Raúl no tiene una imagen que cuidar con tanto celo. Fidel sí la tiene, como se sabe, y la necesita incluso como alimento espiritual. Bueno, se trata realmente de un personaje fuera de serie. Raúl no, porque es más común. No es una descripción peyorativa. Se trata de acercarlo al común de los mortales. Pero, por eso mismo, y ya que hablamos de lo malo que pueden ser los hombres, reitero que no le va a temblar la mano para la represión. Aunque al final la época no lo ayude para una degollina ni va a contar con la intelectualidad mundial virando el rostro hacia otro lado.

Tampoco es nada nuevo toda esta historia de la transición. Porque es algo que ellos han puesto en marcha hace ya bastante tiempo. Yo recuerdo que Raúl estaba empeñado en mandarnos a Alcibíades Hidalgo y a mí a la URSS y a Polonia para que estudiáramos los procesos de la Perestroika y del ajedrez entre el gobierno de Jarulsesky y el sindicato Solidaridad. Al final solo dio tiempo para que mandara a Alcibíades a Polonia. En eso también Raúl era el leal bolchevique, es decir, también apostaba a lo que pudieran lograr los soviéticos, y recuerdo aquel cuarto piso de su oficina en la sede del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, con los retratos de todos los mariscales y generales soviéticos que habían pasado por Cuba como sus asesores.

Siempre tendremos a París

Y es melancólico, por lo menos hay espacio en su alma para estas extrañas navegaciones del ser. A principios de 1987, yo viajaba a París para cumplir el contrato de un libro y Raúl me hizo perder el vuelo un par de veces. Recuerdo con exactitud una de las fechas, el 10 de marzo. Se presentó en la puerta de mi casa, muy temprano en la mañana, miró las maletas en la sala y a la que era mi mujer, Lourdes Curbelo, con sus atuendos de viaje, y dijo: “¿Tú no crees que puedas suspender ese viaje?”. Todo lo que quería era evocar París. Había estado allí a su regreso del Cuarto Festival Mundial de las Juventudes y los Estudiantes celebrado, nada más y nada menos, que en Bucarest, en 1953. Cuatro días desandando por París. La añoranza, la nostalgia de aquellos pocos días todavía lo apresaban. Entonces comprendí el enorme sacrificio que este hombre había hecho por su hermano. Quisiera dedicarse a jugar gallo y a las juergas. Pero está obligado a mantener bajo un puño de hierro a un ejército comunista. Y no solo a soportar esa carga, sino que es la herencia que le deja el hermano. Si alguien ha estado condenado a no ser lo que quiere, es Raúl Castro. Un militar eficiente, cumplidor y depurado. En eso lo convirtieron, en un hereje de la vida bohemia y del vagabundeo. Prohibido trasnochar, hermano.

Por fin, cuando pude salir para Francia, creo que a la semana siguiente, resignado Raúl a que yo ocupara su lugar a orillas del Sena, me pidió que —a mi regreso— le llevara una caja de vinos pero baratos, de los que toman regularmente los franceses. “No se lo digas a nadie en la embajada porque entonces se quieren esmerar y se gastan una millonada con los vinos más caros. No. Yo quiero recuperar el sabor del vino de mi juventud”.

Es un hecho que Raúl podrá moverse represivamente con mucha más facilidad que Fidel porque es mucho más ideologizado, quiero decir, mucho más adscrito al comunismo. Y puede decir junto con Stalin que no está en el poder para pasar a la historia sino “para ser el perro cancerbero de las conquistas del socialismo”. Mucho menos creador que Fidel, solía decirme cuando me visitaba en mi casa y con los dos solos en mi oficina —bueno, solos absolutamente no; siempre estaban los vasos bien servidos— que a él lo que le interesaba era mover los hilos desde la oscuridad. “Mover los hilos”, me decía y me mostraba unos dedos que supuestamente movían las articulaciones de un títere. Es un conspirador y ha entendido que esa es la esencia del gobierno. Un conspirador natural, por cierto, porque sus lecturas son fatales —es un fanático de los mamotretos de Gary Jennings sobre Marco Polo (El viajero) y el conocido Azteca, que le suministraba García Márquez y luego él ordena adquirir por decenas para repartir entre sus generales, y con los que recicló su pasión por las novelitas soviéticas sobre la Guerra Civil o la Segunda Guerra Mundial—; pero nada de un nivel más sofisticado, como las constantes lecturas de Fidel sobre Roma. De cualquier manera, con más o menos tonelaje de sangre a su haber que se le achacan por indiscriminados fusilamientos, debemos aceptarle una simpática habilidad de hombre que sabe lanzar una mirada irónica sobre todo lo que le rodea. Recuerdo la ocasión en que escuchábamos una arenga de Fidel en la que apelaba a una conducta espartana y sobria de la población y el codazo con el que Raúl me subrayó su observación de que “ni te preocupes, que en el proceso cubano, la austeridad dura siempre muy poco”.

Esto último puede ser, al fin, una buena noticia. Esa cierta comprensión de Raúl por la debilidad humana habla de un hombre con el que se puede negociar. En definitiva, duro o flojo, sanguinario o no, la posibilidad de lograr la apertura sigue vinculada a la habilidad de los americanos —y de lo que quede de inteligencia en Miami— para tratar de acercársele sin emitir las señales equivocadas, sin obligarlo a que vuelva a atrincherarse. Todo depende, en verdad, de la calibración. Nunca habrá apertura desde posiciones de debilidad para los cubanos. La perspectiva de hundir en el mar la isla antes de entregarse es la única verdad de la Revolución Cubana. Denlo por seguro.

Y que Raúl sea el hombre con el que iniciemos el diálogo, depende por lo pronto, según sus propias palabras, de que sobreviva a la noticia de que el Comandante en Jefe ya no está entre nosotros.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Crónica


Ex cronista del régimen cubano afirma que Fidel Castro tuvo neumonía y decidió no tratarse.

Norberto Fuentes fue el primero en 2006 que dijo que el líder de la revolución había tenido diverticulitis.

"Neumonía. Diez días sin tratamiento. Él no quiso tratarse." Ese fue el mensaje que publicó este viernes a las 12.36 Norberto Fuentes en su blog, ex cronista oficial del régimen cubano y ex biógrafo de Fidel. En el texto no se entregan mayores antecedentes. De hecho, el mensaje está antecedido por el título: "Sujeto a conformación" (sic).

Noberto Fuentes fue el primero en 2006 que dijo que el líder de la revolución cubana había tenido diverticulitis, una enfermedad que Castro mantuvo en secreto hasta que se vio obligado a dejarle todos sus cargos a su hermano, Raúl Castro. Diez años después de eso, Fidel Castro falleció la madrugada del sábado pasado a los 90 años.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Sujeto a confirmación

Neumonía. Diez días sin tratamiento. Él no quiso tratarse.

sábado, 26 de noviembre de 2016

viernes, 4 de noviembre de 2016

Vicente Dopico


El siguiente texto lo escribí el 17 de diciembre de 1995, con el propósito inicial —si mal no recuerdo— de incluirlo en el catálogo de una exposición de Vicente Dopico. Ahora no puedo precisar si llegó a imprimirse, pero de cualquier manera no encuentro nada semejante en mi archivo. La apertura la semana pasada en el Kendall Art Center (Miami Dade) de una nueva exposición de Vicente es la oportunidad para el rescate. Expone junto a otro pintor, Silvio Gaytón. El evento se llama “Cosmogonies” y la curadora es Raisa Clavijo. Mi texto, por su parte, lleva en el original el título de “Viejos cuarteles de invierno”. Este.

El hombre llamado Vicente Dopico —inequívoco nombre de pintor y bronco primer apellido de ganster habanero de los años 40— que ha añadido un distinguido Lerner al final de su firma, vio matar su primer hombre a los 15 años en medio del fragor y las turbamultas del triunfo de la revolución de Fidel Castro. Estaban acorralados por los tres tripulantes de un patrullero del Servicio de Inteligencia Militar, unos auténticos esbirros, policías remanentes de un gobierno acabado de colapsar y aún servidores de algo que evidentemente era una abstracción a medio camino entre el poder y la derrota en aquella mañana del 1 de enero de 1959 en que para muchos era aún incierta la noticia de la huida de Fulgencio Batista, cuando en un gesto instintivo, uno de los compañeros de Vicente Dopico apretó el gatillo de una de las dos Thompson de las tres que le habían quedado al Movimiento 26 de Julio en La Habana y lanzó al medio de la calle al infeliz que hasta un segundo atrás había sido aquella impetuosa criatura con su camisa kaki de sargento abierta hasta la mitad del pecho. De seguro que ese fue el instante en que para Vicente Dopico pasó algo mucho más definitorio que el fin de la inocencia. Ese día Vicente Dopico, mi hermano El Dopi, comprendió que no tenía regreso.

Hemos hablado muchas veces sobre esa ráfaga y su muerto acompañante porque juntos hemos querido entender si la nostalgia del invierno la tiene cogida con nosotros, con él y conmigo en particular, porque por qué esa garra del tiempo, y en principio aceptamos la explicación de que entonces llegamos al fin del mundo y de nuestra edad y de una época en Cuba, cada uno de nosotros dos por nuestro lado, él y la última célula del 26 como objetivos de una tardía emboscada en San Miguel del Padrón y yo en el tibio hogar pequeñoburgués de papa mafioso y mama maestra normalista sin entender todavía que sería el cronista de esa eterna guerra civil que comenzaba sus desafueros allá afuera. Son los recuerdos y es el invierno y las brumas. Y es en esa oscuridad donde lo tenemos, donde siempre está por emerger, y es la única explicación que doy a la pintura de Vicente, la única forma en que puedo entender, descifrar, las tinieblas producidas por un artista que plantó sus cuarteles entre las dos ciudades del sol —La Habana y Miami. Las violentas pastas rojas sobre negro, la sangre, desde luego, es mucho más explicable en toda esta historia generacional signada por la crueldad y atormentada por los pelotones de fusilamiento. Tan explicables para mí como el escrutinio de esos redondos ojones fuera de órbita y las enormes narices, la visión de rastreo y el olfato de una existencia personal que no conoce el reposo, siempre en alerta, lista para armarse y porque además Dopi es un cazador y es un gran pescador —que es el vínculo con uno de nuestros héroes arquetípicos, el del viejo escritor de San Francisco de Paula, al que ha terminado por parecérsele para mi complacencia y para su orgullo con su barba rubia ajustada sobre las gruesas mejillas y sus espejuelitos redondos de intelectual de izquierda y su pecho de torete.

Advierto que somos de la misma generación pero que nos las hemos arreglado habitualmente para estar en bandos contrarios. En el caso de Dopico, parece que no entiende otro estímulo, otra fuente de energía, que no sea la rebeldía. Apenas termina la lucha contra la dictadura de Batista y siendo uno de los pocos supervivientes del vapuleado Movimiento 26 de Julio en La Habana, se suma a un grupo contrarrevolucionario que se propone derrocar a Fidel Castro. Lo capturan en los preparativos de un alzamiento en los montes de Pinar del Río y lo llevan a fusilar a la fortaleza de La Cabaña. Si se salva de los rigores de la ejecución es gracias a un lejano parentesco chileno y al hecho de que la Embajada de Chile en La Habana aún no ha sido clausurada. Entonces llega la hora del Miami combativo y la oportunidad para la CIA de disponer entre sus grupos de infiltración con las habilidades marineras adquiridas por este pichón de artista en una sola lectura de El viejo y el mar. Una veintena de riesgosas misiones en las playas cubanas armado con nada más y nada menos que una pavorosa cámara fotográfica que debe utilizar para retratar los mismos centrales azucareros costeros de antigua propiedad americana y las mismas vieja grúas flotantes desechadas desde principios de siglo por las facilidades portuarias del Mississippi le enseñan que sólo ha ganado dos cosas: menos de mil dólares sin derecho a retiro y una veintena de oportunidades de perder el pellejo, que es cuando comprende que está participando de una farsa y que es el momento de intentar algo que parece imposible: buscar un diálogo con Fidel Castro, que es apenas un poco después cuando se convierte ante los ojos de las autoridades revolucionarias de la isla en la bestia negra de los "muchachos de Miami". Ha vuelto a ocurrir exactamente lo previsible: Dopico comienza a cuestionar la política de La Habana en relación con el exilio. Ahora espero con entusiasmo por sus próximas batallas.

Pero todavía no lo ha comprendido todo, todavía ese rebelde está atrapado entre las tinieblas y la sangre. Pero a lo mejor es lo ideal, lo mejor que le pueda ocurrir, estar ahí, en los abismos, en los quásares de su universo, y traduciéndonos desde el fondo de esas trampas, sus visiones, y como raptos de luminosa belleza y sensualidad y calmados por el recuerdo, seguramente inevitable para él, las mujeres de espaldas blancas fosforescentes que yo acepto que las deje con los rostros escondidos tras las máscaras. No obstante, algo está cambiando, y no solo es el apellido alargado hasta Lerner y es algo más que la coquetería de una cadenita de oro que ha añadido a su atuendo de artista en jeans y lo miro a él y miro el lienzo que está a la izquierda y otro que tiene enfrente y le digo, "Coño, Dopi, esto viene bueno", y entonces no sé por qué pienso en los destinos y comprendo algo y les puedo decir de lo único que hablamos en los últimos tiempos, del tiempo, que está al acabarse y que la conclusión del acto —este del Dopi y mío— es siempre la misma, lo único que necesita el artista es tiempo.

sábado, 29 de octubre de 2016

High Noon


 BORRADO DE LA HISTORIA
La sensacional victoria diplomática obtenida por Alcibiades Hidalgo es hoy parte del cada vez más grueso legado de historia y protagonistas censurados por el gobierno cubano. Pero este momento de tensión (que él, con cierta benevolencia llama ahora “a la expectativa") tiene un valor simbólico y diríase que hasta heroico. Es el 24 de noviembre de 1992. A las 12.00 M. En el salón Plenario de las Naciones Unidas. Una solitaria criatura enfrenta la batalla de su vida.

Una crónica de Alcibiades Hidalgo

Estados Unidos acaba de condenarse a sí mismo en Naciones Unidas. Optó por la pirueta de abstenerse ante un tema que lo reprueba, el más públicamente incómodo para su diplomacia en los últimos veinticinco años. La resolución que carga el largo título “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos contra Cuba” fue aprobada en la Asamblea General por 191 votos a favor, ninguno en contra y las abstenciones de Washington e Israel.

El tema fue llevado a votación y aprobado por primera vez en 1992 en ese mismo foro, bajo mi desempeño como Embajador de Cuba ante la ONU. Fue entonces una sorprendente victoria diplomática. Por primera vez tras desaparecer la Unión Soviética adversarios y aliados de Estados Unidos lo mencionaban por su nombre de esa manera en un foro internacional. El New York Times publicó en primera página el resultado como si se tratara de un apabullante partido de baloncesto: Cuba 59; USA 3.

La noticia recorrió el mundo, fue aplaudida en la atiborrada sala y vitoreada en Cuba. Fidel Castro ignoró aquel gol de oro de la diplomacia de la isla y más bien concluyó que ya era hora de prescindir de mis servicios. Y así lo hizo poco después.

La Habana estaba más ocupada en aplacar las expectativas internas ante la resolución. El canciller Ricardo Alarcón, a quien yo había sustituido en Nueva York, fue encargado de aclarar a toda prisa que Estados Unidos no estaba obligado a acatar el criterio mayoritario de la ONU. Para Washington el tema tenía un origen estrictamente bilateral. Y así continuó siendo hasta la votación de este año.

Había sido precisamente la reciente aprobación de la Ley Torricelli, que intentaba sanciones a terceros países que comerciaran con Cuba, la que impulsó en 1992 aquella inédita rebelión en la ONU.

Con ese as en la manga presenté el caso ante el plenario. En el tenso debate que precedió al voto, el embajador de Australia, Richard Butler, se encargó de resaltar con sorna el abismo, que según sus palabras, existía entre el beligerante título y el breve y desapasionado contenido de la resolución. Los países occidentales que la respaldaron votaban por la amenaza implícita a la libertad de comercio.

Además de la meticulosa redacción que permitió el apoyo occidental al texto, su aprobación fue el resultado de un intenso lobby tercermundista y la oportuna inscripción a última hora del tema, al que entonces Estados Unidos prestaba poca atención. Entre otras sutilezas, pasó inadvertido que el bloqueo condenado en el texto oficial en español se convirtiera en embargo en la versión inglesa.

Tras sortear obstáculos inesperados, como el interminable discurso del embajador iraquí Nizar Hamdoon, que dedicó su turno a reclamar, ante todo, el fin del embargo a Saddam Hussein —provocando la posible postergación de la votación que hubiera permitido a Estados Unidos retorcer algunos brazos—, llegó el final del debate y el momento de solicitar la votación. Esa facultad del país promotor, había sido declinada por Alarcón el año anterior ante el temor de una derrota. Esta vez, a su paso por Nueva York semanas antes, el canciller dejó sobre mis hombros la responsabilidad de decidir “sobre el terreno” y llamar al voto. Además del resultado favorable de 59 contra 3, se contaron 71 abstenciones y 46 ausencias de la sala, entre ellas la de nuestros cercanos aliados de Angola, una clara muestra del pavor que inspiraba tomar partido.

En un cuarto de siglo mucho cambió. Cada año fueron más los países que pidieron el fin de las sinuosas sanciones y creció la inevitable polémica sobre su utilidad, hasta llegar a esta casi unanimidad. Alexander Watson, el embajador de Estados Unidos que respondió a mi discurso de 1992, es hoy un activo partidario del fin del embargo, al igual que el presidente Barack Obama. Miguel Álvarez, el ex asesor de Alarcón que aportaba los datos al discurso, cumple en Cuba 30 años de prisión por supuesto espionaje y para la historia oficial el debate de 1992 nunca ocurrió. Fue expurgado, junto con mi nombre, de todas las referencias posibles. Como Trotsky de su foto junto a Lenin.

Publicada como “Al fin unánimes” en La Tercera de Santiago de Chile.

lunes, 17 de octubre de 2016

Jerry Lee en las vísperas


¿Ven esa expresión, digamos, angelical? Pues no se la crean. No le crean nada a acá, el compañero can. La foto la hizo Niurka, mi mujer, el día anterior a que esta criatura celebrara su primer cumpleaños —el pasado viernes 14 de octubre. Ese es el tiempo que él ha empleado en trozar siete controles remotos de televisor, masticar sin contemplaciones una docena de cidís (menos mal que ninguno de Elvis), dos libros de Scott Fitzgerald, la cubierta de una edición especial de Moby Dick y las portadas de las tres ediciones de la libertad de la revista Bohemia, desenrollar hasta el tubito de cartón (que luego es macerado) incontables rollos de papel higiénico, tres pares de sandalias de Niurka, dos pulóveres míos de dormir, un cartucho doble de tinta del printer (no se envenenó), un pomo extragrande de PepCid (todos las pastillas a salvo en el piso; él de lo que se encargó fue del pomo. Sonaba crack crack crosh chup), y, sin que lo olvide, todos los bordes de la alfombra que cubre la escalera y que vale una fortuna cada vez que el guatemalteco viene a repararla. En fin, qué contarles. Dicen los manuales que los cocker son perros de trabajo, y que si no les das trabajo, ellos mismos se los agencian. Se convierten en self-employers, como dicen los textos especializados de los gringos, tan graciosos ellos. Self-employers ni un carajo. Crack. Crack. Crosh. Chup Cracarapuchún. Chump. Chump. ¿Jerry Lee, coño, que te estás comiendo ahora? ¡¡Jerry Leeeee!!

jueves, 29 de septiembre de 2016

sábado, 10 de septiembre de 2016

¿Y en cuál playa va a poner Curbelo su muro?


Carlos Curbelo: Mi Familia llegó aquí buscando libertad y dispuestos a trabajar.


 
Padre: No fue fácil.



Madre: Pero perseveramos y triunfamos.



Carlos Curbelo: En el Congreso lucho por las familias que tanto trabajan para superarse. Y para eliminar el fraude y el abuso en el sistema migratorio.



Carlos Curbelo: Este país nos ofrece oportunidades sin límites. No podemos permitir que nadie abuse de su generosidad.



Carlos Curbelo: Soy Carlos Curbelo y apruebo este mensaje porque quiero honrar los sacrificios de tantos y dejar un mejor futuro para las nuevas generaciones.


Las imágenes alrededor de la mesa de los Curbelo proceden de “Generosidad”, el anuncio pagado de campaña electoral para el Congreso colgado en el sitio CURBELO TV. Los textos al calce transcriben los parlamentos de la familia. Se trata a fin de cuentas de la Ley de Ajuste Cubano y del arribo de cubanos hacia estas costas, tan cercanas presumiblemente a la apacible estancia utilizada como locación para grabar el mensaje del congresista federal que busca su reenganche en la posición. Pero la idea chapotea en una ideología tan enrarecida como injusta: las oportunidades de libertad, el progreso que sus padres encontraron en Estados Unidos, debe ser negada a los cubanos que vienen atrás. Algunos de ellos son los infelices que pueblan las imágenes intercaladas por el bloguista. Todavía ninguno de ellos lo sabe, pero hay un congresista de origen cubano dispuesto a escamotearles todas las esperanzas.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

We the happy few



Norber, parece que los años ya están haciendo mella en la memoria.

Realmente no me acordaba de este hombre. Sí es (o era) de la escolta. Chofer alterno del cmdte.

Me pareció a primera vista muy desaliñado. Con un traje que me resultaba fuera de talla.

Quizas ese mb es otro auto que tienen ahora para la casa.

Consulté la foto con alguien que era de la seg. personal. y me recordó.

SORRY...

PERO… LA ELEGANCIA EN NUESTRO TIEMPOS SÍ ERA UNA PREMISA —DESDE LA EPOCA DE CELIA QUE ERA LA QUE SE OCUPABA DE ESOS DETALLES.

LA MADRINA, LE DECIAN LOS DE LA ESCOLTA.
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Felote, mientras sea solo en la memoria, no tienes drama.

Por un problema de lealtad con los lectores, y para continuar aprendiendo, aclaremos. Pero nosotros, firmes. Duros hasta en los errores.

lunes, 5 de septiembre de 2016

De los hombres
armados y su elegancia


Felote,

Me encontré esta foto en Internet y me parece muy buena. La personalidad de ese guajiro es impresionante. Tiene todas las trazas de ser de la escolta de Fidel (o de haber sido). Dime si sabes o te acuerdas quién es y el modelo de pistola.

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Norber

No lo conozco.
No me parece que haya sido de la escolta.

De todas formas revisa:
- Uniforme muy grande para un escolta de Fidel.
- El Mercedes es un 350 o menos.
- Cuando Fidel empezó a usar MB, la escolta tenía AK74.
- La pistola me parece una P-38 o quizás una checa grande.

Ojalá te ayude en algo.
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Cojones, tremenda ayuda. Has acabado con el tipo. Y siempre un dato precioso y preciso: "Uniforme muy grande para un escolta de Fidel". Es decir, se cuidaba el porte y el estilo. Y esa historia. Es inagotable.

Gracias, Felote.

sábado, 13 de agosto de 2016

Qué será, será



“Para los Castro lo que pase después no es su problema”

Una entrevista de Pedro Schwarze

Fidel Castro se adelantó a su cumpleaños número 90 en abril, en la clausura del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). “Pronto deberé cumplir 90 años. Nunca se me habría ocurrido tal idea y nunca fue fruto de un esfuerzo. Fue capricho del azar. Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno”, dijo en un claro mensaje de despedida en público. Las nueve décadas Castro las cumple hoy y lo hace en mejor forma que a los 80, eso sí ya jubilado, observando la aplicación del plan de reformas de su hermano Raúl y con las relaciones restablecidas con Estados Unidos.

El escritor cubano Norberto Fuentes, autor de La autobiografía de Fidel Castro y ex miembro del círculo estrecho de Fidel y Raúl Castro, explica en esta entrevista telefónica con La Tercera -desde Miami, donde vive- el momento que está viviendo el líder histórico de la Revolución Cubana, las preocupaciones por el futuro y el papel que juega hoy como dirigente retirado.

¿A sus 90 años Fidel se convirtió en un monumento viviente?
El es muy vanidoso. El ha convertido el país en un monumento de toda su actividad. El presidio de Isla de Pinos; el Cuartel Moncada; Playa Girón; la esquina de 12 y 23, donde declaró el carácter socialista de la Revolución, donde quiera que estuvo e hizo algo, es decir, el país completo, está lleno de marcas y monumentos dedicados a él. Cuando llegó a La Habana, en enero de 1959, vio un busto de él camino hacia el campamento Columbia, que lo llamó después Ciudad Libertad, y lo mandó a derribar, y decretó que no podía haber ningún cuadro ni fotografía en las instituciones oficiales. Pero eso proliferó, porque era la gente la que lo hacía, la gente expresaba así su devoción por él.

Pero ahora él está fuera de escena, lo tienen en el retiro, y cada visita extranjera va a verlo, salvo Obama, como si fuese parte de un tour.
Sí, yo creo que lo exhiben. Pero eso de que esté retirado todavía está por verse. Habrá que esperar a la desaparición física de él y del hermano (Raúl) y de ese gobierno, para saber qué pasó ahí, para saber si ahí hubo una conspiración. Como uno nunca sabe cuál es la conspiración, cuál es de verdad la bronca entre los dos hermanos. Sí las había, yo fui testigo de eso, pero a la hora del peligro los dos se unían como un haz inextricable, donde no había forma de entrarle. No sé hasta dónde llegan las conversaciones secretas, las reuniones de ellos por las noches, hasta dónde llega eso.

Hace 10 años, le pregunté a usted si Fidel estaba preocupado de la sucesión, y me dijo que no pensaba en eso. Ahora, ¿estará preocupado del futuro?
Es un problema de conceptos y algo que yo he aprendido con ellos. Ellos viven en una dinámica en la que no entra la muerte. Ellos lo saben perfectamente, porque han matado y han visto la muerte muchas veces. Además, ellos han utilizado la muerte para eliminar problemas. O sea, cuando ellos sean los eliminados del problema, ¿qué les importa a ellos qué es lo que va a pasar? Lo que pueda pasar después es problema de los del después, no es un problema de ellos. Y así lo han dicho, los jóvenes piensan a su manera, es un problema de ellos. La estrategia y la táctica de la Revolución Cubana es preocuparse de la vida cotidiana, del diario. Y ahí es donde ellos han ganado. Aparte que la sucesión van a ser los hijos de ellos, los primitos.

En estos 10 años salió a la luz la familia de Fidel Castro. ¿Por qué? ¿Por una necesidad de Fidel? ¿Porque se quedó sin amigos?
¿Sin amigos? Tiene todos los amigos del mundo. Van allá a rendirle, cualquiera. Ahora, él nunca ha tenido amigos o no sabemos quiénes son sus amigos. Dicen que él tiene amigos aquí y allá, amigos que él ha preservado, que son sus amigos, que él los visita. Fidel ha sido un celoso defensor de su vida íntima.

¿Y por qué su familia salió a la luz?
Porque ya no está en el poder, ya no es un dirigente, por lo menos públicamente. Porque ya el gobierno lo tiene en la mano Raúl Castro. Fidel lo que tiene es a su familia. Dicen que está pintando. Parece que es un destino de los presos y de los dirigentes. (George W.) Bush también está pintando.

Fidel y Raúl Castro siempre han jugado a ser el policía bueno y el policía malo. ¿En los últimos años se invirtieron los roles? ¿Ahora Fidel aparece más como el policía malo y Raúl como el policía bueno? 
Puede que a los ojos del público eso sea así. La gente en Cuba adora a Raúl Castro, pero lo adora por las malas razones, en mi opinión. No las razones revolucionarias. Fidel es la revolución y la revolución es algo duro, áspero, violento, sanguinario a veces; el otro es un reformista. Lo dijo él en el congreso del partido, que “aquí hay dos partidos, igual que en Estados Unidos: el de Fidel y el mío. Fidel dice que le den el de los comunistas, él es comunista, el mío pónganle el nombre que quieran”. Fidel representa esa voluntad y la gente en Cuba en definitiva lo que quiere es hacer negocitos. Para la gente en Cuba la revolución ya se terminó, de una u otra manera. La gente lo que quiere es poner una bodeguita, un restaurancito, buscarse los centavitos en los negocios. Y cada día el debate ideológico se extingue más. Los que quedan para la discusión ideológica son cada vez de más bajo registro, porque la gente inteligente en Cuba está dedicada a hacer negocios, a ganar dinero, y eso es lo que hay que hacer.

¿El mensaje que Fidel Castro quiso dar en el último congreso del Partido fue despedirse?
Que se acabó la película. Fin. Ahora se encienden las luces y toda la gente se va para su casa. Lo que quiso decir es “oigan señores, llegué hasta aquí. Me he metido 60 años aquí en el poder, dándole sansa a ustedes, a los americanos, los rusos, a todo el mundo, y me voy. Se acabó. Y aquí le dejo esto a mi hermanito”.


viernes, 12 de agosto de 2016

Fidel era su mismo sueño


El 31 de agosto de 1986, luego de un interminable viaje de 17 horas desde La Habana, con escala en Islas de Sal, frente a Cabo Verde, Fidel Castro llegó a Harare (Zimbabwe) para participar en la conferencia cumbre de los países no alineados. Se instaló en el chalet de las afueras de esta ciudad que le habían adquirido y preparado los especialistas del Ministerio del Interior y que luego serviría como residencia permanente del embajador cubano. Había un jardincito amurallado contiguo a la puerta principal y el chalet era remoto y el mediodía sin sobresaltos cuando Fidel salió al patiecito desde adentro de la casa, enfundado con una bata de casa morada, que le caía hasta los tobillos, y pantuflas. Comenzó a dar unos pasos, las manos en los bolsillos de la bata, cuando advirtió la presencia de una docena de sus colaboradores arremolinados en el parqueo contiguo a la muralla y regresó a la casa. Entonces el que salió al patio fue el coronel Joseíto —José Delgado— el jefe de su escolta, que se viró hacia el grupo y dijo, en un auténtico tono de súplica: “Caballeros, coño, salgan de esa entrada y no miren más para acá, para que él se crea que está solo.” En todo el transcurso de mi experiencia cerca o junto a Fidel, éste lo tengo registrado como el momento más patético. Demasiado inteligente para saber que su soledad era un imposible, parecía contentarse con la creencia de una ilusión. No obstante —y eso quedaba por descontado— era una soledad que se garantizaba por el despliegue de una compañía reforzada de los rangers de Tropas Especiales traída desde La Habana para la ocasión y armada hasta con cohetes antiaéreos portátiles.

Implícito en la escena, ese cierto patetismo —término que no empleo peyorativamente—, es debidamente revelador de una personalidad en permanente lucha por asegurarse un perímetro de intimidad y hacerlo inviolable. Esto se expresaba, más bien se justificaba ideológicamente, de muchas maneras y ofrecía además unos dividendos inesperados. La idea, en palabras del mismo Fidel, era que no debía mezclar su vida personal con la política. En ese caso, por decantación, nada mejor que su guardia pretoriana para trazar y defender la frontera. Era donde hacía acto de presencia su verdadera preocupación: disponer del mejor servicio de escolta del mundo. Idea y escolta que luego le sirvieron (lógico) para darse la gran vida en francachelas con el empleo de sus misteriosas casas de seguridad o, como ocurrió en una época, para eludir la persecución constante que Celia Sánchez —su compañera de guerrilla en la Sierra Maestra— le montó por toda Cuba cuando supo de los devaneos amorosos de Fidel con Dalia Soto del Valle.

En lo tocante a su familia, vale contarlo, este concepto de reducto fortificado resultó defendido aún con mayor encarnizamiento. Estoy hablando de la familia verdadera, de esta señora, su mujer, Dalia, y de los cinco hijos tenidos con ella, en orden decreciente: Alex, Alexis, Alejandro, Antonio y Ángel. De vez en cuando, en los últimos tiempos, surgían algunas fotos de la intimidad familiar y se publican fuera de Cuba pero la explicación del establecimiento sobre estas filtraciones es de resignación: normal que ocurriera porque cada uno de los muchachos había crecido y han cogido su rumbo. No los podían tener siempre bajo protección del feudo. En realidad, bien mirada las cosas, pese a las escasas fotos publicadas en revistas de chismes fuera de Cuba, fue un triunfo del servicio de Seguridad Personal, porque hasta la mayoría de edad nunca hubo acceso ni siquiera a la imagen de los jovencitos.

Todo partía en su origen de un criterio elaborado por Fidel —que era político (aunque él quisiera revertirlo como un asunto de seguridad)— y, en sus propias palabras, muchas veces vertidas en el círculo más estrecho de sus amigos, es el de no contaminar a su familia con el resto de sus subordinados.

Y no era solo para el vulgo. Ni siquiera Raúl Castro había tenido acceso a esa familia y sus predios durante mucho tiempo. Raúl se volvió loco de alegría el día que su hijo Alejandro, ya con más de 20 años de edad, vino a conocer finalmente a un par de sus primos, dos de los hijos de Fidel, de forma casual en una fiesta. Fue una ocasión de exaltación para el general de Ejército y jefe de las Fuerzas Armadas (y actual Presidente de la República), al enterarse, y llamó a los subordinados que tuvo a la mano y mandó a buscar vodka para brindar por el encuentro. Y no solo el contacto de unos primos. El acceso de Raúl y sus familiares, al igual que el de cualquier otro ciudadano, a la piscina térmica bajo techo de la afamada clínica CIMEQ, estaba prohibido cuando Dalia la iba a usar.

Las explicaciones para la conducta de Fidel y para el manto de protección en el que hacía vivir a su familia pudieron ser múltiples pero el argumento básico terminaba inexorablemente en la CIA. Claro, ésa era también una explicación externa. Y yo diría —producto de mis observaciones “at close range” del personaje—, que las razones pueden ser tan íntimas como las que reveló el coronel Joseíto aquella mañana de Harare. Sentirse solo. (Aunque ya debe ser muy tarde para que revierta el curso.) Así pues, hasta ahora, lo que hemos tenido es a un hombre que emite señales de distracción de manera constante, metódica. En fin, un hombre revestido de una coraza de enigmas y que contaba con el apoyo de todo el aparato represivo de un Estado para lograr su objetivo. Un objetivo que ahora, con el paso del tiempo, y en el momento que cumple 90 años, se no presenta difuso, enrarecido. ¿Hacia dónde iba? O, peor aún, ¿hacia dónde nos llevaba? 90 años, por Dios. Si descontamos los primeros, invertidos en la bucólica infancia del hijo de un terrateniente y su necesaria educación y de campeón de baloncesto bajo la égida de los jesuitas, el resto, más 70 años, desde que comenzó su fogueo de político y pistolero en la Universidad de La Habana, hasta que se ganó su puesto como el último líder del movimiento comunista internacional, lo que nos arroja es un gigante que se nos escapa al otro lado de cortinas de humo, engañifas, maniobras de ocultamiento y cotos cerrados. Curioso que este hombre al que todos nosotros, sus contemporáneos, en algún momento veneramos, y hasta amamos, sea todavía un enigma y que al final lo único que nos vaya a dejar de él sea una abstracción.

Publicado como “I novant´anni di solitudine dell´ultimo comunista” en La Repubblica.



miércoles, 29 de junio de 2016

La lealtad mata


Era un cuadro joven, con una rara cultura humanista dentro del hard core cubano, ambicioso (claro está) y firmaba sus reportes a Fidel desde el extranjero, si se trataba de alguna misión secreta, con el nombre de guerra “El Jabao”. Raúl, el actual presidente del país, decía que era lo que “más yo quiero en este Comité Central¨. Hace 27 años, durante el proceso que marcó con sangre, miedo y resentimiento la historia de la Revolución Cubana y que conocemos como la Causa Número Uno de 1989, este compañero ocupaba el cargo de secretario ideológico del Partido Comunista de Cuba. Quizá por ocupar la altísima posición pensó que, a su vez, se hallaba por encima de los acontecimientos. Uno no sabe si él estaría ahora en disposición de aceptar que no escuchó las advertencias de este autor, que era además uno de sus mejores amigos. “Tú eres el próximo, brother”, fueron exactamente las palabras de alerta. Carlos Aldana Escalante. Es el de la gorra azul de pelotero y como que oculto detrás del grupo. La foto (de la que se hizo este cropping) fue archivada el 22 de mayo de 2012, y enviada a manos amigas, en la Florida, el 15 de diciembre del 2015. La imagen —innecesario señalarlo—, tiene muy baja resolución y no alcanza los requerimientos profesionales para su publicación. Pero es un testimonio asfixiante. Muestra el valor que Fidel y Raúl Castro le pueden dar a sus más cercanos colaboradores el día que les resultan innecesarios. La decisión de mostrarla en este blog es porque el próximo día 13 de julio se cumple otro aniversario del fusilamiento del general de división Arnaldo Ochoa, del coronel Antonio de la Guardia, del mayor Amado Padrón y del capitán Jorge Martínez, uno por uno, empezando por Martínez y terminando con Ochoa, ejecutados por un pelotón mixto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y del Ministerio del Interior bajo el mando del coronel Luis Mesa en un potrero a la vera de la cabeza de la pista del aeropuerto de Baracoa, al oeste de La Habana. Pese a todo, Carlos Aldana es también un sobreviviente. Me imagino que para él valió la pena.

Desde la izquierda: Laura, la hija de Aldana y su hija; detrás, alguien no
identificado; Carlos Aldana, la hija de Carlitos, Carlitos (un excelente instructor
de cazas interceptores MiG-21, bajado de vuelo desde el defenestre
de su padre), su mujer y su hija; en la hamaca, Laura, la mujer de Carlos,
y una niña no identificada. Solo tres personas no sonríen a la cámara.
El gesto del joven no identificado es indescifrable.


Para que el lector establezca cualquier comparación de su interés:
A la izquierda del autor, Carlos Aldana. Es el domingo 7 de febrero
de 1982, en el bar techado (nunca habilitado) adjunto a la piscina de la
llamada Casa Uno de Luanda, residencia del jefe de la Misión Militar
de Cuba en Angola. Detrás de Aldana, un personaje conocido como
“Barbarito” (quizá un apodo), ayudante de un funcionario cubano de
alto rango y especie de embajador itinerante en África, el capitán Jorge Risquet.

viernes, 20 de mayo de 2016

Renace el Cisne


El proyecto de derrocar la Revolución Cubana a través de los medios electrónicos ha tenido siempre un fuerte contrincante en las apetencias del consumidor. La población nativa —oyentes, televidentes o internautas— se inclinan abrumadoramente por el rock o las telenovelas y (razonablemente) eluden los discursos políticos. Para ver oradores espectaculares resulta insensato buscarlos en el extranjero si Fidel les servía en casa unas sesiones de peroratas interminables que, pese a todo, a los cubanos les encantaban y hasta aceptaban aguantar bajo el sol abrasador de la Plaza de la Revolución con tal de escucharle cualquier tema (o los temas) que él líder revolucionario se dispusiera a desmenuzarles. Pero el empeño subversivo se ha mantenido desde una fecha tan temprana como 1960. Una planta de radio con el propósito de animar los alzamientos contrarrevolucionarios dentro de la isla fue montada enteramente por la CIA en las Islas del Cisne, frente a las costas de Honduras y a unos 750 kilómetros de la costa sur de Cuba. Yo no sé si en Langley guardan los archivos de las trasmisiones, pero la cantidad de veces que los vengativos ejércitos de la contra capturaban a Fidel Castro y merecidamente lo ajusticiaban, se convirtió en un boomerang propandístico. Y. no obstante, la idea de la maniobra se mantuvo hasta nuestros días. Y así las cosas, en los años subsiguientes, conocimos diversas denominaciones del proyecto, y la CIA y el Pentágono y la Casa Blanca, desoyendo igualmente la máxima irrebatible de Von Klausewitz: todos los generales se preparan para la guerra anterior. Esas últimas denominaciones fueron Radio y Televisión Martí. Llevan en eso, más de 30 años. Entonces aparece la última versión de las posibilidades tecnológicas aplicadas a la restauración contrarrevolucionaria o su propósito más acabado que es la invasión militar sin necesidad de gastar un solo hombre. Si acaso, prendemos la chispa de la insurrección y allá que se maten los cubanos. Luego desembarcamos tranquilamente y montamos nuestros negocios. El invento es la Internet, el de efecto inmediato: el Wi-Fi. Ya no cabe la menor duda que los cubanos se van a lanzar hacia sus pantallitas digitales sedientos, desesperados de la información que les va a brindar las empresas periodísticas “del norte”, o lo que es peor, de Miami, donde los oráculos son unos deslucidos vejetes tan ajenos a la era digital como el ultimo neandertal frente a un piano. Mas la Primavera Árabe brilla con un fulgor de aurora boreal en el horizonte. Por qué razón si hasta a Mubarak lo expulsaron del poder en Egipto, gracias al poder de los celulares, los cubanos no van a asaltar el Palacio de la Revolución al ritmo de una simple tecla de sus recién importados móviles. Además, fíjense incluso que los gobernantes cubanos no parecen darse cuenta del peligro y han abierto unos spots en La Habana para que los muchachos puedan conectarse allí a través de la maravilla insurreccional del Wi.Fi. Y ahí los tienen. Todos ellos concentrados en distintos puntos de la ciudad. Y, por supuesto, el Buro de Lucha Radioelectrónica es ajeno por completo a la actividad, y el robusto mulato del Departamento 40 que, vestido de paisano, se te sienta al lado y también trajina con su adminículo digital está mucho más interesado en lo que tú lees que en su propia pantalla. Bien pues, solo queda esperar. No sin olvidar (por aquello de la experiencia histórica) el año de 1960, en el que bastó con que Cuba hiciera sobrevolar el avión de más largo radio de vuelo que disponía en su Fuerza Aérea, un cachazudo C-47 de la Segunda Guerra Mundial, y diera dos pases sobre el diminuto atolón hondureño (no disponían de combustible para más), y regresaran a casa. Evacuación inmediata del personal dislocado en Islas del Cisne. Pero se estiman que siguieron trasmitiendo hacia la isla los mismos tapes de su avance arrollador hacia la capital del país hasta que ocurrió la debacle de Bahía de Cochinos, en abril del año siguiente.

Versión en italiano publicada el 19 de mayo de 2016 en La Repubblica como “La libertà di Cuba nelle notti illuminate dal wi-fi”, para acompañar el ensayo fotográfico “LA RIVOLUZIONE DEL WI-FI” de Valderio Berdino.

Foto arriba: el arriesgado aterrizaje —una pista en extremo corta y los permanentes vientos cruzados (tradewinds) por la derecha— en la Isla del Cisne, y para encontrarte solo coral, iguanas y unas cuantas vacas. Abajo: Una de las imágenes de la colección de Valderio Berdino. El rostro de un guerrero se mantiene como imagen emblemática de un país.

domingo, 17 de abril de 2016

El último congreso


Pedro Schwarze

El Partido Comunista de Cuba (PCC) comienza este sábado su séptimo congreso con la promesa de convertirse en una reunión histórica. Eso porque es el primero desde el comienzo del proceso de normalización de las relaciones con Estados Unidos y porque será el último antes de que Raúl Castro, de 84 años, deje el poder en 2018. Precisamente por eso, una de las grandes apuestas del congreso es que allane el camino para el relevo de la llamada generación histórica, es decir, la que junto a los hermanos Fidel y Raúl Castro hicieron la Revolución en la Sierra Maestra.

El otro gran desafío es el de ahondar en las reformas económicas iniciadas por Raúl Castro y que marcaron el congreso anterior, celebrado en 2011, donde se aprobaron los “lineamientos” para la “actualización” del modelo económico socialista. Sin embargo, cinco años después sólo se han implementado el 21% de esos 313 objetivos, mientras que el 77% está en proceso, según el diario Granma, el órgano oficial del PPC.

Con esto en la mira, los mil delegados se reunirán hasta el próximo martes en el Palacio de Convenciones de La Habana. Oficialmente la reunión del único partido de la isla debe “dar continuidad” al congreso previo donde se aprobó la apertura económica. Pero, a diferencia del congreso de 2011, que fue precedido por tres meses de discusiones de las bases (163.000 reuniones, según Granma) por todo el país, éste ha estado marcado por el hermetismo.

La cita coincide con fechas significativas del calendario revolucionario, ya que hace 55 años Fidel Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución y se produjo la fallida invasión de Bahía de Cochinos.

En este VII Congreso del PCC los delegados debatirán varios documentos centrados en el cumplimiento del plan de reformas de mercado. Según cifras oficiales, medio millón de los 11 millones de cubanos, es decir, en torno al 5% de la población, trabaja en el sector privado. El gobierno de Raúl Castro ha centrado parte de sus esfuerzos en atraer inversiones extranjeras para darle un nuevo aire a la aún estrecha economía cubana.

“Garantizada la estabilidad de los vínculos internacionales gracias al restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos, Raúl podrá concentrar todas sus energías en allanarle el terreno a la nueva generación de gobernantes cubanos, esto es, y dicho de manera tajante, lograr el tránsito hacia el capitalismo”, destacó el escritor Norberto Fuentes, ex miembro del hard-core cubano y autor de La autobiografía de Fidel Castro.

Precisamente el tema generacional es un factor clave. El mismo Granma sostiene que el delegado más viejo tiene 92 años (Fidel Castro, con 89 años, también se cuenta entre los delegados, aunque no se sabe si estará presente) y el más joven, 27 años. Sólo 55 de los mil delegados tienen menos de 35 años, y la edad promedio es de 48 años.

Publicado en La Tercera como “El Partido Comunista de Cuba celebra su VII Congreso con el relevo generacional en la mira”, el 15 de abril de 2016.

domingo, 10 de abril de 2016

Mao y Che en una nube


El debate actual sobre las reformas en Cuba y las proximidades del congreso del Partido, rescatan una conversación sostenida entre Mao Tsetung (como se le llamaba entonces) y el Che Guevara. Ir a la nube.

martes, 5 de abril de 2016

El sencillo arte de comprar

Mike Fernández, el billonario de filiación republicana, que se oponía resueltamente al levantamiento del embargo a Cuba y que ahora es un denodado condotiero desde la franquicia contraria recibe en su mansión de Coral Gables al líder de la mayoría republicana del Congreso, Paul Ryan, que por su parte, se hallaba decididamente en la posición que ahora está Fernández, convencido como estaba de la necesidad de eliminar esa traba arcaica. El congresista de Miami Carlos Curbelo escolta a Ryan hasta la suntuosa propiedad. Como es de esperar, uno de los tópicos —sino el único— es el levantamiento —o no— del embargo.

Podemos discernir, pues, con facilidad, que el contenido de la reunión de unas tres horas de duración en el bastión de Mike Fernández fue el dinero. El dinero de Mike (quiero decir, una parte mínima de esa fortuna) y la campaña de reelección de este congresista republicano de nombre Carlos Curbelo.

Descartado el sentido político de la reunión —político en el buen sentido de la palabra—, no puede haber ocurrido otra cosa que un compromiso. Con lenguaje más o menos refinado, la cosa debe haber transcurrido de la manera que ustedes se imaginan. Suelta la plata, Mike, que si ganamos, hacemos que el Congreso levante el dichoso embargo. Pero de aquí a allá mantenemos tranquila, callada, y controlada a la base republicana in Miami.

Ciertamente, no hay manera de creerse que Ryan haya viajado de tan lejos con el solo objetivo de ganarse un votante a favor de un insulso congresista local. La presencia no puede haber tenido otro objetivo que demostrarle a Mike Fernández, con toda solidez, que una vez que Curbelo fuese reelegido como congresista, el liderazgo republicano apoyaría la eliminación del embargo.

Quiere decir que el compromiso de Curbelo, avalado por Ryan, de eliminar la tan llevada y traída ley (pero solo después que aseguren su victoria) es una oferta inobjetable. Basta con apoyar monetariamente a Curbelo en contra de cualquiera de los contrincantes demócratas —¿Annette Tadeo? ¿Joe García? (Todavía está por decidirse el elegido, aunque ambos están determinados a pelear por el levantamiento del embargo).

Sin embargo, yo tengo un consejo para el negociante cubano. ¿Por qué no le suelta igualmente una mesada a los demócratas? En definitiva, así garantizaría que la victoria de cualquiera de los dos redundará en su beneficio. Es el momento de apostar a los dos caballos, Mike. Acuérdate del viejo refrán: El que parte y reparte, se queda con la mejor parte.