jueves, 13 de abril de 2023

Última estrella en el firmamento

10 de enero de 1989. Luanda, Angola. Aeropuerto. Mediodía. La ceremonia pone fin a una guerra que los cubanos echamos durante 16 años. Tres naves soviéticas Ilyushin-62 tienen la misión de cruzar sobre 14 000 kilómetros de mar atlántico y llevar al primer contingente de nuestras tropas —unos 600 hombres en total—, de regreso a su isla. Cada nave con los rótulos en sus fuselajes de tres de las naciones participantes del conflicto: Cubana, Aeroflot y TAAG Angola Airlines. Los majestuosos, invencibles Ilyushins de nuestros acarreos bélicos. Los caballos de tiro trasatlánticos del poderío soviético a nuestra disposición, sacándole el jugo a esas formidables máquinas. Malo que no todos regresamos, como pasajeros, quiero decir; de los 377 000 soldados y 56 000 oficiales que de forma rotativa intervenimos en los teatros de operaciones de Angola, Etiopía, Guinea-Bissau, Congo, resten 2 289 bajas (863 en combate, 597 por enfermedad, 829 en accidentes). El día de nuestro regreso como vencedores. Registrado en estas imágenes, resulta que es ahora un material de exhibición prohibida en Cuba. Menos mal que yo guardé esos tapes, que además yo mismo había filmado con mi Sony del entonces nuevo formato video-8. Fue una labor de conservación clandestina, casetes dispersos en copias múltiples en cuanto escondrijo me pareció adecuado. Vine haciéndolo desde la famosa Causa No. 1 de 1989, cuando los más bravíos combatientes de la Revolución cubana se convirtieron en enemigos del pueblo. Paredón y/o cárcel, y a continuación, como parte de la sentencia no escrita pero inviolable, te borran de la historia. No solo te matan, sino que además decretan que nunca exististe. Sepan que es una norma: cuando el oficial del Ministerio del Interior se presenta en tu casa a la mañana contigua de la ejecución, te informa que ha sido cumplida la sentencia por la que tu ¿esposo?, ¿padre?, ¿hermano?, ¿hijo? es ahora un cadáver que se encuentra en la tumba consignada en la tarjetita que te entregan y te advierte que está prohibido poner el nombre del fallecido ni ninguna clase de lápida. Todo esto me viene a la mente por dos sueltos de estas semanas de la edición digital de Granma dedicados a exaltar dos de nuestras más convincentes victorias africanas: Etiopía (Granma, 17/3/23) y Cuito-Cuanavale (Granma 23/3/23).


Victorias que, según se puede ver, no tuvieron participantes con nombres y apellidos, especies de cubanos genéricos, que uno puede imaginar que en sus carnés de identificación no haya un rostro en la foto. Al menos el general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, el primer Héroe de la República de Cuba, que fue el jefe y estratega de esas dos batallas, no se nombra por ningún lado. Pero, hete aquí, que yo estaba en ese aeropuerto. Yo y mi camarita de video, con la cual tenía acceso a todas las instancias del frente. No paraba de filmar y de acumular los pequeños casetes de video-8. Estaba grabando, en imágenes a todo color y con sonido, algo que consideraba de valor histórico. Una historia que en ese momento era fiesta, orgullo, vanidad de los vencedores. Poco podía imaginarme que a la vuelta de siete meses iba a ser historia, pero de otra clase. Una lección me quedó clara desde entonces: la historia no basta con vivirla, ni tampoco asentarla —por cualquiera de los medios disponibles: cincel y piedra, la pared de una cueva, papiros, los lienzos de pintura (¡arriba, Goya!), papel y lápiz, fotografía, grabadoras de cine, película, video); hay que también ponerla a buen recaudo. Escribe, graba, da cincel, PERO GUARDA. Así que ahí tenemos a Arnaldo Ochoa el 10 de enero de 1989. El individuo a la izquierda en la primera foto pueden desecharlo. Es el general Abelardo Colomé Ibarra, el famoso «Furry». Un petimetre. Ha venido desde La Habana con la misión de llevarse a Ochoa, virtualmente arrestado, para La Habana. Desde luego que Ochoa no lo sabe. Ninguno de nosotros lo sabe. Se confió demasiado en lo que él mismo consideraba sus cojones. Y, digámoslo de una vez, se confió en Fidel; sobre todo, en el nivel de tolerancia que Fidel siempre le había dispensado y en no darse cuenta de la frontera que había entre sus bravuconadas y lo que se podía tornar en desacato. Entonces mírenlo mientras avanza desde la derecha de Furry. Va a hacer entrega de una bandera cubana al coronel Ávila Marrero que ha sido designado jefe del primer destacamento que abordará los aviones. Un locutor, desde alguna cabina cercana a la pista, le da carácter de reliquia a la bandera, al informar con voz emocionada, que fue la que cubrió el féretro del comandante Raúl Díaz Argüelles, caído durante la Batalla de Ebo, por la explosión de una mina antitanque que destruyó su blindado el 11 de diciembre de 1975. Ochoa, con su lento paso de campesino, pero como abrumado por los pensamientos, acompaña a los portadores de la bandera y a Ávila Marrero hasta el pie de la escalerilla. Ordena que suban la bandera hasta la portezuela del avión y que todos los combatientes vayan ingresando en la nave bajo el amparo tan familiar del pabellón. Cada vez que «los muchachos» llegan ante él y le rinden el saludo militar, el general les ofrece su mano y se las va estrechando, uno a uno. «Feliz regreso a la patria», les dice.




PS: El próximo aniversario de relevancia es el de la victoria de Playa Girón, en abril de 1961. ¿Me pregunto qué hará Granma con el general Rafael del Pino o con el capitán Douglas Rudd? El desconcertante destino de dos de los ases de la aviación revolucionaria que limpiaron de naves enemigas el cielo del teatro de operaciones.

PS2: Recuérdense de cliquear sobre las imágenes para ampliarlas.