Este es tu país. Y el resultado de tu traición a Fidel Castro.
Homilía del P. José Conrado, en el funeral de Natalia Bolívar, en el Santuario de Nuestra Señora de Regla, el sábado 25 de noviembre de 2023. Transcripción íntegra del documento llegado a nuestras manos.
En esta mañana de soles y de besos, nos reúne el cariño y la memoria de una gran mujer. Natalia Bolívar Aróstegui pertenece a una generación de mujeres cubanas que han dejado un surco en la Historia de nuestro país y con su valentía y su arrojo, quizá hasta la temeridad, nos dejan un legado de compromiso con nuestra gente y con la historia más reciente de la nación, que no debemos negar, y mucho menos, olvidar.
Emparentada con la más rancia aristocracia criolla y con algunas de las familias más ricas de la Isla, (sirvan como botón de muestra los nombres de dos de sus primas: María Luisa Lobo Montalvo y Carmencita Bacardí Bolívar), Natalia pertenecía además, a la más auténtica prosapia política, no sólo de Cuba, sino de todo el continente americano: ella venia de la rama cubana de la familia Bolívar cuyo más eximio representante fue el venezolano Simón Bolívar, el Libertador de las Américas. Tanto blasón hubiera aplastado a cualquier otro hijo de vecino, pero este no fue su caso. Al igual que su dilecto y predilecto amigo, Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal, jamás dejó de sentirse honrada sino por el más alto de todos sus títulos y apellidos: el de ser cubana, sencillamente cubana.
Como a tantos jóvenes de su generación le dolieron más los sufrimientos de la patria que la pertenencia a una élite social privilegiada, con méritos indiscutibles, incluso con una vocación de servicio, verdadera grandeza que no se hereda, sino que se hace propia cuando se la abraza con total dedicación. Y para que no quepa dudas sobre lo que quiero decir, a estas palabras les pondré nombres y apellidos. Cuba perdió cuando hombres como Julio Lobo, el tio Julio para Natalia, el zar del azúcar, el hombre que se propuso como meta que todo el azúcar cubana, estuviera en manos de los cubanos. El hombre que acopió la información para que Manuel Moreno Fraginal pudiera luego escribir su monumental estudio sobre la industria azucarera “El Ingenio”. Ese Julio que, pieza a pieza, logró reunir la mayor colección sobre Napoleón Bonaparte fuera de Francia. Muebles y objetos que le pertenecieron al emperador y muchas de sus cartas personales. El hombre que, cuando compró los últimos seis ingenios azucareros que sumaría a los once que ya poseía, dijo a su yerno banquero, que le hizo ver la temeridad de culminar un negocio tan audaz sin cubrir esa inversión con los seguros adecuados: ¿Y qué me puede pasar a mí para que no pueda yo terminar de pagar esta deuda? Julio Lobo acabaría pagando de su escuálido bolsillo de millonario arruinado, devenido en emigrante, aquellos ingenios que ya no le pertenecían.
Y otro tanto se podría decir de Goar Mestre, el visionario creador de una de las televisiones más creativas de toda la América, el hombre que junto con su familia creo ese edificio emblemático de la arquitectura cubana: el Foxa. O la familia Bacardí, dueños del Ron Bacardí, de fama mundial, que sobrevivió a la nacionalización de los 60, porque internacionalizó la compañía cuando, so peligro de expropiación por parte del dictador Batista, precisamente por el apoyo brindado a la revolución que desde la Sierra encabezaba Fidel Castro, ya habían radicado en Naseau la cabecera de la empresa. Y no ocurrió otro tanto con el judío cubano, mi dilecto amigo Rafael Kravec, miembro de una humildísima familia judía de Puerto Padre, de origen lituano, que acabaría encabezando una de las empresas más importantes de cosméticos del mundo: “Elizabeth Arden”. Como lo fue Roberto Goizueta de la mundialmente conocida Coca Cola. Los ejemplos podrían prolongarse casi hasta el infinito: den fe de ello los nombres de Celia Cruz, María Cristina Herrera, Gloria y Emilio Estefan o María Teresa Mestre, Archiduquesa de Luxemburgo, (por cierto, también prima de Natalia) cubanos y cubanas que en distintos campos triunfaron, dejando en alto el nombre de Cuba y su condición irrenunciable de cubanos. Sin olvidar a Jeff Bezos, cuyo padre cubano y santiaguero, fue parte importante de su éxito posterior en su archiconocida empresa “Amazon”. El rumbo que tomaron los hechos impidió que todos esos cubanos, y muchos más, pudieran florecer en Cuba, porque se traicionó el más genuino legado martiano. El de una patria con todos y para el bien de todos. Ellos perdieron a Cuba, Cuba los perdió a ellos: todos salimos perdiendo. Pero los responsables nunca han reconocido su error, nunca han pedido perdón. Ojala que llegue el día en que nos redimamos de este pecado de lesa Patria.
Para mí, entre esos nombres de los que sí lucharon por una Patria con todos y para el bien de todos, podría colocarse el de nuestra querida Natalia. Su militancia en el movimiento estudiantil revolucionario, la hizo parte de esa élite espiritual a la que pertenecieron muchos de sus amigos y amigas, quisiera recordar, al menos tres de esos nombres, los de Nati Revuelta, Teresita Bacallao y Fina García Marruz. Debo confesarles que mientras me preparaba para la Misa, otro nombre me asaltaba la memoria, el de la Mariana Grajales de esa generación: la santiaguera Rosario García, la humilde “Madre Coraje” de esa generación. La querida doña Rosario, por la que siempre he sentido un cariño filial y una profunda admiración, porque ella dio a la patria, como se debe hacer, sencillamente y sin aspavientos, esos dos patriotas enteros, esos dos héroes gloriosos de la patria y de la fe: Frank y Josué País. Para luego sufrir en carne propia su orfandad hasta la muerte: cuando se dio el giro hacia la intolerancia religiosa por el marxismo militantemente ateo, doña Rosario no quiso que su hijo sobreviviente retornara a Cuba. y luego le fue negado el permiso para ir a visitar a su tercer hijo exiliado, al que murió añorando poder abrazar.
No quiero que ustedes vayan a pensar que yo pretendo canonizar a Natalia. Estoy seguro que la primera en tirarme una trompetilla sería la misma Natalia, con su proverbial irreverencia, que en este día también quiero recordar, porque esta cubana de cuerpo entero llegó a usar, incluso con los más altos representantes del poder en este país, con el derecho que le daban su arrojo en la lucha y su fidelidad a los principios e ideales originarios de la lucha contra la dictadura batistiana, y en pro de una patria como la quería Martí, “con todos y para el bien de todos”. De las desviaciones posteriores no se les echa la culpa a los simples soldados que batallaron con tesón, sino a aquellos que desvirtuaron la fe de todos, llevando a las Patria por derroteros que hoy nos parecen fatales y frustrantes. Como le dijo el cardenal Jaime Ortega al Papa Juan Pablo II, en memorable viaje al Vaticano de todos los obispos cubanos: es muy triste contemplar a un pueblo que llora por sus sueños rotos y sus esperanzas fracasadas.
Como sabemos Natalia Bolívar no sólo fue una estudiosa del sincretismo religioso en Cuba, sino una creyente un tanto heterodoxa, de las religiones afrocubanas. Para algunos en la Iglesia fue motivo de cierto escándalo. Pero este es un tema muy complejo y un tanto espinoso. Todos sabemos que el sincretismo ha sido promovido por el gobierno como la verdadera religiosidad del pueblo cubano. Manera obvia de ningunear la fe católica y de socavar la pertenencia de la gente a una religión con vínculos y dimensión universales, que podría representar una alternativa ideológica y espiritual a la propuesta de un estado que ha sido, por bastante tiempo, y de muchas maneras, militantemente ateo. Con relación al final gracias sincretismo, recuerdo que la Iglesia, en algunos de sus más altos y lúcidos exponentes (y pienso concretamente en la acción pastoral del obispo Morell de Santa Cruz), que apoyó y él mismo promovió, las cofradías y cabildos “de pardos y morenos” como se decía en la época, para atraerlos a la Iglesia, colocando a los sacerdotes más valiosos y comprometidos en esta “pastoral de periferia”, para decirlo con los términos que utiliza nuestro Papa actual. La monumental obra de Leví Marrero “Cuba, Economía y Sociedad”, lo estudió y lo ilustra muy competentemente.
Natalia fue distinguida con condecoraciones y reconocimientos nacionales e internacionales. Quiero referirme de modo muy expreso a la Real Orden de Isabel la Católica con que la honró el Gobierno Español. Sabemos de su amistad con Cristina Barrios, cónsul con rango de embajadora de España en Miami y por su hermano Pablo, Cónsul General de España en La Habana, que tanto hicieron por la cultura cubana y por nuestro pueblo desde las dos orillas del Estrecho de la Florida, hoy representados aquí por Isabel, la viuda de Pablo. Hoy recordamos a muchos familiares y amigos de Natalia que hubieran querido estar acá. Quiero mencionar de manera especial a Consuelo Aróstegui, biznieta de ese cristiano ejemplar, médico y científico entre los más señeros de la patria: Carlos J. Finlay. Consuelo lleva años apoyando la labor asistencial de la iglesia en favor del pueblo cubano a través de Caritas-Cuba.
Natalia pidió expresamente a su familia que no aceptaran los homenajes oficiales que ella sabía le querrían ofrecer, como así fue… Y ellos han cumplido escrupulosamente con esa voluntad final de Natalia. Hoy están aquí, sus hijas Natacha y Bubi, su prima Rosa y Lupe, su doctora y ángel de la guarda de sus últimos años. Ellas y un grupo de amigos entrañables, y los peregrinos del Santuario. Esta Misa en el templo que la devoción del pueblo habanero levantó a la Virgen de Regla, patrona y reina de la bahía de La Habana es un reflejo de esa apertura a todos que caracterizó a Natalia. A todos sin exclusiones. De manera especial a Dios y a su santa Madre.
Bajo el manto de esta Virgen Morena a cuyos pies se reunieron los esclavos que llegaron a nuestra tierra y sus descendientes, y en ella se reconocieron como hijos amados; en esta Iglesia de pueblo, a un tiempo humilde y sin embargo tan bella, Natalia ha querido despedirse de nosotros y de expresar también su decisión de imitar a Jesús “que se despojó de su rango, pasando por uno de tantos” y que vino al mundo “no a ser servido, sino a servir”. Natalia tal cual era, con sus luces y con sus sombras y tal y como ocurre con el sol (“los desagradecidos sólo hablan de las manchas… los agradecidos hablan de la luz”, al decir martiano). En nombre de mi hermano Roberto Betancourt Castro, rector de este santuario y en mi propio nombre, puedo decir y digo: a todos nosotros Natalia nos honró con su amistad y nos hizo el inapreciable regalo de su cariño. Al despedirla hoy, la ponemos en las manos del Padre Misericordioso, a ella como fue: cubana excepcional y habanera reyoya. Que en Paz descanse su alma.
En esta mañana de soles y de besos, nos reúne el cariño y la memoria de una gran mujer. Natalia Bolívar Aróstegui pertenece a una generación de mujeres cubanas que han dejado un surco en la Historia de nuestro país y con su valentía y su arrojo, quizá hasta la temeridad, nos dejan un legado de compromiso con nuestra gente y con la historia más reciente de la nación, que no debemos negar, y mucho menos, olvidar.
Emparentada con la más rancia aristocracia criolla y con algunas de las familias más ricas de la Isla, (sirvan como botón de muestra los nombres de dos de sus primas: María Luisa Lobo Montalvo y Carmencita Bacardí Bolívar), Natalia pertenecía además, a la más auténtica prosapia política, no sólo de Cuba, sino de todo el continente americano: ella venia de la rama cubana de la familia Bolívar cuyo más eximio representante fue el venezolano Simón Bolívar, el Libertador de las Américas. Tanto blasón hubiera aplastado a cualquier otro hijo de vecino, pero este no fue su caso. Al igual que su dilecto y predilecto amigo, Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal, jamás dejó de sentirse honrada sino por el más alto de todos sus títulos y apellidos: el de ser cubana, sencillamente cubana.
Como a tantos jóvenes de su generación le dolieron más los sufrimientos de la patria que la pertenencia a una élite social privilegiada, con méritos indiscutibles, incluso con una vocación de servicio, verdadera grandeza que no se hereda, sino que se hace propia cuando se la abraza con total dedicación. Y para que no quepa dudas sobre lo que quiero decir, a estas palabras les pondré nombres y apellidos. Cuba perdió cuando hombres como Julio Lobo, el tio Julio para Natalia, el zar del azúcar, el hombre que se propuso como meta que todo el azúcar cubana, estuviera en manos de los cubanos. El hombre que acopió la información para que Manuel Moreno Fraginal pudiera luego escribir su monumental estudio sobre la industria azucarera “El Ingenio”. Ese Julio que, pieza a pieza, logró reunir la mayor colección sobre Napoleón Bonaparte fuera de Francia. Muebles y objetos que le pertenecieron al emperador y muchas de sus cartas personales. El hombre que, cuando compró los últimos seis ingenios azucareros que sumaría a los once que ya poseía, dijo a su yerno banquero, que le hizo ver la temeridad de culminar un negocio tan audaz sin cubrir esa inversión con los seguros adecuados: ¿Y qué me puede pasar a mí para que no pueda yo terminar de pagar esta deuda? Julio Lobo acabaría pagando de su escuálido bolsillo de millonario arruinado, devenido en emigrante, aquellos ingenios que ya no le pertenecían.
Y otro tanto se podría decir de Goar Mestre, el visionario creador de una de las televisiones más creativas de toda la América, el hombre que junto con su familia creo ese edificio emblemático de la arquitectura cubana: el Foxa. O la familia Bacardí, dueños del Ron Bacardí, de fama mundial, que sobrevivió a la nacionalización de los 60, porque internacionalizó la compañía cuando, so peligro de expropiación por parte del dictador Batista, precisamente por el apoyo brindado a la revolución que desde la Sierra encabezaba Fidel Castro, ya habían radicado en Naseau la cabecera de la empresa. Y no ocurrió otro tanto con el judío cubano, mi dilecto amigo Rafael Kravec, miembro de una humildísima familia judía de Puerto Padre, de origen lituano, que acabaría encabezando una de las empresas más importantes de cosméticos del mundo: “Elizabeth Arden”. Como lo fue Roberto Goizueta de la mundialmente conocida Coca Cola. Los ejemplos podrían prolongarse casi hasta el infinito: den fe de ello los nombres de Celia Cruz, María Cristina Herrera, Gloria y Emilio Estefan o María Teresa Mestre, Archiduquesa de Luxemburgo, (por cierto, también prima de Natalia) cubanos y cubanas que en distintos campos triunfaron, dejando en alto el nombre de Cuba y su condición irrenunciable de cubanos. Sin olvidar a Jeff Bezos, cuyo padre cubano y santiaguero, fue parte importante de su éxito posterior en su archiconocida empresa “Amazon”. El rumbo que tomaron los hechos impidió que todos esos cubanos, y muchos más, pudieran florecer en Cuba, porque se traicionó el más genuino legado martiano. El de una patria con todos y para el bien de todos. Ellos perdieron a Cuba, Cuba los perdió a ellos: todos salimos perdiendo. Pero los responsables nunca han reconocido su error, nunca han pedido perdón. Ojala que llegue el día en que nos redimamos de este pecado de lesa Patria.
Para mí, entre esos nombres de los que sí lucharon por una Patria con todos y para el bien de todos, podría colocarse el de nuestra querida Natalia. Su militancia en el movimiento estudiantil revolucionario, la hizo parte de esa élite espiritual a la que pertenecieron muchos de sus amigos y amigas, quisiera recordar, al menos tres de esos nombres, los de Nati Revuelta, Teresita Bacallao y Fina García Marruz. Debo confesarles que mientras me preparaba para la Misa, otro nombre me asaltaba la memoria, el de la Mariana Grajales de esa generación: la santiaguera Rosario García, la humilde “Madre Coraje” de esa generación. La querida doña Rosario, por la que siempre he sentido un cariño filial y una profunda admiración, porque ella dio a la patria, como se debe hacer, sencillamente y sin aspavientos, esos dos patriotas enteros, esos dos héroes gloriosos de la patria y de la fe: Frank y Josué País. Para luego sufrir en carne propia su orfandad hasta la muerte: cuando se dio el giro hacia la intolerancia religiosa por el marxismo militantemente ateo, doña Rosario no quiso que su hijo sobreviviente retornara a Cuba. y luego le fue negado el permiso para ir a visitar a su tercer hijo exiliado, al que murió añorando poder abrazar.
No quiero que ustedes vayan a pensar que yo pretendo canonizar a Natalia. Estoy seguro que la primera en tirarme una trompetilla sería la misma Natalia, con su proverbial irreverencia, que en este día también quiero recordar, porque esta cubana de cuerpo entero llegó a usar, incluso con los más altos representantes del poder en este país, con el derecho que le daban su arrojo en la lucha y su fidelidad a los principios e ideales originarios de la lucha contra la dictadura batistiana, y en pro de una patria como la quería Martí, “con todos y para el bien de todos”. De las desviaciones posteriores no se les echa la culpa a los simples soldados que batallaron con tesón, sino a aquellos que desvirtuaron la fe de todos, llevando a las Patria por derroteros que hoy nos parecen fatales y frustrantes. Como le dijo el cardenal Jaime Ortega al Papa Juan Pablo II, en memorable viaje al Vaticano de todos los obispos cubanos: es muy triste contemplar a un pueblo que llora por sus sueños rotos y sus esperanzas fracasadas.
Como sabemos Natalia Bolívar no sólo fue una estudiosa del sincretismo religioso en Cuba, sino una creyente un tanto heterodoxa, de las religiones afrocubanas. Para algunos en la Iglesia fue motivo de cierto escándalo. Pero este es un tema muy complejo y un tanto espinoso. Todos sabemos que el sincretismo ha sido promovido por el gobierno como la verdadera religiosidad del pueblo cubano. Manera obvia de ningunear la fe católica y de socavar la pertenencia de la gente a una religión con vínculos y dimensión universales, que podría representar una alternativa ideológica y espiritual a la propuesta de un estado que ha sido, por bastante tiempo, y de muchas maneras, militantemente ateo. Con relación al final gracias sincretismo, recuerdo que la Iglesia, en algunos de sus más altos y lúcidos exponentes (y pienso concretamente en la acción pastoral del obispo Morell de Santa Cruz), que apoyó y él mismo promovió, las cofradías y cabildos “de pardos y morenos” como se decía en la época, para atraerlos a la Iglesia, colocando a los sacerdotes más valiosos y comprometidos en esta “pastoral de periferia”, para decirlo con los términos que utiliza nuestro Papa actual. La monumental obra de Leví Marrero “Cuba, Economía y Sociedad”, lo estudió y lo ilustra muy competentemente.
Natalia fue distinguida con condecoraciones y reconocimientos nacionales e internacionales. Quiero referirme de modo muy expreso a la Real Orden de Isabel la Católica con que la honró el Gobierno Español. Sabemos de su amistad con Cristina Barrios, cónsul con rango de embajadora de España en Miami y por su hermano Pablo, Cónsul General de España en La Habana, que tanto hicieron por la cultura cubana y por nuestro pueblo desde las dos orillas del Estrecho de la Florida, hoy representados aquí por Isabel, la viuda de Pablo. Hoy recordamos a muchos familiares y amigos de Natalia que hubieran querido estar acá. Quiero mencionar de manera especial a Consuelo Aróstegui, biznieta de ese cristiano ejemplar, médico y científico entre los más señeros de la patria: Carlos J. Finlay. Consuelo lleva años apoyando la labor asistencial de la iglesia en favor del pueblo cubano a través de Caritas-Cuba.
Natalia pidió expresamente a su familia que no aceptaran los homenajes oficiales que ella sabía le querrían ofrecer, como así fue… Y ellos han cumplido escrupulosamente con esa voluntad final de Natalia. Hoy están aquí, sus hijas Natacha y Bubi, su prima Rosa y Lupe, su doctora y ángel de la guarda de sus últimos años. Ellas y un grupo de amigos entrañables, y los peregrinos del Santuario. Esta Misa en el templo que la devoción del pueblo habanero levantó a la Virgen de Regla, patrona y reina de la bahía de La Habana es un reflejo de esa apertura a todos que caracterizó a Natalia. A todos sin exclusiones. De manera especial a Dios y a su santa Madre.
Bajo el manto de esta Virgen Morena a cuyos pies se reunieron los esclavos que llegaron a nuestra tierra y sus descendientes, y en ella se reconocieron como hijos amados; en esta Iglesia de pueblo, a un tiempo humilde y sin embargo tan bella, Natalia ha querido despedirse de nosotros y de expresar también su decisión de imitar a Jesús “que se despojó de su rango, pasando por uno de tantos” y que vino al mundo “no a ser servido, sino a servir”. Natalia tal cual era, con sus luces y con sus sombras y tal y como ocurre con el sol (“los desagradecidos sólo hablan de las manchas… los agradecidos hablan de la luz”, al decir martiano). En nombre de mi hermano Roberto Betancourt Castro, rector de este santuario y en mi propio nombre, puedo decir y digo: a todos nosotros Natalia nos honró con su amistad y nos hizo el inapreciable regalo de su cariño. Al despedirla hoy, la ponemos en las manos del Padre Misericordioso, a ella como fue: cubana excepcional y habanera reyoya. Que en Paz descanse su alma.