lunes, 27 de abril de 2020

Polaroid


¡Silvio de nuevo! (A petición popular.)

Recuerdo que fue por la tarde y que yo acababa de regresar de mi primer viaje a los Estados Unidos en más de 22 años. En mayo de 1983, invitado por Sandra Levinson, había ido a Nueva York para dar unas conferencias sobre Hemingway. El viaje anterior, el de los 22 años antes, había sido a Miami a mediados de 1960, como acompañante de mi viejo en uno de sus negocios mafiosos o de publicidad. Esta tarde de la instantánea Polaroid, es evidente mi desembarco desde USA debido a esas gafas que parecen sostener, sobre el tabique de mi nariz, dos pantallas de televisores Motorola. Entonces me encuentro con Silvio, de carro a carro (se puede decir de Lada a Lada), en una calle de Miramar y lo invito a un café en la buhardilla que tengo con una mujercita y que estoy tratando de convertir en un apartamento. El entorno es aún deslavado, y donde la mujercita, diestra, resuelve la escasa capacidad de almacenamiento de ropa con una reserva de percheros que cuelga de cualquier pestillo o clavo. Pero una poderosa video grabadora Sony —fuera del encuadre de la Polaroid— está frente a las rodillas del cantautor, y hay una estiba de videos de formato Betamax (los de moda entonces) con cuanto concierto o películas de Elvis se hayan producido, inevitables dentro de mi equipaje al regreso del imperio después de tantos años de ausencia. Y tengo la poca delicadeza de someter a Silvio al suplicio de no sé qué cantidad de tiempo obligado a compartir mi fascinación por el King. Él aguantó a pie firme, la verdad. Silvio había sido el dibujante de El Hueco, una de las historietas del suplemento semanal de Mella, total creación mía —como ya he declarado varias veces en los últimos tiempos—, al que contribuía además con los guiones. Silvio dibujaba y a la vez aprendía a tocar la guitarra bajo el magisterio de Fundora, uno de los coloristas, y cantaba un rock titulado “Los Fantasmas” y todo ocurría en la única estancia con aire acondicionado de la publicación que era el departamento de diseño. Entonces, no sé cómo (o cómo Silvio se las arregló para sustraerme de la hipnotización de Elvis), la atención se desvió hacia la nueva modalidad de vida que los artistas cubanos estábamos disfrutando desde principios de los 80, que era poder viajar, cada vez con más frecuencia, al extranjero.

Y, como por gravedad, caemos en el asunto de los derechos de autor, es decir, en el de los billetes que se supone devengaríamos por nuestras obras pero que el Ministerio de Cultura se embolsaba sin miramientos si de divisas extranjeras se trataba y que a nosotros nos devolvían —¡vaya correspondencia!— en lo que llamábamos chavitos —pesos cubanos (ni siquiera CUC, que en esa época no existían, desgraciada generación la nuestra). Silvio, casi como en un lamento, me pregunta, ¿por qué no nos dejan manejar y disponer de nuestro dinero? Avispado el cantautor, la verdad, o al menos así yo lo vi aquella tarde. Empecemos ahora por despotricar —es una acción en diferido, en realidad— de nuestro principal verdugo económico, un personaje llamado Miguel Cossío Woodward, el funcionario a cargo del malévolo CENDA (Centro Nacional de Derechos de Autor) encargado de cobrar nuestras divisas y sabe dios cuánto se echaba en sus bolsillos durante las transacciones. A mí, por lo menos, me esfumó una porción del adelanto de Hemingway en Cuba en un viaje que hizo a las Bahamas creo para cobrarlo de manos de Lyle Stuart, el editor gringo. Me apresuro en declarar que no estoy hablando de un funcionario comunista que vive en Cuba y al cual hay que aplicarle —o es elegible para— los tortoles de todas esas leyes que tienen los americanos para este tipo de personajes de la nomenclatura castrista. Hace mucho que abandonó su puesto de agregado cultural de la embajada cubana en México y es un oscuro profesor no se si de literatura o de gramática española en un colegio privado de poca monta. Bueno, qué decirles. Que al final Silvio ganó esa bronca. Y es quizá hoy, según se dice, millonario. Y pienso que si hay un millonario cubano que se merece retozar sobre su montaña de monedas de oro como Rico MacPato es nuestro Silvio. (Era uno de nuestros personajes favoritos de cuando hacíamos las historietas de Mella. Ese Rico MacPato no creía en acumulación originaria ni un carajo. Lo de él era encaramarse allá arriba, en el último nivel de un rascacielos que era una especie de caja fuerte colosal repleta casi hasta el techo de monedas de oro y zambullirse en su fortuna.) Así es como me gusta imaginarme a nuestro emblemático músico. En la gozadera. Chapaleteando entre sus doblones.

sábado, 25 de abril de 2020

Lo mío es las almohadas

 
“Los perros no se andan con protocolos. Ellos te aceptan como tú eres. No actúan de mala gana. Son felices criaturas que viven en su momento. Dios quiere que nosotros vivamos en nuestro momento. Los perros nos enseñan cómo hacerlo.”
—el rabino Gadi Capela, de la Congregación Tifereth Israel, Greenport, Nueva York, a Susan Lehman, The New York Times, 24 de abril de 2020.

[“Oye, papá, déjame dormir tranquilo. No jeringues más con ese móvil. Así no hay Dios que pueda ser feliz.”]
—transcripción telepática de los pensamientos del can llamado Jerry Lee Fuentes en diversas ocasiones de los últimos tiempos.

viernes, 17 de abril de 2020

Primera imagen de una batalla


Esta es la única copia que existe. Muchos negativos y fotos se perdieron en la vorágine de los años 60. Pero ésta es la primera de la batalla. Un episodio que los cubanos identifican como batalla de Playa Girón y los americanos como el fiasco de Bahía de Cochinos. La foto fue tomada hacia las 8 de la mañana del 17 de abril —un día como hoy, hace 59 años, de cielo igual de despejado y una temperatura pasable—, a unos 20 kilómetros de Playa Larga. Está confirmado por su autor, Ernesto Fernández, entonces de 21 años de edad y bisoño fotógrafo del periódico Revolución. Los B-26 invasores —procedentes de Bluefield, Nicaragua— acaban de efectuar un martilleo rasante sobre la zona, para dar cobertura al lanzamiento de la primera compañía de paracaidistas. El desembarco ha comenzado unas cinco horas antes y ya la Brigada 2506 se ha posesionado de Playa Girón y Playa Larga. El primer teniente Antero Fernández Vargas, jefe del puesto militar de Jagüey Grande (5 kilómetros al norte del lugar de la foto) ha recibido de alguna manera (ya nadie sabe cómo se lo informaron) la noticia del desembarco y se las ha agenciado a través de un viejo teléfono de magneto para que se la comuniquen al Puesto de Mando de Fidel, en La Habana. Está también confirmado que Fidel recibió la noticia a las 03.29 am. En el llamado Punto Uno. El teniente Antero reúne una veintena de milicianos y soldados bajo su mando, espera a que aclare un poco y los monta en un pequeño ómnibus y un automóvil y sale “a averiguar qué pasa” en Playa Larga. Al llegar a este sitio —conocido como Los Alpes (repito, 5 kilómetros al sur de Jagüey Grande y 20 al norte de Playa Larga)—, ve un par de B-26 que se aproximan en vuelo rasante y se apea de la cabina de su automóvil, fusil checo M-52 en mano, y se enfrenta a los monstruos —"palo a palo" como dicen los cubanos—, y tiene tiempo para disparar las 10 balas de su cargador, hasta que un proyectil perforante calibre 50 de las 8 ametralladoras de proa del avión le impacta de refilón en la cabeza. Pocos minutos después, el fotógrafo Ernesto Fernández, a bordo de su vagoneta VW con el emblemático rótulo rojo del periódico Revolución en sus costados, llega al lugar. Es el primer fotógrafo que se presenta en el teatro de operaciones. El primero por casi 6 horas de ventaja sobre los demás. Lleva en la carretera, desde La Habana, unas tres horas. El asunto es que Carlos Franqui, director de Revolución, es el tercero en La Habana que recibe la noticia, porque Celia Sánchez, la conocida ayudante de Fidel desde la guerrilla de Sierra Maestra, lo ha llamado. Franqui sabe que tiene un fotógrafo de guardia en el cuarto oscuro para cualquier eventualidad: Ernesto Fernández, que descabezaba un sueñito en el suelo, cerca de la ampliadora, cuando Franqui lo impone de la noticia y le dice que se lleve la guagüita VW y a al chofer Orestes Cardoso. Ahora Ernesto está en la carretera y los B-26 ya le han pasado por arriba —a él también, aunque no le han hecho fuego— y saca su Nikon de estreno y toma la fotografía. No quiere acercar el lente a la cabeza abierta de Antero, para que la foto sea publicable. El teniente ha caído con la región del cráneo abierta contra el pavimento. El espeso rastro de sangre cruza la carretera y es pavoroso. Ernesto conocía al teniente de sus recorridos con Fidel por la Ciénaga de Zapata, desde el principio de la Revolución, puesto que Antero era el jefe militar de mayor graduación en el territorio, y debía acompañar al Comandante en Jefe. Pero no sabe en este momento que se trata de Antero, que ése es el soldado que tiene muerto a sus pies. Una vez Ernesto lo retrató en el recorrido de Fidel con Sartre. Es el joven militar de bigotito que sonríe detrás del filósofo francés en una foto de aquel recorrido.


Fidel invita a Sarte a un recorrido por la Ciénaga de Zapata. Es en marzo de 1960 y nadie puede prever aún que una brigada (según la composición de las Fuerzas Armadas americanas) va a desembarcar por esta zona con el objetivo de destruir la Revolución cubana. El teniente Antero Vargas es el militar que sonríe un tanto paternalmente mientras mira a Sartre. Estamos en un lugar que se llama La Boca, que lleva hacia un paraje llamado Laguna del Tesoro en el interior de la Ciénaga, donde Fidel lo único que ha hecho de cierta relevancia hasta ahora es cazar cocodrilos con un fusil belga FAL. El mismo Fidel ha mandado a construir esta carretera el año anterior, apenas al triunfo de la Revolución. Conduce desde el pueblo de Jagüey Grande hasta Playa Larga y luego a Playa Girón. Un poco más arriba de este sitio de la foto se encuentra el lugar llamado enigmáticamente Los Alpes, donde Antero le va a presentar combate con su fusil M-52 a dos bombarderos ligeros B-26 en vuelo rasante.

Ernesto Fernández en la carretera Playa Larga-Playa Girón, abril 18 de 1961.



martes, 14 de abril de 2020


domingo, 12 de abril de 2020

Escritor enclaustrado

Sabiduría

Aquí están las cinco reglas para hombres que deseen llevar una vida feliz. Están inscritas en la lápida de Rusell J. Larsen. Mr. Rusell murió y fue enterrado en Logan, Utah, sin llegar a imaginarse nunca que la lápida sobre su tumba ganaría —67 años después de su muerte— el concurso de la Lápida más Jodedora (¿alguien tiene una mejor traducción para “coolest”?).


Lápida de Rusell G. Larsen
Cementerio de Logan City, Logan, Utah


ES IMPORTANTE TENER UNA MUJER QUE AYUDE EN CASA, COCINE DE VEZ EN CUANDO, LIMPIE, Y TENGA UN EMPLEO

ES IMPORTANTE TENER UNA MUJER QUE TE HAGA REÍR

ES IMPORTANTE TENER UNA MUJER EN LA QUE CONFIAR Y NO TE MIENTA

ES IMPORTANTE TENER UNA MUJER QUE SEA BUENA EN LA CAMA Y QUE LE GUSTE ESTAR CONTIGO

ES MUY, MUY IMPORTANTE QUE ÉSTAS CUATRO MUJERES NO SE CONOZCAN ENTRE SI O PUEDES TERMINAR MUERTO COMO YO


El Viejo Oeste 

Aquí está la especie de autocrítica colectiva de un pueblo gringo (no lo tengo ubicado). Imaginad el confort del pobre George de haber leído la inscripción sobre su tumba.


AQUÍ YACE
GEORGE JOHNSON
AHORCADO POR
ERROR
1882
ÉL TENÍA RAZÓN
NOSOTROS
NOS EQUIVOCAMOS
PERO NOSOTROS
LO COLGAMOS
Y AHORA ÉL
SE FUE

Monorquideo

A tenor de la historia de este infeliz de la lápida anterior, recuerdo un cuento que me hacía el viejo, nunca determiné con certeza si horrorizado o burlón. El tono excesivamente compasivo de su voz era una fuente alarmante de sospecha. En un hospital —uno gringo, of course—traspapelaron las asignaciones de dos casos de cirugía: una extracción de apéndice y una extirpación de un testículo. Y practicaron en un paciente lo que le correspondía al otro. Y viceversa. ¡Y viceversa! Imagínense (el viejo me hacía ver todo el cuadro como si fuera una película) el momento en que el imponente Dr. Crawford, desplegado en su impoluta bata blanca, se presentaba a la vera de la cama de post operatorio y, satisfecho, profesional, le comunicaba a su paciente, aún conectado a un enjambre de tubos: “Mister Jones, la intervención ha sido un éxito. Ese huevito suyo no le dará más problemas.” “¿Huevito?”, preguntaba, espantado, Mister Jones. “Sí, su cojón izquierdo, me refiero, Mister Jones”, continuaba, impávido, el Dr. Crawford, según continuaba a su vez el cuento de mi viejo. “Cortamos y limpiamos casi hasta la zona del ombligo, pero por dentro. Siempre hay que profundizar, usted sabe, Mister Jones...” Biiip biiiipbiiiip… “¿Mister Jones?” Biiiip…. Biiiip… “¡Mister Jones!” Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip

LO CORTAMOS
Y AHORA
NO ESTÁ

¿Actualidad del guisopo?

Una nota en Granma (primera plana del 5 de febrero de 2020) debió llenar de esperanzas y de buenos augurios el espíritu de todos aquellos ciudadanos que disfrutan de un buen baño y luego embadurnarse las axilas de desodorante y poner punto final al refocile higiénico con una buena tunda (¿tanda?) de talco en cuanta verija haya que mantener fresca. Vean este titular. Es de competencia en los Pulitzer:

Prevén para abril estabilidad de productos de aseo y pollo en Cuba, dice Ministra de Comercio Interior

Y, de inmediato, la locuacidad del bajante:

              La Ministra de Comercio Interior afirmó que prevén que en abril
              se estabilicen los productos de aseo y el pollo en la red comercial.

Me dio por conservar este recorte quizá por una corazonada. Aunque era firme el propósito de burlarme de la redacción de Granma. Ponerme a darle fuerte a los encargados de abastecer a la ciudadanía de estos artículos de primera necesidad, no estuvo nunca entre mis propósitos. Mis fieles lectores (creo que llegan a siete) saben que yo no soporto los lugares comunes. Pero hete aquí, de pronto, que viene la pandemia, y lo primero que desaparece de los iluminados anaqueles en los deslumbrantes supermercados del imperio donde vivo, son las estibas del bendito rollo. Entonces ocurre que, en este país —gran país, enfatizo— cunde el pánico. Y no por la propagación acelerada del virus asesino. Sino porque la disyuntiva es terrible: aguantar como un bestia, con el gollete apretado, hasta que te enteres por el móvil que la rastra Mac con los suministros del preciado papel ha llegado al Publix, o lo otro, que es peor, esperar por la dichosa rastra sentado en la taza—paciente, sufrido, quizá uno o dos días, y con la materia residual que se va secando como concreto en lo que el tripulante de un submarino portamisiles atómico llamaría la escotilla de lanzamiento. ¿Se acuerdan del grito en Cuba que retumbaba por toda la cuadra cuando el Zil de la Empresa de Acopios se detenía, resoplando como un búfalo, y con el cargamento de algunos de los tubérculos de nuestra eterna dieta, y se escuchaba aquel espléndido: ¡Llegó la paaaaaapaaaaa!? Claro, la situación de los barrios cubanos del sur de la Florida, sobre todo de Hialeah, es la de la habitual alternativa criolla, que se produce del siguiente talante, en un diálogo que salta desde el baño (donde está “viejo”) hasta la sala o la cocina (donde está “vieja”):

(Sonidos de nerviosos trasteos desde el baño)

“Vieja…. ¿Y el papel higiénico?”

“Viejo, ¿tú no sabes que se acabó?”

“¿Cómo que se acabó, vieja? ¿El del osito?”

“El del osito y el de la nubecita y todos los demás.”

“No me digas eso… Con la cara de felicidad que me ponen al oso en la tele cada vez que se limpia… ¿Y tú me quieres decir ahora con qué se va a limpiar el cabrón?”

“Coge una Bohemia, viejo, anda.”

“¡Vieja, por favor, ¿tú no sabes que aquí no hay Bohemia?!”

“Bueno, viejo, coge el Jeral, que para el caso es lo mismo.”

Instantes de silencio, de reconsideración. Vuelve “vieja”:

“Y oye, viejo, no lo eches en la taza. Que se traba.”

“Vieja, estaba pensando…“

“¿Tú me estás oyendo, viejo? ¡Que el Jeral se traba!”


Una propuesta en The New York Times, siempre tan razonable

El asunto vuelve a ocupar una primera plana, ahora del coloso de la prensa mundial en su edición del 1 de abril del 2020.

viernes, 10 de abril de 2020

Esperando por los malos

 

Estoy esperando que hagan la oferta —que salga de ellos. Me refiero a Raúl y a su cohorte. Claro, ellos a su vez deben estar esperando a que se lo pidan. Como quiera que ya no es el gobierno de Fidel Castro, van a ponerse en la pujita habitual. En definitiva, pueden alegar que los atorrantes de la administración Bush los humillaron cuando el huracán Katrina. Fidel sin pensarlo dos veces les había ofrecido el envío de la “Henry Reeve”. Un respetable contingente de 1 586 médicos y 34 toneladas de medicinas estuvieron a la disposición. Ellos, reportando presente, paraditos frente al Comandante en el Palacio de las Convenciones, con sus largas batas blancas y sus mochilas verde olivo repletas de instrumental, a la espera de un oká de los gringos, uno que nunca llegó. Y nada de niñitos bien egresados de las universidades americanas. Es una organización sin precedentes en el mundo: El Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias, o, de forma abreviada y uso común: Brigada Emergente “Henry Reeve”, organizada por Fidel en el 2005, cuando envió un centenar de médicos cubanos en misión humanitaria a Angola. Excelente dislocación por escalones de cubanos en el extranjero. Primero las tropas de combate. Después médicos. Más allá, seguro, los maestros. Y todos cujeados —o por cujearse— en selvas, montañas, guerras, huracanes (fuera del territorio nacional), lucha contra el ébola y la malaria en media África, terremotos en Armenia y en Haití, operaciones de catarata en cuanto rescoldo latinoamericano hubiese un cegato (incluido el asesino del Che) y hasta receptores de miles de niños de Chernóbil que ponían los contadores Geiger a punto de reventarse. ¿Ustedes se imaginan esas muchachas cubanas destacadas en lo último de Laos y a las que sus pacientes les daban de merienda unas repulsivas arañas mal hervidas? ¿Ustedes saben dónde queda Laos? ¿Ustedes se han zampado alguna vez una viuda negra laosiana? Se pueden figurar los anticuerpos que tiene en circulación ese personal. Veneno de las serpientes Charlie Two-Steps (la Carlitos Dos Pasos) en vena, como decíamos. Cuando el terremoto de Haití, en enero del 2010, la misión médica americana se permitió un alucinante despliegue de tecnología desde el portaviones U.S.S. Carl Vinson que anclaron frente a Port-Au-Prince, o lo que quedaba de esa ciudad. Entonces los médicos gringos desplegaron una notable pandemia de flojera de rodillas. Solo los cubanos se aventuraban en aquellas callejuelas abiertas entre las ruinas, sin electricidad, sin agua, sin comida, y con el mohoso machete de un asesino esperándote a la vuelta de cada escombro. Y asesinos con hambre que son los menos dispuestos a entender que tú eres un médico proveniente del policlínico de Marianao que estás cumpliendo misión internacionalista como parte del gesto solidario del pueblo cubano con sus hermanos de Haití. Y que… ¿Comida? ¿Qué rayos comida, compadre? Diazepam y duralgina, si te cuadra...

Recreen esta imagen posible: la oleada de médicos cubanos enfundados en sus batas y enarbolando la bandera cubana siempre con esa mirada de kamikazes en su última picada sobre el portaviones americano mientras descienden por la escalerilla del Túpolev o del Ilyushin hasta que pisan la losa del John F. Kennedy que es cuando comienzan a cantar el Himno Nacional (uno pensaría que los van a fusilar) aunque al final terminen con una conguita burlona sobre el coronavirus. Una semana más tarde es la bronca por desembarcar otra brigada en Hialeah. El destacamento asignado a Nueva York, no me cabe dudas, sería bien recibido por el gobernador Cuomo, un tipo pragmático, sólido y con un humor socarrón y latente. Pero Hialeah… ¡La bronca de Hialeah! Por nada del mundo me perdería la inauguración del Policlínico “Comandante René Vallejo” en la segunda ciudad con mayor densidad de población cubana del mundo. ¡Ah, la emoción del caos! ¡Ah, la gloria del revoltillo! Aquí, sin embargo, es donde entra en colisión la sed insaciable de aventura de una generación con el pragmatismo sin banderas de Raúl Castro y los obesos funcionarios que constituyen su gobierno. Dos visiones, por cierto, en absoluta disolución.

Un médico militar cubano vacuna guerrilleros senegaleses.
Raúl estará hasta el cuello de la política de confrontación y de avanzar a base de provocaciones y de golpes de muerde y huye. Y enfrascado ahora mismo como se haya, en salir del atolladero económico, a lo que se le suma el coronavirus, que clava sus picas en Flandes en cualquiera de los cuadrantes del territorio nacional, verá ese tipo de jugada como un salto en el vacío. Aprovechar esta oportunidad solo por ver la pataleta que armarían los Marcos Rubio y los Díaz Balart, y hasta el presidente Trump, resultaría seguramente divertido. ¿Pero vale la pena ponerse a jugar a los soldaditos a estas alturas? Si los yanquis quieren médicos cubanos, hagan como el resto del mundo: produzcan una oferta y paguen. Tal explicaría la posición de Raúl. Prefiere pasar facturas a la pendencia. Y suele ser muy testarudo. Por ganar distancia con el legado de su hermano, se resiste a aceptar que las oportunidades políticas son como oasis en el desierto.


El alzamiento del 20 de abril de 1960 del exgeneral Jesús María Castro León inducido en Venezuela desde la frontera colombiana provocó la primera oferta de Fidel de tropas cubanas a un país extranjero. Ni la maniobra sediciosa ni el gobierno del presidente Rómulo Betancourt eran algo a tomar en cuenta, pero lo que Fidel no pasaba por alto era la coyuntura. Ya los tenía en Campo Managua, al sureste de La Habana, un batallón de veteranos acabados de bajar de la Sierra Maestra preparados para abordar los camiones rumbo al aeropuerto. Calculaba unos 5 vuelos del par de Lockheed L-1049 Super G Constellation de la ruta Habana-Nueva York que le quedaban de la flota de Cubana de Aviación y los nuevos y briosos Bristol Britannia 318 (¡las máquinas ya comenzaban a dar guerra!) Mil hombres apertrechados con el nuevo fusil orgánico de las Fuerzas Armadas Revolucionarias: el todo poderoso FAL belga. Así pues, y antes de que las cosas se les fueran de las manos, el mismo Betancourt y los americanos diluyeron la situación. Fue la razón de que este primer contingente de combatientes internacionalistas cubanos —todavía no se les denominaba “internacionalistas”— se viera reciclado en otras tareas, especialmente en la construcción de la ciudad escolar “Camilo Cienfuegos” al pie de la Sierra Maestra. “Muchacho”, recuerdo que me decía Aldo Álvarez, que desde mediados de los 60 estuviera al frente de la construcción del Partido Comunista en el Ministerio del Interior, “si Betancourt nada más que hubiera pestañeado ante la propuesta de Fidel, esos guajiros no hubieran parado hasta Buenos Aires.”

El terremoto de Chile de mayo de 1960 fue la segunda coyuntura de la secuencia. Descubrió la otra posibilidad. Era un momento en que los 6 000 médicos del país hacían sus maletas para refugiarse en Miami. Fidel les puso algunas trabas a los más recalcitrantes y a otros los persuadió con automóviles, cátedras universitarias, jefaturas de hospitales, salarios astronómicos y mantenimiento de sus consultas privadas. Llegaría a graduar tantos médicos que se saturó, muy por encima de sus necesidades. Atrás quedaba el terremoto de Chile y la fuga de sus médicos. Pero la memoria del aquel sismo remoto y su asombro de que un primer barquito no alcanzara y hubiera que buscar otro de mayor porte para atiborrarlo con las donaciones de la gente, sirvieron para una nueva iluminación, algo que solo se obtendría despertando las emociones. Porque el verdadero motor de su revolución era el entusiasmo.






viernes, 3 de abril de 2020

¡En el cuello, muchacho! ¡En el cuello!


Mi papel como “descubridor” de Padroncito está más o menos documentado. Me refiero a Juan Padrón, el creador de nuestra pachanguera raza de vampiros cubanos y del aguerrido coronel mambí Elpidio Valdés. Me quedo con los vampiros, por supuesto. ¡Esa imagen suya del imberbe vampirillo ante el dilema de dónde hincar sus colmillos es un clásico! Tan buena, y tan recondenadamente criolla la apetencia, que el mismo Padroncito la usó todas las veces que pudo. La de aquí arriba ha sido recuperada de un fotograma del primero de sus dibujos animados para el ICAIC que él titulaba Filminutos. La original, en blanco y negro, apareció en una edición del tabloide Ja Já de enero de 1971. Después hay otra impresa, de briosos colores, de la que no conservo la fecha ni lugar de publicación, y después una tercera que ilustró la invitación para una exposición suya llamada “Tan fiero como lo pintan”. En esta última, sin embargo, es el viejo —¿padre? ¿mentor?— vampiro el que llama la atención de su —¿discípulo? ¿hijo?— vampiruelo hacia la región de la yacente y ajena a todo durmiente, en donde debe proceder con el obligado ritual instaurado por el avieso conde de Drácula, y que esta noche no es en el cuello precisamente. Tampoco hubo nunca un segundo cartón post-mordida. Padroncito se quedó debiéndonos esa. ¡Porque… Qué brinco debe haber dado la mozuela!

Bien, pues, a lo que iba. El poeta y crítico Nelson Herrera Ysla nos habla en la revista Revolución y Cultura de los comienzos de Padroncito y nos dice: “Siendo más joven de lo que él imaginaba, un día de 1963, Norberto Fuentes le disparó a quemarropa la posibilidad de trabajar para la revista Mella junto a un nutrido grupo que ya se encontraba en la importante publicación de la juventud cubana… y no le pensó tres veces… En La Habana se unió a Virgilio, Roberto Alfonso, Rostgarrd, Fundora, Newton Estapé, Víctor Casaus, y a un notable dibujante que luego se dedicó a componer canciones, y tocar bien la guitarra: Silvio Rodríguez. Todos hacían una página memorable llamada ´El Hueco´…”


Francisco Blanco, otro historietista cubano, también conocido por su nombre en diminutivo, “Blanquito”, que tiene —hasta donde yo conozca— el único blog de memorias sobre las historietas en la Revolución cubana, nos ofrece una interpretación parecida: “Norberto Fuentes, de revista Mella, invitó a Padrón a colaborar con ellos. Le ceden la sección El Hueco. Uno de los gurús de la Nueva Trova Cubana, Silvio Rodríguez, fue allí un aprendiz de dibujante que renunció por jerarquización de intereses.” (Ver este link).

Hay otros tres casos en los que, para cumplir con la norma de la actual historiografía de la isla, deciden eludirme. Paquita de Armas, en La Jiribilla, lo cuenta así: “En 1963 [Padroncito] conoció a Silvio Rodríguez (el músico) en El hueco. Ambos colaboraban con la revista Mella y se alternaban en dibujar para la página semanal El hueco. Entonces Silvio aprendía a tocar guitarra.”

Luciano Castillo, en una página del festival de cine (www.habanafilmfestival.com): “Los dibujantes de la revista Mella, a la cual el aficionado Padrón comenzó a enviar sus caricaturas para la sección ´El hueco´, como también a Bohemia, se percataron del talento natural de aquel muchacho. Para él fue un entrenamiento brutal concebir desde 1963 entre 20 y 30 caricaturas de variados contenidos cuando Virgilio Martínez le asignó la página semanal, tras marcharse los antiguos encargados: el fotógrafo Newton Estapé y Silvio Rodríguez, que optó por la guitarra.”


En otro barrido de lechada con brocha gorda sobre mi nombre, Paquita de Armas nos refiere que Padroncito “comenzó a dibujar en el suplemento Mella. La historieta se llamaba El hueco, era de humor, con un pie forzado en una sección fija titulada ¿A usted nunca le ha pasado esto? En la oquedad (por no decir hueco) trabajaron distintos guionistas y dibujantes. Padroncito, Virgilio Martínez (el maestro) y Silvio Rodríguez (el trovador) se encargaban de dibujar.”

Aparte de la gracias que me causa la línea donde Paquita menciona que Padroncito conoció a Silvio en El Hueco, como si se tratara de un sitio, un lugar geográfico, cito estos últimos tres casos por una razón más poderosa que el intento de restaurar mi presencia en el cuadro. Se trata de corregir errores de una narrativa que, en términos generales, en Cuba, ya comienza a estar viciada por dos contrafuertes de la verdad: el dictado político y la historia contada de oídas. En lo que a mí respecta, eso va desde la guerra de Angola (donde ya, según la versión oficial al uso, ni Arnaldo Ochoa ni las Tropas Especiales del Ministerio del Interior estuvieron allí ni decidieron nada en el terreno) y la lucha contra bandidos (¿Tomassevich? ¿Tomassevich qué?) hasta algo que puede ser el colmo de la puerilidad: la paternidad de una tira cómica tan absurda y que se llamaba El Hueco.


Porque ni Virgilio le asignó ninguna página de El Hueco, ni Newton Estapé era fotógrafo (era hijo del fotógrafo del mismo nombre), ni en esa página trabajaron distintos guionistas y dibujantes (yo fui su único guionista hasta mi reclutamiento de Padroncito, además de que inventé la página y establecí toda su conceptualización), ni Silvio y Padroncito alternaron nunca nada en esa publicación, y, lo mejor de todo, Silvio nunca “optó” por la guitarra ni se la echó al hombro y abandonó la mesa de dibujo arrimada a la de su venerable maestro Virgilio por una “jerarquización de intereses”.

A Silvio Rodríguez lo botaron del Mella, señores. ¿Puedo decir botamos? De patitas en la calle.

No cabe duda de que esto significaría una acción afortunada para el devenir de la música cubana pero quizá mucho mejor para el legado de las historietas de la misma nacionalidad, siempre pujando por levantar cabeza. Silvio era un espantoso dibujante. Peor que eso, resultaba sumamente indisciplinado aún para los estándares super liberales del Mella, donde señoreaba un personal tan exuberante como Guillermo Rosales, Manolito Casanova, el cojo Sixto Quintela y un servidor. Y aquí es donde Padroncito entra a jugar.

No sé cómo se enteró que yo estaba a cargo del suplemento de historietas del Mella (aparte de mis empeños como reportero de guerra; no sonaba un tiro en cualquier lugar de ese país que yo no me echara a cuestas al fotógrafo Ernesto Fernández y saliera disparado para allá). Padroncito vivía en Cárdenas, desde donde me enviaba sus muestras de dibujos por correo regular. Eso coincidía con la agonía de Silvio y su inestabilidad y tenernos siempre el suplemento en vilo.

En quién recayó la ingrata tarea de decirle al jovencito que se fuera (literalmente) con su música a otra parte permanece ahora en el limbo de la memoria. Debe haber sido Carlos Quintela, el director de la publicación, con su nariz quebrada de exboxeador y su voz baja, ronca, inapelable. Pero siempre después de un acuerdo con Virgilio y conmigo. Tampoco puedo decir que empleara la violencia verbal que antecede a los dos párrafos anteriores. En una época de redención no se bota. En definitiva no éramos crueles e insensibles capitalistas. ¡Y para la plusvalía que nos reportaba Silvio!

Nos encontramos en la segunda semana de agosto de 1963 y el desaguisado coincide con la instauración del servicio militar obligatorio (SMO) en Cuba. El equipo de Mella, y Silvio entre los primeros, había tomado mal las señas sobre la leva que inauguraba el país. Lo interpretamos (¡ese entusiasmo de circo romano!) como una fórmula de castigo contra jóvenes desafectos y el lumpen. De modo que, al encargo mío de un Hueco sobre el SMO, él dirigió su trabajo en esa dirección. El último Hueco de Silvio, publicado en el número 23 de nuestro suplemento gráfico el 18 de agosto de 1963, fue como una premonición de su propio destino.

Las palabras de nuestro director fueron de felicitación por la nueva tarea que se le asignaba y sin que faltara el consabido estribillo de que pusiera en alto el nombre del colectivo del Mella. Era una misión. Fue la vuelta que se le dio. Y de cabeza para el ejército.

Entonces acudimos al muchacho que nos estaba enviando sus materiales desde Cárdenas, la villa a unos 120 kilómetros al este de La Habana. Recuerdo haberlo entrevistado en un viaje que hizo a la capital y que le pregunté si el podía hacerse cargo de El Hueco. Aceptó de inmediato. Pero solo con una condición: teníamos que buscarle dónde vivir en La Habana. Me pareció razonable y no preciso ahora de qué manera Carlos, al que ya había convencido de que Padroncito era nuestro hombre, le agenció “algo” con la dirección nacional de la Juventud Comunista (de la que Mella era su órgano oficial). Yo, por mi parte, le puse también una condición: él tenía que hacerse cargo del guión. Dibujos y guión. Todo.

Último El Hueco de Silvio (casi una premonición de su futuro inmediato),
suplemento gráfico de Mella número 23, 18 de agosto de 1963.

¿Salario? Sabe Dios qué se le pagaría. Además, en esa época no se le llamaba salario. Se seguía la tradición de retribución comunista establecida por el Partido décadas atrás. La “ayuda”. El Partido te daba una ayuda de acuerdo a tus necesidades. Mi ayuda durante mis dos primeros años de trabajo en el Mella era de 75 pesos al mes, porque se tomaba en cuenta mi edad (17-18 años) y que yo vivía con mis padres. Después que me casé, en octubre del 62, me subieron la ayuda a 140 y me dieron un radio (“los matrimonios deben tener su propio radio”, me dijo Carlos, admonitorio. Mi padre, empero, fue brutal: “Cásate, para que veas lo que es fornicar sin ganas”). Calculo que en el caso de Padroncito, aunque más o menos de la misma edad, pero viviendo solo en La Habana, y pese a que la Juventud le diera albergue, su ayuda se montaría en lo mismo que yo de casado y hasta un poquito más.

Fraternos veteranos. Jueves 5 de diciembre de 2013. Padroncito recibe de manos
de Silvio el Coral de Honor —un reconocimiento del Festival de Cine de La Habana—
por sus 50 años de vida artística. Un nieto de Padroncito sostiene la presea.

Padroncito comenzó su producción huequística dos semanas después de la salida de Silvio de nuestra redacción en el cuarentón edificio de Desagüe 109/110, una vez ocupado por el periódico Noticias de Hoy. La verdad es que se sintió de inmediato. Llenó de frescura y de su ingeniosa pillería una idea que no dejaba de ser audaz pero que comenzaba a languidecer en las manos de Silvio y mías. Sobre todo, Padroncito despolitizó a todo meter la entrega.

Un poco mas tarde, en diciembre de ese año, yo salí de Mella y busqué otros horizontes en la revista Cuba y en el periódico Noticias de Hoy, ahora sí decidido a convertirme en el mejor periodista de la Revolución cubana, y si lo logré o no, les doy la respuesta de Jerry Lee Lewis, el Killer, uno de mis héroes rocanroleros: “Baby, solo tienes que mirar mis récords.” Así que mis encuentros con Padroncito se hicieron esporádicos y cuando nos tropezábamos en la calle, hasta que un día me entero de que había establecido residencia en la URSS y que había regresado con una mujer rusa y además me estaba solicitando que lo dejara vivir en mi apartamento con Haydee hasta que él resolviera dónde meterse. Mi huésped Padroncito. Ahora sin guión y sin hueco. Padroncito y su tragedia de vivir sin techo. Un cubanito del que se ha dicho que solo es comparable a Walt Disney permitió que casi todos los 50 años de su vida profesional transcurrieran sin un techo seguro donde cobijarse y donde, quizá, poner una mesa de dibujo.

Primer El Hueco de Padroncito, suplemento gráfico de Mella número 26, 7 de septiembre de 1963.

Recuerdo dos cosas de su estancia como mi huésped, y alrededor de mi mesa de comedor. Que me regaló un ejemplar de bolsillo de la novela de Joseph Heller Cash 22 (que todavía debe conservar mi hermana en mis libreros de Cuba) y su cuento de cómo se hizo rico en la URSS de Leonid Brezhnev. Compraba unos oscuros, pesados cascos de motociclista y valiéndose de unos pinceles y pomos de tinta (“Supermán y El Príncipe Valiente se pintaban a pincel, mi hermano”, explicaba) y unos marcadores, los decoraba con unos raudos supermanes y Batman y con Tarzán dándose golpes en el pecho, listo a lanzar su tamangaríííí de combate, y Flash Gordon y rayos y centellas e inscripciones como El Diablo de la Carretera de Volokolams o Más Maldito que Rasputín y luego no sé qué tratamiento de cerámica al fuego les daba y al final se paraba delante de una de las Sporstisnie, tiendas de efectos deportivos donde los hijitos de papá soviéticos retozaban y alardeaban con sus Mink, Vostok y Nieper, que les salían en unos 200 rublos, y las favoritas de aquella generación, con su sólida impronta militar desde que comenzaron a producirlas en 1941 para el Ejército Rojo bajo la denominación M-72, en su variante civil desde 1950, las IMZ-Ural, ya ésta un poco más carita —unos 250 rublos, en todos los casos sumas prohibitivas en el Moscú de mediados de los 60. Y ahí mismo, con un Batman bajo el sobaco y con displicente mirada de los apacibles atardeceres a su alrededor, Padroncito enganchaba su clientela, decenas de vástagos de la nomenclatura que le llegaron a hacer cola. Una inversión inicial de unos 20 rublos —casco incluido (15 rublos) y pinceles y tiempo de horno—, se convertía de inmediato en una ganancia del 300%.

Poco probable que quede uno de esos cascos dando vueltas por el vasto territorio de la antigua Unión Soviética. Pero el Supermán presto a romper la barrera del sonido sobre la visera de plexiglás del artilugio fue obra de un artista cubano que el pasado 24 de marzo decidió dejárnosla en la mano después de 50 años de fumarse 40 cigarrillos Populares al día y con el solo alivio de los litros de whisky tributados por sus compinches de la farándula cinematográfica extranjera de paso por La Habana en aquella época monopolizada por el ron y el aguardiente.

Hubiéramos podido brindar hoy con cualquier de los licores conocidos. Silvio, el trovador por excelencia y en concierto a estadios llenos en cualquier capital del mundo. Padroncito ranqueado al nivel de Walt Disney y realizador de Vampiros en La Habana, uno de los filmes de culto de la cinematografía latinoamericana. Y yo reconocido como el cronista de la Revolución cubana. Los tres veteranos de El Hueco. En agosto de 1963 cada cual cogió su camino. “My, my… —como exclama Lena Grove en la línea final de La mansión de Faulkner— A body does get around. Here we aint been coming from Alabama but two months, and now it’s already Tennessee.” Lejos. Llegamos lejos. Yo diría que más allá de Tennessee.

PS: Por supuesto, mi viejo nunca dijo fornicar. Nadie emplea ese vocablo en Cuba. Creo que incluso es penable con años de cárcel, actos de repudio y empalamientos. ¿Pero qué quieren que haga en un blog que considera la presencia de damas entre sus lectores? Y yo sí no quiero líos con el Mitú.

jueves, 2 de abril de 2020

El momento de Fidel

Ilustración de Granma.