Reproducimos las evidencias.
Núm. 1
Si ves el mapa de un satélite militar americano, que es la procedencia habitual de los mapas al uso por nuestros topógrafos, y buscas San Antonio de los Baños, al suroeste de La Habana, verás aún lo hatos y los realengos de la colonia, de hace cinco siglos, una geografía inconmovible pero solo visible en su perfección geométrica a partir del espionaje por satélites. Fueron trazados por nuestros primeros agricultores blancos a la hora de repartir las mercedes. Clavaban una estaca en medio de los bosques y declaraban que toda la tierra a la redonda y a partir de entonces tenía dueño. Un día, revisando esas cartas, le pregunté al general Rafael del Pino (que luego se hace famoso cuando se pasa al enemigo) que qué era eso, y él me dijo que llevaba preguntándose lo mismo —él desde su traje de vuelo y casco con visor de plexiglás—, que qué coño era eso, hasta que Chicho, el jefe de mi escolta, le echó un vistazo a la fotografía desenrollada y terció en la conversación, una de las pocas veces que lo vi atreverse a tanto, y dijo que eso era cosa de los tiempos de España.
—del capítulo 10 (“La clave está en Dallas”) del libro segundo de mi La autobiografía de Fidel Castro (Destino, 2006). La introducción de “Chicho” (nombre verdadero Bienvenido Suárez) fue un recurso para desplegar en la escena mi propia observación sobre los nítidos vestigios de los hatos en las imágenes satelitales.
Núm. 2
Los reyes de España nos trajeron a los conquistadores y dueños, cuyas huellas quedaron en los hatos circulares de tierra asignados a los buscadores de oro en las arenas de los ríos, una forma abusiva y bochornosa de explotación cuyos vestigios se pueden divisar desde el aire en muchos lugares del país.
—el primer párrafo de “El hermano Obama” la pieza de Fidel del 28 de marzo de 2016 distribuida largamente en portales de todo el mundo.