Hace unos cinco años nosotros vivíamos en el último piso de un edificio de Coral Gables y Jerry Lee era un cachorrito que me cabía en una mano y había una terraza bastante amplia pero sin el amparo de ningún techo en la que a Jerry Lee le encantaba retozar inconsciente como estaba del águila que le había echado el ojo. Un águila mala. Ya tú sabes cómo son ellas. Se lanzan en picada y te atrapan en sus garras y se elevan para entonces dejarte caer y hacerte puré contra el suelo, blandito, despachurrado, listo para ser zampado. Pero el matrimonio Fuentes-De la Torre fue más listo que Serafina la Perversa (el nombre con que la susodicha ave convinimos en bautizar). Niurka —con ese don diríase que sobrenatural que tienen las madres— fue la primera en darse cuenta del peligro latente que se cernía sobre su vástago canino debido a aquella presencia constante volando en círculos durante días sobre nuestra terraza y el indolente de Jerry Lee con su huesito de goma trastabillando por el espacio abierto de losas rojas, y Niurkita y su dulce, aterciopelada voz, haciéndole saber a la señora águila que con sus alas extendidas planeaba a dos kilómetros de altura: «Ni se te ocurra, hijaeputa, que vas a saber quién es Mariana Grajales», mientras yo repasaba en mi libreta de teléfono los números de alguno de mis socios de Angola que aún pudieran tener un RPG-7. Bueno, en fin, la solución fue meter a Jerry Lee dentro de la casa y no dejarlo salir si no era con la debida escolta: Niurka con un cuchillo de cocina (a falta de machete) y yo con un bate de Sport Authority. Lo otro fue mudarnos de aquellas vecindades y buscar acomodo más cerca de la consulta de Niurka y dejar que Jerry Lee creciera y engordara. Un trinquete. Se ha vuelto un trinquete. Del águila Serafina no tuvimos más noticias y es evidente que no nos siguió hasta nuestro nuevo destino como tampoco sabemos los estragos que pueda haber causado en otras mascotas de los ricachones de Coral Gables. Y es así como Jerry Lee Fuentes ha llegado a nuestros días, gordo, feliz y entalcado. Y sin un solo rasguño. El propósito de que lo pelaran y lo bañaran para celebrar la victoria de nuestros candidatos en familia (nené Jerry Lee, mamá Niurka, papá Norberto, y nadie más para protegernos del covid-19), se vio enriquecida con el arribo de mi ejemplar de suscriptor del The New Yorker y, junto al disfrute de su última portada, mi pregunta a Niurka de: «¿Será esta Serefina la Perversa? Para mí que se da un aire.» Y la respuesta de mi doñita: «Pues si es ella, entonces no era tan mala.»