martes, 23 de abril de 2013
Una ciudad en el eco
Es un conglomerado humano que parece despertarse de una larga hibernación. Vienen de esa molicie, escarcha en las cejas y los bigotes, pero abren los ojos en el parqueo del restaurante Versailles, o en la redacción de El Nuevo Herald, y ahí mismo disparan una campaña política contra Fidel Castro. Son viajeros del tiempo pero que se quedaron clavados en el último episodio que vieron de la serie. No me crean a mí. Abran el Herald. Sintonicen la radio cubana. Naveguen nuestra avispada blogósfera. Si se quieren enterar quién es Henrique Capriles y qué trae en la bola con su reconteo de votos tienen que recurrir a ellos obligatoriamente. Capriles who?, dirían los gringos. Y qué decir de la bandada de mujercitas que andan dando tumbos por medio mundo a nombre de un movimiento disidente cubano que ahora sí se come a Fidel Castro por una pata. Hasta el mismo Fidel Castro. Fidel who?, dirían estos pinches gringos. Es, en efecto, un enclave político que actúa sobre el eco de los acontecimientos. Ecos cada vez más lejanos. Cada vez más apagados. No es de extrañar, pues, que un día de estos El Nuevo Herald nos despierte con el titular de que un acorazado americano despachado hacia Cuba y fondeado en la bahía de La Habana, ha reventado en medio de una plácida noche tropical. Ni tengo que leerme el bajante para saber que Fidel puso esa bomba. Castro. ¿No se dan cuenta? Fue él. Ya lo tienen. El problema no es el vector. El asunto está en el eco. Golpean la cabeza de la sombra sobre el piso, cuando ya el tipo hace rato que pasó. Miami. Miami what?