jueves, 7 de enero de 2021

Mirar tu mirada


La foto sufre los efectos de un retrato de familia conservado en la gaveta de una casa cubana de finales de los 60. Pero, pese a los gravámenes de la humedad sobre un papel fotográfico ORWO y el deslave de la imagen y las fisuras sobre su superficie, la luminosidad en la mirada de una niña, esos ojos en el óvalo perfecto de ese rostro, dominan la composición. La señora a la izquierda es —obviamente— la mamá. Se llamaba Idelisa García, llegó a alcanzar los grados de coronel del Ministerio del Interior y esta tarde viste sus mejores galas para retratarse con su hija. La muñeca… bueno, ya nadie recuerda si tuvo algún nombre. Por último, al centro, la niña. Se llama Niurka y yo tuve la suerte —que me dura hasta el día de hoy— de conocerla unos 15 años después de esta foto, cuando era una médico recién graduada y cumplía su servicio social en La Ayúa, una auténtica aldea en medio de los bosques al noroeste de Guantánamo, donde su principal ocupación era, primero, recibir los bejigos —bebés, entiéndase— de todas las fertilísimas mujercitas de la comarca y, segundo, casi todos los domingos, suturar las largas heridas que dejaban en los cuellos, piernas, brazos, torsos las entradas a machetazos en que se involucraban los varones después de sus ilegales lidias de gallos. Suturas con hilos de yute puesto que estábamos en período especial y los suministros de hilos metálicos eran cosa del pasado. Esa es la muchacha que hoy cumpleaños y esos los ojos con los que me crucé en un viaje de vacaciones que hizo a casa de sus padres en La Habana. Me crucé con ellos y me quedé con ellos y desde entonces no los suelto. No son unos ojos para ella mirar. Son unos ojos para que yo los mire. Míos, coño.