Se les escapa la presa de las manos, no existen en la jugada. No les conviene, realmente, la reunión de dos representantes del gobierno americano —por lo pronto no más de tres— y prominentes lideres de los negocios de origen cubano —una media docena— en las suntuosas oficinas de Akerman LLP, la firma de abogados de Miami que representan las compañías que hacen negocios con Cuba. Y no es para menos. Nuestros esforzados mypes o mipymes han logrado solamente en lo que va de año importar cerca de 1 000 millones de dólares en artículos y materias primas —más de cualquier cifra al alcance del propio gobierno— y dan empleo a 1,6 millones de cubanos.
Por lo pronto debemos aceptar que la reunión en sí produjo escasos resultados prácticos. Aunque de cualquier manera su convocatoria y realización es un tanto que hagan el favor de anotárselo a Joe García, con todo derecho. No importa que esta reunión sea vista como un puro gesto simbólico. Ningún primer paso es una abstracción. Porque ya el segundo va a ser mucho más fácil. Es decir, es un esfuerzo vencido hacia un acercamiento —y que resultará cada vez más acelerado— hacia un futuro inevitable.
Los funcionarios del gobierno americano que participaron en el evento no ofrecieron nada en concreto, solo vagas esperanzas de levantar en algún momento algunos resquicios en el blindaje del embargo, y al parecer más bien preocupados ante cualquier solicitud de dinero. ¿Les es tan difícil entender que son las trabas legales con las que asfixian a los cubanos las que deben eliminar? Estos empresarios demuestran a diario que son capaces de buscar su dinero y que lo hacen y crecen en las condiciones más adversas y de incomprensión, a las que además deben añadir las trabas que la Casa Blanca mantiene solo por complacer a un rencoroso y mal intencionado sector del exilio cubano.
Un evento que finalmente debe quedar como un hito histórico para los cubanos de ambas orillas, están empeñados, también desde las dos orillas, en transformarlo rápidamente; los de acá, que los mipymes sean su nueva plataforma para las acciones contrarrevolucionarias; los de allá, un motivo renovado de agravios, justificación de miserias, mucho llanto. Ha sido lo peor de la reunión, la muestra de la estrechez de miras de esta militancia atenida a la máxima de Von Klausewitz de que todos los generales se preparan para la guerra anterior. Claramente han expresado que su objetivo es aprovecharse de los mypes o mipymes para derrocar el gobierno. En fin, miel sobre hojuelas en un plato sopero que sirven graciosamente a sus iguales, al sector duro de la isla.
Aunque no pase de ser la retórica habitual, el intento de convertir a los mipymes en los substitutos de una brigada 2506 que se infiltra en silencio en las ciudades y campos cubanos bajo la inocente cobertura de productores de frutas en conserva o de cosméticos o de baticas para niñas es una estupidez sin nombre. Pero, por encima de todo, lo más preocupante: que alimentan a paletadas los argumentos tan codiciados por la claque de los dirigentes de viejo cuño que aún sobreviven en La Habana. Está demostrada su inhabilidad para alentar el progreso económico, pero su maestría en las artes represivas está fuera de dudas. Así que olvídense de montar una quinta columna. Y es de esperar, por su propio bien, que nuestros empresarios no caigan en la trampa de estos aprendices de chicos malos.
De nuevo, pues, resurge en Miami la idea de la pronta caída del gobierno de La Habana y la quimera en paralelo de que que con igual velocidad ellos ocuparán posesión del gobierno al otro lado de la corriente del Golfo. Tan bonito que los comunistas han dejado el capitolio después de la restauración hace tres o cuatro años, hasta con láminas de oro ruso con las que enchaparon la cúpula. Claro, más difícil, más engorroso, va a ser instalarse de nuevo en el antiguo Palacio Presidencial después que lo convirtieron en un museo de las victorias militares de la Revolución. Cualquiera que sea el presidente importado desde el condado de Dade tendrá que contemplar desde sus altos ventanales —y hasta que los remueven de donde están fundidos en el pavimento de la Avenida de las Misiones— el pesado silencio de los cañones autopropulsados SAU-100 y los tanques T-34 y sin olvidar los cazabombarderos Sea Fury y los jets T-33 con los que las tropas de Fidel destruyeron la brigada 2506 desembarcada en Bahía de Cochinos. Y no digo esto para molestar a mis compatriotas de este lado de la corriente del Golfo. Lo hago para que acaben de entender lo inútil de su pretensión y de que ese gobierno que ellos creen a punto de colapsar es una institución tan legítima (amén de armada hasta los dientes) como que ellos carecen de alguna. No encuentro por ningún lado la documentación que de fe de la existencia de la República de Miami. Y el único gobierno que los patrones americanos reconocen es el que actualmente reside, decreta y habla desde el Palacio de la Revolución —en La Habana. Es a partir de ahí —no queda más remedio— donde mis vecinos del condado tienen que buscar el punto del aproche para su provecho. Pero también es imprescindible que mis antiguos vecinos de allá comprendan el enorme provecho que pueden igualmente sacar para el país y para ellos mismos de que acaben de tirar el puente.
Al final, los dos bandos contendientes acusan al proyecto de los mipymes de ser los caballos de Troya de la infiltración en sus territorios. Con las mismas tres palabras. Caballo de Troya. Y en eso estamos quedando: en el surgimiento, no solo del movimiento de un vigoroso empresariado nacional, sino de una nueva mitología de deslumbrantes raíces criollas: la del caballo bicéfalo.
Y una observación para cerrar. Es algo en lo que el ahora vapuleado Joe García tiene razón. Él recibiendo el fuego artillero de los gorilas de ambas orillas dada la audacia, pese a todo, de su evento. «Cuando hay diferencias entre dos partes», dice, «lo que hace falta son puntos comunes. Cosas en común que podemos encontrar, de las que podamos hablar.» Él cree que, a partir de esa localización, cualquier empresa es posible.