sábado, 29 de octubre de 2016

High Noon


 BORRADO DE LA HISTORIA
La sensacional victoria diplomática obtenida por Alcibiades Hidalgo es hoy parte del cada vez más grueso legado de historia y protagonistas censurados por el gobierno cubano. Pero este momento de tensión (que él, con cierta benevolencia llama ahora “a la expectativa") tiene un valor simbólico y diríase que hasta heroico. Es el 24 de noviembre de 1992. A las 12.00 M. En el salón Plenario de las Naciones Unidas. Una solitaria criatura enfrenta la batalla de su vida.

Una crónica de Alcibiades Hidalgo

Estados Unidos acaba de condenarse a sí mismo en Naciones Unidas. Optó por la pirueta de abstenerse ante un tema que lo reprueba, el más públicamente incómodo para su diplomacia en los últimos veinticinco años. La resolución que carga el largo título “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos contra Cuba” fue aprobada en la Asamblea General por 191 votos a favor, ninguno en contra y las abstenciones de Washington e Israel.

El tema fue llevado a votación y aprobado por primera vez en 1992 en ese mismo foro, bajo mi desempeño como Embajador de Cuba ante la ONU. Fue entonces una sorprendente victoria diplomática. Por primera vez tras desaparecer la Unión Soviética adversarios y aliados de Estados Unidos lo mencionaban por su nombre de esa manera en un foro internacional. El New York Times publicó en primera página el resultado como si se tratara de un apabullante partido de baloncesto: Cuba 59; USA 3.

La noticia recorrió el mundo, fue aplaudida en la atiborrada sala y vitoreada en Cuba. Fidel Castro ignoró aquel gol de oro de la diplomacia de la isla y más bien concluyó que ya era hora de prescindir de mis servicios. Y así lo hizo poco después.

La Habana estaba más ocupada en aplacar las expectativas internas ante la resolución. El canciller Ricardo Alarcón, a quien yo había sustituido en Nueva York, fue encargado de aclarar a toda prisa que Estados Unidos no estaba obligado a acatar el criterio mayoritario de la ONU. Para Washington el tema tenía un origen estrictamente bilateral. Y así continuó siendo hasta la votación de este año.

Había sido precisamente la reciente aprobación de la Ley Torricelli, que intentaba sanciones a terceros países que comerciaran con Cuba, la que impulsó en 1992 aquella inédita rebelión en la ONU.

Con ese as en la manga presenté el caso ante el plenario. En el tenso debate que precedió al voto, el embajador de Australia, Richard Butler, se encargó de resaltar con sorna el abismo, que según sus palabras, existía entre el beligerante título y el breve y desapasionado contenido de la resolución. Los países occidentales que la respaldaron votaban por la amenaza implícita a la libertad de comercio.

Además de la meticulosa redacción que permitió el apoyo occidental al texto, su aprobación fue el resultado de un intenso lobby tercermundista y la oportuna inscripción a última hora del tema, al que entonces Estados Unidos prestaba poca atención. Entre otras sutilezas, pasó inadvertido que el bloqueo condenado en el texto oficial en español se convirtiera en embargo en la versión inglesa.

Tras sortear obstáculos inesperados, como el interminable discurso del embajador iraquí Nizar Hamdoon, que dedicó su turno a reclamar, ante todo, el fin del embargo a Saddam Hussein —provocando la posible postergación de la votación que hubiera permitido a Estados Unidos retorcer algunos brazos—, llegó el final del debate y el momento de solicitar la votación. Esa facultad del país promotor, había sido declinada por Alarcón el año anterior ante el temor de una derrota. Esta vez, a su paso por Nueva York semanas antes, el canciller dejó sobre mis hombros la responsabilidad de decidir “sobre el terreno” y llamar al voto. Además del resultado favorable de 59 contra 3, se contaron 71 abstenciones y 46 ausencias de la sala, entre ellas la de nuestros cercanos aliados de Angola, una clara muestra del pavor que inspiraba tomar partido.

En un cuarto de siglo mucho cambió. Cada año fueron más los países que pidieron el fin de las sinuosas sanciones y creció la inevitable polémica sobre su utilidad, hasta llegar a esta casi unanimidad. Alexander Watson, el embajador de Estados Unidos que respondió a mi discurso de 1992, es hoy un activo partidario del fin del embargo, al igual que el presidente Barack Obama. Miguel Álvarez, el ex asesor de Alarcón que aportaba los datos al discurso, cumple en Cuba 30 años de prisión por supuesto espionaje y para la historia oficial el debate de 1992 nunca ocurrió. Fue expurgado, junto con mi nombre, de todas las referencias posibles. Como Trotsky de su foto junto a Lenin.

Publicada como “Al fin unánimes” en La Tercera de Santiago de Chile.