domingo, 15 de marzo de 2020

Lo malo de saber leer

No conozco otra escuela anterior del anticomic en el mundo. La empezamos un puñadito de muchachos en la revista Mella, que era una revista mensual de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, una agrupación cubana sucedánea del Komsomol. Nos habían dado el edificio del periódico comunista Hoy, que tenía para nosotros el encanto heroico de haber sido uno de los blancos favoritos de la policía de Grau, Prío y Batista.

En el tercer piso, al fondo, nos reuníamos. Lázaro Fundora, uno de los coloristas, tenía una guitarra y cantaba un rock en español llamado “Los fantasmas”. Silvio Rodríguez, al que todavía Lázaro no le había enseñado a tocar guitarra, tenía la misión de dibujar “El Hueco: Una historieta muy profunda”, que era una serie de mi invención y para la que yo producía los guiones. En aquella época de primeros contactos con el marxismo, todo debía ser profundo. Así que rápidamente comenzamos a burlarnos del concepto. ¿Y qué cosa más profunda que un hueco del que no se sabe dónde tiene fondo?

Otro personaje era Guillermo Rosales, que abandonó su carrera en el servicio exterior para escribir el guión de una historieta sobre la batalla de Dien Bien Phu. ¡Por primera vez en un comic ganarían los vietnamitas! Y estaba Virgilio Martínez, que venía de la tropa del Partido y que, para despistar, firmaba sus caricaturas en la prensa clandestina con el seudónimo de Laura. Un mulato bajito y con unos espejuelos de fondo de botella, que no asomaba ningún rasgo femenino pero por cuyo nombre de guerra nosotros identificábamos cuándo lo saludaba un viejo camarada. Laura, en su mesa de dibujo barnizada, color nogal, compartía su jornada entre la producción de historietas, para las cuales yo también le proveía los guiones, y la confección y encuadernación de unos impecables pasaportes extranjeros. Pasaportes falsos, no sé si me entienden.

Isidoro Malmierca, entonces jefe de la Seguridad del Estado, se encargaba de suministrar los rollos de papel del pasaporte cubano, pero vírgenes, así como las tapas, amén de los modelos a copiar. “Laura —le decía a Virgilio, y desde sus fríos ojos azules no soltaba un solo destello de amabilidad—. Laura, necesito tres de Venezuela y uno de Costa Rica.” Ese era el ambiente que había allí, en el tercer piso de Mella, a medio camino entre los estudios de Walt Disney y los cuarteles del KGB.

Yo llegué a ser el director del conglomerado, el de la parte creativa me apresuro a aclarar, nada que ver con los negocios de Malmierca y la subversión continental. Mi primer trabajo fue una historieta a dos páginas que, en un gesto considerado por mí mismo de una audacia enorme, carecía de título. La idea básica era el regreso de la Brigada 2506 a las costas cubanas y lo que ocurriría de ellos ganar. Su título de trabajo: “Si los brigadistas volvieran”.

Se publicó en el número de noviembre de 1961. Todavía los brigadistas capturados en el cenagoso entorno de Bahía de Cochinos estaban presos en la cárcel provisional que les habían instaurado en el Hospital Naval, al este de La Habana y faltaba como un año para que los juzgaran y unos meses más para que Kennedy pagara una indemnización en compotas y maquinaria agrícola a cambio de su liberación. Mi historieta tenía dos o tres cuadros muy buenos. El que más me gustaba era el de un Trucutú (el famoso personaje de la edad de piedra de los comics gringos) que se presentaba, garrote al hombro, antes unos campesinos con el objeto de ¡analfabetizarlos! Es decir, devolverlos a su estadio prerrevolucionario de iletrados. Se trataba de una recreación de la restauración contrarrevolucionaria en Cuba.

De modo que, mirando los debates por la nominación presidencial demócrata y los reproches a Bernie Sanders desde el bando de Joe Biden tan abundantes en estos últimos días en la WEB, y viendo lo que, de hecho, ha estado en sus mentes, ha sido inevitable la reactivación de esta memoria y que yo se las traiga a colación. Sobre todo, la que me toca más de cerca, los ataques a Sanders por las virtudes exaltadas por él de la campaña que erradicó en menos de un año el endémico analfabetismo cubano. No se pierdan el artículo de Newsweek que trae por los pelos a dos cubanos para denunciar la alfabetización como una operación de control policiaco, o más siniestro aún, como una ópera masiva de adoctrinamiento comunista. No les adelanto nada. Véanlo por ustedes mismos: "Bernie Sanders Is Wrong to Praise Castro's 'Literacy Program.' Two Cuban Americans Explain Why”, por Lee Habeeb, en la página electrónica de Newsweek, colgado el 11/3/20 a las 10:38 AM hora estándar del este.

Los dos cubanitos y sus argumentos sobre el crimen: Yuri Pérez, identificado como estudiante: “Yo fui forzado a aprender a leer y escribir por maestros que me lavaron el cerebro enseñándome a escribir la 'F' por 'Fidel,' y la 'C' por 'Castro'.” Crueldad sin límites, sin duda. Y Armando Valladares, que todavía se le están saliendo de los bolsillos los panes de explosivos C-4 pero que se identifica como poeta: Cuando le exigieron que pusiera sobre su buró el slogan “Estoy con Fidel”, él se negó. Y ahí mismo le colgaron 30 años, los primeros ocho en una celda tapiada y desnudo. En verdad, yo no sé qué tiene que ver esto con la campaña de alfabetización exaltada por Bernie, pero es el ejemplo de Newsweek.

Poco ha cambiado para estos personajes y situaciones de hace más de 50 años. Mi historieta, que entonces surgió como comedia, ahora se repite como patología.


Versión actualizada y ligeramente ampliada del texto “A los dos días, solo dos” colgado el 11 de agosto de 2007 en mi blog de corta duración Mi leña al fuego adjunto a la página WEB de El Mundo.es