Una frase de Hemingway que a mí me encanta repetir es que cuando tú escribes sobre algo que no conoces, lo que queda en la narración es un hueco. Bien pues, en el caso de este tipo de pieza de Fidel, la reacción se proyecta en sentido totalmente inverso: Fidel tiene un conocimiento abrumador de por qué deja los huecos. Y como uno, a su vez, sabe lo que él sabe, nos venos en la terrible situación de comprender que Fidel se acobarda. De que su vitoreada audacia y los ímpetus de que hablan los cantores de la gesta se le escabullen a la hora de sentarse a escribir. Se amilana, se cuida, tú descubres cómo se autocensura por tramos en cada enunciado. Me pregunto si habrá alguien aguantándole la escritura por las bridas. ¿O es que se percibe un imposible a punto de ocurrir? Qué Fidel tenga que exiliarse para escribir en libertad.
De seguir escribiendo esos mamotretos, no habrá salvación. Y sobre todo esa obstinación suya porque el público se apiade del gladiador caído que es él mismo, y dale que dale con la historia de que la salud no le permitió seguir gobernándonos. Realmente lamentable porque soy de los que sostiene el criterio de que nosotros, como país, como nación, debíamos conservar lo poco que tenemos, y Fidel es una figura que, sostengo, debía hacerse lo máximo por conservar. No me negarán que era magnífico. Pero el problema actual es el empeño suyo en burlarse de él mismo. Es incompresible que no tenga a nadie a su lado que le diga, mira, Fidel, esto es un error. O ataca por aquí este asunto. O ponderas esta otra perspectiva. Y vean lo que está ocurriendo ahora: que pretende hacer una epopeya en la que —desde luego— Fidel Castro es el protagonista pero ninguno de sus seguidores tiene rostro y mucho menos nombre; y si acaso, menciona un par de personajes secundarios, sino extras de una sola toma.
Hubo hombres, sin embargo, que él tuvo en el terreno, en los combates, que desplegaron sus misiones y que lo invocaron como un nombre sagrado, y a todos los ha destruido. O los ha descalificado política y moralmente, o les ha endilgado todos los anteriores componentes de un solo chuchazo de la batidora. Llega así el momento en que su historia es la de una generación de combatientes a la que él mismo le pasó cuchillo. De una u otra manera, no dejó uno en pie. Por lo que ahora, al hablar de Angola en su texto sobre Mandela, tiene que evitar la identidad de sus mejores soldados. Ninguno existió. Ni Arnaldo Ochoa Sánchez fue el jefe de la Misión Militar, ni Raúl Menéndez Tomassevich tuvo a Savimbi tres veces en las manos, ni Carlos Aldana Escalante condujo con todo éxito la delegación cubana que logró la paz en el África Austral ni Patricio de las Guardia Font partió todas las comunicaciones que el enemigo tiraba al éter desde la frontera del Congo hasta Ciudad del Cabo, ni Alcibíades Hidalgo fue el vocero determinante de las conversaciones de paz, ni Rafael del Pino fundó la fuerza aérea angolana. Evidentemente lo jodido de la gloria no es adquirirla. Lo jodido es distribuirla —aunque no sea a partes iguales.
Entonces —oh prodigio— saca de adentro del sombrero, nada más y nada menos que a Katiuska Blanco, la periodista elegida de turno —una señora de muy buen ver, por cierto—, para decir que estuvo en no se sabe qué punto, qué aldea, qué cota, qué calvero de la basta geografía angolana y cercana a las proximidades de alguna batalla, aunque esto último él lo deja a la suposición del lector. (Inevitable recordar aquí la observación de Norman Mailer de que un reportero puede estar cerca de la acción, aunque no esté en la acción; en fin, tan cerca de ella como una ladilla del acto de la procreación humana). Bien, no obstante, por nuestra nueva heroína que él ha pasado a través de su colador mágico.
Por último, una referencia a la parte más tonta del escrito. La parte, desde luego, cuando Fidel describe lo que Raúl le dijo a Obama. En 11 segundos —que es lo que ha contabilizado la prensa internacional— se puede repetir hasta cinco veces Mister President, I´m Castro. Compruébenlo ahora mismo contra el reloj. Después de decir Mister President, I´m Castro te quedan todavía, cómodamente, entre siete y ocho segundos. Chequeen, coño. Tienen el reloj en la muñeca. Así que se quedó cortico. Y la carita de complacencia de Raúl se queda sin explicación en la diatriba. Déjame explicarte algo, Fidel. El problema no se resuelve con que tú digas que fue digno. El problema es que tienes que ser digno de verdad. ¿O acaso la dignidad se impone en la actualidad por ucase? Lo más triste es que hubo, hace muchos años, un Fidel que disfrutaba de las elaboraciones intelectuales, que jugaba con las ideas, que jugaba sobre todo en relación a sus enemigos, y se extasiaba con el peligrosísimo retozo de pensar más rápido y con mayor certeza que el adversario y que ganaba siempre porque era más inteligente. ¿Vanidoso? Por supuesto, ¿pero qué otro premio merece la superioridad intelectual? Esas victorias de su inteligencia, él las asumía con el mayor deleite. Burlarse del enemigo, ponerle rabos, por Dios, ¿existe algo más atractivo? Pero ya eso no existe. Nosotros no habremos existido nunca. Pero ese vacío provocado por nuestra ausencia ha terminado por devorarlo a él también. Así que ese Fidel no existe. Es solo un hombre que lo hace descansar todo en una retórica forzada. Una cada vez más descolorida, más vieja y más inútil. Pobre hombre. Pobrecitos todos nosotros.
El general de división Arnaldo Ochoa visita el regimiento de artillería femenina cubano dislocado en Funda, cerca de Luanda, el 30 de diciembre de 1988. (Imagen recuperada de un video) |
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