lunes, 28 de diciembre de 2020

Crónicas marcianas



Era la época de oro de los platillos voladores, y en los terrenos donde se construía la Ciudad Deportiva —frente por frente a la fuente más pretenciosa de la capital, llamada El Bidé de Paulina por los habaneros, que honraban así a Paulina de Grau, «Primera Dama de la República», esposa del hermano del expresidente Ramón Grau San Martín— amaneció uno de esos artefactos interplanetarios. Era el martes 28 de diciembre de 1954. El ingenio, redondo, plateado y enigmático, alzaba un periscopio, que fue descrito por los periodistas como «escalofriante». Pero no daba otras señales de vida. Movilizó a la policía de la ciudad con su Estado Mayor, a un batallón blindado del Ejército Nacional y al Cuerpo de Bomberos. La isla había sido agraciada —o desgraciada— con la primera visita pública de seres extraterrestres. Esa era la realidad, a ojos vista —y en las pantallas de los televisores que ya pululaban en el país.

De repente, hacia las cuatro de la tarde, luego de medio día de expectación, se abrió, lenta, amenazadora, una escotilla de la nave y, ante el espanto general de los televidentes (a esa hora ya habían huido todos los que estaban en los alrededores, y el jefe de la policía, brigadier Rafael Salas Cañizares, pistola en mano, se parapetaba tras su Mercury de matrícula oficial), surgió una modelo, actriz y bailarina muy famosa (todo junto, reunía todas las cualidades), ataviada con un ajustado traje de navegante cósmica, sobre todo ajustado en lo que respecta la zona de las caderas y el busto, y desplegando una radiante sonrisa. Por la misma escotilla, detrás de ella, emergieron otros cuatro integrantes de un popular programa de televisión, que enarbolaban unas apacibles botellas de cerveza Cristal. Los instrumentos de una orquesta —procedentes de una grabación en cinta, que se escuchaban a través de los altavoces del ingenio— daban pie a que los cinco supuestos invasores corearan, en tiempo de chachachá, este estribillo contagioso: «Hasta los marcianos toman Cristal.»

Como se sabe, el 28 de diciembre, es costumbre —aunque cada vez más en desuso— en los países de predominio católico que la gente se gaste bromas. Bajo la cobertura de la designación religiosa de la fecha —Día de los Santos Inocentes— se permiten tales expansiones. La idea de que uno de estos artefactos (entonces no eran conocidos como ovnis) amaneciera en la plazoleta donde se construía el Palacio de los Deportes, fue de un productor de la naciente televisión cubana: Joaquín M. Condall. Los fabricantes de la cerveza Cristal rápidamente le compraron la idea y contribuyeron al montaje. Dentro de platillo, junto con los artistas, Condall sentó a un operador de sonido, con su correspondiente cabina, y él se situó, en una unidad móvil, a poco más de 200 metros a fin de trasmitir desde allí, por teléfono, las órdenes oportunas, tales como que emitiera lo que debía ser un sonido amplificado un millón de veces de una avalancha de tarántulas. Los artistas emergieron de la nave después de casi 10 horas de tensiones, asedio militar, y transmisión en vivo y directo desde la escena. Ellos resultaron ser: el obeso comediante Rogelio Hernández, el galán Armando Bianchi, y las «glamorosas» —calificativo obligado de la época—: Martha Vélez, Herminia de la Fuente y Rosita Fornés. La Fornés fue la primera en surgir a la luz de la tarde y la que acaparó la atención (llevaba el traje sideral más ceñido de todos). El programa que promocionaban y que a su vez patrocinaba la cerveza Cristal era “Mi esposo favorito”, de frecuencia semanal. Los cinco fueron arrestados de inmediato y subidos a empellones en los coches policiacos y tuvieron que pasar la noche en los calabozos del Servicio de Inteligencia Militar, a donde los condujeron. De conquistadores del espacio a carne de presidio. Marcianos o no, tenían que aprender a respetar a los institutos armados de la República, y sobre todo a su jefe, el brigadier Rafael Salas Cañizares, que, según se decía que él mismo decía, «le corto los cojones lo mismo a un revoltoso (fórmula al uso para llamar a los revolucionarios) que a un marciano con antenitas y todo». Ya en la madrugada, Julito Blanco Herrera, uno de los grandes tycoons criollos, dueño de la cervecería La Tropical, fabricante de Cristal, logró sacar a sus artistas interplanetarios de las mazmorras.


Lo que nadie recordó en Cuba entonces es que el antecedente de esta broma colosal estuvo en el programa radial de Orson Welles del domingo 30 de octubre de 1938 cuando trasmitió un episodio de La guerra de los mundos del novelista H. G. Wells en la serie radial de The Mercury Theatre on the Air, dirigida y narrada por supuesto por el futuro cineasta, que tuvo la ocurrencia de cortar abruptamente la trasmisión para ofrecer el boletín de última hora de que en efecto se estaba produciendo una invasión de extraterrestres en nuestro querido planeta tierra. Dice que la que se armó en los Estados Unidos, sobre todo en sus zonas rurales, las más desamparadas, fue de padre y muy señor mío. Se habla hasta de suicidios colectivos. Primero muertos antes que rechupeteados por unos tentáculos marcianos. Pero no el vejete de la foto allá arriba. Debe ser el tatarabuelo de alguno de los briosos Proud Boys de la tropa trumpista. Este sí que se atrincheró en su granero, presto a volarle los sesos al primer hijoeputa marciano que asomara la cabeza. Porque tienen sesos, ¿no? Verdes. Babosos. Malignos.



viernes, 18 de diciembre de 2020

Ardo

Foto: © Regino Boti, 2018
Aldo Menéndez
La Habana, Cuba, 1948 – Miami, USA, 18 de diciembre de 2020


¿Debo aclarar que este texto escrito como prólogo del libro Ojo X Ojo sobre la obra gráfica de Aldo Menéndez (Heller, Madrid, 2002) lo estoy empleando ahora como su obituario? Ardo, carajo, cómo se te ocurre despoblarnos el mundo de esta manera, tan definitiva, tan sin aviso. Eso no se le hace a los socios, coño, Ardito. ¿Y ahora dónde vamos a celebrar esas fragorosas tertulias con comelatas de la vanguardia artística de Miami —emigrada toda desde Cuba, desde luego— sentados a lo largo de tu mesa y tú empeñado en convencer a cualquier gringo de ocasión, aceptado en el convite, que el Thanksgiving tenía que celebrarse con puerco, yuca y congrí, puesto que su origen era cubano? Sólido tu argumento, la verdad, de que entonces la Florida era parte de la colonia de Cuba. Bueno, en efecto, a William Kennedy no había que convencerlo. Siempre fue un gringo comprometido con la fiesta ardiana. Y todos con los carrillos repletos de los manjares españoles de tu cocina. El ideal era puerco, congrí y yuca para los gringos. Pero paella negra y gazpacho para nosotros. Ardito, cará, qué va a ser de nosotros. Pobre Ivón. Pobre Adrián. Pobres todos.

Mi texto del 2002. Los verbos se mantienen en el tiempo presente para tratar de verlo con los mismos ojos de él, cuando lo aprobó.

OTRA GUERRA CUBANA CONTRA LOS DEMONIOS

 
La generación cubana a la que pertenece Aldo Menéndez conoció desde temprano una experiencia —“problemática” le llamarían dentro de esa misma generación— que recientemente edulcoraron en The New York Times. Andrei Sakharov, el padre de la bomba de hidrógeno soviética y luego —junto con Alexandr Solzhenitsyn— devenido una de las cabezas visibles del magro movimiento disidente soviético— es el modelo. A propósito de la biografía de Richard Loure sobre el irascible y venático personaje, establecen que la historia de la ciencia en la Unión Soviética está inflamada de paradojas que retan las preconcepciones y nos hace sentir incómodos. Contrario a la creencia habitual en Occidente de que la creatividad necesita de un ambiente de libertad, la ciencia soviética pareció ser mejor cuando las condiciones eran peores. Por lo menos seis premios Nobel fueron otorgados a físicos soviéticos en los años 30 y 40, cuando el mercurio del terror estalinista estaba en el tope del vidrio. Los cubanos conocemos las variantes de esta mecánica. No tienes que inventar una bomba de hidrógeno para aprender a valerte bajo las estructuras. Sí, ciertamente tienes que producir algo valioso y profundo porque, si sobrevives, lo primero que han hecho las estructuras es forjarte.

Quizá no tengamos otro paralelo más completo que el de los artistas del quatrocento. Pero con mayores complejidades, puesto que ha llovido mucho desde el Renacimiento, y las cosas se complicaron. Ya no nos bastaba con ser, entre los más lucidos de nosotros, esa ambiciosa mezcla de condotiero y artista, sino que debíamos explicarnos paso a paso. Cuando digo nosotros me refiero a la generación inmediata posterior a la de Fidel Castro, no exactamente la de sus hijos, sino la de sus hermanos más pequeños. Fuimos a las milicias y aprendimos en los combates y portamos armas y vencimos. Pero el ingreso de Cuba en el mundo socialista y en los grandes debates teóricos dentro de una filosofía reputadamente de avanzada, nos obligó a no ser solamente suficientes desde el punto de vista de nuestra obra sino que obligó a apoyarnos en un sistema teórico que respaldara cada pintura o cada poema. Aunque los planteamientos en Cuba fueron siempre mucho más pedestres sin un Lunacharsky o un Kandinsky o un Trostky, que ensayaban sus genios antes esos laberintos, y teníamos que conformarnos con el miedo con el que Fidel Castro regularmente se expresa sobre estas cuestiones (aunque se le agradezca siempre su naturaleza mucho más directa e impulsiva, y a veces hasta graciosa). El “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” de su declaración de 1961, fue solo un galimatías, muy conciso —y esperanzador sobre todo para los pintores abstractos, por entonces sometidos a la estólida persecución ucraniana de Nikita Serguievich Jruschov— sin duda, pero que dejó en el aire qué era dentro y qué era fuera. Pero el slogan le permitió operar con eficacia a la Seguridad del Estado y no casi siempre asimilar o apoyar a las fuerzas genuinamente revolucionarias dentro de la Revolución. Acabemos de llamar las cosas por su nombre. Entre un Aldo Menéndez ataviado como un Beatle —en un país donde las melenas no eran una moda en los 60 sino una ofensa política—, y buscando una tendencia donde moverse, y buscando después una pared donde colgar cualquiera de sus cuadros, y un René Portocarrero, la vieja morsa a la que se le permitía respirar mientras se le abastecía de pinceles, pigmentos y raciones adicionales de chocolatinas y cigarrillos rubios Visant, y podía hasta vivir en relación de matrimonio con su pareja, el aburrido y lánguido Raúl Milián, la Revolución Cubana siempre prefirió a Portocarrero. Pero había un margen. Fidel había disfrutado demasiado de las simpatías de poetas y pintores como para permitirse el lujo de fusilarnos, de tomar a uno de nosotros y pegarnos al poste de ejecuciones. Y nosotros lo aprovechábamos —el margen. Y hubo rápidamente que comenzar a reconsiderar cada uno de nuestros intentos artísticos desde conceptos que fueran a su vez revolucionarios, y era de algún modo nuestra obligación de ser políticamente correctos en un proceso que se suponía un hito de irreverencia política. De ahí que, en todas las corrientes ensayadas por Aldo y sus compañeros, hasta la fecha de hoy, lo que encontremos como una constante sea telas llenas de argumentos. No existe un milímetro de lienzo de Aldo que no sea un compuesto abigarrado de argumentos, una respuesta, un ensayo, un reto. Sería desleal y absurdo que no reconociéramos, para empezar, que ese debate era también el producto de una revolución sobre la que todos los entonces jóvenes artistas nos elevamos y nos dio una identidad internacional. Nunca conocimos el provincianismo, el mismo que ahogó a incontables generaciones anteriores de artistas cubanos. Comenzamos nuestras obras como iguales ante cualquiera en el mundo. Éramos, además de pintores o novelistas, la élite artística de la Revolución Cubana —probablemente el hecho político internacional más importante de la segunda mitad del último siglo. Y es aquí donde Aldo adquiere un papel protagónico de primera línea. Siempre fue el cosmopolita de nuestro grupo, tanto de pintores como artistas en general. Desde el deslumbramiento inicial de hallarse en Viena en el momento antes de que se acabara el mundo —su padre era diplomático cuando se produjo la crisis de Octubre de 1962—, hasta fundar talleres de serigrafía —y convencer a Fidel Castro de que abriera el bolso para importar costosísimas máquinas de impresión— y de pasearse por el mundo del brazo de los encumbrados Joseph Kosuth, Robert Rauschenberg, Julio Le Parc, Guayasamín, Mino Rotella y en especial los españoles Rafael Canogar, Martín Chirino, Juan Genovés y Cristóbal Gabarrón, Aldo ha cumplido un importante —y constructivo— desempeño cívico en las artes plásticas de la Revolución, pero lo ha asombroso y admirable es que lo ha acompañado de una obra suya personal, exigente y consistente como pocas veces se ha registrado en el país.


Y, bien, qué ha quedado de eso que reconocemos como la ultima generación bolchevique de la historia, que fue sin duda, la de nosotros, los cubanitos que —por ejemplo— manejamos las ametralladoras de cuatro bocas en Playa Girón. Tomen este lienzo de Aldo Menéndez y díganme qué diablos ven. No encuentran un solo carro blindado, erizado de bayonetas, ¿verdad? Y ni una bandera roja flameando en la farola de camino de un tren blindado. No, la cultura anterior a la llegada de todo este bagaje revolucionario a Cuba, era mulatas, con el castillo del Morro al fondo, que movían el trasero al compás de unas maracas, y tahúres, y unos obesos políticos fumadores de grandes habanos y enfundados en impolutas guayaberas blancas almidonadas. Pero, en eso, baja un ejército revolucionario de las montañas y apenas dos años después tenemos una impronta cultural de origen eslavo que, no sólo va a definir la visión nacional, sino que remodela su historia. ¿Ya descubren el por qué de esos tonos grises y cómo el sol aplastante del trópico de Cuba es sofocado en esta obra pictórica por lo demás raigalmente criolla? ¿Criolla? Si, nada que no sea criollo —y sobre todo cubano— puede someter la carga de humor a que somete Aldo Menéndez sus cuadros, qué raza, por Dios, la misma que hizo temblar a Carlos Marx cuando el santiaguero (de Santiago de Cuba) Pablo Lafargue comenzó el romance con su hija. Y ya tienen las tres claves de sus lienzos: el por qué de los argumentos, el por qué de los grises, el por qué del humor.

La clave final es una clave in motion. El adolescente que una vez, en los 60, saltó de los legendarios “performances” con Samuel Feijoó en la campiña de Cienfuegos, a integrar el equipo de diseño del Consejo Nacional de Cultura (de Cuba) en 1968 —su primer paso como profesional—, es ahora un artista que abandonó su país y ha comprendido que los límites de su última patria está en toda el espacio de lienzo que pueda estirar sobre un bastidor y de inmediato colocar en su caballete. Pero algo se mantiene. Una vez que transitas por los sofocos de esa selva de los Lenin y los Fidel y que mueres por sus ideas y te crees el por ciento de redención que te prestan, tú regresas. De un modo u otro. Para enaltecerlo o —como diría Hemingway— para destruirlo. Yo no apostaría ahora por ninguno de esos dos Aldos. Apuesto por el Aldo que —en bermudas y chaqueta de cazador, y que a veces parece un chino viejo, y que me prepara unos gazpachos fragorosos, y que es al artista cubano angustiado y eterno, con una historia personal de novela (a lo mejor la escribo algún día), y el de las audacias de sus teorías por escrito y que acumula, como pocos, una primorosa producción de pinturas, serigrafías y fotomontajes— acaba de descubrir que tiene el lienzo delante, firme sobre su caballete, blanco e inmenso como Moby Dick, a la espera del primer trazo. 
 
Foto del centro: El alfabetizador Menéndez con su padre, el miembro del Batallón 339
de las Milicias Nacionales Revolucionarias, miliciano Menéndez. Debajo, en su
estudio de Miami con el escritor Norberto Fuentes.



jueves, 17 de diciembre de 2020

“… en Cuba gobierna el miedo”

 

El joven en la foto muestra el equipamiento básico de los símbolos del poder en Cuba: carisma,
el soberbio Cohiba sostenido con señorío entre el índice y el anular y el Rolex Explorer II
que asoma por debajo de su manga izquierda. Se llama Antonio Castro Soto del Valle y
aparece confiado, tranquilo —y espera.


Esta es una entrevista con Raúl Martínez en el programa «La hora del regreso» (Radio Caracol 1260, WSUA AM 1260, Miami) trasmitida entre las 5 y 6 PM el 10 de diciembre de 2020. Siguen extractos del diálogo, editados y revisados ligeramente para mayor concisión y claridad.

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La entrevista transcurre en su totalidad más bien como una conversación. Pero una entre cubanos, o para describirla de la manera más criolla posible: entre dos cubanazos. Si no se hubiese producido a través del teléfono, pueden imaginarse la cantidad de café y tabaco que hubieran consumido y la de palabrotas a escanciar en el intercambio. Esto último el entrevistado quedó advertido desde el principio que era un error en el que no debía incurrir, puesto que la trasmisión era “en vivo y en directo”. La primera parte de la entrevista fue consumida casi por entero en preguntas personales o familiares. El segmento de interés político comienza hacia el minuto 23.19 con la pregunta de Martínez sobre la relación del entrevistado con Fidel.

Raúl Martínez: Tú conoces a Fidel, crean una amistad, tú tuviste la oportunidad de viajar con Fidel, tuviste la oportunidad de estar en la cúpula, no aceptaste ningún cargo, eh, por ejemplo, pregunta, la relación entre Fidel Castro, Raúl Castro, el Che Guevara, y te digo esto por los cuentos que yo he escuchado, no, y ahora tengo una persona que vivió dentro de eso. Primero, que a Fidel Castro no le importaba su hermano Raúl, y Raúl tenía sus problemas con Fidel, y sobre todo Fidel tenía unos problemas gravísimos con Ernesto Che Guevara. ¿Tengo información correcta o…?

Norberto Fuentes: Totalmente correcta. Fíjate, no es que Raúl o el Che… eh, Fidel despreciaba al Che.

RM: Oquei.

NF: Y le… el Che a su vez despreciaba a Fidel. Tengo de eso para hacer 200 anécdotas. Digo despreciar porque es la palabra más fácil que me viene a la mente.

RM: ¿Entrega Fidel Castro al Che Guevara para que lo capturaran y lo liquidaran?

NF: La operación de Bolivia es una cosa… eh… más que evidente. Él lo manda para allá y el agente residente [en La Paz, que] es Renán Montero, lo levantan en peso y lo mandan para La Habana porque tiene que hacerse un entrenamiento en el momento que llega el Che allí. El que entrega… El que era jefe en ese momento de la DEA, supuestamente, de la cosa de las drogas en Bolivia, es Antonio Arguedas, que es un viejo miembro del Comité Central del Partido Comunista boliviano y un agente de Cuba. El que descubre el campamento del Che es un agente de la DEA boliviana.

RM: Marcado por Fidel.

NF: ¿Eh?

RM: Pero marcado por Fidel.

NF: Embarcado completico por Fidel. Cuando Fidel se entera (se entrecruzan las palabras).

RM: Cuándo es el momento… Hubo un momento que Fidel…

NF: Porque el Che se entrega.

RM: (Insiste:) Hubo un momento que Fidel… (Rectifica:) Que el Che Guevara está en Angola y Fidel…

NF: En el Congo.

RM: ¿Dónde fue? ¿En el Congo? Yo sabía que estaba en algún lugar en el África. Y te digo son historias que he escuchado. Que ahí también Fidel trató de que lo liquidaran pero no, no pasó nada. ¿Estuviste tú en esa…?

NF: (Incomprensible al principio.) Yo le pregunté a Brian Latell, ven acá, Brian, ¿ustedes sabían que el Che estaba en el Congo? Brian, el especialista, el analista de la CIA [para los asuntos] de Cuba. Dijo: No, no lo sabíamos. Oye, Fidel, a Fidel no le faltó nada más que poner migajitas de pan desde Langley hasta el Congo para que ustedes descubrieran al Che. Entonces…

RM: ¿Y qué te dijo él?

NF: ¿Él?

RM: ¿Y Latell qué dice?

NF: Se rió. Tenemos una buena amistad.

La entrevista continúa con los avatares del Che entre Praga y Bolivia y el episodio de la entrega del Che a la tropa del capitán Gary Prado Salmón y la conversación ente este oficial y el guerrillero recién capturado. Luego hay preguntas y respuestas sobre Raúl Castro y los intríngulis del gobierno cubano hasta llegar al tema inevitable con este autor del general Arnaldo Ochoa y los mellizos Antonio y Patricio de la Guardia.

RM: El caso que tú conoces bien, bien a fondo. Y eso te causó otra vez [problemas y] que tuvieras que venir para el exilio y trataste de venir en una balsa. El caso de Tony de la Guardia, Patricio de la Guardia y el caso de Ochoa, el general, uno de los generales, que me dicen a mí que era brillante en lo que era táctica de guerra allá en Angola. Tú estuviste muy, pero muy cerca de Ochoa. Cuéntanos un poquito sobre Ochoa y sobre los De la Guardia. Yo no conocí a los De la Guardia pero me dicen que venía mucho a Miami…

NF: No mucho. Fue un par de veces.

RM: Oquei.

NF: Un par de veces después de la… de la Revolución.

RM: Después de la Revolución. Sí, sí, sí, siendo ellos después oficiales…

NF: Ellos [estudiaron] en Oakland [una ciudad de la Florida].

RM: Sí. No, y se reunían, se reunieron aquí en Miami con gente que hoy en día son los más anticomunistas del mundo, pero en aquellos momentos tenían sus relaciones.

NF: Sí, ellos venían por, con el FBI.

RM: Correcto.

NF: [Durante] las conversaciones de Carter. El que los traía era el FBI.

RM: Bueno. En el caso, el caso de Ochoa, eh, Ochoa y Fidel tenían su relación buena, su relación mala, pero también dicen que, que Ochoa se le enfrentaba a Fidel, porque Fidel quería ser un táctico de guerra…

NF: (Enfático) Jamás.

RM: Eh…

NF: Jamás.

RM: ¿No?

NF: Si Ochoa se enfrentaba a Fidel era calladito y allá, donde fuera [quiere decir, donde Fidel no lo oyera]. Jamás. Ochoa se equivocó con Fidel Castro. No quiere decir que [incomprensible], y era mi amigo y era mi hermano y yo fui el que le puse todo lo que iba a pasar, porque yo me enteré por Alcibíades [Hidalgo, entonces el jefe de despacho de Raúl Castro en el Partido] que fue y me lo dijo en mi casa. Pero Arnaldo, nadie hace eso [enfrentarse a Fidel]. La última conversación de Ochoa con Fidel tuvo lugar en Camagüey el 2 ó 3 de mayo del 89. Fue el acto [del Primero de Mayo] en Camagüey y Fidel mandó a buscar a Ochoa a una casa de visitas y le dijo: «Oye, Arnaldo, eeeh, estás yendo a las diplotiendas y eso … nosotros no tenemos que hacer eso. Nosotros no tenemos que ir a las diplotiendas.» Fue la última conversación que tuvieron.

Un poco más adelante en la entrevista, hacia el minuto 43.00:

RM: ¿… en el caso de Raúl no había cierto celo entre Ochoa y Raúl, o no? ¿Ochoa siempre estaba…?

NF: No lo creo. No lo creo. Mira. En un viaje que… voy a tener que decir una mala palabra, después tú la censuras.

RM: No, no la digas, que no hay censura. No la digas.

NF: ¿Eh?

RM: No digas la palabra porque no tengo un delay que pueden pararte. (Riéndose.) Nada más que insinúa. Insinúa.

NF: En el 88, yendo a Angola en el Ill-62, yo voy con Alcibíades y yo veo a Alcibíades preocupado y digo: «¿Qué te pasa, Alc?» «No, el recado que me ha dado Raúl para Ochoa» «¿Y cuál es el recado?» «El recado es que si sigue hablando eme [mierda]…»

RM: Oquei.

NF: (Continúa:) «…le va dar una patada por el ce [culo]»

RM: Oquei.

NF: Dije, coño (ríe). Ya tú sabes…

RM: Déjame ir… déjame ir una pequeña [pausa comercial].

NF: (Sigue su historia:) Íbamos para Ginebra [a los pocos días], después que despegamos de Luanda, le digo: «¿Oye, hablaste con Arnaldo?» Dijo «Sí». «¿Se lo dijiste?» «Sí, claro que se lo dije.» «¿Y él qué qué hizo?» «Nada. Se quedó callado.»

Finales de la guerra de Angola, o, al menos, de la participación cubana en este conflicto.
Martes 9 de agosto de 1988. Al caer la tarde. Un vuelo de observación a baja altura.
Nos dirigimos a la base de Cahama. El helicóptero Mi-8 mantiene su rumbo al
Norte Franco. Por la cola dejamos la frontera de Namibia, hacia donde hemos estado
empujando a los sudafricanos. El escritor Norberto Fuentes (izquierda) comparte
la experiencia con el jefe de la Sur Agrupación, el general de división Leopoldo Cintra Frías.

La entrevista continúa después de los comerciales, hacia el minuto 47.37.

Raúl Martínez: Estoy conversando con Norberto Fuentes, y como ustedes han visto es un individuo que tiene un historial inmenso, conoce muchísimo y nos encanta el tiempo que nos ha dedicado. Espero que podamos… no importa, los almuerzos, los tragos, pero seguir conversando esto, porque esto es muy interesante para la historia. Pregunta, Norberto: Se habla en Cuba, y todo el mundo sabe que eso es una dictadura… Cuando Fidel estaba en la cabeza del gobierno, había que ver a Fidel, y si Fidel lo aprobaba, eso se resolvía. Hoy en día sigue siendo una dictadura, pero Raúl no es el individuo que tú tienes que ir a ver. ¿Quiénes son los que gobiernan, quién… Quiénes son ese grupo que pueden llevar a cabo un cambio o no cambio o…? Porque ahora hay un cambio de gobierno en los Estados Unidos. Pero yo, por ejemplo, no sé, si me preguntan a mí, no sé si es Raúl Castro o el Consejo de [ministros]. ¿Quién en Cuba es el que manda?

Norberto Fuentes: Yo creo que ni ellos mismos lo saben. (Ríe.)

RM: Oye (también riendo), yo pensé que tú me ibas a dar algo mejor… para yo…

NF: Eh … Raúl es una especie de ampaya [cubanización del umpire inglés, el árbitro en el juego de pelota], que está allí, pero que ellos tienen… Mira… eh… allí lo que gobierna es… el miedo. Es decir, ellos fallan y todo eso se derrumba. Entonces yo creo que de alguna manera ellos están condicionados… eh… por esa situación… Y es un problema de autoprotección. Pero así y todo ellos han manejado la cosa mal. ¿Qué es lo que pasa? Que ellos son muy [aburridos]. Ellos pudieron tener un buen dirigente. En mi opinión, el prospecto más interesante para sustituir a Fidel Castro era el hijo de Fidel: Antonio. Cogieron el gordo bobo este que no, que no moviliza nada.

RM: ¿Estás hablando de Díaz Canel?

NF: Una especie de Maduro de Santa Clara. De Nicolás Maduro de Santa Clara. Entonces, no sé. Pero también hay, hay que ver, ¿no? El ministro de Defensa, que yo lo conozco perfectamente. Tuve muchas horas de vuelo en helicópteros y en aviones. Estuvimos a punto de morirnos dos o tres veces en Angola, Polito [el general de división Leopoldo Cintra Frías]. Y Polito no tiene para dirigir ese país. Más nunca. Es un hombre admirable [no obstante]. Ese era un guajirito que terminó en la Vorochilov, que era una academia de generales de la Unión Soviética, con [uno de] los primeros expedientes. Igual que Ochoa, que era analfabeto cuando llegó a Yaguajay con [la columna guerrillera de] Camilo. Pero, eh, ellos tienen que hacer, ellos, creo que [finalmente] van a manejar bien la situación. Pese a todo el aburrimiento. Ahora mismo, hoy por la noche, están anunciando una información que en mi opinión va a ser que los cubanos, esta es mi opinión, esto es pura intuición, no tengo el menor dato, pero yo creo que es decir que van a abrir la posibilidad de que los cubanos de Miami inviertan en Cuba, etcétera. Y eso sería muy bueno que lo hicieran. Sería muy bueno porque eso sí le crea un problema al grupo más tremendista aquí, de Miami, y contra eso no va a poder nadie. 

RM: Claro, pero en el caso de eso, Norberto, el problema es la seguridad de quien vaya a invertir. Tú sabes que el capital es cobarde, y nadie va a invertir en un lugar donde mañana...

NF: Vamos a ver qué pasa.

RM: Sí.

NF: Cuando tú puedes invertir 10 000 dólares, una bobería de esas… Eso es poquito a poco. Vamos a ver qué pasa. No vamos a poner la carreta delante de los bueyes.

RM: Oye, ya tengo que…

NF: Igual que todos los que botaron a favor de Trump aquí, al otro día estaban llenando los aeropuertos para ir para Cuba.

RM: Sí, yo sé (ríe). De eso vamos a tener que hablar otra vez.

NF: Entonces todo el mundo… El voto cubano, hay que ver… [decirle] a los demócratas: Oye, olvídense del voto cubano. El voto cubano no decide. Ya eso no decide nada. Lo ha demostrado en las últimas dos elecciones.

Gracias especiales a Roberto Céspedes por su contribución.

Raúl Martínez y su leyenda política: 24 años como
alcalde de Hialeah, la segunda ciudad con mayor
población cubana del mundo. Aunque ahora disfruta
de otro poder —el de un micrófono y el de tener
uno de los programas de más elevada audiencia
del sur de la Florida.

lunes, 14 de diciembre de 2020

domingo, 6 de diciembre de 2020

David leyendo bueno

Estaba rastreando entre mis nutridos archivos de materiales en progreso que yo llamo graciosamente WIPs (por las siglas en inglés de Work In Progress) cuando en el WIP HEM-28 (por mi contracción de uso particular del apellido Hemingway) encontré estos recortes y apuntes. Me parecen apropiados para colgarlos en mi blog en este ¡otro domingo! de Covid-19. A lo mejor los substraigo de la modorra durante unos minutos.

Muerto el americano, la propaganda revolucionaria podía desplegarse a su antojo sin el riesgo de ofender a Hemingway. Aunque, a decir verdad —y esto es fácilmente comprobable para cualquiera decidido a emprender una investigación exhaustiva en las hemerotecas— la explotación del nombre de Hemingway se mantuvo en un nivel más bien bajo durante unos 25 años. Que se sepa, la visita de Fidel Castro a la finca del domingo 23 de diciembre de 1962 cuando sirvió de guía a cuatro americanos que participaban en las negociaciones para pagar el rescate en alimentos y medicinas por los 1 113 prisioneros hechos por las fuerzas revolucionarias el año anterior en Bahía de Cochinos. La propaganda de este episodio resultó velada en extremo, si es que califica como propaganda el lamento de un primer ministro por el suicidio de un escritor. La otra es una referencia a Hemingway en una entrevista de 1975 con dos periodistas americanos, pero que no es particularmente enfática la manipulación porque el líder cubano se limita a recordar la utilidad de Por quién doblan las campanas para su futuro como guerrillero. Es decir, más bien memoria que pancartas. 

 



 FUE TITULAR DURANTE LA GUERRA FRÍA

Un gran acontecimiento… la aparición en La Habana del libro Hemingway en Cuba.

—TASS

Y MOTIVO DE ANGUSTIA PARA LA ACADEMIA

Debido a la enemistad entre Estados Unidos y Cuba desde 1959, los académicos americanos habían encontrado hasta hace muy poco que era difícil sino imposible la investigación en detalle de las dos décadas de la vida de Hemingway en la que él llamó «esa isla larga, hermosa y desdichada». No hasta la publicación en 1984 de Hemingway en Cuba de Norberto Fuentes, un periodista y escritor de ficción, hemos estado en posición de darnos cuenta de todo lo que nos estábamos perdiendo, pero los biógrafos continúan tratando con displicencia la vida cotidiana en la Finca Vigía.

—Keneth Kinnamon, The Hemingway Review


[Apunte a máquina grapado sobre el recorte anterior]

La academia americana siempre ha exhibido la angustia de Hemingway por la pérdida de Finca Vigía como un factor de condena del proyecto revolucionario cubano. La pretensión era que los cubanos detuvieran la Revolución para que Hemingway fuera feliz. Era una situación análoga a que Washington y los padres fundadores hubiesen arriado la bandera de la Revolución Americana porque había un escritor inglés que se hallaba muy angustiado por perder su propiedad en, digamos, Vermont. Pero en ese orden de cosas, no muestran ninguna solidaridad con los Bacardí o los Fanjul o los Lobo—para citar tres ejemplos notables—, que estaban perdiendo algo más que una vieja casona colonial comprada en su momento a precio de bagatela.

El recorte y la ampliación es de la edición de Vanity Fair de enero de 1985.

sábado, 5 de diciembre de 2020

Pontecorvo lo filmó primero






Última escena de

La batalla de Argel

(1966)
 



 

lunes, 30 de noviembre de 2020

Los santos bajaron a la Pequeña Habana


Una escena para enceguecer a Gillo de Pontecorvo.
Calle 8, Miami. 28 de noviembre del 2020. 
 





 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Estrella Noemí

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Estrella la Distinta. Tal el mensaje que mi hermano menor Luis me envía a través de WhatsApp desde México, negritas incluidas. “La distinta.” Él la llamaba así —y ella lo aceptaba de lo más campante. Mi hermana, la más chiquita de los tres, y que por un déficit de calcio le dio por comerse las paredes, no. Ella la llamaba por la fórmula más clásica de “Mima”. De más está decir que siempre han sido dos almas apacibles y generosas. Bastante tormento tuvo con el amor de su vida y con su primogénito. Este es mi homenaje.

La semillita aún anida en —digámoslo claramente— los cojones del militar a la izquierda. San Juan de los Yeras. Un día de 193? Norberto Fuentes García, cabo radio técnico del Ejército Constitucional de la República de Cuba, embelesa a Estrella Noemí Cobas Osés, una de las muchachas más bonitas del pueblo.

Abajo, en 1944, la semillita ha germinado y ya tiene unos 18 meses y comienza a pesar en los brazos de su madre. Ella, casada con el señor Norberto Fuentes, actual jefe de publicidad de la emisora CMZ, vive en La Habana, pero ha dejado atrás su condición de “una de las muchachas más bonitas del pueblo”. Ahora es la mujer más linda de toda la isla de Cuba. Sin competencia. Compruébenlo.



miércoles, 18 de noviembre de 2020

Ochenta, Chen!

 

Ese es el apodo. El nombre es Roberto Salas y tengo entendido que así lo inscribieron por allá por Nueva York donde nació. Procede del vocativo para designar a sus interlocutores y que él acostumbra a emplear al final de sus saludos —¿Qué onda, Chen?— o de sus cuestionamientos —¿Tú me entiendes, Chen?— o de sus exclamaciones —¡Coño, Chen!— o de cualquier otro tipo o modalidad de enunciado que salga de su boca; eso si no te distingue, tal mi caso, con la más común designación de «flaco». Siempre lleno de amistad y de entrañable dulzura. El Chen. El Chen Salitas. Acaba de cumplir 80 años y yo quiero agasajarlo con esta especie de retrospectiva personal. Son apuntes sobre nuestra experiencia como uno de los tándems reportero-fotógrafo más productivos que tuvo la revista Cuba en su época de oro, entre 1964 y 67, con beneficio de una que otra colaboración freelance con Granma, y lo hago además para reivindicar a la avanzada que de manera espontánea y sobre la marcha dio origen al empleo del tan alabado género del nuevo periodismo en la Revolución Cubana: nosotros. He tomado estas notas de un mamotreto que tengo en el congelador y que por lo pronto se llama Sangre, sudor y lágrimas. Los reportajes partidarios de Norberto Fuentes y las he revisado para incluirlas en este homenaje por el cumple del Chen.

«Turquino» (publicado en Cuba, en noviembre de 1965) fue un invento de Salitas, en esa ocasión más interesado en retozar en el techo de Cuba —la isla, no la revista— durante algunos días con una chica llamada Sonia que en producir una pieza del novísimo género literario. Reclutarme para la empresa no fue difícil. Solo tenía que aportar mi propia pareja. Lo demás iba por la revista: dieta, pasajes, etc. Así que se aprovechó las circunstancias de la misión periodística para consumar una luna de miel en la cima (acuérdate, Haydecita). Una cima auténtica. Así que, dos reporteros, dos chicas y un arriero con sus mulas —al que se le asignó el cargamento de equipos fotográficos, y algunas sacas con los insumos, viandas fundamentalmente (y que regresó a la costa esa misma tarde)— formaron la columna que el 20 de junio de 1965 emprendió la conquista del Pico Real del Turquino.

En la foto de arriba, el gesto no responde a una contrariedad sino es la mueca clásica de los fotógrafos cuando se enredan en el proceso de medir la luz con los fotómetros. ¿O se enredaban —tiempo pasado, remoto? ¿Existen aún esos artilugios? ¿Las cámaras digitales requieren de su ayuda? Bueno, el caso es que ya, desde entonces, yo prescindí de uno de ellos para hacerle esta foto mientras él se complicaba la vida, y le escuchaba murmurar lo que parecía ser Einstein un segundo antes de dar con la teoría de la relatividad espacial. Palabras como asaje, temperatura, velocidad, apertura del diafragma, tipo de película eran términos detectables desde su murmullo, y parecía estar enfadado con el sol, y luego con las sombras. Muy enfadado.

La foto de abajo es obra de una de las chicas, como debe comprenderse.

 

Para terminar con la francachela del Turquino, la tarja rústica grabada por Salitas a punta de cuchillo. No pudimos develarla como se impone en estos casos porque no dispusimos de ningún paño para cubrirla y luego retirarle como en un acto de prestidigitación que es lo que se estila.

REVISTA CUBA   3 PICOS
R. SALAS - N. FUENTES
6 - 21 AL 24 65

Catorce años después, cuando coroné por última vez la cima del Turquino —esa vez sin Salitas y en cumplimiento de otra asignación, una de las últimas que acometí como periodista revolucionario— no quedaba ni una astilla de la obra tan arduamente elaborada por su cuchillo de fotógrafo malhumorado.

La publicación de «Trinchera en el mar» en Cuba (marzo de 1965) provocó uno de los mayores entuertos registrados en (o generados por) las carreras profesionales de los autores. Aunque muy pocos se enteraron en el sector. Pero culminó con el despido como jefe de la Marina del capitán de corbeta Díaz-Astaraín.

El viejo lobo de mar había sido el máximo promotor de la realización del reportaje. Tenía un sueño. Había visto una fotografía de propaganda del Ministerio de Defensa soviético: Un abigarrado grupo de marinos del Báltico miraban sonrientes a cámara, algunos con sus camisas escotadas de marineros del siglo pasado, otros con sus pullovers de rayas azules, ufanos todos. Díaz-Astaraín necesitaba que Cuba publicara algo semejante. Cuba era quien único podía lograrlo en —perdonen— Cuba, ya que era la única publicación del patio —ummm— con cuota de papel cromo y película de color.

El previsor director de la publicación, como muchos conocen, era el novelista Lisandro Otero. Decimos previsor porque preveía. Estén persuadidos de que Hemingway hubiese dicho de él que para ser un novelista tenía demasiada previsión. De modo que él previsionaba que todos los reportajes de las áreas militares que se nos encargaba conocieran la firma del jefe máximo del arma reportada antes de su publicación. Firmados, página por página, foto por foto.

De este modo, cuando los 172 secretos estratégicos de alta sensibilidad aparecidos sobre todo en las secuencias fotográficas de «Trincheras en el mar» salieron a la luz pública y los asombrados hermanos asesores soviéticos comprobaron que hasta los más mínimos detalles de conexiones, cables, tornillos, rampas, miras, elementos electrónicos, puntas de tungsteno de plata o de acero, rendijas, detonantes, combustibles sólidos o líquidos, de sus cohetes antinavales y lanchas coheteriles estaban siendo graciosamente distribuidos a una cantidad estimada de 30 000 suscriptores de la revista (ubicados todos en el extranjero y, peor aún, en Occidente) y el Camarada Asesor Principal del Ejército Rojo, Teniente General Boris Big Brotherovich (un nombre de guerra seguramente) debía estar ofreciendo el comprensible espectáculo de tener una emisión sostenida de espuma por la boca mientras daba pataditas en el piso como signos inequívocos de indignación (hecho, este último, del cual no existe confirmación alguna, ni siquiera indicios, pero que el reportero siempre se lo ha imaginado) por lo que —y como resultado de todo esto— las fuerzas combinadas de los acuciosos investigadores de la Contra Inteligencia Militar, fiscales militares y fuerzas de apoyo por aire, mar y tierra se disponían al asalto de la querida publicación, el sagaz Otero pudo extraer de una de sus gavetas de su buró de dirección de Cuba todas las páginas de texto y todas las fotos del reportaje firmadas meticulosamente —una por una— por Díaz-Astaraín.

El reportero no tuvo, nunca más, noticias del distinguido marino.

Y si tuvo noticias del entuerto fue porque un Otero con la camisa aún empapada de sudor nos dijo que «vamos a ver si suspendemos estos reportajes militares. Y los otros también. Todos los reportajes. Lo cierto es que, con ustedes, yo no gano para sustos. Desde ahora en adelante somos una revista sin reportajes. Sin artículos. Sin comentarios. Sin editoriales. Sin fotos. Sin nada. En blanco.»

Las Tropas Coheteriles Antiaéreas (TCAA) nos dieron material suficiente para montar dos reportajes: «Secreto de guerra» en Revista del Granma (8 de mayo de 1966) y «TCAA: Cielo limpio» en Cuba (julio de 1966). Estos trabajos pertenecen a la época en que —¿valdrá la pena contarlo?—; bueno, la época en que Salitas y un servidor disfrutábamos de algo: tener acceso a los laberintos de los armamentos más sofisticados. Estábamos orgullosos. Conocíamos lugares archisecretos de dislocación y nos asomábamos a los radares. No salíamos de un emplazamiento para ya estar metidos en otro. Uno sabía cantidad de cohetes y de combustible sólido. Así que se pueden imaginar esto: el sueño heroico del período de «Secreto de guerra» y de «TCAA: Cielo limpio» era que, en Langley, Virginia, se había organizado una fuerza de tarea particular de la CIA con el objetivo de secuestrarnos y hacernos hablar. Pero que resistiríamos. Salitas, incluso, estaba buscando las cápsulas de cianuro. «Una cosa limpia, flaco. Te la coses aquí en la punta del cuello. Y la muerdes antes de que te electrocuten los huevos.»


Todas las fotos propiedad de Roberto Salas. Copyright © Roberto Salas, 1965, 2020. Prohibida totalmente su reproducción.


martes, 17 de noviembre de 2020

Adiós a las armas

[2:21 PM, 10/24/2020] NORBERTO FUENTES: Chen, lo recibí ayer. No quiero abrir el celofán hasta que pase el día de las elecciones. Para entonces sentarme a disfrutar de tu libro. Y entonces hacer una nota y publicarla. Sin abrirlo, sé que es tremendo libro. Pero vamos a esperar unos días a que pase toda esta bruma y no dejar que nada te robe el momento. Me emocioné mucho ayer cuando lo recibí. Un abrazo, mi hermano lindo. El Flaco.


[9:52 AM, 11/16/2020] +53 5 *******: Chen...busca hoy www.cubarte.cult.cu. periódico … Un trabajo para mis 80 años... Me avisas. Besitos... Chen Dos


[9:58 AM, 11/16/2020] +53 5 *******: Sé que la flaca [el fotógrafo Ernesto Fernández] estaba invitada a mi presentación del libro pero no fue... ¿Él está bien?? Me extrañó. No lo quiero llamar porsia. No estoy para malas noticias...


[11:58 AM, 11/16/2020] NORBERTO FUENTES: La flaca está en el hospital. Parece ser una linfangitis. Yo hablé ayer con él mucho rato. Llámalo. Ahora me leo tu trabajo.

domingo, 15 de noviembre de 2020

La casa de Hemingway

 
 
La idea fue de Gabriel García Márquez. Había llevado parte de su tribu a La Habana en diciembre de 1985, para que participaran en el Festival de Cine, donde él tan a gusto se movía entre las luminarias del jet set cinematográfico internacional que aterrizaban en nuestra ciudad y que él mismo se encargaba de que sus invitaciones llegaran puntualmente. Ese año, como integrante destacado de sus parientes, había llevado a uno de sus hermanos menores, Eligio, un verdadero infeliz, apabullado por el desconcierto de ser un don nadie a la sombra del escritor más famoso del mundo. Bueno, no exactamente un don nadie. Peor que eso. Se empeñó en ser un escritor y periodista pero sin deudas, y comenzó por borrar el Márquez en las firmas al pie de sus publicaciones. Y así lo conocí, dulce renegado, cuando el hermano mayor, ignorante de tales pretensiones (o haciéndose el desentendido), me pidió el favor, luego de presentarme a Eligio. «Se me ocurre —dijo— que él aproveche el viaje y haga un documental sobre Hemingway.» Y así fueron las cosas. Al otro día, a bordo de mi raudo Lada 1500 S de color verde pálido y con los Beatles del Álbum Blanco a todo meter en la casetera, me presenté con Eligio en el Hotel Nacional donde nos esperaba una chiquilla colombiana que era la cineasta «cachaca» —es decir, bogotana— con las cual Eligio García concebía acometer el proyecto, en realidad —lo entendí enseguida—, todo un andamiaje montado por él a espaldas de su hermano para conquistar a la excitante compatriota. Dos premios Nobel, un premio Casa de las Américas (yo) y la invicta y gloriosa República de Cuba éramos puro escenario en una conspiración amorosa. Mady Samper. Tal era el objetivo. Le presea. Hija de una reconocida cineasta colombiana, Gabriela Samper, lo cual hasta ese momento representaba su mayor pedigree profesional, tenía además a su favor el par de piernas mejor torneadas del subcontinente (Virginia Wolf muy bien pudo describirlas en Orlando) y que era simpática como carajo. El caso fue que, hasta ese mismo instante, en los floridos jardines del Nacional, donde ella nos esperaba, hasta ese momento, digo, Eligio formó parte de la producción. «Eligio —dije— ¿por qué no te pasas para atrás?» Un caballero ese Eligio. Traslado efectuado y, tras instalarse ella a mi lado, preguntó: «¿Los Beatles? ¿Beatles en el comunismo?» «En efecto, muchacha. Y en un Ladita del complejo automotor “Palmiro Togliatti” de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.» No le hizo swing a mi intento de ironía, pero dijo: «Mi favorito es Cat Stevens. Cuando mamá murió, yo recorría las calles de Bogotá, caminando en vilo, los audífonos encajados, oyendo a Cat Stevens. Me aturdía con él.» Entonces el Gran Mago Merlín Fuentes, con gesto resuelto, sin abandonar el timón (ya estábamos saliendo de las premisas del hotel) extendió la mano hacia la guantera y maquinalmente trasteó entre los casetes de la reserva y le dijo a la joven: «Busca ahí, que hay uno de Cat Stevens.» Escuché un «¡Ah!» de sorpresa y dije: «Para aturdirnos juntos.» Lo demás fue coser y cantar, como ustedes comprenderán. Nos pasamos esa semana, o quincena, o mes del festival de cine en lo que creo que se llama preproducción, que yo no sabía que podían ser tan divertidas porque lo menos que hacíamos era preproducir nada. Creo que la filmación y las entrevistas las hizo ella al año siguiente (el mismo contenido de trabajo de la preproducción más algunas horas de vivaqueo con las cámaras para filmar en la Finca Vigía y con Gregorio Fuentes, el patrón del Pilar, en la playita de Cojímar donde recalaba el bote de Santiago en El viejo y el mar). La verdad que se esforzó. Y de vez en cuando sale por aquí o por allá una referencia al documental. Ah, Eligio. ¿Ustedes quieren saber de Eligio? Caballeros, la verdad es que no tengo memoria de qué otra cosa ocurrió con él. Ni siquiera si se lo devolví a Gabo en algún momento. Sé que se cambió para el asiento trasero, aún bajo los acordes de Obladí Obladá y que más nunca supe de él. Durante aquel invierno, quiero decir. Porque el obituario me lo leí en el 2001. Ese es al detalle más emotivo del documental: que Mady lo acredita dos veces en igualdad de condiciones con ella: Realización y guión,sabiendo que sus aportes fueron en verdad escasos, si es que hubo alguno.

Créditos principales:
FOCINE / TELEVISIÓN LATINA presentan
LA CASA DE HEMINGWAY
Realización: Mady Samper / Eligio García
Cámara: Ernesto Piñero
Sonido: Roberto Smith
Imágenes de archivo: ICAIC - ICRT ©
Textos: Norberto Fuentes
           Gabriel García Márquez
           Del libro Hemingway en Cuba / Letras Cubanas ©
Narración: David Sánchez Juliao
Guión: Mady Samper / Eligio García
Edición: Mady Samper
Una producción de Televisión Latina / FOCINE © 1986
 

 




viernes, 13 de noviembre de 2020

Jamás vengas a la Florida

Un poema de Jack Kerouac


Un hombre se preparaba para ir al
        trabajo
y al inclinarse hacia debajo de su cama
en pijama
una serpiente coral
lo mordió. Febrero. Florida.
(buscaba sus zapatos)

Un niño jugando en el patio de su casa
fue mordido por un caimán
(cierto)
Y una viejita reposando en su cama
fue comida por las hormigas rojas
provenientes del patio

Y mi madre vio un lagarto
de un pie de largo
sobre el latón de la basura
que tenía ojos grandes y rojos
(las hormigas penetraron
a través de la boca de la anciana, ¡qué
        les parece!)




viernes, 23 de octubre de 2020

viernes, 16 de octubre de 2020

Por fin el libro de Raulito

 

La vida del legendario general cubano Raúl Menéndez Tomassevich, familiarmente “Tomás” y reconocido en el liderazgo revolucionario como unos de los mosqueteros de Fidel Castro está contada por Raúl Menéndez González, segundo hijo de este combatiente excepcional. “Raulito” fue educado por Tomás y su inclinación a la vida militar lo vinculó para siempre a la trayectoria del padre. Junto a él desempeñó tareas, aprendió a manejar armas y combatió. El padre le trasmitió la esencia de su condición de soldado y podría afirmarse que jamás perdió de vista a su hijo, nunca dejó de corregirlo, regañarlo, asesorarlo —y sentirse orgulloso de él. Puede decirse que este es un texto biográfico a cuatro manos. La memoria del hijo asume la realidad que vivió junto a su padre como si el tiempo no hubiera transcurrido. La del padre se remite a un pasado que incluye anécdotas muy distantes pero casi siempre inéditas para el lector contemporáneo. Es, a su vez, un libro dulce pero también duro. Tan tierno como descarnado. Una obra única en el canon de la literatura testimonial de ese proceso que aún define la historia de América Latina. 

La amorosa edición es de Minerva Salado y toda la producción, de nuestro Pedro Schwarze.

La foto de Ernesto Fernández con una banda de cubierta fue un concepto finalmente descartado en el proceso de edición.
La foto de Ernesto Fernández
con una banda de cubierta fue
un concepto finalmente descartado
en el proceso de edición.

 


 

viernes, 4 de septiembre de 2020

¿Mensaje subliminal?


Los carteles pululan en esta ciudad. Los ves en cuanta cerca, pared, poste y vidriera te encuentras al paso del coche. Pero… ¿Qué es lo que no me cuadra? ¿Qué es? ¿No hay una falta de ortografía? Quizá sea eso. Qué barbaridad. Gastarse una Potosí de dinero imprimiendo carteles con faltas de ortografía. A ver… ¿Y es el mayor de todos? ¿El más bovo? (Fíjense: ya el editor de texto me subrayó la palabra. Significa que no la reconoce.) ¿Y, por cierto, qué están anunciando los señores? No. Mentiras tuyas. ¿Qué ese es un cartel de campaña de un político republicano que aspira a la alcaldía de Miami? Ah, ¿pero, qué te pasa a ti? ¿Tú me quieres coger de bobo? ¿O de bovo? ¡Otra vez el subrayado rojo!

domingo, 23 de agosto de 2020

Extraña felicidad

Para el que esté dispuesto a dedicar una hora de su tiempo a descubrir que la poesía desborda las ambiciones de la historia, cliquee en el siguiente link:

https://www.facebook.com/BibliotecaGeneral.Cam.Dip/videos/314679553072247/

martes, 11 de agosto de 2020

jueves, 6 de agosto de 2020

Fama

Enséñale esto a todas las Rusias. Oh, Dios. ¡Qué feliz soy! Está en un reportaje del periódico español El País sobre la biblioteca de Gabo en su casa de Ciudad de México. Fíjense en los libritos que tenía. En el estante de abajo, el séptimo desde la derecha es un título conocido (al menos por mí), sin duda. Y arriba, hay otro, mejor dicho, otros, del mismo autor. (Al parecer, Gabo estimó que disponer de un solo ejemplar de este volumen en su estante era poco.) El reportaje se llama “Gabo, la biblioteca de un viajero” y en la versión electrónica del periódico se inserta un video sobre la estancia, y Gonzalo, uno de los dos hijos del escritor, aparece como narrador. El caso es que esto me recuerda uno de mis cuentos favoritos de Antón Chéjov en el que el protagonista, un joven, llega a su casa a medianoche, herido y con las ropas desgarradas, pero henchido de felicidad, porque, tras ser atropellado por un coche tirado por caballos, mientras estaba borracho en mitad de una plaza, ha sido conducido a un centro asistencial y el incidente ha sido considerado de algún mérito para incluirlo como uno de los sueltos en la columna de sucesos del periódico que ahora agita frente a sus atónitos padres. Creo que el cuentecito se llama “Fama” y lo estoy citando de memoria: "Pero ¿es que no os dais cuenta?", le grita a su familia, eufórico. "Mañana toda Rusia se habrá enterado. ¡Qué feliz soy!" ¡Todas las Rusias! Sí, señor. Bueno, desconozco si le edición electrónica de ayer —4 de agosto de 2020— de El País llegó tan lejos. Pero mis amigos del aérea de Miami y hasta uno de Santiago de Chile no cesan de llamarme y de bombardear mi Gmail con imágenes frizadas del video de la límpida biblioteca de Gabriel García Márquez en la que se da por sentado que el hombre me tenía en cuenta y hasta por partida doble. Oh, Dios.

martes, 4 de agosto de 2020

Hubo tiempos mejores


Estábamos con el agua más o menos a la cintura cuando vi a Eusebio meterse los dos pulgares por ambos costados hacia donde debía estar el elástico de la trusa, y, luego de un rápido movimiento, lo que sacó de abajo del agua en la mano derecha, fue, precisamente, aquel coquetón traje de baño, negro como la bandera de un pirata. Dada la zona de inmersión de esa parte del cuerpo en la cálida mansedumbre de las aguas de Varadero, nadie que nos mirara desde la playa, distante a un centenar de metros, podía reconocer que el capitán de la reserva de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Eusebio Leal Spengler se había quedado con las nalgas al aire, bueno, quiero decir, con las nalgas al agua.

El paño que enarbolaba sobre su cabeza era una evidencia inquietante de que algo inusual estaba ocurriendo con esa parejita aislada del resto de la tropa.

Participábamos en uno de los ejercicios militares que Raúl Castro se empeñaba todos los años en invitarnos a los dos, como unas especies de representantes de la clase intelectual aceptados dentro de sus predios. Los demás participantes eran los ministros y los principales cargos del Gobierno y el Partido, amén de ceñudos generales. Era un grupito de estos personajes que llamábamos altos dirigentes, todos uniformados de pies a cabeza —el uniforme de campaña, con gorras y botas y los solapines de identificación eran de requerimiento—, el que avanzaba sobre la playa.

Explico ahora que la razón de que en junio de 1987 estuviéramos en Varadero y ocupáramos un sector de las instalaciones turísticas, era que el próximo episodio del ejercicio —un simulacro de desembarco enemigo y, por supuesto, su consecuente rechazo por el contraataque de nuestras gloriosas fuerzas— se iba a producir en el cercano poblado de Camarioca. Serían, pues, como las 5 de la tarde en vísperas del desembarco yanqui al otro día cuando este dúo de los audaces Eusebio y yo decidimos darle a Varadero un uso extramilitar según lo indicado para una playa de tanto renombre internacional.

Y en eso estábamos cuando Eusebio me señaló hacia la docena de jefazos que marchaban penosamente sobre la arena, y me dijo:

“Ahí van los notables.”

Era su forma habitual de nombrarlos, lo que hacía levantando las cejas, en un gesto indescifrable entre la admiración y la burla y que por supuesto se permitía con toda confianza dentro de los compartimentos estancos de nuestra amistad.

Y agregó: “Tú vas a ver ahora”.

Fue cuando se despojó de su trusa y la elevó sobre su cabeza para saludar a los distinguidos personajes mientras añadía un estridente “¡Au revoir, compañeros!”

Claro, él dijo arrebuá, que es como se dice en cubano.

Unos segundos antes yo había descubierto que, por nuestra izquierda, un valiente se había decidido también a darse una zambullida y nos había identificado como personal amigo porque se dirigía directamente hacia nosotros ya con el agua por encima de las rodillas. El mostacho resultaba inequívoco. Carlos Aldana.

Eusebio estaba atacado de la risa, tanto por la cara de espanto de los notables, como por mi desconcierto.

Aldana con su mostacho emblemático del secretario ideológico del Comité Central del Partido reaccionó con la misma rapidez que los personajes de El padrino antes de que los maten. De inmediato detectó la situación que se le ofrecía a unos 30 metros de distancia y giró en 180 grados para tratar de ganar la arena antes de que su prestigio de mulato jorocón se pusiera en entredicho paran siempre.

Confirmado lo que los notables habían sospechado desde el inicio. “Esos dos son maricones”, decía Eusebio que ellos, los notables, paralizados sobre el remanso de la arena, decían.

Y yo me quedé entre dos fuegos. Con Eusebio a mi derecha brincando y chapoleteando y con su trusa flameando sobre la cabeza y empeñado en saludar en francés a los compañeros y mi mentor político en despavorida fuga por la izquierda.

FOTO: Copyright © 1987, 2020 by Norberto Fuentes. Prohibida totalmente su reproducción.

viernes, 10 de julio de 2020


sábado, 9 de mayo de 2020

Awop-Bop-a-Loo-Mop
Abop-Bam-Boon



Si Elvis es el rey del Rock and Roll, yo soy la reina.
—Richard Penniman, conocido universalmente como Little Richard
5/12/1932 - 9/5/2020