miércoles, 9 de mayo de 2018

Beny y el melón

La foto es ajena al asunto que voy a tratar pero no encuentro una mejor con el Beny, que es el que aparece entre Jorge Dávila y yo, con el brazo derecho de Rui Ferreira recostado a su hombro y que es el sujeto de mirada más intensa dirigida hacia el foco de la cámara. Bueno, Jorge Dávila tiene una mirada con intensidad semejante, aunque parece un tanto asustado. O por lo menos descreído. El Beny, no. El Beny está ciertamente concentrado y hasta con una leve dureza de hitman antes de sacar la fuca y volarte los sesos. Y el hombre que ríe, vestido de blanco, es Adolfo Rivero, el más grande teórico marxista de nuestra generación. El fotógrafo es ahora un desconocido. El lugar también. Incluso la fecha. Pero es en Miami y todos somos cubanos exiliados, menos Rui, que es portugués. De los cinco, Adolfo fue el primero que abandonó, aunque no sin antes recibir la absolución de todos sus pecados de joven comunista de manos del ex representante federal Lincoln Díaz Balart, que fue hasta el sofoco de su oscuro apartamento para el menester. Quedamos pues, tres, y quizá cuatro porque hay que contar con el fotógrafo aunque no logremos recordar su nombre. El Beny. Ese fue el que abandonó el juego hoy [mayo 8], según me acaba de llamar Rui para informármelo. Bernardo Marqués Ravelo. 71 añitos y un talento feroz y la garganta blindada de un bebedor insaciable. Yo me divertía con el Beny lo que ustedes no tienen idea. Para empezar, nos prodigábamos todos los insultos existentes en la lengua castellana. Eso, siempre, para empezar. Y uno acudía a él invariablemente en busca de títulos. Una vez estaba haciendo algo sobre Hemingway (que no terminé, como suele ocurrirme) y no me convencía ningún nombre o etiqueta. Requería de la inclusión de tres nombres. Para mí resultaban imprescindibles: Hemingway, Cuba y Finca Vigía. Él, presto, con su desmedida audacia para manejar las palabras, las metió en la coctelera y la batió un poco. Miró hacia el techo y me dijo: “Finca Vigía o el olvido de Hemingway en Cuba”. “Coño, Beny”, le dije. “Eres un bestia.” “La tengo prohibida, Norber”, me dijo. “Prohibida.” “Bestia, bestia.” “Para que me respeten.” Otra vez se me designó para presentar la edición cubana de Crónica de una muerte anunciada, la novela de García Márquez, evento que tuvo lugar a las 12.05 PM del 17 de septiembre de 1981 en una venduta desmontable del Palacio de las Convenciones de La Habana donde se expendían libros en el transcurso del Encuentro de Intelectuales por la soberanía de los pueblos de nuestra América y mientras uno suspiraba por la novelista catalana Montserrat Roig que andaba paseándose por aquellos pasillos y fue publicado además —con un título de indudable presencia militar: “Una ráfaga de literatura”— en la edición de El Caimán Barbudo de noviembre del mismo año, y tengo anotado al pie del original de mi texto: “El conocido periodista, narrador, ensayista, articulista de fondo, crítico y poeta cubano Bernardo Marqués Ravelo colaboró en la redacción.” Más adelante, un nuevo evento de lectura pública: “El estilo necesario de la violencia”, la esforzada ponencia que desde su origen Reynaldo González, otro escritor cubano, comenzó a llamar “la quitancia de Norberto” presentada y/o leída o/y comenzada a leer a las 10.05 AM del 12 de diciembre de 1984 en el transcurso del Fórum de la Narrativa auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en el Palacio de las Convenciones de La Habana producida a solicitud del poeta Luis Pavón y, con esta otra nota al calce: “Redacción beneficiada por la colaboración del conocido etc. cubano Bernardo Marqués Ravelo, quien aprovechó una de las jornadas de concepción y escritura para tragarse un melón de la cuota del autor”. ¿Los melones estaban incluidos en la libreta de abastecimientos de aquellos años duros? Pues, sí, señores. Los distribuyeron una sola vez en Ciudad de La Habana en toda la historia de la Revolución Cubana. Y el mío se lo zampó Bernardo Marqués Ravelo, a quien venimos a llorar hoy. Dime, Beny, ¿cómo me está quedando este obituario? El mejor del mundo, muchacho. ¿Eh? Que yo también la tengo prohibida. Prohibidísima.

En las fotos de abajo, en Miami hace años, celebración en reducidísima familia de un cumpleaños de su mujer Rosa (al centro), con mi mujer Niurka y conmigo, ella y yo alternando la posición de la derecha.

viernes, 4 de mayo de 2018

Cassinga


El asalto fue el 4 de mayo de 1978. Lanzaron paracaidistas por la madrugada, los paracaídas quedaron colgando en las matas durante varios días. El Dr. Manuel Fuentes todavía tiene pedazos de tela de camuflaje y cordones no combustibles en su casa de La Habana. Era el campamento SWAPO de Cassinga, a unos 2 kilómetros de la base de blindados cubanos de Tchamutete. Un camino recto de tierra unía las dos instalaciones. Los SWAPO era el movimiento de liberación de Namibia y montaban sus campamentos en la vecina Angola, al norte de su territorio ocupado por Sudáfrica. El regimiento de blindados de Tchamutete era parte del contingente internacionalista cubano. Los angolanos apoyaban a los namibios y se descansaban en los cubanos. Los SWAPO estaban dislocados allí probablemente por la protección de la base. Al Dr. Fuentes le avisaron en su hospital, el “Agostinho Neto”, de Lubango, un hospital civil. Estaba a más de 200 kilómetros. El Dr. Fuentes era un burgués cuando triunfó la Revolución Cubana en 1959. Así debía aparecer en su expediente. “Origen burgués.” Pero voló de Lubango a Cassinga en un Piper Azteca. Tuvo que regresar por falta de combustible y porque nunca vieron los dos camiones con las luces para señalar la pista. Hasta que aclaró y por fin divisaron el campo. Las SADF —las tropas sudafricanas— cogieron a los namibios entre dos fuegos y los cercaron. Todo el tiempo tuvieron por lo menos un Mirage sobre la zona “dando candela” —según la expresión cubana, en este caso para decir abriendo fuego a tierra. Entraba un Mirage y salía otro. Cuando los namibios trataban de huir, los cogía el fuego del cerco. A las fuerzas que habían helidesembarcado por la mañana, el mando SADF las recogió en los mismos helicópteros Puma esa noche. Pero estuvieron dos o tres días más por la zona, quizá algunos hombres perdidos porque el Dr. Fuentes estuvo por las noches oyendo los Puma a lo lejos y viendo las luces fugaces y las bengalas de los rescates. Unos cubanitos salieron de Tchamutete con las antiaéreas del 14,5. Todos eran de Ciego de Ávila, un pueblo ganadero en el este de la isla, y los Mirage los barrieron. Mataron a catorce. Hubo otros con las manos quemadas de no soltar las cintas de proyectiles en el proceso de alimentación de sus ametralladoras.
El Dr. Fuentes usaba el poderoso anestésico Ketalar, de la Park Davis. Lo primero que hizo fue clasificar y discriminar un centenar de heridos sin salvación. Después debe haber hecho unas 50 amputaciones, todas con los mismos guantes e instrumental. Ningún herido profirió una queja. El Dr. Fuentes aprendió después que nada se graba más en la memoria que el silencio. El día 7 fue que comenzaron a llegar los An-26, los formidables turborreactores de la aviación soviética, para la evacuación y con personal médico militar. El Dr. Fuentes estuvo allí una semana. Le dieron una carta de reconocimiento. En Tchamutete lo que había era un urólogo, un otorrino y un médico general. Los utilizó a todos. Sobre la marcha los enseñó a amputar. A la distancia de un kilómetro y medio se divisaba la colina que llamaban la montaña de hierro, a la vera del camino de Tchamutete, donde estaba el puesto de observación cubano y desde donde enfrentaron a un Mirage. Los cohetes flechas portátiles no sirvieron para este combate. Quemaron como antorchas a unos cubanos que no supieron dispararlos.

ooOoo -----------------------(camino 2 kms) ----------------------------xxXxx
      [Tchamutete]                                                                                  [Cassinga]

                                             mmMmm
                                     [Montaña de hierro
                               con puesto de observación]

El Dr. Fuentes era el único vestido de civil en Cassinga. Llevó algún instrumental desde Lubango. Y su AKM y sus municiones. Lo más molesto eran esas moscas que enseguida ponían larvas en las heridas y los gusanos saliendo en pocas horas. Pero las mujeres SWAPO cantaban sus himnos de lucha y baldeaban las mesas de operaciones y enterraban la carne y los huesos cortados y lavaban la ropa. El Dr. Fuentes nunca regresó a Cassinga. La Revolución Cubana lo consideró suficientemente recompensado con la carta de reconocimiento. Quizá todavía le esté afectando el origen burgués.

Insertada: El cirujano Manuel Fuentes se adentra unos 300 kilómetros en el desierto de Mossamedes (Namibe) desde la base hospitalaria de Lubango, donde cumple su misión internacionalista de dos años. Quiere ver esta reliquia del período Jurásico. Una reliquia viva. Las prodigiosas Welwitschia mirabilis, con una existencia probada de hasta 1 500 años, solo se encuentran en esta franja de terreno fronterizo entre Angola y Namibia. Pese a la pobreza de la imagen, la pose del médico junto al objeto de su exploración es una de las escasas piezas africanas que atesora. Él todavía vive en La Habana y hoy es el 40 aniversario de la masacre de Cassinga. Nadie ha tocado en su puerta.