martes, 9 de febrero de 2016

El crimen está en la sopa

"Si él dijera que es buena... acá dirían que es mala y la prohibirían. ¡¿Por qué ese cretino de Fidel Castro no dice que la sopa es buena?!"


La elucubración de Mafalda en su episodio clásico contra el consumo de sopa, es lo primero que me viene a la mente mientras conozco las insistentes tiradas de Radio y TV Martí contra el funcionario de la cancillería cubana Gustavo Machín. Tiene lógica que la cojan con “Tavito” en un sitio que ha caído en manos de unos muchachones procedentes de la última hornada del viejo y gastado conflicto cubano americano. Para mí es evidente que quieren sepultar con innuendos y medias verdades —o algo así como los “factoides” que tanto desprecio causaban en Norman Mailer— la más rampante de las situaciones: que todos ellos son la misma cosa. El mismo personal. Intercambiables, si se quiere, entre unos y otros. Tavito y ellos. Todos vecinitos de las mismas cuadras del Nuevo Vedado, todos hijos de dirigentes y todos tranquilamente a la espera de que el maná del poder les cayera, no del cielo en este caso, sino de las manos de sus padres. Y aquí, desembarcados en estas playas tras los cantos de sirena de los acérrimos enemigos de sus progenitores, pero desesperados por abrirse un camino en la política (que ellos la asumen igual que en Cuba, donde política es poder de manera automática) y dado que la CIA se ha vuelto en exceso tacaña con los patriotas cubanos (no abre la billetera ni para una beca), esta parte de la tropa se ha ido colando en Radio y TV Martí. Tch tch. Grave error. No agarraron allá, ni van a agarrar aquí. Esa es su tragedia. Llegaron tarde a la Revolución, pero también a la contrarrevolución. Y es así que vienen a escanciar todos los chismecitos de lo que era su vida en el barrio. Los niñitos bien del comunismo cubano se adueñan de una emisora del gobierno americano para soltar sus cuitas. Es decir, pueden apostar que lo mismo podría hacer Tavito con ellos, de ser él quien estuviera aquí y los otros allá. Se me ocurre, en esa línea de comunicación, que el Gobierno americano ponga una emisora al servicio de las miles de mujeres despechadas por los miles de tarros que sus maridos cubanos les pegaron (¡como nos íbamos a enterar de cosas!). Y —¿por qué no?— otra para esposos cornudos, que en mi sexo también los hay —y al parecer en abundancia (menos información a trasmitir, desde luego, porque los varones somos más bien remisos a exponer tales trances del infortunio). Y qué tal una de homosexuales abandonados por sus consortes. Mariela Castro, la hija del gobernante Raúl Castro, y su oficina de defensa de los gay pueden colaborar en eso último. Sería un modelo de interacción entre instancias de los dos gobiernos y una forma realmente ocurrente de que La Habana comenzara a simpatizar con las malditas trasmisiones.

Regresemos a Tavito y a los chicos malos. Fueron a las mismas escuelas, los padres los abastecían de los mismos jeans (porque viajaban a las mismas capitales occidentales) y al final todos egresaron de la Vocacional Lenin o de las academias militares “Camilo Cienfuegos”—los Camilitos. Pero había uno realmente sufrido. Pobre Tavito. Vivía dándose cabezazos contra las paredes de una fatalidad, una inamovible: primero, hijo de un mártir de la Revolución (Gustavo Machín, participante de la aventura guerrillera del Che en Bolivia y ametrallado el 31 de agosto de 1967 en la emboscada de Vado del Yeso), luego hijastro de otro combatiente legendario (Raúl Díaz Argüelles, primer jefe de las tropas cubanas en Angola y caído el 11 de diciembre de 1975 al cruzar el rio Mabasse y accionar una mina antitanque con su blindado). Así lo conocí yo, en Panamá, cuando estaba al frente de los negocios de MC —la después célebre organización que dirigía el coronel Antonio de la Guardia “Tony” para los negocios furtivos de la Inteligencia cubana. Un puesto más que envidiable en esa época de la Revolución Cubana. Tony lo tenía instalado en un lujosísimo apartamento, el número 7B, del edificio Torre del Mar, en calle Heliodoro Patiño, Punta Paitilla, Ciudad Panamá, desde cuyo balcón contemplábamos, temprano en las mañanas o al atardecer, el saliente o el llenante del océano Pacífico en este recodo de la costa panameña, apoyados desde luego por algún tonificante vaso de scotch y donde Tavito se las pasaba con su lamento de que lo ayudara con mis relaciones a buscar alguna posición de combate, pero de verdadero enfrentamiento directo con el enemigo. La verdad es que siempre fue un muchacho sombrío y remoto. Quería servir a la Revolución pero no precisamente como un empresario bajo la égida de la majestuosa Dirección General de Inteligencia sino en alguna situación relacionada con el martirologio. (Algún tipo de emboscadas o de campos minados o hasta se conformaba con participar de chofer en un atentado.) Recuerdo la alegría de Tony cuando Tavito por fin se arriesgó a comprarse un Rolex submarino en la Zona Libre. Unos objetos que ya por esa época estaban caritos. Tony me decía: “Coño, menos mal que este muchacho se está despertando.”

Por ahí, en los recovecos de la Internet, anda la foto de un orondo Tavito como segundo jefe del departamento Estados Unidos de la cancillería cubana en animada plática con unos empresarios yanquis de visita en La Habana. Todos locos por hacer negocios o por lo menos llevarse parte del pastel. Y en este vistoso cargo, sin duda de valor estratégico dentro de las avanzadas cubanas en sus relaciones con Washington, Tavito está de alguna manera satisfaciendo su antiguo anhelo de enfrentarse directamente con el enemigo, aunque en una tesitura mucho más suave y sin que podamos eludir que ya no es el enemigo. Parecería un chiste de Gila —¿se acuerdan?—, el comediante español que hablaba por teléfono desde una trinchera con el enemigo para explicarle que se le habían acabado las balas y por eso disparaban supositorios. En fin, aunque sea como funcionario (lo más parecido que hay a un empresario) ahí tenemos a Tavito en un emplazamiento frontal con los yanquis. Y, aparte de las sonrisas de oreja a oreja de todos los presentes, lo que más se destaca en la imagen es el portentoso Roletón en la muñeca izquierda de nuestro amigo. Así le llamábamos, en confiancita, a los Rolex. Yo veo esa joya en su muñeca y, la verdad, hasta me emociono porque me acuerdo de Tony y la felicidad que le causó Tavito al desviar algunos fondos de MC para la adquisición. Claro, es algo de lo cual no debo ufanarme en exceso y mucho menos en público. Uno, para eludir hacerle el juego a la contrarrevolución de nuevo tipo anidada en Radio y TV Martí. La otra, porque esta clase de textos suele causar en el gobierno cubano lo que yo he dado en llamar el efecto Mafalda. Vean ustedes uno de los ejemplos recientes. Hace pocas semanas publiqué una nota sobre la ignominia que significaba nombrar al general Carlos Fernández Gondín como ministro del Interior de Cuba. Un tipo con un expediente por actos de cobardía en un frente de combate designado al frente de una de las instituciones más gloriosas con que contó la Revolución Cubana no es, de modo alguno, una decisión afortunada. ¿Y qué hicieron los compañeros de las Altas Esferas cuando publiqué mi texto el 27 de octubre? Pues conferirle a Fernández Gondín el título de Héroe de la República de Cuba, con foto de Raúl entregándole el diploma acreditativo y todo. ¿Qué rayos dirá ese pergamino? Me imagino algo así como

COJONUDO POR DECRETO

O mejor aún

COJONUDO DE A COJONES

Y hasta creo que estaban en la onda de levantarle una estatua ecuestre. ¿Tú no quieres caldo? Pues ahí tienes doscientas tazas, Norbertico. En fin, que ahora lo que yo debo evadir es desgraciarle la vida a Tavito. Bastante turbación tiene con no haber conocido la gloria. No vaya a ser cosa que le cambien el Rolex por uno de los Poljot mohosos que aún deben quedarles en las reservas del Alto Mando. O a lo mejor no, a lo mejor lo tocan igual que a Gondín con su título de Héroe a la Cañona, y le dan uno de los nuevos GMT que no bajan de 50 000 dólares. Con esta gente de la dirigencia cubana tú nunca sabes con qué se te van a apear. Y en cuanto al poder, no solo son los mejores en retenerlo: son incomparables en demostrarlo.