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Conservo entre mis papeles el subcapítulo que el entonces director de la publicación, Aurelio Martínez, que por un mal nombre nosotros llamábamos “Ala Triste”, creyó prudente editar. Aurelio había sido un diligente funcionario del Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Comité Central del Partido, que se encargaba de la propaganda, las vallas, los himnos por los altavoces, las banderitas, las pancartas, y toda la parafernalia adjunta, y en especial —en celosa coordinación con el Departamento de Seguridad del Estado y la Dirección de Seguridad Personal— de organizar las tribunas (y a veces hasta de erigirlas) de los grandes actos de masas. Fue en uno de estos armatostes de madera, en las afueras de la ciudad de Santa Clara, en Julio de 1965, donde Aurelio dio un mal paso mientras se hallaba en el proceso de colgar una tendedera de banderitas, allá arriba, en lo alto de las gradas, y terminó en el duro y cruel suelo de la provincia central de Cuba, aun sosteniendo una punta del hilo de la tendedera y con todo el peso de su rollizo corpachón aplastando su brazo derecho, extremidad esta la cual, desde entonces, no hubo forma de enderezarle como debía tener lugar y que dio eternamente el motivo para el mote, de cierta forma burlón, de “Ala Triste”. No había sentido del humor en aquella etapa de la revista —me refiero ahora a mi crónica editada. La nota de referencia sobre el banal acto de censura que se halla al final de uno de mis libros engavetados, una colección de reportajes que debo haber preparado hacia 1991, entonces con el título de trabajo Cien reportajes y luego revisado como Sangre, sudor y lágrimas. Los reportajes partidarios de Norberto Fuentes, también he tenido la curiosidad de conservarla.
La nota:
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“Cubanos en la guerra civil española” sufrió un embate. El subcapítulo “La otra muerte” fue suprimido por la dirección. Comenzó a vislumbrarse algo. La época dorada de mediados de los años 60 de Lisandro Otero como director de Cuba y el viejo Darío Carmona como jefe de redacción había concluido. Peor aún: se convirtió en nostalgia de una época romántica. Más peor aún todavía: uno se llega a preguntar si alguna vez existió aquella revista.
El subcapítulo: