sábado, 23 de enero de 2021

El águila no era tan mala

Hace unos cinco años nosotros vivíamos en el último piso de un edificio de Coral Gables y Jerry Lee era un cachorrito que me cabía en una mano y había una terraza bastante amplia pero sin el amparo de ningún techo en la que a Jerry Lee le encantaba retozar inconsciente como estaba del águila que le había echado el ojo. Un águila mala. Ya tú sabes cómo son ellas. Se lanzan en picada y te atrapan en sus garras y se elevan para entonces dejarte caer y hacerte puré contra el suelo, blandito, despachurrado, listo para ser zampado. Pero el matrimonio Fuentes-De la Torre fue más listo que Serafina la Perversa (el nombre con que la susodicha ave convinimos en bautizar). Niurka —con ese don diríase que sobrenatural que tienen las madres— fue la primera en darse cuenta del peligro latente que se cernía sobre su vástago canino debido a aquella presencia constante volando en círculos durante días sobre nuestra terraza y el indolente de Jerry Lee con su huesito de goma trastabillando por el espacio abierto de losas rojas, y Niurkita y su dulce, aterciopelada voz, haciéndole saber a la señora águila que con sus alas extendidas planeaba a dos kilómetros de altura: «Ni se te ocurra, hijaeputa, que vas a saber quién es Mariana Grajales», mientras yo repasaba en mi libreta de teléfono los números de alguno de mis socios de Angola que aún pudieran tener un RPG-7. Bueno, en fin, la solución fue meter a Jerry Lee dentro de la casa y no dejarlo salir si no era con la debida escolta: Niurka con un cuchillo de cocina (a falta de machete) y yo con un bate de Sport Authority. Lo otro fue mudarnos de aquellas vecindades y buscar acomodo más cerca de la consulta de Niurka y dejar que Jerry Lee creciera y engordara. Un trinquete. Se ha vuelto un trinquete. Del águila Serafina no tuvimos más noticias y es evidente que no nos siguió hasta nuestro nuevo destino como tampoco sabemos los estragos que pueda haber causado en otras mascotas de los ricachones de Coral Gables. Y es así como Jerry Lee Fuentes ha llegado a nuestros días, gordo, feliz y entalcado. Y sin un solo rasguño. El propósito de que lo pelaran y lo bañaran para celebrar la victoria de nuestros candidatos en familia (nené Jerry Lee, mamá Niurka, papá Norberto, y nadie más para protegernos del covid-19), se vio enriquecida con el arribo de mi ejemplar de suscriptor del The New Yorker y, junto al disfrute de su última portada, mi pregunta a Niurka de: «¿Será esta Serefina la Perversa? Para mí que se da un aire.» Y la respuesta de mi doñita: «Pues si es ella, entonces no era tan mala.»


 

jueves, 7 de enero de 2021

Mirar tu mirada


La foto sufre los efectos de un retrato de familia conservado en la gaveta de una casa cubana de finales de los 60. Pero, pese a los gravámenes de la humedad sobre un papel fotográfico ORWO y el deslave de la imagen y las fisuras sobre su superficie, la luminosidad en la mirada de una niña, esos ojos en el óvalo perfecto de ese rostro, dominan la composición. La señora a la izquierda es —obviamente— la mamá. Se llamaba Idelisa García, llegó a alcanzar los grados de coronel del Ministerio del Interior y esta tarde viste sus mejores galas para retratarse con su hija. La muñeca… bueno, ya nadie recuerda si tuvo algún nombre. Por último, al centro, la niña. Se llama Niurka y yo tuve la suerte —que me dura hasta el día de hoy— de conocerla unos 15 años después de esta foto, cuando era una médico recién graduada y cumplía su servicio social en La Ayúa, una auténtica aldea en medio de los bosques al noroeste de Guantánamo, donde su principal ocupación era, primero, recibir los bejigos —bebés, entiéndase— de todas las fertilísimas mujercitas de la comarca y, segundo, casi todos los domingos, suturar las largas heridas que dejaban en los cuellos, piernas, brazos, torsos las entradas a machetazos en que se involucraban los varones después de sus ilegales lidias de gallos. Suturas con hilos de yute puesto que estábamos en período especial y los suministros de hilos metálicos eran cosa del pasado. Esa es la muchacha que hoy cumpleaños y esos los ojos con los que me crucé en un viaje de vacaciones que hizo a casa de sus padres en La Habana. Me crucé con ellos y me quedé con ellos y desde entonces no los suelto. No son unos ojos para ella mirar. Son unos ojos para que yo los mire. Míos, coño.