[14 de febrero de 2017]
Querida Emma,
… y te voy a escribir en español, pera poder ir más rápido. Yo no conozco este libro de Feldman. Pero de cualquier manera llega con casi 40 años de retraso. Yo terminé el mío a finales de los 70 y las dos primeras ediciones se publicaron en 1984. En un párrafo de la edición en español (los gringos lo eliminaron en su edición) yo aventuré lo siguiente:
La biblioteca de Finca Vigía está necesitada de un estudio minucioso desde hace 20 años. Algunos escritores y críticos han comprendido esto. Cada vez que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos experimentan cierta mejoría, una de las primeras cosas que aparecen en el horizonte son los investigadores norteamericanos que reclaman instalarse en Finca Vigía. Desaparecen cuando los nexos vuelven a entrar en crisis.
Satisfecha mi vanidad de visionario, te agrego lo siguiente y de esto puedes tener la más absoluta seguridad: después de que Ernest Hemingway partiera de esta estancia por última vez en la mañana del 25 de julio de 1960, el otro escritor que se posesionó de la Finca Vigía y se instalara (hipotéticamente hablando, y no tan hipotéticamente) bajo su techo —y durante 7 largos años— fue Norberto Fuentes. Entré allí por primera vez investido con todos los poderes que me dio la Revolución, creo que el 30 de julio de 1975. La estancia estaba inmaculada, más o menos como la habían dejado los Hemingway. Y te puedes imaginar que no dejé libreros, gavetas, libros, rescoldos, debajo de los muebles, detrás de los cuadros, bajo los cojines, sin escudriñar, sin revisar, sin toquetear, sin manosear, sin oler, y, lo más importante de todo, sin transcribir, apropiarme o fotocopiar para usar en mi libro sobre la presencia de Hemingway en Cuba.
Todo eso, junto con los testimonios de sus vecinos y amigos y las crónicas de mis viajes por los escenarios costeros de la aventura hemingwayana en la isla fue el material invertido en mi libro. El resultado final, querida Emma, es que no dejé nada para nadie. Tierra arrasada, como aprendí del ejército de Kutusov ante el avance de Napoleón. Ten esa seguridad, Emmita. No importa que tú seas el primero o el último de los investigadores autorizados a husmear en la Finca. Porque no podrás sacar nada nuevo, relevante, sensacional, que ya no haya aparecido, hace muchos, muchos años, en Hemingway in Cuba. Y esto es algo que me complacería restregarle en el hocico a Feldman y a cualquiera de sus editores, como ya lo hice además con The New York Times y con la biblioteca John F. Kennedy.
En fin, que no tienen manera de sacarle jugo a una piedra que se secó en el siglo pasado. La sequé yo mismo, queridos amiguitos. Sorry.
* * *
PS (para este blog): Después que un amigo me mandó el libro de Feldman y de emplear en su lectura las últimas horas, me ha sido fácil descubrir las huellas de la copia o del aprendizaje página por página de mi Hemingway en Cuba. Eludo el término plagio porque puede tomarse como una señal de admiración, o para no incurrir en la generosidad de Jorge Luis Borges en su referencia a Macedonio Fernández: “Lo imité —dijo— hasta el apasionado y devoto plagio.” En fin, que para montarse en los raíles de mi trabajo, Feldman pudo ahorrarse el viaje a Cuba. Le bastaba con conseguirse una copia de uso en Amazon (el precio es razonable) de cualquiera de las versiones en inglés o español (mucho más completa la española) y sentarse en su casa a reescribir mi libro en sus términos y gusto.