Una vez Fidel Castro dijo que su mayor preocupación en caso de una guerra contra Estados Unidos era que los cubanos la ganaran. Pues, todo parece indicarlo, ese día ha llegado aunque quizá no en la forma que él lo pudo prever, con sus barbudos marchando sobre Washington a bordo de sus tanques T-62 y entonces de inmediato tener que hacerse cargo de los negocios de la General Motors y de la ATT. Es cierto que los cubanos pusieron bastantes muertos en la contienda y que la proporción es mínima en relación con las bajas de los naturales americanos causadas por los cubanos. Eso sí, no había un americano que cogieran preso (en Cuba o en Angola) que Fidel no lo mandara a ejecutar. Al final no deben pasar de 10. El resto fue siempre la carne de cañón que proporcionaba la contrarrevolución anidada en Miami. Pero ha sido mayormente una guerra que se ha producido en el terreno de la retórica, y en ese sentido le debemos a Fidel Castro dos cosas: su habilidad para nunca llegar a la confrontación militar directa (“Fidel es un genio en saber avanzar de acuerdo al enemigo”, decía el Che Guevara a sus íntimos) y lo otro es que en esas batallas de discursos y propaganda él siempre llevó las de ganar y a su vez le dio el necesario oxígeno de representatividad internacional que le permitió sobrevivir durante cinco décadas. Es revelador, en ese sentido, lo que ha dicho Obama en su comparecencia de este miércoles desde la Casa Blanca para anunciar la reapertura —después de 54 años— de relaciones diplomáticas plenas a nivel de embajadas entre Estados Unidos y Cuba. Cierto que la ruptura de relaciones diplomáticas duró “demasiado tiempo”. Pero al agregar que, cuando se suspendieron en 1961 “nadie esperaba que esto durase tanto”, comienza la distorsión, y unas vez más parece que nos vamos a despeñar por el abismo de la vieja retórica. Si también es cierto que Eisenhower ordenó la ruptura de relaciones, es porque él esperaba que la normalización pudiera establecerse en “un futuro no distante”. Y lo que Obama elude, olvida, o no cuenta para él, es que en ese instante de la decisión de Ike, la CIA tenía 2 000 hombres entrenándose en Retalhuleu, Guatemala, y todos los componentes posibles —incluida aviación y medios navales y electrónicos— de una invasión a Cuba se alistaban. Ah, my dear friend, ahora sí nos entendemos. Las relaciones se restablecerán enseguida porque vamos a acabar con esos atrevidos en tres meses. Y los que ocupen las ruinas humeantes del Palacio Presidencial de La Habana serán nuestros hombres, nuestros asalariados, para decirlo con toda precisión. Si lo que ocurrió después y el marasmo de las relaciones entre ambos países (que no estaba, obviamente, en los planes de la CIA) se extendió por medio siglo, se le debe a la descomunal capacidad de resistencia que Fidel Castro le imprimió a ese proceso. De modo que, bien vistas las cosas, en realidad puede decirse que ganó la guerra. Pero de una forma diferente. Arrimando la baza a su fuego, Obama dice que a partir de la reapertura de las embajadas el 20 de julio, “las barras y estrellas podrán ondear sobre La Habana”. Tiene la tónica de un conquistador militar. Pero no se equivoquen. Ese mismo día y a la misma hora, también ondeará en Washington la modesta banderita de la estrella solitaria.
Publicado como “Mezo discolo distenti ma alla fine vince Fidel” (Medio siglo de dificultades pero al final ganó Fidel) en La Repubblica el 4/07/15. Las ilustraciones son dos cuadros de una de las historietas favoritas de la producción del autor. En dos páginas se desarrollan algunas de las situaciones que hubieran podido ocurrir si la invasión de Playa Girón hubiese alcanzado sus objetivos de destruir la Revolución Cubana. Dibujos de Virgilio Martínez. Guión de Norberto Fuentes. Revista Mella del 7/11/61. No tiene título.