La foto es ajena al asunto que voy a tratar pero no encuentro una mejor con el Beny, que es el que aparece entre Jorge Dávila y yo, con el brazo derecho de Rui Ferreira recostado a su hombro y que es el sujeto de mirada más intensa dirigida hacia el foco de la cámara. Bueno, Jorge Dávila tiene una mirada con intensidad semejante, aunque parece un tanto asustado. O por lo menos descreído. El Beny, no. El Beny está ciertamente concentrado y hasta con una leve dureza de
hitman antes de sacar la fuca y volarte los sesos. Y el hombre que ríe, vestido de blanco, es Adolfo Rivero, el más grande teórico marxista de nuestra generación. El fotógrafo es ahora un desconocido. El lugar también. Incluso la fecha. Pero es en Miami y todos somos cubanos exiliados, menos Rui, que es portugués. De los cinco, Adolfo fue el primero que abandonó, aunque no sin antes recibir la absolución de todos sus pecados de joven comunista de manos del ex representante federal Lincoln Díaz Balart, que fue hasta el sofoco de su oscuro apartamento para el menester. Quedamos pues, tres, y quizá cuatro porque hay que contar con el fotógrafo aunque no logremos recordar su nombre. El Beny. Ese fue el que abandonó el juego hoy [mayo 8], según me acaba de llamar Rui para informármelo. Bernardo Marqués Ravelo. 71 añitos y un talento feroz y la garganta blindada de un bebedor insaciable. Yo me divertía con el Beny lo que ustedes no tienen idea. Para empezar, nos prodigábamos todos los insultos existentes en la lengua castellana. Eso, siempre, para empezar. Y uno acudía a él invariablemente en busca de títulos. Una vez estaba haciendo algo sobre Hemingway (que no terminé, como suele ocurrirme) y no me convencía ningún nombre o etiqueta. Requería de la inclusión de tres nombres. Para mí resultaban imprescindibles: Hemingway, Cuba y Finca Vigía. Él, presto, con su desmedida audacia para manejar las palabras, las metió en la coctelera y la batió un poco. Miró hacia el techo y me dijo: “Finca Vigía o el olvido de Hemingway en Cuba”. “Coño, Beny”, le dije. “Eres un bestia.” “La tengo prohibida, Norber”, me dijo. “
Prohibida.” “Bestia, bestia.” “Para que me respeten.” Otra vez se me designó para presentar la edición cubana de
Crónica de una muerte anunciada, la novela de García Márquez, evento que tuvo lugar a las 12.05 PM del 17 de septiembre de 1981 en una venduta desmontable del Palacio de las Convenciones de La Habana donde se expendían libros en el transcurso del Encuentro de Intelectuales por la soberanía de los pueblos de nuestra América y mientras uno suspiraba por la novelista catalana Montserrat Roig que andaba paseándose por aquellos pasillos y fue publicado además —con un título de indudable presencia militar: “Una ráfaga de literatura”— en la edición de
El Caimán Barbudo de noviembre del mismo año, y tengo anotado al pie del original de mi texto: “El conocido periodista, narrador, ensayista, articulista de fondo, crítico y poeta cubano Bernardo Marqués Ravelo colaboró en la redacción.” Más adelante, un nuevo evento de lectura pública: “El estilo necesario de la violencia”, la esforzada ponencia que desde su origen Reynaldo González, otro escritor cubano, comenzó a llamar “la
quitancia de Norberto” presentada y/o leída o/y comenzada a leer a las 10.05 AM del 12 de diciembre de 1984 en el transcurso del Fórum de la Narrativa auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en el Palacio de las Convenciones de La Habana producida a solicitud del poeta Luis Pavón y, con esta otra nota al calce: “Redacción beneficiada por la colaboración del conocido etc. cubano Bernardo Marqués Ravelo, quien aprovechó una de las jornadas de concepción y escritura para tragarse un melón de la cuota del autor”. ¿Los melones estaban incluidos en la libreta de abastecimientos de aquellos años duros? Pues, sí, señores. Los distribuyeron una sola vez en Ciudad de La Habana en toda la historia de la Revolución Cubana. Y el mío se lo zampó Bernardo Marqués Ravelo, a quien venimos a llorar hoy. Dime, Beny, ¿cómo me está quedando este obituario? El mejor del mundo, muchacho. ¿Eh? Que yo también la tengo prohibida.
Prohibidísima.
En las fotos de abajo, en Miami hace años, celebración en reducidísima familia de un cumpleaños de su mujer Rosa (al centro), con mi mujer Niurka y conmigo, ella y yo alternando la posición de la derecha.