sábado, 13 de febrero de 2016

Los que deben morir



Sí, desde luego, me imagino que el primero en la lista es Luis Posada Carriles. Con él, la tonga de patriotas de Miami que no tuvieron reparos en combatirnos. Pero del lado nuestro hay otra lista y quizá mucho más numerosa. No todos por poner bombas o protagonizar acciones costeras de muerde y huye o de infiltración de agentes, sino casi todos allí por lo que saben, quiero decir por la información que acumulan, y sin que falten los correspondientes rosarios de crímenes registrados en un expediente del grueso del Ulises (bueno, si fusilar califica como crimen; vean que aquí, en Estados Unidos, a los verdugos les pagan a destajo). Estoy pensando desde luego en alguna especie de acápite secreto que debe estar escondido por ahí en los subterfugios conspirativos que llevaron a la firma de los acuerdos de convivencia entre los gobiernos de Cuba y USA en diciembre de 2014. Ya Raúl Castro no tiene que preocuparse del general Arnaldo Ochoa ni de personajes tan incómodos como su ministro del Interior, José Abrantes, o de su altivo condotiero Tony de la Guardia (¡cómo sabían cosas esas compañeros, por Dios!) y ni siquiera del creador de sus servicios de inteligencia, Manuel Piñeiro “Barbarroja” (aunque de este último todavía no han logrado dar con sus papeles). Estoy hablando de hombres del calibre de los dirigentes partidarios Carlos Aldana o Antonio Pérez Herrero. Me imagino que en el caso de Posada Carriles y otros de su estirpe, sus antiguos empleadores estén pacientemente esperando por una erosión más o menos expedita del factor biológico. Pero, en Cuba, con un Aldana mucho más joven que Raúl, y con todo lo que le sabe, me imagino que no tenga un futuro nada halagüeño. ¿Futuro? ¿Aldana? Ay, no me jodan. Porque es uno de esos casos que va a resultar casi imposible el borrón y cuenta nueva. Cuando venga la consabida amnistía y perdón para todos los participantes de esta contienda de medio siglo, Aldana resultaría demasiado incómodo para tenerlo en el escenario. Raúl tiene que impedir a toda costa la escritura de ese libro de memorias. La experiencia con Barbarroja enseña que uno no se puede confiar ni en un solo instante a solas de Aldana frente a una hoja de papel. Cuídate, Brother. Cuídate mucho.

Foto: Carlos Aldana y Norberto Fuentes en el transbordador que los conduce de regreso desde Isla Gobernadora a Nueva York en el transcurso de las conversaciones para la paz en Angola, en el verano de 1988.