lunes, 20 de marzo de 2023

Ha muerto Jorge Edwards

Jorge Edwards y Fidel Castro a bordo del buque escuela
chileno Esmeralda, en febrero de 1971, en La Habana.

Por Pedro Schwarze. Publicado en el blog Toda la noche oyendo pasar pájaros, el 20/3/23

Jorge Edwards falleció el viernes en Madrid. En este lapso se han escrito obituarios, artículos y comentarios sobre su vida y obra. Y en casi todos ellos se aborda con especial interés un punto común y reiterado en la vida del escritor chileno, tal vez algo desproporcionado para una persona que vivió 91 años: los tres meses que fungió como enviado del presidente Salvador Allende ante la Cuba revolucionaria.

Se refieren con dedicación al breve tiempo que Edwards fue encargado de negocios —en jerga diplomática, el sucedáneo de embajador— de Chile en La Habana, entre el 7 de diciembre de 1970 y el 22 de marzo de 1971, cuando salió de Cuba con destino a París para trabajar al alero de Pablo Neruda.

Su experiencia en la isla la relató en el libro Persona non grata, que se publicó en diciembre de 1973, en España. Es decir, cuando ya se había producido el golpe de Estado que derrocó a Allende, cuando Edwards ya no formaba parte de servicio diplomático chileno y cuando Neruda ya estaba muerto. Podemos agregar como hecho de la causa que el libro fue editado y salió a la venta cuando aún faltaban casi dos años para la muerte del dictador español Francisco Franco.

Ese paso de tres meses por Cuba marcó el distanciamiento de Edwards con esa revolución y con la izquierda, al sentirse víctima de hostigamiento del aparato castrista, percibir el ahogo de las voces críticas en la isla y palpar la construcción de un régimen hecho a la medida y beneficio de Fidel Castro.

En decenas de artículos publicados tras el deceso de Jorge Edwards no hay una línea crítica sobre esos días habaneros ni sobre su testimonio en forma de libro.

Lo cierto es que su gestión como enviado de Salvador Allende, mostró falencias desde el primer momento. Tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Chile y Cuba el 12 de noviembre de 1970 y la instalación casi inmediata en Santiago del ministro consejero y encargado de negocios de Cuba Luis Fernández Oña (el yerno de Allende), el paso lógico era el envío a La Habana de un encargado chileno para reinstalar esos vínculos.

El designado para una tarea que en ningún caso era un trámite sino que tenía una gran carga política y simbólica, fue Jorge Edwards. Él debía ser uno de los nexos entre Santiago y La Habana luego de seis años de quiebre, puntal de uno de los primeros países en América Latina que restablecía relaciones con Cuba, y actor esencial en los vínculos de dos gobiernos con una innegable simpatía ideológica.

Sin embargo, objetivamente Edwards no actuó profesionalmente como diplomático ni respondió a la confianza otorgada por el presidente de su país. Prefirió seguir sus intereses de escritor, por los que ya había sido invitado a Cuba en el pasado, como jurado de un concurso literario.

El mismo Jorge Edwards sostiene en Persona non grata (siempre leído con su debido grano de sal) que le dijo a Fidel: "Es probable que haya actuado más como escritor que como diplomático" y "Reconozco que en Cuba he sido un mal diplomático". 

Además, no hizo el mínimo esfuerzo por averiguar antes de llegar a La Habana quién había sido su antecesor, es decir, el último embajador chileno hasta el rompimiento de relaciones en 1964. De haber hecho la pregunta, se habría enterado de dos temas relevantes: que era un familiar suyo y que no era un diplomático de paso que cumplió su función en La Habana y nada más.

Se llamaba Emilio Edwards Bello y era un primo del padre de Jorge Edwards. Alcanzó a vivir más de 20 años en La Habana, se casó con una cubana (hija de un general del ejército de la independencia), y fue testigo del triunfo revolucionario en 1959 y de los primeros años en el poder de Fidel Castro.

Edwards, Jorge, reconoce que no hizo “la pega” previa de averiguar quién había sido el último embajador chileno en La Habana. Lo confesó a su manera en Persona non grata, en una columna publicada en El País y en el libro Esclavos de la consigna. “Era una coincidencia de nombres [el de Edwards] en la que nadie en Chile, ni yo, se había fijado”, escribió.

Fidel Castro, el comandante del buque escuela chileno
Esmeralda, Ernesto Jobet, y Jorge Edwards, en febrero de 1971.

No pasó mucho tiempo para que Jorge Edwards se involucrara en La Habana con escritores cubanos a los que ya conocía y que empezaban a disentir con el régimen. Y el más destacado de ellos fue Heberto Padilla. El poeta, que se haría mundialmente conocido por su autocrítica, se la pasaba en las habitaciones que ocupaba el diplomático chileno en el Hotel Riviera, para conversar y aprovechar los licores y tabacos a los que Edwards tenía acceso por su condición de extranjero, a través de la “diplotienda” y en el “diplomercado”.

Meses después, cuando Edwards ya se había marchado de La Habana, su sucesor, el embajador chileno Juan Enrique Vega, le hizo saber, en comunicación enviada a París en julio de 1971, que tenía una “gruesa” deuda que pagar en la capital cubana. Se trataba de más de 4.200 dólares de la época por “gastos personales”, “como son licores, cigarrillos o comidas en restaurantes”, dice el cable.

La situación de Padilla, quien fue detenido el 20 de marzo de 1971, y su posterior autocrítica, el 27 de abril, así como la salida de Edwards de Cuba (el 22 de marzo) tras una larga discusión con Fidel Castro descrita con detalle en Persona non grata, son hechos que han sido comentados ampliamente. Y evidentemente están relacionados. Por más de 50 años se ha dicho que ese momento marcó el divorcio de una parte de la intelectualidad occidental con la Revolución Cubana.

Toda la evidencia muestra algo parecido, pero… ¡en sentido contrario! Fue Fidel Castro quien orquestó la autocrítica de Padilla para romper con esa intelectualidad que cada vez le resultaba más molesta y para cortarle las alas a aquella que decidiera acatar las reglas del juego del comandante. ¿Y Jorge Edwards? Bueno, él fue el personaje que necesitaba Castro para avanzar sobre Padilla, quebrarlo y llevarlo a esa burda actuación del 27 de abril en que se convirtió la autocrítica.

Además, con la salida precipitada de Edwards de la isla —Vega llegará recién a La Habana el 21 de mayo—, Castro se liberaba de un personaje que no solo no estaba haciendo su trabajo como enviado de Allende sino que más bien se mostraba desconfiado con un gobierno amigo y se había dedicado a revolver parte del gallinero cubano.

Las interrogantes que deja

Concluida la evaluación de lo que fue la vivencia habanera de Jorge Edwards, hay demasiadas dudas que el premio Cervantes 1999 nunca resolvió y ahora con su muerte quedarán para el terreno de las deducciones. Dudas que ya fueron planteadas por Norberto Fuentes en su libro Plaza sitiada. Fuentes es uno de los protagonistas de esa noche de la autocrítica porque fue el único que contradijo a Padilla, reafirmó su condición de revolucionario, la de Norberto, y echó por tierra la puesta en escena armada por el aparato cubano para cumplir con los objetivos de Fidel sobre los intelectuales.

La primera de esas interrogantes es quizá la más llamativa: ¿Por qué Edwards nunca firmó alguna de las cartas de apoyo a Padilla de los intelectuales europeos y latinoamericanos impulsadas esencialmente por Mario Vargas Llosa? El peruano escuchó de primera mano el relato de Edwards ya que acogió en Barcelona al chileno inmediatamente después de salir de Cuba y antes de que se presentara para nuevas funciones en París.

Heberto Padilla (izquierda) y Norberto Fuentes durante la
autocrítica del poeta, el 27 de abril de 1971.

Se podrá decir que no se hizo parte con su firma porque sus funciones de diplomático chileno y protegido por Neruda en París se lo impedían. Pero nunca consideró su trabajo de diplomático y enviado de Allende en La Habana para evitar molestar al gobierno cubano con sus reuniones de amigos escritores. ¿Por qué después sí?

Segunda cuestión. Padilla, que se acusó de antirrevolucionario y embarcó a todos sus amigos escritores, no mencionó a Jorge Edwards, por cuya razón él y su esposa, Belkis Cuza Malé, fueron arrestados. ¿O es que acaso la gente de la Seguridad del Estado, que “orientó” a Padilla en lo que debía decir en su autocrítica, le dijo que dejara fuera de eso a Edwards?

Última duda. ¿Por qué Jorge Edwards esperó casi tres años para hablar de lo que había vivido en Cuba? En los archivos de la Cancillería chilena, donde están sus despachos a Santiago, cuando era “nuestro hombre en La Habana” y luego consejero en la capital francesa, no hay nada de eso que escribió en Persona non grata. ¿No era relevante para el gobierno chileno el acoso que sufrió en la capital cubana? ¿Ni siquiera correspondía informar de la detención de un tal poeta Heberto Padilla, involucrado con el encargado de negocios de Chile?

Edwards dijo que Neruda le recomendó escribir de lo vivido en Cuba pero no hacerlo público, pero lo hizo como ya dijimos en diciembre de 1973, muy lejos de todo, en tiempo y espacio, y con varios muertos de por medio. ¿Es que Jorge Edwards le temía más al enojo o a ser reprendido por Neruda —quien aún no recibía el premio Nobel, algo que se anunció el 21 de octubre de 1971— que por Fidel Castro?

¿O es que acaso en esa conversación extensa de la noche del 21 de marzo y la madrugada del 22 se estableció un acuerdo, un pacto de silencio entre Jorge Edwards y Fidel Castro? ¿Un pacto cuyo plazo estaba vencido o podía darse por vencido en diciembre de 1973, considerando que el gobierno de la Unidad Popular era historia y Edwards había sido apartado del servicio exterior chileno y había iniciado su vida como exiliado en Barcelona?

viernes, 17 de marzo de 2023

El Hemingway que esconden

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La academia americana ha querido mostrar por décadas a Ernest Hemingway como un personaje progresista, pero convencional y para nada contestatario. Eso es lo que vuelve a desmentir Norberto Fuentes con este libro. A través de tres textos olvidados de quien ganó el premio Nobel de Literatura 1954, surge el escritor comprometido, de izquierda, donde siempre tuvo claro cuál era su lugar: contra el fascismo, con los obreros y olvidados, con los republicanos españoles, incluso en el mismo frente de batalla. No por nada el FBI abrió un expediente en su contra, que se extendió al menos durante las décadas de 1950 y 1960, por sus simpatías, vínculos y apoyo a los izquierdistas, brigadistas internacionales en la Guerra Civil española, comunistas y refugiados españoles.
             —Pedro Schwarze


Mi atuendo y pelambrera responden a las pretensiones de un hippie a destiempo. En verdad, dicen algunos de mis amigos, lo que parezco es «un cromañón en jeans». Ah, malditos. Finca Vigía. Año 1976, quizá en verano. Hay que tomar posesión de este inmueble. Al inicio de mis avatares como scholar de Hemingway, en la escalera de acceso a la emblemática casa.