Podemos discernir, pues, con facilidad, que el contenido de la reunión de unas tres horas de duración en el bastión de Mike Fernández fue el dinero. El dinero de Mike (quiero decir, una parte mínima de esa fortuna) y la campaña de reelección de este congresista republicano de nombre Carlos Curbelo.
Descartado el sentido político de la reunión —político en el buen sentido de la palabra—, no puede haber ocurrido otra cosa que un compromiso. Con lenguaje más o menos refinado, la cosa debe haber transcurrido de la manera que ustedes se imaginan. Suelta la plata, Mike, que si ganamos, hacemos que el Congreso levante el dichoso embargo. Pero de aquí a allá mantenemos tranquila, callada, y controlada a la base republicana in Miami.
Ciertamente, no hay manera de creerse que Ryan haya viajado de tan lejos con el solo objetivo de ganarse un votante a favor de un insulso congresista local. La presencia no puede haber tenido otro objetivo que demostrarle a Mike Fernández, con toda solidez, que una vez que Curbelo fuese reelegido como congresista, el liderazgo republicano apoyaría la eliminación del embargo.
Quiere decir que el compromiso de Curbelo, avalado por Ryan, de eliminar la tan llevada y traída ley (pero solo después que aseguren su victoria) es una oferta inobjetable. Basta con apoyar monetariamente a Curbelo en contra de cualquiera de los contrincantes demócratas —¿Annette Tadeo? ¿Joe García? (Todavía está por decidirse el elegido, aunque ambos están determinados a pelear por el levantamiento del embargo).
Sin embargo, yo tengo un consejo para el negociante cubano. ¿Por qué no le suelta igualmente una mesada a los demócratas? En definitiva, así garantizaría que la victoria de cualquiera de los dos redundará en su beneficio. Es el momento de apostar a los dos caballos, Mike. Acuérdate del viejo refrán: El que parte y reparte, se queda con la mejor parte.