jueves, 22 de abril de 2021

La Revolución en una cámara

Foto © 1967, 2021 by Norberto Fuentes
Al amanecer en un manglar al oeste de Isabela de Sagua, donde Ernesto y su eterno compañero, el reportero Norberto Fuentes, llevan varias noches en vela apostados con otros siete hombres a la espera de una infiltración de lancheros de la CIA, procedentes de los cayos del sur de la Florida. El retrato es de 1967 y ha sido incorporado a esta versión de la entrevista. No aparece en la edición original de Juventud Rebelde.
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Más de seis décadas dedicadas al arte fotográfico, y ante la impronta del aniversario 60 de la victoria de Playa Girón, Juventud Rebelde conversa con Ernesto Fernández Nogueras.
—Desde la década de 1950 usted incursiona en la fotografía. ¿Qué lo atrapó de este oficio y cuál considera es su encanto después de tantos años?
—Para mí el encanto de la fotografía (y no me lo enseñó nadie) llegó cuando me di cuenta que detenía el tiempo. Cuando me di cuenta que uno apretaba el obturador y todo quedada grabado ahí para siempre, y mirabas al que habías retratado y sabías que seguiría envejeciendo, pero su imagen no.
—Capa afirmaba que «Si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas lo suficientemente cerca». ¿Eso ha sucedido con usted en su extensa vida de artista de la fotografía?
—Mira, he llegado al convencimiento que yo soy el instrumento. Por eso digo muy convencido «Dios la tomó». Ahora te explico. Hemingway contó un día el trabajo que le costaba pararse delante de una máquina de escribir para terminar el capítulo de una novela y decía que para poder empezar se paraba delante de la máquina y escribía todas o cualquier cosa que se le ocurría, y al poco rato, sin darse cuenta, ya estaba enganchado con los capítulos. Al final se sentía muy satisfecho.
«A mí me pasa lo mismo: llego a los lugares, sobre todo en un reportaje, empiezo a tomar fotos de todo lo que crea que tiene valor. Lo voy haciendo con calma (y te estoy hablando de rollos), y no te puedo decir es en qué momento el cerebro pasa al disco duro y todo lo que se parezca a alguna imagen que tenga guardada, la mejora y la lleva a la cámara.
«Por eso hay fotos que me gustan mucho, pero no las miro tanto pues me empieza el sabor de que no es mía. También te puedo decir que por una circunstancia especial hubo una época de mi infancia en que vi mucho cine».
—Nick Ut, quien captó la icónica imagen de la niña quemada con napalm, ha insistido que «lo más importante es pensar en la historia de la foto antes de tomarla». ¿Coincide usted?
—No sé a qué se refiere Nick Ut. La imagen es muy dialéctica. Nunca una misma imagen, o mejor dicho, un lugar, es el mismo. El aire, la luz y el movimiento la van cambiando. Estoy hablando de segundos. Quiere decir esto que si usted va caminando, la imagen que usted va viendo según camina es común a todos los que van a su lado.
«Aparentemente todos la ven iguales, pero tiene un movimiento (vamos a decir interno), por segundo. Su momento no es igual siempre y hay que contar con un cerebro que tenga muchas imágenes en el interior para ver esos cambios y ver exactamente aquel para que la persona que caminaba con usted diga: esta no es la foto que tú tomaste cuando caminábamos juntos.
«Hay que estar muy despierto para cogerla, y eso nada más que lo puede hacer un cerebro entrenado. Por ejemplo, conocí un fotógrafo cubano que estuvo trabajando para LIFE, gracias a Guillermo Cabrera Infante, un escritor y amigo que lo trajo a Cuba después de hacer con él un gran trabajo sobre la fiesta que dio Mike Tood en el Madison Square Garden de Nueva York, por La vuelta al mundo en 80 días, una película que había tenido mucho éxito.
«Jesse Fernández era el nombre de este fotógrafo, y te puedo decir que a mí me pasó lo mismo con unas fotos que tomó estando conmigo. Un día, a la salida del periódico me pidió que lo acompañara hasta el Vedado, a pie. Así lo hicimos, y mientras caminábamos y hablábamos, el disparaba su cámara.
«Días después me enseñó algunas y me quedé bobo: a pesar de haberlo visto trabajar y disparar su cámara, veía los lugares distintos. Estuvo muy poco en Cuba, pero dejó un tabloide en blanco y negro y a color que se llamó A Cuba con Amor, en el que vas a ver las fotos más bellas que puedas haber visto sobre Cuba.
«En resumen, la vida, a pesar de sus baches, es muy bella, y para que siga así hay que tomarle fotos, porque, como se dice, la foto detiene el tiempo. Hay que retratarlo todo para ganar en experiencia».

—La historia lo recoge como el primer fotógrafo en llegar a Girón cuando la invasión…

—Bueno, si bombardearon tres lugares en Cuba y amenazaban con invadir, hice lo que me pareció más lógico: pedirle permiso al director del diario, Carlos Franqui, para dormir en el laboratorio bajo promesa de que, si invadían, iría yo. Y así fue exactamente. El director cumplió. Cuando le avisaron me llamó, y me envió para el lugar en menos de cinco minutos.
«El lunes tarde en la noche regresé de Playa Girón para revelar todo lo tomado por mí ese día. A las dos de la mañana me fui a despedir del director para irme de nuevo a Girón, y cuando me le presenté había una persona a la cual había visto varias veces por allí, y Franqui me dijo, medio en risa: “Ernesto, ¿no te molestaría llevar al compañero Taber contigo?”.
«Medio cortado dije: ¡Claro!: se trataba del fotógrafo Robert Taber, el que le hizo la más grande y mejor entrevista a Fidel Castro en la Sierra Maestra. Era tan larga que se transmitió de costa a costa durante dos días seguidos. Él tiene la colección más bella de fotos de la Sierra Maestra… Una de esas es la que sirve de logotipo al periódico Granma: Fidel con el fusil en alto en la Sierra Maestra.
«Con Taber llegamos en horas de la mañana a la ciénaga y nos enteramos que estaban velando al Capitán Antero Fernández. Fuimos a la casa e hicimos unas fotos. Seguimos a Pálpite y así todo el día con Taber, hasta el bombardeo de los autobuses. La foto en que aparezco tirando fotografías al lado del autobús bombardeado e incendiado me la hizo él.
«A las 7.00 p.m. le dije que me marchaba para La Habana para revelar los rollos y que temprano en la mañana vendría con rollos nuevos y las cámaras arregladas, porque producto de las explosiones, los golpes o sabe Dios qué, se le habían zafado los cuatro tornillos que aguantaban el frente. Lo curioso es que las dos cámaras eran iguales: Nikon S2, con lente 1.4, y a la de él y a la mía les pasó lo mismo.
«Las arreglé en casa de un mecánico que le decían Chiqui, en la calle 20 de Mayo, y partimos de nuevo para Girón con las cámaras sanas y varios rollos. Llegué alrededor de las diez de la mañana. Nos tropezamos con muchas personas que venían de Playa Larga y decían que venía una contraofensiva. Esas bolas corrían entre la población civil a cada rato y decidimos correr para llegar rápido a donde estaba Taber.
«Lo primero que nos enteramos fue que estaba herido, y que alguien suponía que era un mercenario porque iba vestido de civil y gritaba que lo llevaran a un hospital. Todo esto y más le pasó al pobre Taber. Por fin alguien lo identificó y supimos que tenía una herida grave en una pierna producto de los obuses.
—¿Cómo logró que se publicaran con inmediatez sus fotos?
—El lugar estaba a par de horas de La Habana y eso permitía regresar por la noche a revelar y volver muy temprano en la mañana a la zona de guerra. El carro en que fui el primer día era una guagüita VW, y el último día fui en un “pisicorre”, creo que marca Chevrolet.
«Así lo hice el lunes y el martes. El miércoles no, porque entramos con las tropas cuando se tomó Girón y me acosté a dormir en el portal de una de las cabañas.
«Todo lo demás fue suerte. Alguien vio las fotos cuando las entregué esa noche y diseñó un fotograbado de cuatro páginas que salió el mismo día que cayó Girón».
—Diez fotografías suyas de esos hechos estarán permanentemente expuestas en el Museo Memorial Girón a partir de este abril…
—Entre esas diez me es difícil escoger alguna por encima de otras, pero sin duda los autobuses bombardeados e incendiados, y los milicianos avanzando a pesar de la metralla, me impresionan siempre.
«Esos son los hombres que quisiera hablaran de esa guerra delante de mis fotos, para que explicaran lo que ahí se ve, porque yo hice el cuerpo, pero ellos tienen que hablar del corazón».
—¿Qué ha quedado en su memoria de aquellos días?
—Entrar con las tropas en Playa Girón y tomarlo al atardecer, en medio de la alegría y el dolor que acompañaba el triunfo, es algo imperecedero para mí.
—En las batallas, ¿cuál es su valoración de las fotos tomadas delante o detrás de los combatientes, en cuanto a su impacto visual?
—En lugares donde se combate se supone que nadie vaya delante de ti, aunque el escritor Norberto Fuentes y yo lo hacíamos a veces cuando la cosa se ponía un poco caliente para que los muchachos empezaran a gritarte y pasara ese momento. Fui aprendiendo que buscar el combate crudo casi nunca podía aportar mucho, pero el retrato antes o después del combate es demoledor. En el otro es un muerto más.
—Con tantas guerras, usted está vivo de milagro…
—Fui a Venezuela con otros diez cubanos cuando un general venezolano cruzó la frontera por San Cristóbal para invadir esa nación, por órdenes de Trujillo. Aquello fue una tragicomedia. Llegamos y no teníamos un solo papel arriba. Para entrar nos resolvió un diputado, Fabricio Ojeda, que logró que nos pusieran un montón de vacunas y así, con él, entramos sin un solo papel y arrancamos para el estado donde había cruzado el General con sus hombres.
«A la mitad del camino nos avisaron que se había rendido y regresamos a Cuba, no sin antes hacer un poco de amistad con Fabricio, que tiempo después fue asesinado en la cárcel.
«Con el escritor Norberto Fuentes estuve en la lucha contra bandidos en 1963, en la lucha contra piratas en 1967 y en Angola de 1981 hasta l983. Ambos compartimos dos guerras (vamos a decir que tres, pues para saber qué era aquello de los piratas había que estar en una emboscada dentro del agua subido sobre el mangle de madrugada): Angola y la Lucha Contra Bandidos.
«Norberto me decía que no le tenía miedo a nada mientras estuviera conmigo, porque yo le decía que nunca me había visto entre los muertos, y así era. Parece que el cine me dejó una gran influencia, pues todo lo veía como una proyección que a cada rato cambiaba de imagen».
—¿Sin la llamada Fotografía de la épica revolucionaria, piensa que su obra no hubiese sido tan reconocida?
—Bueno, no sé si es muy conocida, pues cuando regresé de Angola en 1983 me dediqué a hacer reportajes en el campo, y las pocas exposiciones que hice fueron por algún amigo que me invitó o alguna exposición que hacía de Playa Girón.
«Todo el mundo empezó a hablar de las fotos después del premio que obtuve, gracias a la compañera Luisa Campuzano y a la Casa de las Américas, que me propusieron para el Premio Nacional de Artes Plásticas».

—La crítica valora su obra como un repertorio visual que echa abajo las fronteras entre el fotorreportaje y el ensayo fotográfico. ¿Se lo propuso usted?

—Eso debe de ser por lo que digo de que las fotos las hace el disco duro del cerebro. Me acostumbré que donde quiera que hago un reportaje me quedo a dormir los días que sean, y los trato todos, en la medida que pueda, como ensayo. Eso sí: me encanta el reportaje.
—¿Cuáles son las cinco fotografías que siempre lo acompañarán?
—Las de mi familia.
—¿Qué considera que ha cambiado en la fotografía?
—Todo, menos lo que yo llamo el huequito (visor). Sin visor no hay foto.
—¿Cuánto extraña la época dorada de la técnica?
—De eso no quiero hablar… Es el único invento cuyo desarrollo ayuda para casi todo, pero te perjudica en la persecución. Mientras avanza tú sufres más, porque hasta ahora cuando tú tenías una visión de 20-20 veías perfecto, hasta un punto. Con la alta definición no sabes por dónde andas. Estás acostumbrado, aunque tengas la mejor vista, hasta un límite. Ves la cara de una mujer bien maquillada y la vez bella, pero de pronto vez esa misma cara en la televisión, y lo que ves es una definición que te mata, le ves hasta la marca de la punta del lápiz que le pasaron por los ojos y su cara parece un dibujo.
«Como no me queda más remedio, tengo que entrar en el mundo digital, pero no confió… Siempre pensé (desde que empezó la era digital) que las grabaciones iban a ser óptico magnéticas, porque impresas en un rollo de fotografía lo más que puede ser es que se ralle un poquito, pero no se pierde la imagen porque está impresa. Fíjate que las películas se echan a perder, pero el sonido no. Esa era la belleza del blanco y negro, que todo se veía como era y la gente ni se daba cuenta que no tenía color».
—¿Cómo ha logrado preservar tantos negativos y fotos?
—Los rollos los tengo metidos en un closet cuya pared da a la cocina y se mantiene a buena temperatura sin humedad. En 60 años no me ha cogido hongo ni un lente ni una película.
—¿Alguna vez se impresionó tanto que dejó de apretar el obturador en el momento preciso?
—Si es verdad que siento el obturador, es que no estoy haciendo la foto verdadera.
—¿Soñó que su obra sería imperecedera para nuestra historia?
—No creo que nadie piense en eso. Uno lo hace porque quiere hacer un buen trabajo, pero nadie sabe qué va a pasar con eso. Son muchos los fotógrafos, y con mejores condiciones aparecen y no queda nada tuyo. Cuando de pronto las cosas tuyas cogen valor, por supuesto que te alegras mucho.

Fragmentos de «La Revolución me puso a golpe de cámara toda su lucha», una entrevista de Hugo García con Ernesto Fernández. Publicada en Juventud Rebelde el sábado 17 de abril de 2021.


miércoles, 21 de abril de 2021

Alcibíades Hidalgo: “Mientras viva, Raúl Castro tendrá la última palabra en asuntos clave y de estrategia”

Foto: Carolina Hidalgo

Una entrevista de Pedro Schwarze

Este lunes se concretó la salida de Raúl Castro de todos los puestos de poder en Cuba. Y con él pasaron a retiro los dirigentes octogenarios que aún se mantenían en la dirección del Partido Comunista de Cuba (PCC). Pero esa salida no es inmediata, ya que su mano estuvo detrás de la conformación del nuevo Buró Político, el mayor órgano de dirección del PCC. Miguel Díaz-Canel, el nuevo gobernante, más bien “es un mascarón de proa”. Así lo explica Alcibíades Hidalgo, ex jefe del despacho político de Raúl Castro, ex vicecanciller y ex embajador ante la ONU, quien vive actualmente exiliado en Estados Unidos.

¿Qué rol va a jugar Raúl Castro a partir de ahora? ¿Va a seguir actuando como lo hizo Deng Xiaoping en China?


Absolutamente. Mientras viva tendrá una opinión que dar y dirá las últimas palabras en los asuntos clave y de estrategia. Fidel intentó hacerlo, pero no le acompañó la salud ni el hecho de que el que controlaba su acceso a los medios era el propio Raúl. No creo que Raúl Castro tenga ninguna inspiración de ir a escribir memorias o notas, como hizo su hermano. Pero mientras respire va a tener la última palabra en las cosas básicas.

Raúl Castro dijo el viernes que seguirá “con un pie en el estribo para defender a la patria”. ¿Qué señal quiere dar con eso?


Después de estar 60 años mandando un país, es muy difícil que se vaya a un retiro, a pescar. No es la actitud que se espera de un personaje como este. Él se cree, se supone, un revolucionario que encarnó las mejores ideas nacionalistas del país y también las del socialismo, y como tal puede querer morir en esa tesitura.

¿Hubo algo sorpresivo en este Congreso del PCC?

Sí. Raúl ha metido en el Buró Político a su ex yerno, el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja (presidente ejecutivo del Grupo de Administración Empresarial), que es el único funcionario importante cubano que está sancionado por el Gobierno de EEUU. Es una galleta a la Administración Biden. Es una demostración de que Rodríguez está en el poder y que es parte de la familia, pero para los americanos eso es muy difícil de mascar.

¿Hubo salidas llamativas del Buró Político?

Es significativa la desaparición de Leopoldo Cintra Frías, que había sido sustituido hace pocos días como ministro de las Fuerzas Armadas. Se quedó fuera del juego. El nuevo ministro, Álvaro López Miera, es más cercano a Raúl, una persona que compartió la infancia con Vilma Espín (la esposa de Raúl Castro, fallecida en 2007) y que estuvo con ellos en el frente guerrillero siendo un adolescente. Es su hombre de mayor confianza en la Fuerzas Armadas. También es muy llamativo que sacaron a Marino Murillo, el autor teórico de la reforma económica.

Raúl Castro fue durante 45 años el segundo secretario del Comité Central del PCC. ¿Ya no existe ese cargo?

Así es, ya no hay segundo secretario. Eso es muy importante. El cargo de segundo secretario es algo que se le inventó a Raúl Castro, y Raúl lo mantuvo con José Ramón Machado Ventura por conveniencia, pero eso ya desapareció. Quiere decir que Díaz-Canel es el primer secretario y todos los demás están en el mismo escalón.

¿Y qué hay de la presencia militar?

En el Buró Político hay una fuerte presencia militar, la sigue habiendo, aunque la disimulan, por ejemplo, presentado a Luis Alberto Rodríguez López-Calleja con traje y corbata como presidente ejecutivo del Grupo de Administración Empresarial. Además, está el ministro del Interior (Lázaro Álvarez Casas) que llega al Buró Político directamente, está el secretario del Consejo de Ministros, y está López Miera, el ministro de las FAR. Hay cuatro militares.

Con la salida de Raúl Castro, que ya tiene 89 años, y con el hecho que no hay ningún Castro en los órganos más importantes del país, ¿se está ante el fin del régimen castrista?


Este grupo de poder está tratando de hacer ver, y además muy eficazmente, de que no hay ningún apellido Castro en el Comité Central del PCC ni en ningún cargo clave. Eso es cierto. Pero están sus testaferros, sus prestanombres, siguen allí. Luis Alberto Rodríguez López-Calleja es el ejemplo máximo. Es el hombre que tiene la bolsa del país y de la familia. Eso de que iba a dejar a su hijo Alejandro Castro Espín era una especulación. Raúl escoge la fórmula que le funciona para dejar asegurado, en primer lugar, a su familia y a sus descendientes directos, y darle cierto respiro a la familia de Fidel Castro, que la han tenido ahogada, que han desaparecido del poder real.

Miguel Díaz-Canel concentra los cargos más importantes. La jefatura de Estado, la jefatura del Gobierno y el liderazgo del Partido Comunista. Pero, ¿tiene el poder real?

Eso es teóricamente. Pero evidentemente él se sienta junto a un grupo de inspectores, frente a un ministro de las Fuerzas Armadas, que tiene un contacto íntimo y directo con Raúl Castro. Se sienta en el Buró Político frente al ex yerno de Raúl Castro. Se sienta junto a Marrero que se lo han puesto de primer ministro y que es un personaje muy cercano a Luis Alberto Rodríguez López-Calleja. Díaz-Canel es el mascarón de proa, como los que coleccionaba Neruda.

¿Un mascarón de proa sin carisma?


Sí, sin gracia, muy mal escogido, señal del daño que le hizo a ese sistema la línea de escoger a los más sumisos, a los más dispuestos a hacer lo que ellos estimasen necesario. Por ahí pasaron personas muy inteligentes, como Carlos Aldana, como Carlos Lage, infinitamente superiores a la pobre demostración que ha dado Díaz-Canel hasta ahora.

Entrevista publicada en el medio chileno Ex-Ante, el lunes 19 de abril de 2021.

martes, 20 de abril de 2021

Lejos de África, avatares
de la Dra. Fuentes

Acaba de graduarse como médico. Supuestamente se quemó las pestañas en la Universidad de Michigan. Yo me pregunto, qué hace una hija mía estudiando en Michigan. ¡Y Medicina! ¿Y estudió? ¿De verdad? Oigan, por poco hay que llevarla a punta de bayoneta al primer día de clases en la primaria. Ahí suministro un par de fotos de sus días de estreno en una escuelita pública del condado de Broward. Desconsolada, entró a clases. Siempre un alma solidaria le pasó el brazo por encima de los hombros y la animó a seguir adelante. Un alma solidaria de su mismo tamaño y peso, es decir, otra mocosa. Tranquila, muchacha, si esto no es el camino al cadalso. Apóyate en mí. Avanza. Después le colgaron al cuello un cartel con su nombre. PATRICIA.


Inteligente que son los yanquis. De ahí a emplear con soltura las tarjetas de negocio no va nada. Entonces pasaron los años, uno tras el otro, y un día me entero que estaba en Macchu Picchu dedicada a no sé qué aventura a lo Indiana Jones y más adelante que había ingresado en los Cuerpos de Paz y se hallaba al frente de una comunidad agrícola en un país llamado Suazilandia, donde estuvo tres años y donde cimentó los créditos y el prestigio necesario para postular a una escuela de medicina. El problema de Suazilandia era la costumbre de susodicha nación de —todos los años— hacer desfilar a cuanta jovencita casamentera hubiese y certificada como virgen con sus senos desnudos frente a un muchachón regordete y divertido que es el rey y que este día, mientras se relame en su trono y ante tantas téticas brincando, escogerá las concubinas que entibiarán su lecho en el nuevo año de actividad de la corte. Problema para mí, digo, porque ya a esas alturas yo sabía de su capacidad para hacer la transición de una aterrorizada mocosa ante su primer ingreso en un aula a la posibilidad —muy cierta de ocurrir— de ir delante de la procesión de las vírgenes suazilandesas. Y con la misma sonrisa y satisfacción que le han visto en la foto de allá arriba. Y ahora yo hubiese sido, al menos por un año, suegro del rey de Suazilandia. Pero no. Se dedicó con ahínco al trabajo social de su comunidad y a criar un cachorro de tigre que los sabios tribales le dieron como premio por el éxito de su siembra de viandas para el autoconsumo de la aldea. El tigre tuvo que dejarlo al cuidado de los sabios cuando llegó la hora del regreso.

No lloró mucho aquella tarde del adiós, porque ha resultado durita. Aunque ha prometido regresar. Y todas las universidades americanas la aceptaron. La razón de que escogiera Michigan, es un enigma para mí. Antes, sin embargo, en los seis meses que le quedaban libres tuvo la ocurrencia de ganarse un dinerito trabajando de buhita en uno de los establecimientos de la cadena Hooters, creo que uno radicado New Jersey, donde no solo expendía cerveza a granel y alitas de pollo empanizadas, sino que embelesaba una audiencia de clientes y personal de la casa con sus historias de los misterios de África. ¡Una hija mía buhita! ¡En Hooters! ¡En New Jersey! Y lo que me queda: se va para Texas a hacer la especialidad de anestesiología. ¡Mi hija! ¡Anestesióloga! ¡En Texas!



 

sábado, 17 de abril de 2021

Arrivederci, Raúl


Sabiendo como él sabía que toda la poderosa mística de la Revolución cubana acababa de extinguirse aquella noche del 25 de noviembre de 2016, mientras anunciaba el fallecimiento de su hermano mayor, Raúl Castro se enfrentaba en ese instante no solo a su prueba de fuego personal sino a la posibilidad cierta de que todo se le fuera de las manos en un santiamén. La verdad era una, aunque no se admitiera públicamente: Se acabó Fidel y se acabó la Revolución cubana.

De inmediato la pregunta inevitable era si la Revolución desaparecería bajo las reformas que Raúl Castro y su grupo —según el amplio consenso— se verían obligados a acometer. Acaso la biología impostergable, la muerte del principal combatiente cubano, resultaba el episodio final de aquella historia que llenó la imaginación (y no pocas veces también atizó el encono) de millones de personas en todos los rincones del planeta. La primera señal desde Cuba de que Raúl Castro y sus allegados actuaban en consecuencia para conservar la Revolución (que pudo ser una forma de describir el poder que Fidel les legó) fue un aumento ligero pero perceptible de liberalización tanto política como económica. (Que actuaran bajo la presión del miedo, en defensa de sus propias vidas, resultaba al menos una fórmula políticamente correcta en tales circunstancias. Los obligaba a ser cautelosos, a la vez que magnánimos, y a que calibraran todas sus acciones.)

La economía, pues, resultaba el más peligroso de los flancos. Terminada la leyenda, todo lo que heredaban en ese momento se llamaba precariedad económica, lo que era una idea inexistente, ajena en vida de Fidel, donde primaban los conceptos de orden militar. Era la Revolución de Fidel Castro, una en la que se desayunaba, almorzaba y cenaba sus discursos de redención. Y desde luego que en ese sentido nunca más la Revolución sería igual. Tal el otro flanco, el que ya estaba perdido irremediablemente, el de Fidel y su mística, Fidel y su afán de gloria (del que sabía contagiarnos tan bien), y sus ejércitos invictos y sus equipos de pelota y basquetbol y sus paseos triunfales por el universo y el humo de sus grandes habanos expelidos como cachetadas en las narices de 10 presidentes norteamericanos. Estaría por un tiempo en su cama de caudillo consejero, prudente y sabio —como él mismo se anunció (“Tal vez mi voz se escuche. Seré cuidadoso”), pero, después de él ¿de qué leño se afincaría el fuego?

Un día, al principio de los 80, en defensa de los gastos que ocasionaban su empeño en ofrecer servicios gratuitos cada vez más sofisticados de medicina y educación (hasta nivel universitario) a toda la población, Fidel dijo: “Señores, yo no sé hacer la Revolución de otra manera.” Ya sabemos que la desaparición de la Unión Soviética y con ello el corte abrupto de su logística, convirtió los sueños paradisíacos en un fracaso económico y en la carga —que le colgaron a la espalda hasta el fin de sus días como el albatros de Coleridge— que implicó dejar un país en ruinas.

Pero de alguna manera quedaba la esperanza de Raúl. Qué curioso, su presencia ya como dueño absoluto del poder en Cuba, comenzó a actuar como un tranquilizante, un vector de expectativas tanto dentro de la isla como en el emplazamiento enemigo de Miami.

Aunque no les quepa la menor duda de que resultaba el hombre perfecto para el cargo. Tomen sino sus dos o tres obras maestras organizativas. Cuando el núcleo matriz de la guerrilla fidelista se fracciona en marzo de 1958, se produce un despliegue hacia al norte del valle intramontano de la región oriental bajo el mando de Raúl, donde pasa a operar permanentemente. Allí es donde él funda el Segundo Frente Oriental “Frank País”, que realmente —en medio de la guerra y para la edad que tenía— fue una proeza, aquel pequeño Estado revolucionario, ejemplar y sin duda disciplinado, aunque fuese disciplinado por el terror. Y después, al triunfo de la Revolución, se convirtió en el jefe del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que siempre ha funcionado como un reloj. Si se toma en cuenta que había heredado un aparato militar de niveles de subdesarrollo y con armamento de la Segunda Guerra Mundial y que además había sido el ejército que los mismos guerrilleros derrotaron en un par de años y que a la vuelta de una década llegó a ser catalogado como uno de los diez primeros ejércitos del mundo y que llegó a dislocar una fuerza de combate permanente de unos 100.000 hombres apoyada con más de 500 tanques y artillería y aviación de intercepción supersónica a más de 15.000 kilómetros de distancia, en la República Popular de Angola, lo menos que se le puede conceder es que se trata de un eficiente organizador y que sabe rodearse de un excelente equipo de asesores.

Y en eso es en lo que estuvieron los cubanos desde la pérdida de Fidel. En una transición, pero —¡oh, sorpresa!— más que de modelo económico, de orden generacional. Y esto es un asunto que surge a última hora y que los obliga a operar en un terreno totalmente diferente al previsto. Muy pocos entre nosotros teníamos esa preclara conciencia: una revolución es un proceso que compromete a una sola generación. Por otro lado, imprescindible aclararlo de inmediato, lo que estuvimos viendo en los últimos tiempos era también el resultado de largos años de guerra intestina entre dos hermanos. Entre Fidel, un auténtico e irrefrenable revolucionario. Y Raúl, un pálido reflejo de la vieja guardia comunista. Durante todo el proceso revolucionario cubano (muchas horas de conversaciones al respecto que tuve, sobre todo con Raúl) Fidel quería dinamitar la República hasta el polvo de sus cimientos. Raúl quería lo contrario. Raúl quería restaurarla.

El problema partía de un manejo de los conceptos. Donde Fidel necesitaba la confrontación, Raúl la eludía a toda costa. Si Fidel llevó hacia límites inimaginables la guerra leninista contra la institución del Estado—al punto de sospechar y oponerse sistemáticamente a su propio Estado revolucionario—, Raúl —el hombre que gobernó con mano de hierro pero resueltamente la mini república del Segundo Frente— tenía en el Estado el principal instrumento de su poder. De hecho, su entrenamiento fue organizar y mantener la vitalidad de instituciones en medio del caos fidelista.

Digamos que era un reformista y que, desde luego, al final —qué paradoja— funcionaría en contra de los revolucionarios cubanos, de los genuinos, los fidelistas. Fidel era nuestro hombre, el jefe natural de una generación a la que apenas salida de la adolescencia le entregaron un país para reinventarlo y además le dieron una subametralladora checa modelo T-23 con abundantes municiones que te podías llevar a la casa. Por supuesto que era nuestro hombre y por eso lo sostuvimos ahí. Pero fuimos los que estuvimos obligados a contemplar cómo Raúl desmontaba el aparato fidelista en cuestión de meses (algo que he llamado la contrarrevolución perfecta), y mantenía a Fidel como su rehén mientras la enfermedad lo consumía.

Pero, 24 horas antes de su cesión de todos los cargos del aparato de poder, él debe aceptar con toda frialdad que esperó demasiado tiempo. Nunca, por ejemplo, intentó un golpe de Estado, con todos los recursos a su favor y el inevitable apoyo que hubiese recibido del Ejército Soviético. Tenía broncas monumentales con Fidel, pero se refugiaba en sus antiguos predios del Segundo Frente a llorar sus cuitas. Y cuando tuvo al fin el poder en sus manos, era tarde, muy tarde. Tuvo que vérselas con una nueva generación y el solo intento de restablecer la República que Fulgencio Batista abandonó 60 años atrás, parecía, cuando menos, ridícula.

Si es cierto que Raúl se jubila como colofón de las presentes jornadas del congreso del Partido Comunista (y todo parece indicar que así será), la próxima semana Cuba será gobernada por alguien cuyo apellido no es Castro. (Vamos a ver la clase de gloriosa despedida que se prodiga él mismo en el salón plenario.) Después, se supone, va a refugiarse en un feudo militarizado en Santiago de Cuba donde la seguridad del perímetro estará garantizada por una guardia pretoriana de toda su confianza.

La mayor evidencia, sin embargo, de lo que va a ocurrir en el futuro inmediato, es el significativo silencio que rodea a su familia desde hace muchos meses. Como quiera que regresar a una situación donde el poder no se puede mantener —el poder de forma absoluta como solo permite una Revolución—, y ante la perspectiva creciente de su desaparición natural, el objetivo priorizado de Raúl es la salvaguarda de su familia. Todos han desaparecido del entorno público. ¿Desde cuándo no oyen un escándalo de esos muchachos? Con todo el dinero que han acumulado, la solución pertinente son las suntuosas villas que ya poseen —un secreto a voces— en Europa. Puede que los hijos de Fidel se incluyan en el paquete y que fuese parte de los compromisos con el hermano en su lecho de muerte. En definitiva, si no los matan antes, no es otro el destino final, en las repúblicas bananeras, de sus dictadores. Y si ese es el plan, señores, muy pronto lo sabremos. Una Revolución en retirada total. Digna, limpia —y en el olvido.

Publicado por La Repubblica (16/4/21) como «Cuba sin Castro. Se va Raúl, reformista a la mitad en el reino de Fidel».