El texto de Raúl Rivero a propósito de la retrospectiva de Iván Cañas presentada por la Cuban American Phototheque Foundation en el Birdv Road Art District.
Iván Cañas nunca hizo fotos para el futuro. Su trabajo disponía del espacio infinito de la hoja del almanaque del mes que corría. Encontrar la imagen en una realidad ardiente y fugitiva, el leve susurro del obturador y la penumbra del laboratorio era un ciclo subordinado a la esfera del reloj que marcaba la hora de cierre de una revista. No. Él no pensaba en el porvenir, pero ahora que estamos en lo que debe ser el porvenir de aquél tiempo que empezó en los años sesenta, sabemos que su obra es un testimonio gráfico de casi medio siglo de la vida en Cuba.
Cañas tampoco se propuso retratar una época. Como reportero tenía que fotografiar pequeñas historias, momentos, episodios de la existencia de un hombre o de un grupo humano. Nada más. Lo que pasa es que sus reportajes se hicieron siempre con el oficio custodiado y asistido por la visión de un artista.
En solitario, por vocación, con la banda sonora de una guitarra que más nadie escuchaba y con el apoyo de la sabiduría de su maestro Raúl Martínez, Cañas se las arregló para emparentarse, sin comprometer su originalidad, con el legendario fotógrafo suizo-estadounidense Robert Frank y con su discípulo Luc Chessex, otro suizo, esta vez casi cubano, que era capaz de ver, a las cinco de la tarde en La habana, el color del cielo de Ginebra.
Allá lejos (hablo de años y de geografía) el artista encontró sus serventías particulares y por ellas llegaba —llega— a las personas y a los universos que quiere en su cámara. No se trata de pasar a toda prisa para dejar fijo un instante en el papel. Este hombre busca la manera de comunicarse con el objetivo que aparece en el lente porque entiende que esa es la vía para trasmitir los mensajes de los rostros y descubrir las claves de los gestos que componen el relato interior.
El cuento que narra el silencio de los hombres y mujeres que Cañas retrata suele tener el sustento de una banda insonora. Es el entorno donde el fotógrafo los pone a posar con aire solemne o divertido y con la incertidumbre que produce siempre la ilusión de que con una foto se puede alcanzar la inmortalidad. Ellos están ahí en su medio natural y la máquina de fotografías los dejará eternamente en los sitios queridos. Eso es lo que dice la mirada de aquellos sepultureros inocentes frente a una hilera de tumbas. Y es el recado del señor rodeado de palomas. Está seguro de que ninguna se le irá volando por una de las cuatro esquinas de la foto.
El periodista tiene sus encargos y el artista otros. Iván Cañas los ha resumido y los une con su talento. Los hace expresarse al mismo tiempo en la armonía de las luces y las sombras porque, para él, donde único se aprecia de manera auténtica la diversidad y la riqueza de la vida es en la inmensidad del misterio de las fotografías en blanco y negro.
Esta retrospectiva nos acerca a una figura muy importante de las artes plásticas de América Latina. Un reportero con corazón de poeta. Alguien que retrató y tiene en la cabeza y en su archivo la Cuba que más quiere. Y la revela ahora en la libertad del exilio donde está acreditado como Enviado Especial al porvenir.