domingo, 18 de septiembre de 2022

Los buenos y los malos tiempos

 
A bordo de la fragata «José Martí» el 8 de enero de 1960 en travesía de Ocujal del Turquino a Santiago de Cuba. 390 miembros de las Milicias Universitarias —230 hombres y 50 mujeres— han coronado el Pico Real del Turquino, la montaña más alta de Cuba —1 974 metros de altura—, en una especie de prueba física de resistencia como entrenamiento de esta singular tropa que aún se halla bajo el mando del comandante Rolando Cubela, el otro barbudo junto a Fidel mirando a cámara. Fidel se ufana de haber hecho la travesía con una carga de 60 libras de peso en su mochila, amén del fusil belga FAL, de estreno, y las pecheras con los peines de municiones. Cubela, más ligero, enfrenta la jornada en mangas cortas y pistola al cinto como todo equipo. Sabe, por otro lado, que su bisoña tropa universitaria va a pasar al mando del jefe de la Revolución integrada a la fuerza paramilitar que ya se adueña del país: las Milicias Nacionales Revolucionarias. ¿Te das cuenta, Rolando, que si cada universidad, planta industrial, sindicato o granja del pueblo organiza sus propias milicias lo que de hecho estamos alimentando es el fuego de una guerra de feudos? Pero su comprensión de Fidel y sus palabras y él mismo como ejemplo de denodado auspiciador de la unidad revolucionarias es algo que pronto se irá diluyendo. Es algo sobre lo que él se extiende e intenta explicar —no siempre de manera convincente— en la grabación que se adjunta a este texto. Fue producida por Rolando como un gesto amistoso conmigo al principio de mi exilio, cuando se presentó en en mi casa deseoso de que le contara sobre los mellizos De la Guardia y su trágico destino. La transcripción completa del contenido del casete aparece como uno de los apéndices de Nunca digas morir, mi libro de reciente publicación. Advierto que la grabación sufre en ocasiones los efectos de ruidos parásitos, pero este fue el material que Cubela puso a mi disposición (A partir del minuto 1 y 21 sgundos, la reproducción se despeja notablemente). Creo que su valor histórico es determinante para decidir su difusión. Además de que no tengo mejor manera de honrar a este emblemático comandante revolucionario que perdimos en la cama de un hospital de Miami hace pocas semanas, el 23 de agosto del 2022.


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Juzgado en marzo de 1966 —entre otros cargos por alta traición— Fidel consideró imprescindible salvar la vida de su viejo compañero y así lo solicitó en carta al enardecido fiscal, el comandante Jorge Serguera Riverí «Papito» que leyó este texto como cierre de sus argumentos en el salón de la fortaleza del Morro donde se celebraban las sesiones del juicio. Yo estaba presente en una especie de zona reservada para la prensa de aquel recinto cuando Serguera terminó su alocución y vi como Cubela se levantaba de su asiento, como movido por un resorte, y, aliviado de saberse a salvo del inminente paredón, comenzó a aplaudir con sonoros manotazos mientras conminaba a los demás encartados —no puedo precisar ahora cuántos— a seguirlo en su efusivo arranque de gratitud. Yo estaba allí acreditado como reportero de la revista Cuba. A mi director, el ilustre novelista Lisandro Otero, por poco le provoca un infarto la lectura de mi reporte. En mi afán de recrear mi periodismo con recursos de la novela, había hecho una pieza que se leía, en su porción superior, como un monólogo interior de Cubela en el que él, mi personaje describía cómo se parapetaba en la azotea de un edificio cercano a la escalinata universitaria donde el líder revolucionario desgranaba uno de sus interminables discursos y esto era en paralelo con una subjetiva de Cubela que buscaba a través de una mirilla telescópica la cabeza de su objetivo. Recuerdo con precisión que, incluso mi personaje, Cubela, vacilaba en última instancia, si soplarle —lenguaje de la época— el proyectil 7.62×51 mm OTAN de su fusil FAL (mirilla, municiones y fusil suministrados por la CIA) en el medio del pecho (espacio de anchura suficiente para asegurar el impacto) o en la más inestable cabeza. En un alarde de profesionalismo, o más bien de vanidad, creo que mi personaje elegía la cabeza. Recuerdo con idéntica precisión que en mi escenario se veía caer al Comandante, aunque no me atreví a llegar al punto de describir los efectos del disparo en su cráneo. Entonces venía un corte, marcado en el texto por un doble espacio, y en mi pieza entraba un flashback donde sí se relataba los acontecimientos, tal y como habían ocurrido y nuestra invicta Seguridad del Estado actuaba a tiempo, capturaba a los complotados e infligía una victoria más a la tenebrosa CIA. De más está decir que mi pieza, titulada ATENTADO DE ALTO NIVEL, nunca llegó a las pautas del departamento de diseño.