miércoles, 18 de noviembre de 2020

Ochenta, Chen!

 

Ese es el apodo. El nombre es Roberto Salas y tengo entendido que así lo inscribieron por allá por Nueva York donde nació. Procede del vocativo para designar a sus interlocutores y que él acostumbra a emplear al final de sus saludos —¿Qué onda, Chen?— o de sus cuestionamientos —¿Tú me entiendes, Chen?— o de sus exclamaciones —¡Coño, Chen!— o de cualquier otro tipo o modalidad de enunciado que salga de su boca; eso si no te distingue, tal mi caso, con la más común designación de «flaco». Siempre lleno de amistad y de entrañable dulzura. El Chen. El Chen Salitas. Acaba de cumplir 80 años y yo quiero agasajarlo con esta especie de retrospectiva personal. Son apuntes sobre nuestra experiencia como uno de los tándems reportero-fotógrafo más productivos que tuvo la revista Cuba en su época de oro, entre 1964 y 67, con beneficio de una que otra colaboración freelance con Granma, y lo hago además para reivindicar a la avanzada que de manera espontánea y sobre la marcha dio origen al empleo del tan alabado género del nuevo periodismo en la Revolución Cubana: nosotros. He tomado estas notas de un mamotreto que tengo en el congelador y que por lo pronto se llama Sangre, sudor y lágrimas. Los reportajes partidarios de Norberto Fuentes y las he revisado para incluirlas en este homenaje por el cumple del Chen.

«Turquino» (publicado en Cuba, en noviembre de 1965) fue un invento de Salitas, en esa ocasión más interesado en retozar en el techo de Cuba —la isla, no la revista— durante algunos días con una chica llamada Sonia que en producir una pieza del novísimo género literario. Reclutarme para la empresa no fue difícil. Solo tenía que aportar mi propia pareja. Lo demás iba por la revista: dieta, pasajes, etc. Así que se aprovechó las circunstancias de la misión periodística para consumar una luna de miel en la cima (acuérdate, Haydecita). Una cima auténtica. Así que, dos reporteros, dos chicas y un arriero con sus mulas —al que se le asignó el cargamento de equipos fotográficos, y algunas sacas con los insumos, viandas fundamentalmente (y que regresó a la costa esa misma tarde)— formaron la columna que el 20 de junio de 1965 emprendió la conquista del Pico Real del Turquino.

En la foto de arriba, el gesto no responde a una contrariedad sino es la mueca clásica de los fotógrafos cuando se enredan en el proceso de medir la luz con los fotómetros. ¿O se enredaban —tiempo pasado, remoto? ¿Existen aún esos artilugios? ¿Las cámaras digitales requieren de su ayuda? Bueno, el caso es que ya, desde entonces, yo prescindí de uno de ellos para hacerle esta foto mientras él se complicaba la vida, y le escuchaba murmurar lo que parecía ser Einstein un segundo antes de dar con la teoría de la relatividad espacial. Palabras como asaje, temperatura, velocidad, apertura del diafragma, tipo de película eran términos detectables desde su murmullo, y parecía estar enfadado con el sol, y luego con las sombras. Muy enfadado.

La foto de abajo es obra de una de las chicas, como debe comprenderse.

 

Para terminar con la francachela del Turquino, la tarja rústica grabada por Salitas a punta de cuchillo. No pudimos develarla como se impone en estos casos porque no dispusimos de ningún paño para cubrirla y luego retirarle como en un acto de prestidigitación que es lo que se estila.

REVISTA CUBA   3 PICOS
R. SALAS - N. FUENTES
6 - 21 AL 24 65

Catorce años después, cuando coroné por última vez la cima del Turquino —esa vez sin Salitas y en cumplimiento de otra asignación, una de las últimas que acometí como periodista revolucionario— no quedaba ni una astilla de la obra tan arduamente elaborada por su cuchillo de fotógrafo malhumorado.

La publicación de «Trinchera en el mar» en Cuba (marzo de 1965) provocó uno de los mayores entuertos registrados en (o generados por) las carreras profesionales de los autores. Aunque muy pocos se enteraron en el sector. Pero culminó con el despido como jefe de la Marina del capitán de corbeta Díaz-Astaraín.

El viejo lobo de mar había sido el máximo promotor de la realización del reportaje. Tenía un sueño. Había visto una fotografía de propaganda del Ministerio de Defensa soviético: Un abigarrado grupo de marinos del Báltico miraban sonrientes a cámara, algunos con sus camisas escotadas de marineros del siglo pasado, otros con sus pullovers de rayas azules, ufanos todos. Díaz-Astaraín necesitaba que Cuba publicara algo semejante. Cuba era quien único podía lograrlo en —perdonen— Cuba, ya que era la única publicación del patio —ummm— con cuota de papel cromo y película de color.

El previsor director de la publicación, como muchos conocen, era el novelista Lisandro Otero. Decimos previsor porque preveía. Estén persuadidos de que Hemingway hubiese dicho de él que para ser un novelista tenía demasiada previsión. De modo que él previsionaba que todos los reportajes de las áreas militares que se nos encargaba conocieran la firma del jefe máximo del arma reportada antes de su publicación. Firmados, página por página, foto por foto.

De este modo, cuando los 172 secretos estratégicos de alta sensibilidad aparecidos sobre todo en las secuencias fotográficas de «Trincheras en el mar» salieron a la luz pública y los asombrados hermanos asesores soviéticos comprobaron que hasta los más mínimos detalles de conexiones, cables, tornillos, rampas, miras, elementos electrónicos, puntas de tungsteno de plata o de acero, rendijas, detonantes, combustibles sólidos o líquidos, de sus cohetes antinavales y lanchas coheteriles estaban siendo graciosamente distribuidos a una cantidad estimada de 30 000 suscriptores de la revista (ubicados todos en el extranjero y, peor aún, en Occidente) y el Camarada Asesor Principal del Ejército Rojo, Teniente General Boris Big Brotherovich (un nombre de guerra seguramente) debía estar ofreciendo el comprensible espectáculo de tener una emisión sostenida de espuma por la boca mientras daba pataditas en el piso como signos inequívocos de indignación (hecho, este último, del cual no existe confirmación alguna, ni siquiera indicios, pero que el reportero siempre se lo ha imaginado) por lo que —y como resultado de todo esto— las fuerzas combinadas de los acuciosos investigadores de la Contra Inteligencia Militar, fiscales militares y fuerzas de apoyo por aire, mar y tierra se disponían al asalto de la querida publicación, el sagaz Otero pudo extraer de una de sus gavetas de su buró de dirección de Cuba todas las páginas de texto y todas las fotos del reportaje firmadas meticulosamente —una por una— por Díaz-Astaraín.

El reportero no tuvo, nunca más, noticias del distinguido marino.

Y si tuvo noticias del entuerto fue porque un Otero con la camisa aún empapada de sudor nos dijo que «vamos a ver si suspendemos estos reportajes militares. Y los otros también. Todos los reportajes. Lo cierto es que, con ustedes, yo no gano para sustos. Desde ahora en adelante somos una revista sin reportajes. Sin artículos. Sin comentarios. Sin editoriales. Sin fotos. Sin nada. En blanco.»

Las Tropas Coheteriles Antiaéreas (TCAA) nos dieron material suficiente para montar dos reportajes: «Secreto de guerra» en Revista del Granma (8 de mayo de 1966) y «TCAA: Cielo limpio» en Cuba (julio de 1966). Estos trabajos pertenecen a la época en que —¿valdrá la pena contarlo?—; bueno, la época en que Salitas y un servidor disfrutábamos de algo: tener acceso a los laberintos de los armamentos más sofisticados. Estábamos orgullosos. Conocíamos lugares archisecretos de dislocación y nos asomábamos a los radares. No salíamos de un emplazamiento para ya estar metidos en otro. Uno sabía cantidad de cohetes y de combustible sólido. Así que se pueden imaginar esto: el sueño heroico del período de «Secreto de guerra» y de «TCAA: Cielo limpio» era que, en Langley, Virginia, se había organizado una fuerza de tarea particular de la CIA con el objetivo de secuestrarnos y hacernos hablar. Pero que resistiríamos. Salitas, incluso, estaba buscando las cápsulas de cianuro. «Una cosa limpia, flaco. Te la coses aquí en la punta del cuello. Y la muerdes antes de que te electrocuten los huevos.»


Todas las fotos propiedad de Roberto Salas. Copyright © Roberto Salas, 1965, 2020. Prohibida totalmente su reproducción.