domingo, 15 de noviembre de 2020

La casa de Hemingway

 
 
La idea fue de Gabriel García Márquez. Había llevado parte de su tribu a La Habana en diciembre de 1985, para que participaran en el Festival de Cine, donde él tan a gusto se movía entre las luminarias del jet set cinematográfico internacional que aterrizaban en nuestra ciudad y que él mismo se encargaba de que sus invitaciones llegaran puntualmente. Ese año, como integrante destacado de sus parientes, había llevado a uno de sus hermanos menores, Eligio, un verdadero infeliz, apabullado por el desconcierto de ser un don nadie a la sombra del escritor más famoso del mundo. Bueno, no exactamente un don nadie. Peor que eso. Se empeñó en ser un escritor y periodista pero sin deudas, y comenzó por borrar el Márquez en las firmas al pie de sus publicaciones. Y así lo conocí, dulce renegado, cuando el hermano mayor, ignorante de tales pretensiones (o haciéndose el desentendido), me pidió el favor, luego de presentarme a Eligio. «Se me ocurre —dijo— que él aproveche el viaje y haga un documental sobre Hemingway.» Y así fueron las cosas. Al otro día, a bordo de mi raudo Lada 1500 S de color verde pálido y con los Beatles del Álbum Blanco a todo meter en la casetera, me presenté con Eligio en el Hotel Nacional donde nos esperaba una chiquilla colombiana que era la cineasta «cachaca» —es decir, bogotana— con las cual Eligio García concebía acometer el proyecto, en realidad —lo entendí enseguida—, todo un andamiaje montado por él a espaldas de su hermano para conquistar a la excitante compatriota. Dos premios Nobel, un premio Casa de las Américas (yo) y la invicta y gloriosa República de Cuba éramos puro escenario en una conspiración amorosa. Mady Samper. Tal era el objetivo. Le presea. Hija de una reconocida cineasta colombiana, Gabriela Samper, lo cual hasta ese momento representaba su mayor pedigree profesional, tenía además a su favor el par de piernas mejor torneadas del subcontinente (Virginia Wolf muy bien pudo describirlas en Orlando) y que era simpática como carajo. El caso fue que, hasta ese mismo instante, en los floridos jardines del Nacional, donde ella nos esperaba, hasta ese momento, digo, Eligio formó parte de la producción. «Eligio —dije— ¿por qué no te pasas para atrás?» Un caballero ese Eligio. Traslado efectuado y, tras instalarse ella a mi lado, preguntó: «¿Los Beatles? ¿Beatles en el comunismo?» «En efecto, muchacha. Y en un Ladita del complejo automotor “Palmiro Togliatti” de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.» No le hizo swing a mi intento de ironía, pero dijo: «Mi favorito es Cat Stevens. Cuando mamá murió, yo recorría las calles de Bogotá, caminando en vilo, los audífonos encajados, oyendo a Cat Stevens. Me aturdía con él.» Entonces el Gran Mago Merlín Fuentes, con gesto resuelto, sin abandonar el timón (ya estábamos saliendo de las premisas del hotel) extendió la mano hacia la guantera y maquinalmente trasteó entre los casetes de la reserva y le dijo a la joven: «Busca ahí, que hay uno de Cat Stevens.» Escuché un «¡Ah!» de sorpresa y dije: «Para aturdirnos juntos.» Lo demás fue coser y cantar, como ustedes comprenderán. Nos pasamos esa semana, o quincena, o mes del festival de cine en lo que creo que se llama preproducción, que yo no sabía que podían ser tan divertidas porque lo menos que hacíamos era preproducir nada. Creo que la filmación y las entrevistas las hizo ella al año siguiente (el mismo contenido de trabajo de la preproducción más algunas horas de vivaqueo con las cámaras para filmar en la Finca Vigía y con Gregorio Fuentes, el patrón del Pilar, en la playita de Cojímar donde recalaba el bote de Santiago en El viejo y el mar). La verdad que se esforzó. Y de vez en cuando sale por aquí o por allá una referencia al documental. Ah, Eligio. ¿Ustedes quieren saber de Eligio? Caballeros, la verdad es que no tengo memoria de qué otra cosa ocurrió con él. Ni siquiera si se lo devolví a Gabo en algún momento. Sé que se cambió para el asiento trasero, aún bajo los acordes de Obladí Obladá y que más nunca supe de él. Durante aquel invierno, quiero decir. Porque el obituario me lo leí en el 2001. Ese es al detalle más emotivo del documental: que Mady lo acredita dos veces en igualdad de condiciones con ella: Realización y guión,sabiendo que sus aportes fueron en verdad escasos, si es que hubo alguno.

Créditos principales:
FOCINE / TELEVISIÓN LATINA presentan
LA CASA DE HEMINGWAY
Realización: Mady Samper / Eligio García
Cámara: Ernesto Piñero
Sonido: Roberto Smith
Imágenes de archivo: ICAIC - ICRT ©
Textos: Norberto Fuentes
           Gabriel García Márquez
           Del libro Hemingway en Cuba / Letras Cubanas ©
Narración: David Sánchez Juliao
Guión: Mady Samper / Eligio García
Edición: Mady Samper
Una producción de Televisión Latina / FOCINE © 1986