Pocas cosas cambian. |
Si se diera el caso de que Hugo Chávez Frías apareciera durante los próximos días, saltarín y sonriente, en un video que los medios oficiales cubanos y venezolanos distribuirían con soltura, en ese momento Fidel Castro habrá consumado su mayor triunfo político de las últimas décadas. Me lo estoy imaginando, quiero que sepan. Por lo pronto olvídense de Raúl y de los dirigentes venezolanos del segundo escalón y hasta de la Casa Blanca de Obama. Él es el que está de nuevo al mando, y —lo verdaderamente decisivo— a todos los adversarios los tiene acorralados. Ahora imagínense a ese Fidel Castro diciéndole a Chávez ante la puerta refrigerada de la sala reservada de cuidados intensivos: “Hugo, levántate y anda”. La oposición venezolana se creyó el cuento y ha ido ganando confianza. Vieron su oportunidad, donde no había más que el paso obligado de una emboscada. Que se preparen ahora, es decir, que se pongan a resguardo. Claro que desconocen uno de los principios básicos de la supervivencia en nuestro principado. Cuando él te suelta cordel, y más cordel, y rollos enteros de cordel, aguántense. Ya ni se toma ningún cuidado, ningún recato, para gobernar Venezuela desde La Habana. Y ni siquiera desde el Palacio de la Revolución, sino en faena deportiva desde un sillín de su casa.
El mesías ha regresado. De haber conocido la fórmula años antes, le hubiera ido de maravillas, y hasta no se le hubieran reventado las tripas. No hay nada mejor para gobernar —lo sabe ahora— que no ostentar ningún cargo, que no ocupar ninguna responsabilidad. Y puedes emplear toda la manito de hierro que quieras. Total, son tus alguaciles los que se embarran. Pero le costó trabajo entenderlo. Corrían historias en La Habana de lo triste que estaba. Sus reflexiones dejaron de publicarse y se decía que buscaba refugio en el llamado Polo Científico. Pero ha habido como un cambio de frecuencia. La forma en que se filtra de nuevo en las noticias ha sido virtualmente imperceptible. Ha ganado libras y se ve más llenito y tiene el estudio de su casa lleno de presidentes latinoamericanos. Qué Camp David ni ocho cuartos. Esa casa en el perímetro cercano del Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (CIMEQ) está adquiriendo para América Latina la misma categoría del Moscú de los años 70, cuando el Kremlin era la capital política del mundo.
Pero… esa puerta acristalada, de la que surgen las nubes de condensación al contacto con la temperatura ambiente exterior, ¿es de una sala de cuidados intensivos o la morgue? Si es la segunda, caballeros, y lo que tenemos es que Hugo Chávez se murió hace días y que todos esos decretos y decretos leyes y nombramientos de vicepresidentes ejecutivos y cancilleres y mensajes al Congreso y saludos a las Fuerzas Armadas y al pueblo venezolano y, sobre todo, a los niños amados de la Patria han sido emitidos en verdad por el festín de los herederos, entonces sepan que estamos lidiando con un Fidel Castro que también ha aprendido a gobernar desde la muerte. Lo único que tiene que hacer es trasmitir los encargos más recientes del Comandante Presidente a través de los medios. Si acaso, como ejercicio para las cámaras de televisión, extraer del bolsillo un papelito doblado y hacer como si se leyera cualquiera que sea la reciente disposición de Gobierno, aquí la traigo, calentita como pan sacado del horno. Y ahora, para mayor intensidad del serial, le vienen a Fidel con la noticia de que los panameños con apoyo canadiense entran en la bronca a través de la OEA. Quieren, exigen, demandan, una investigación plena, absoluta, satisfactoria, de lo que ocurre en Caracas. Con las ganas que le tiene Fidel desde el golpe de Estado en Honduras. Pues me aguantan el video de Chávez. Vamos a darle unos días. Que resucite a mediados de la semana que viene. ¿Y los yanquis no han mordido todavía? Ummm. Aguántenme un poco. Aguanten. Y sigan dando cordel. Sigan. Que aquí se resucita cuando la Revolución lo determina.
Pero no hay que tomarlo a mal ni verlo como un desalmado. Los insultos están fuera de lugar. Realmente me asombra la manera en que sus enemigos y especialmente los cubanos terminan cualquier juicio sobre Fidel. Con los peores calificativos sobre su persona y, de más está decirlo, sobre su progenitora. Es una reacción inexplicable sobre un tipo por el solo hecho de ser tan eficiente en su trabajo. Entiendan. Por lo menos léanse El padrino, o vean la película. It´s business, nothing personal. Y aprendan a disfrutarlo. Porque el tipo, además, se está divirtiendo. Calculen que ahora lo que él saborea con mayor deleite —más que los objetivos políticos logrados en cuestión de semanas—, es el ridículo en que va a poner a medio mundo. Oh, Dios, cómo goza.