martes, 12 de abril de 2022

El cuarto fusil

En uno de sus mensajes alambicados y vacíos de todo significado, el presidente Díaz-Canel informó que el general Rafael Moracén Limonta había fallecido el pasado viernes 25 de marzo. El titular de Granma: «Díaz-Canel: El valor y la ética de los internacionalistas cubanos crecieron junto con la leyenda del bravo Quitafusil.» ¿Entendieron algo? Nada. No se entiende nada.

Una historia tan jugosa y en lo que la convierten. Pues déjenme decirles que muchos años antes de alcanzar los grados de general, Moracén ya era reconocido por el nombre de Quitafusil. Era uno de los negros cubanos movilizados con el MPLA. Era alto, de verdad que negro pero de mediana intensidad, y su especialidad, aseguraban, era arrebatarle las armas al enemigo. Fue el único combatiente del MPLA que le quitó el arma a un portugués durante toda la guerra de liberación. Fue en medio de una refriega con una patrulla colonialista que él mismo recordaba como «un intercambio muy jodido de plomazos», que duró pocos minutos y del que el enemigo se retiró apresuradamente con varias bajas y un desconcertado portugués al que había sido despojado de su fusil alemán G-3 en pleno combate. Lo hacía de un manotazo. Se valía de la noche y de lo que él mismo llamaba su camuflaje natural. Mientras no se riera y enseñara sus dientes, el botín estaba garantizado. No había Dios que lo detectara mientras se arrastraba hacia el parapeto enemigo.

Ya había arrebatado tres fusiles durante la lucha contra Batista en la Sierra Maestra y ya desde entonces lo llamaban Quitafusil.

Probablemente sea una de las únicas dos leyendas auténticas —junto a la de El Caballo de Mayaguara en el Escambray— surgidas de manera espontánea dentro de las filas de los combatientes de la Revolución Cubana. Su único motivo de queja —su «berro»— cuando cogieron el fusil para exhibirlo. «No entendía», según el capitán Jorge Risquet, «porque su concepción guerrillera traída de la Sierra Maestra no era compatible con un fusil empleado para exhibir en vez de para combatir. Aunque en esa época ya estábamos estabilizando el suministro de armas para los angolanos.»

El fusil se convirtió en un símbolo, una verdadera reliquia, por lo que Moracén tuvo que entregarlo a los grupos políticos de la organización que lo exhibían en los destacamentos guerrilleros. Quitafusil, desde luego, se molestó, «se berrió» como ya hemos dicho. «¿Un hierro para mostrarlo a tus compañeros y no para echar balas?»

Y mientras eso ocurría con su G-3 por un lado, Moracén se internaba en la selva por otro. De sus andanzas con el MPLA quedan unos binoculares en el Museo de la Revolución de Luanda donde una leyenda bajo el cristal informa escuetamente que fue un regalo de un combatiente internacionalista cubano al presidente Neto. No cuenta el hierro que sumó al incipiente arsenal del MPLA.

En la foto, desde la izquierda: Carlos Aldana, entonces jefe de despacho de Raúl Castro en el Comité Central, este autor y Moracén. Yo llevo casi dos años vivaqueando en Angola. Moracén, entre una cosa y otra, desde 1975. Estamos en junio de 1982 y salimos de la casa de visita adjunta a la mítica Casa Número Uno de Luanda, que es la residencia del jefe de la Misión Militar cubana. Aldana ha viajado desde La Habana por unos días en compañía del general Arnaldo Ochoa. Asuntos de Gobierno. Tiene una reunión con Moracén que está a cargo de la seguridad del presidente angolano José Eduardo Dos Santos y me invita al cónclave. 

 (Foto y contacto: © 1982, 2022 by Ernesto Fernández. Prohibida totalmente la reproducción.)

miércoles, 6 de abril de 2022

Tabatha Twischit no cree en lágrimas

La pelambrera y la barba y el aspecto desaliñado iba por cuenta de mi mujer de entonces, una rubia que quitaba el aliento y que era mi maestra de inglés en la universidad. Su empeño era convertirme en un hippie a destiempo, eso sí, con obligación de baño diario. Sábata Tuichi la llamábamos, por una canción sobre una maestra de inglés del grupo español Los Mustang.

En un viejo coche
he visto pasar
mi profesora de inglés.

Los viejos recuerdos
de tiempos pasados,
han vuelto en mi a renacer.

Hoy he visto a
                    ¡Bum! ¡Bum!
Tabatha twischit
mi gentil
profesora de inglés.

Hoy he visto a
                    ¡Bum! ¡Bum!
Tabatha twischit
mi gentil
profesora de inglés.
                          (Sigue…)

Procedía de la adaptación —bastante alterada en su traducción del original en inglés— del pegajoso «Tabatha twischit» de The Dave Clark Five salido de las prensas de Columbia el 12 de mayo de 1967. Unos diez años después la versión española aún sobrevivía en la memoria de los alumnos del curso para trabajadores de la profesora María Eugenia. La deformación fonética que llevó el tabatha twischit al sábata tuichi es para mí hoy inexplicable. También María Eugenia —¡qué piernas, Dios mío! ¡Y aquel peladito con su cerquillo a lo Jane Fonda!—; también ella, decía, era inexplicable. Misteriosa. Dominante. Y no soportaba a Elvis. Y después, tampoco, a Fidel. En fin, que un buen día decidió que su reino no estaba en la primera república socialista de América y me dejó plantado, con spectrum, barba y desaliño, y que me las arreglara como pudiera con mis esforzados camaradas del proletariado internacional mientras ella ganaba distancia. Miami que tú sabes. O Londres. O hasta Sidney, Australia. Decidida la amiguita.

Queda establecido, pues, los porqués de mi aspecto en la foto de arriba. Fue tomada a mediados de los 70 al inicio de la rampa que lleva a la entrada del hotel Habana Libre. La muchacha bajo mi brazo es Marifeli Pérez-Stable que por aquel entonces campeaba por su respeto en la ciudad puesto que pertenecía al grupo de avanzada de «la comunidad» y que luego aparecieron en el documental 55 hermanos de Jesús Díaz. Estaban de moda. Sus padres los habían sacado de Cuba al inicio de las broncas de Fidel con los americanos, pero ahora ellos regresaban. En son de paz. Y ávidos de Revolución. Las estólidas academias los habían soltado con más sed que el Sahara. Pero, claro, en La Habana, primero, intentaron hallar sus pariguales. Por eso se arrebataban por conocerme. Hasta las proximidades del Hudson habían llegado los ecos de mis glorias solzhenitsianas producto de mi librito Condenados de Condado y de mi refriega con Heberto Padilla la noche de su autocrítica.

Entonces, por último, entra en el cuadro el señor que avanza por la izquierda. No tiene nada que ver —ni por asomo— con algo que sea disidente o que provoque el más mínimo celo de los siempre justicieros oficiales de Seguridad del Estado. Se llama Ambrosio Fornet y le dicen «Pocho». Venía por la acera de enfrente cuando nos detecta y cruza en diagonal para producir el encuentro casual. No conmigo, por supuesto. Sino para el saludo con la ya-no-gusana Marifeli. No está de más que uno de estos jóvenes se interese por cursar una invitación como conferencista en NYU. O hasta en Harvard ¿por qué no?

Ay, Pocho, Pocho… Los trabajos que estoy pasando para dotarte de un obituario al nivel de lo que se supone haya sido tu excelencia intelectual. (De eso se trata todo esto, ¿o no se habían dado cuenta? De que ayer Ambrosio se nos fue del parque.)

Mas por mucho que rastrees la Internet, lo que encuentras en abundancia ligado a su nombre son premios, condecoraciones y órdenes oficiales. (La Patria siempre tan agradecida.) Eso sí, una constante: Se le reconoce haber acuñado el término Quinquenio Gris. Ah, caramba, si ese es el tamaño de su inmortalidad —según el titular de Granma: «su obra en la eternidad» ¡SU OBRA EN LA ETERNIDAD! Mira qué fácil ganarte un sitio en el Olimpo, quizá por encima de Shakespeare o de Cervantes.



Aunque el homenaje más desconcertante, no sé si por timorato, o por hacerse el gracioso con los pendejos del corte de Ambrosio, o, lo que es peor, por un total desconocimiento de los hechos históricos ocurridos en el país que gobierna, es este de Miguel Díaz Canel en su cuenta de Twitter: «Sobre años grises, él puso luces que le sobreviven». ¿Sabrá Díaz Canel que el llamado quinquenio gris fue obra personal y directa y celosamente perfilada de Fidel Castro? Bah. El resultado final es el mismo. El revisionismo histórico de la Revolución Cubana bendecido por Raúl Castro y su gente.


martes, 5 de abril de 2022

Seremos polvo

«Ahora sí que Putin se jodió», fue mi respuesta inmediata. Un amigo, periodista, poco dado al alarmismo, la verdad, me informa de la carta del curita José Conrado, de la parroquia de Paula, en la ciudad de Trinidad, el bueno de José Conrado, al temible Vladimir Putin. No quiero hacer citas de su misiva para no afectar el respeto que yo mismo acredito a mi prosa. Cuando tú me ligas con un producto de naturaleza tan diferente, el resultado puede ser contaminante. Pero ya pueden calcular la cantidad de lugares comunes que despliega su diatriba y la inevitable conclusión a la que nos somete (¡como si no lo supiéramos desde el enunciado!): que el presidente ruso es un desalmado. No obstante, el texto completo de José Conrado queda en la Internet a disposición de los lectores más curtidos. Vayamos ahora a la situación de caos, desasosiego, terror pánico (los cubanos siempre lo dicen junto, como una sola palabra: terrorpánico) que debe haber creado en el Kremlin al recibirse la noticia. Gente reputada como durita ese Putin y sus generales. ¡Pero que Conrado acabe con ellos en una carta abierta…! No. No esperaban este golpe. Lo peor que les podía ocurrir en el transcurso de su ofensiva. Ni qué decir de la cantidad de cifrados entre Moscú y La Habana. ¿Somos hermanos o no somos hermanos, Mihail Diaz Canelucho? Porque lo otro sería el ultimátum de evacuar toda la población de la ancestral villa en un radio de diez kilómetros alrededor de la vetusta parroquia dado que la lluvia de seborucos y cisco de tejas coloniales producto del impacto sobre ella de un misil hipersónico de precisión Kinjal (daga en ruso) causaría inevitables daños colaterales en ese radial que, considerémoslo, es el área probablemente total que ocupa Trinidad. La suerte es El Escambray, ¿no? Lo tienen ahí atrás. Se pueden parapetar en las lomas. ¿Los acompañará José Conrado en la huida? ¿O lo veremos encaramarse en la azotea de su bien amada parroquia de Paula y su última imagen será la del regordete servidor de Dios elevando con un brazo el crucifijo para enfrentar al Instrumento del Maligno? No sé si te alcanzará el tiempo de conciencia cuando te van a clavar entre ceja y ceja un Instrumento Hipersónico del Maligno que puede alcanzar hasta 27 veces la velocidad del sonido. Por eso pienso que en su caso hará oídos a los reclamos de la Defensa Civil y decidirá acompañar a su rebaño en la urgente evacuación. Bueno, hasta que alguien lo descubra en el tumulto y entre los perros ladrando y el otro con unas gallinas dentro de un saco (el cabrón siempre garantizando el condumio) y las chiquillas muertas de risa, histéricas, y la gente del Partido con las bocinas clamando por mantener el orden, ¡Disciplina, compañeros! ¡Disciplina! Que es cuando alguien descubre a José Conrado, subiéndose el sayón para poder avanzar más ligero, por lo menos para llegar detrás del cerro de La Vigía o con un poquito de más ánimo llegar hasta el Guaurabo, que es un riecito de aguas de lo más frescas. Lo descubre (probablemente el monaguillo, que es el de la llamada «agentura», el informante de la Seguridad) y grita: ¡Oigan, caballeros, aquí está el cabrón que nos ha embarcado a todos! Así pues, ¿para qué continuar con la narración? No hay forma de describir amablemente lo que ocurre a continuación.

La ilustración procede de Mella, el órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, número 193, 27 de mayo de 1961. Era una época en que las cosas resultaban mucho más nítidas. Al menos, los curas, todos, eran el clero contrarrevolucionario. En Mella los escenificábamos con unas ametralladoras de mano y las insignias fascistas en la sotana. Y no debía faltar el cadáver de algún infeliz victimado por el sacerdote. Este de la ilustración calza alpargatas por lo que debe ser un muerto gallego. Mas en la vida real lo que pasó con el clero es que Fidel los embutió a todos en un barco y creo los zumbó mar afuera. A España, creo.