martes, 7 de enero de 2025

Un jardín en Broward County


…y la niña creció y creció y creció (de edad, quiero decir, porque de estatura sigue sin levantar dos cuartas) y desde muy temprano decidió que aquel pequeño cuerpecito en el que se hallaba había que atiborrarlo de collares y de espejuelos y de pañuelos y entonces siguió creciendo (de edad, repito) y ahora, según ella, ha dejado de ser una pepilla que estudia su carrera de medicina en la Covadonga y reside en el barrio habanero del Casino para ser, dice ella, una gringa de la costa este de los Estados Unidos de América que tiene un jardín (donde se encuentra en este instante, cuando yo la retrato sin que ella se entere, desde una ventana de mi estudio, y sabiendo que Jerry Lee está jugueteando entre sus piernas) ella suministrándole agua a sus plantas mientras además les habla, las saluda una por una, durante una amorosa y dedicada sesión, antes de pasar al otro lado de la casa, el territorio que yo llamo su minifundio, un patio donde ha puesto a crecer árboles frutales y que luego de una suave caída termina en un lago que incrementa el personal de sus conversaciones con patos, pelícanos y las raudas ardillas que se desplazan sobre el tubo superior de la cerca que supuestamente debe cerrarle el paso a cualquier cocodrilo que se le ocurra asomarse por estos lares (sin que hasta ahora, dicen los viejos vecinos, haya ocurrido un episodio de esta naturaleza) y así con las cosas, así transcurren en este día de invierno soleado en el sur de la Florida en la fecha más importante de esta familia porque es el de su cumpleaños. Fssst fsssttt fssst ¿No oyen el ruido del agua contra los cristales? Las plantas agradecidas. Nada como una buena conversación matutina y mitigar la sed.