viernes, 31 de agosto de 2018

En el torbellino

Tomado del blog Toda la noche oyendo pasar pájaros del lunes 27 de agosto de 2018. Es un fragmento del texto homónimo de Pedro Schwarze y procede de un volumen de ensayos y documentos asociados a Plaza sitiada, próximo a publicarse.

En su artículo “El narrador en la tormenta revolucionaria”, el ya mítico crítico uruguayo Ángel Rama rompió con todo lo que hasta ese momento se había publicado sobre el llamado Caso Padilla, y le aportó una mirada fresca a la autocrítica del poeta cubano Heberto Padilla, la noche del 27 de abril de 1971, en la sede de la Unión de Escritores y Artista de Cuba (UNEAC), donde —tras permanecer detenido más de un mes— confesó ser antirrevolucionario e involucró a otros a escritores y amigos en sus mismos “crímenes”. Ese cuadro, especial y aparentemente cuidado, fue el detonante del quiebre de buena parte de la intelectualidad latinoamericana y europea con la Revolución Cubana. “Estaba produciéndose en tierras americanas una confesión místico-socialista que seguía puntualmente el modelo de las confesiones en los procesos de Moscú en los años treinta, la cual, según el penitente dijo al comenzar, había sido pedida por él mismo y obviamente aceptada por sus colegas”, escribió Ángel Rama al introducir en el tema.

Pero destacó que su foco no estaba en esa escena integral ni en su protagonista, sino “en un actor secundario, poco o mal iluminado por los flashes periodísticos, en el cual sin embargo se tipifica la problemática del narrador dentro del vertiginoso sucederse de una historia revolucionaria. Analizada con objetividad, al margen de la emocional polémica que rodea estos sucesos, es tarea que compete a la crítica, pues es su misma existencia la que en ella se cuestiona”. Padilla enlodó en su autoinculpación, entre otros a su mujer Belkis Cuza Malé, a Pablo Armado Fernández y a un joven Norberto Fuentes. Sin embargo, Fuentes, autor del libro de cuentos Condenados de Condado, con el que había ganado el premio Casa de las Américas en 1968, “a diferencia de los restantes escritores aludidos, se negó a hacer su autocrítica, reivindicó sus convicciones revolucionarias y se rehusó a convalidar las explicaciones espiritualistas de Padilla, las cuales, para mayor sorpresa, fueron aprobadas por los funcionarios culturales allí presentes”, describió Rama e insistió que “oponiéndose a la posición asumida por Padilla, Norberto Fuentes defendió su derecho a tener opiniones críticas sobre los organismos del Estado y sobre los diversos aspectos de la vida nacional, entendiendo que ése es un derecho de todo ciudadano y que es parte del normal debate sobre la ‘res pública’ que les compete”.

Una de los párrafos esenciales de “El narrador en la tormenta revolucionaria” es el momento cuando Ángel Rama planteó que si desde 1967, cuando ya Heberto Padilla comenzó a tener conflictos con las autoridades cubanas, se habló de un “Caso Padilla”, algo que se vino a “perfeccionar” con la autocrítica de 1971, “con igual razón habría que hablar de un caso estrictamente paralelo, el ‘Caso Fuentes”. Y subrayó que el silencio —en Cuba y fuera de la isla— en torno al “Caso Fuentes” se explicó por el hecho de que “no era utilizable por la guerra fría pues [Norberto] se declaraba revolucionario, no se ponía en contacto con los corresponsales extranjeros, etcétera. Hubiera correspondido al pensamiento de izquierda su consideración y el silencio que ha guardado es una acusación y un testimonio de su atraso”.

De los stills recuperados: Una fisura en el programa. Comienza el debate.

miércoles, 22 de agosto de 2018

EL PAÍS
“Heberto Padilla quiso ser el Solzhenitsyn de Cuba. Un error fatal”

El escritor Norberto Fuentes desgrana en ‘Plaza sitiada’ su versión de la famosa sesión de autocrítica forzada del poeta en 1971, en la que se vio involucrado.
PABLO DE LLANO

El escritor Norberto Fuentes, durante la entrevista. GIORGIO VIERA

Miami, 16 de agosto de 2018.- La última obra del escritor Norberto Fuentes (La Habana, 1943), Plaza sitiada (Cuarteles de Invierno), es una inmersión en la sesión de autocrítica a la que forzó en 1971 el régimen cubano al poeta Heberto Padilla, fallecido en el 2000 en el exilio en EE UU. La publicación de Fuera del juego en 1968 –con poemas como Para escribir en el álbum de un tirano o Cantan los nuevos césares– soliviantó a Fidel Castro y derivó tres años después en su detención y confinamiento en el centro de interrogatorios de la policía política.

Al salir, Padilla pronunció en la Unión de Escritores y Artistas un discurso de repudio a su propio libro y loa al sistema en el que acusó de desafectos a otros como el propio Fuentes, que se enzarzó in situ en una bronca con el poeta reivindicándose “revolucionario”.

El caso Padilla marcó el endurecimiento de la represión ideológica al mundo de la cultura y supuso la ruptura con Cuba de buena parte de la intelectualidad occidental –según el autor, “deliberadamente” buscada por Castro–. Fuentes siguió en la isla y en los años ochenta fue parte “del hardcore fidelista” (según escribió en Dulces guerreros cubanos, 1999), hasta que fue arrestado en 1989 durante la Causa 1 –el proceso que llevó al fusilamiento del general Ochoa– y terminó exiliándose en 1994.

En su casa de Miami, reflexiona sobre aquel episodio tras el que “todos se pusieron a llorar por Padilla, que en realidad fue una víctima de sí mismo” y él, a su juicio, quedó en el olvido “como un paria juzgado por extranjeros y cobardes de la intelectualidad criolla”.

Pregunta. ¿Por qué Fidel Castro decide lanzar su ataque a la intelectualidad?

Respuesta. Temía la posibilidad de tener en Cuba escritores disidentes de renombre internacional, como Alexandr Solzhenitsyn en la URSS. Decía que eso sería un caballo de Troya dentro de la revolución, que la bombardearían desde dentro. Y quería romper con los intelectuales occidentales que sentía que estaban monitoreando su proceso y que lo condicionaban ética y moralmente. A la vez le sirve como mensaje de adhesión a Moscú en un momento en que sus relaciones con los soviéticos no eran buenas: “Somos tan duros como ustedes. También metemos presos a nuestros intelectuales”, y en el que asomaba como alternativa la revolución pacífica de Allende en Chile.

P. ¿Cómo entendía Castro su relación con intelectuales y artistas?

R. Como con todo el mundo: mientras entraran por el aro, no había ningún problema. Para Fidel, como todo leninista, la cultura era un instrumento de la propaganda revolucionaria con un límite claro: “No me hagan contrarrevolución”. Era un límite elástico si lo sabías emplear. Pero Padilla, sencillamente, la jodió.

P. ¿Por qué?

R. Porque había estado en una URSS ya moralmente debilitada mamando una situación en la que los escritores e intelectuales armaban una cantidad de lío que Fidel Castro no iba a permitir en su joven revolución cubana. Eso aprende Padilla y considera que puede reproducirlo en Cuba. Quiso ser el Solzhenitsyn cubano. Fue un error fatal.

P. Pero la mecha, dice en el libro, la prende una obra suya, no de Padilla.

R. Sí, Condenados del Condado. Salió en el 68 unos meses antes que Fuera del juego. Fidel Castro lo leyó y al terminarlo lo tiró contra una pared. En aquel tiempo mi libro fue considerado el primer libro disidente que se hizo en Cuba. Es la primera obra de ficción sobre un episodio de la revolución que tiene un estilo crítico de la peor manera, con humor, y que refleja una realidad que nadie conocía, la Lucha contra bandidos [la persecución en los sesenta contra los alzados anticastristas en la sierra del Escambray]. Eso fue darle duro a la cadena del mono, y Fidel dijo: “Ojo, aquí viene algo”. Él le enseñó a la Seguridad del Estado que había que trabajar como los cristianos, por señales. Y mi libro fue una señal. Fidel dijo que me cogieran preso, pero mis amigos me defendieron –incluido el general Tomassevich, que era una figura sagrada en ese momento– y lo frenaron, aunque él les avisó: “Van a ver que esta mierda no para aquí. Tiempo al tiempo”. Tenía toda la baraja en su mano. Aún estaba esperando a ver qué pasaba.

El escritor Norberto Fuentes en su casa en Miami. GIORGIO VIERA

P. ¿Por qué explotó con Padilla y no con usted?

R. Yo conocía bien el terreno en el que me movía. Ya me habían jodido antes, sabía lo que tenía que hacer. No formar líos exógenos a la literatura, concentrarme en escribir, no salir de ahí. Pero Padilla quería un papel protagónico, dar conferencias, hacer grandes declamaciones, despachar con la prensa extranjera, ser el superintelectual crítico. Y se le fue de las manos. Los premios en 1968 de la Unión de Escritores a Fuera del Juego y Los siete contra Tebas [de Antón Arrufat] fueron la segunda y definitiva señal, aunque todavía Fidel deja esa bronca en stand by. Hasta que en 1971 reúne a la Seguridad del Estado y dice: “Comenzó la guerra contra los intelectuales. Hay que cortarles las patas ya”.

P. ¿Qué había echado a andar el espíritu crítico?

R. Pues que la gente había empezado a probar su fuerza, a tensar la cuerda por las influencias de la época. Ya se sabe qué pasa en Moscú. Se había publicado en Cuba a Isaac Bábel, Un día en la vida de Ivan Denisovich de Solzhenitsyn, y dijimos, “¡Coño, esto se puede hacer!”. Comenzamos a respirar, a tener visos de otra cosa. Los que no tenían talento, por supuesto, prefirieron seguir con la línea oficial, pero los que lo tenían querían intentar hacer cosas nuevas. Ahí Padilla encuentra un campo sin explorar, el de la discusión y el debate, y, como todo artista, quiere poner su pica en Flandes.

P. Y, finalmente, se vuelve el objetivo principal.

R. Sí, porque estaba desbocado. Yo le dije: “Heberto, muchacho, te están dando cuerda, te están dando cuerda”; pero no hacía caso, se sentía invulnerable. Y ya lo venían cocinando hace tiempo. Hasta le habían hecho un estudio de personalidad.

P. Usted sostiene que era el segundo en la fila.

R. Padilla tenía las instrucciones de la Seguridad del Estado de todos a los que tenía que nombrar en la autocrítica, y yo seguía siendo un objetivo por Condenados del Condado. Pero después de que él hace su discurso yo me niego a decir que soy contrarrevolucionario y armo el lío. Yo no tenía nada en contra de la revolución. No quería tumbar a ese gobierno. Yo era un escritor revolucionario que quería hacer literatura revolucionaria. Y eso estaba montado para que todos se autocriticasen.

P. En La mala memoria (1989), Padilla escribió: “Norberto Fuentes escenificó con brillantez el papel que la policía le había asignado”.

R. Y de alguna manera ha sido la tesis que prevaleció. A mí, como siempre se hace con respecto a Cuba, se me aplicó la óptica de los lugares comunes. No aceptaron que un escritor fuera revolucionario y no renegase de ello. Yo trato de explicarle al lector lo que pasó, hago el cuento de cómo yo viví las cosas y cómo las hice. Este es un libro que yo me debía a mí mismo.

P. ¿Cuándo se reencontraron en el exilio en EE UU, hablaron de lo que pasó?

R. No, nunca le toqué el tema. Estuvimos bastantes veces juntos e incluso planeamos hacer un libro entre los dos sobre el 1959 [año de la revolución cubana]. Heberto fue uno de mis mayores defensores para que yo saliera de Cuba y para mí era más importante agradecerle eso y mantener mi amistad con él. No quise revivir aquel muerto.

P. ¿Cómo cree que se sentiría leyendo este libro?

R. Mal, pero yo no soy el responsable de la cobardía de nadie. Heberto embarcó a mucha gente aquella noche. Lo que hizo no tiene nombre.

El Caso Padilla: la verdadera historia

Norberto Fuentes publica un libro sobre lo ocurrido durante la autocrítica del poeta Heberto Padilla en la UNEAC. La lectura de Rui Ferreira.



Lisboa.- Casi 47 años tuvimos que esperar para saber realmente lo que sucedió aquella noche del martes 27 de abril de 1971, en que Heberto Padilla decidió hacer una autocrítica en el local de la Unión de Escritores en La Habana. Y digo decidió porque, como queda claro en Plaza Sitiada, el nuevo libro de Norberto Fuentes, ha sido —¿fue?— un monólogo inicial que él, Padilla, presentó como voluntario y nunca tuvo el valor de admitir públicamente que fue presionado, seguido de un desastroso diálogo donde los voluntarismos (y lo digo por el imperante ambiente de “sálvense quien pueda”) lo transformaron en un intercambio en el cual Padilla dejó establecida una dudosa incertidumbre bajo el capote de militante intelectual; y que no fue más que un episodio llano, sobre el cual muchos de mis viejos amigos en la capital cubana todavía miran con cierta vergüenza revolucionaria, pero también con incredulidad. Hay cosas en la vida que no se dicen jamás, ni aún bajo la presión leninista.

Todas estas interioridades vienen de la mano del mayor de ellos: Norberto Fuentes. Aunque en el exilio, (y yo sé que hubiera deseado haberlo escrito adentro) en el libro Plaza Sitiada, “Norber” deja sentado que todo el proceso de la autocrítica de Padilla no fue más que el “mayor acto público de cobardía que registre la historia de Cuba”. ¡Y qué se levante el primer cubano que se considere un cobarde! Aquí o allá.

Es cierto. Nadie. Y de buen ánimo o voluntad, no se puede decir que la revolución cubana ha sido cobarde o temerosa. Equivocados o no, lo cierto es que sus dirigentes, en particular Fidel Castro, lograron llegar a donde quisieron y ningún intelectual pudo colocarlos a la defensiva, porque la revolución siempre supo estar un paso más allá. Lo admite el propio Padilla en la carta que le escribió a Fidel Castro, el 5 de abril de 1971, desde “Villa”.

“Yo no quería, incluso, que mi verdad fuera lo que realmente era. Yo prefería mi disfraz, mi apariencia, mis justificaciones, mis evasivas. Yo me había habituado a vivir en un juego engañoso y astuto. Yo no me atrevía a confesar lo innoble, la injusticia, lo indigna que era mi posición. Me faltaba realmente valor para hacerlo, pero al fin logré sobreponerme y puedo exponer con absoluta crudeza los verdaderos móviles de mi conducta, la falsedad de mis alardes críticos y de mi propia vida en la Revolución”.

Este nuevo libro de Norberto Fuentes tiene esa particularidad de contarnos lo que realmente pasó, sin que realmente le importe lo que piensan de él. (Me refiero al autor).

Lo importante es que habla de un incidente, bien puntual, de la revolución, que estuvo por décadas rodeado de misterio, pero que ahora acaba de resurgirnos como algo tan sencillo que muchos de nosotros, seguramente, nos preguntamos cómo no se nos ocurrió antes.

Norberto ha logrado con Plaza Sitiada, y no me propongo aquí hacer una crítica literaria, (aunque debo subrayar la forma en que describe el ambiente intelectual en esa época y que condujo al llamado “Proceso Padilla”) sino llamarlos a que lo lean, y constatar cómo logra dar el paso de periodista a historiador, sin dejar perfectamente establecida su postura de protagonista.

Lo importante: no se disculpa ni tiene porqué hacerlo. Estaríamos todos muy jodidos si le pidiéramos eso.

Pero como sabe de lo que habla, es duro. “No hay mejor desmentido a las memorias de Padilla (se refiere al libro de Heberto titulado La Mala Memoria) que la autocrítica de Padilla. Memorias que a su vez pretendieron ser el desmentido (aunque diferido) de su autocrítica. La clásica fórmula literaria de la serpiente que se muerde su cola, y en este caso, se autodevora”, enfatiza Fuentes en Plaza Sitiada.

Lo bueno del libro es que su autor no reniega de su pasado de protagonista, de sus momentos. Lo otro, aún mejor, es que deja establecida su verdad que, por décadas, la han vilipendiado por no escucharlo. Porque esa noche en la Unión de Escritores lo cierto es que fue el único que se asumió como revolucionario en medio de una pléyade de mudos y balbucientes. Todos terriblemente asustados.

Colgado por Rui Ferreira en CUBAENCUENTRO el 15 de agosto de 2018. Los dos fotogramas proceden del filme restringido de la noche de la autocrítica de Padilla.

Jota Jota cruza el Atlántico


(…) leo en los ratos libres de la FIL [Feria Internacional del Libro] de Lima un libro que aclara todos los errores y malentendidos del llamado “caso” Padilla, aquel poeta y amigo que cayó en desgracia en los años grises del castrismo. Muchos años después, y escapado del pelotón de fusilamiento, y cuando se retira de la Constitución cubana el término más hermoso, demoníaco y terrible de su texto (comunismo), Norberto Fuentes aparece en público con Plaza sitiada: ahí tienen ustedes, en esas páginas, historias e historias y muchas más historias, detalles, detalles y muchos más detalles, hasta los más secretos, aquel episodio lamentable que dura hasta hoy, lleno de reconcomios, andamiajes de enemistad y reconfortes de todo tipo.

“Lima entre libros” publicado por J.J. Armas Marcelo el día 2 de julio de 2018 en El Mundo (España). El recorte de Revolución del 14 de diciembre de 1959 es del archivo del autor.