—del ABC (Madrid, 23/09/15)
Colgado en HEREJÍAS Y CAIPIRINHAS, el blog de Rui Ferreira, el martes 10 de abril de 2007.
Aquellas noches en casa de Gabo
El diario español ABC (mi ex lugar de trabajo – uno de tantos otros), publicó hoy un pequeño texto (¿memorias, reportaje?) de Norberto Fuentes sobre un incidente ocurrido un fin de año en la casa de Gabriel García Márquez en la capital cubana. Cuenta el texto que la editora Carmen Balcells, posiblemente la única mujer que Norberto comparte con Gabo, y viceversa, le preguntó a Fidel Castro que cuando liberaba a los presos políticos. La que se armó después lo van a leer aquí [ver a continuación]. Lo que ABC no publicó es la fotografía de la velada, que ahora aquí la descubrimos. De izquierda a derecha, tenemos a NF, Carlos Aldana, Armando Hart, el cineasta brasileño Ruy Guerra, Carmen Balcells y Vilma Espín. Al fondo del lado derecho, medio escondido en la oscuridad haciendo, váyase a saber qué cosa, se distingue a Alcibíades Hidalgo.
Las buenas y las malas noticias. ¿Cuál primero?
ABC / 10 de abril de 2007
El episodio de un español que le solicita la libertad de los presos políticos a Fidel Castro, es algo que yo había visto antes. Carmen Balcells, la famosa agente literaria de Gabriel García Márquez, acometió la tarea. Aunque no creo que pensara con detenimiento en el terreno que se estaba metiendo, sino más bien que fue como aconsejando al cubano —con una frase de ocasión— para que saliera de ese fastidio. Ocurrió un poco después de las sidras, los besos y los abrazos de bienvenida al año 1986, y delante de la veintena de invitados que García Márquez tenía esa noche en su casa, algo que ya se estaba haciendo una costumbre, “esperar el año en casa del Gabo”, una especie de coronación del Everest en el combinado de poder y gloria que se conocía entonces en Cuba, no tanto por Gabo sino por que Fidel hacía acto de presencia en cualquier momento. Carmen había llegado esa misma tarde a La Habana para participar del exclusivo festejo, el último vuelo de Iberia del año 1985. Y Fidel se presentó en el recinto hacia las 12,30, luego de dedicar su noche a recorrer hospitales y visitar en su post operatorio al primer cubano con un corazón transplantado. Fidel estaba de pie. La puerta de salida al jardín estaba a su espalda. Carmen estaba a su lado y hablaban del desempleo mundial y de lo formidable que resultaba viajar en primera por Iberia cuando, de improviso, soltó aquello de, Ah, oye, Fidel, ¿y por qué no acabáis de soltar a los presos políticos? No puedo asegurar que fuesen las palabras exactas, pero sí que no se le debe haber olvidado lo que pasó a continuación. Casi nadie, hasta ese momento, había reparado en el personaje que yo tenía junto a mí, hundido en el cojín de un sofá beige, vestido con un terno de chaqueta negra pero sin corbata y que tomaba whisky con soda de un vaso enorme. Raúl Castro Ruz. Le bastó la brevedad del consejo de Carmen para saltar de su asiento —su vaso fue uno de los dos que de repente yo tuve en las manos— y comenzó la descarga de una virulenta diatriba. Era inadmisible que Carmen —ni nadie que viniera del extranjero— se apeara con semejante solicitud. El gobierno cubano era el único en el mundo que se veía obligado a soportar esa clase de cuestionamientos. No había un solo preso en Cuba que no hubiesen atentado contra los legítimos poderes del Estado cubano. La voz ronca y dura de Raúl surgía incontenible junto con sus argumentos. Fidel y Carmen parecían dos totems alrededor del cual se movía Raúl como en una danza de guerrero sioux. Carmen daba indicios de bascular levemente en el centro del círculo que describía Raúl —aguantaba con bastante entereza la embestida—, mientras Fidel se mantenía callado y con una inusitada expresión de ausencia. En su silencio, expresaba una cierta solidaridad con Carmen, y a su vez dejaba que el hermano desplegara su ataque sin contratiempos.
Bien, pues, esa noche yo tuve conciencia de uno de los temas en los que te quemabas nada más que de acercártele y, lo más importante, que esos hermanitos no creían en diplomacia ni buenos oficios cuando se intentaba transgredir una pulgada del territorio que han demarcado como propio.
¿Conocía el canciller Miguel Ángel Moratinos la anécdota? Quién sabe. Pero es previsible que las inconveniencias y la rispidez del diálogo con los cubanos en lo referente al tema, tiene que haber estado presente en la preparación de su viaje a La Habana. Y es indudable que el éxito de su gestión ha tenido que ver, sobre todo, con el uso de los accesos alternativos que el negocio diplomático pone en sus manos. Y no son desdeñables los resultados de la aventura, porque los aproches anteriores, los inaugurados sobre todo por José María Aznar para la política española hacia la isla, han demostrado su desgaste e incompetencia. Amén de que los presos continúan tras los barrotes. Ya ustedes saben, se trata de la vieja política de la ilusión que creen vislumbrar a cada rato con el fin de derrocar a Fidel Castro. Lo cierto es que, desde que Zapatero llegó al poder, ha procurado —o al menos intentado— llevar a cabo otra dinámica y hacer del pragmatismo su profesión de fe. Como mínimo, ha entendido que encerrarse en una concha con Estados Unidos (el principal productor de la ilusión contrarrevolucionaria) no sirve de nada.
La semana pasada, en el Palacio de la Revolución, no hubo danza sioux alrededor de Moratinos. Hay algo lamentable de cualquier manera. Y es la supervaloración que la disidencia cubana se hace sobre ella misma. La cruda verdad es que no disponen de ninguna cadena hotelera, de ninguna finca, de ninguna fábrica, y mucho menos de tropas, para exigir una agenda y sentarse por derecho propio en la mesa de negociación. Su argumento principal —que debido a la represión no pueden lograr una plataforma política que merezca la atención de los centros de poder, tanto afuera como dentro del país— es inobjetable pero también demuestra a las claras la debilidad de su sistema de comunicación. Quizá aún estén a tiempo de aprender que, para poder negociar, hay que disponer de un mínimo de fuerza política, o económica o social —y mejor las tres juntas. El mecanismo resulta notorio. Tienen que encontrar sus vías, como bien hicieron los checos, o los polacos, y que vengan desde adentro y no haya que esperar por los dignatarios extranjeros que desembarcan en el aeropuerto.