Aún es un poco balbuceante. Como si tentara las ideas. Y las frases capitales le salen como retenidas y luego de un evidente proceso de incertidumbre. Todavía está cuidando su persona. No acaba de descubrir que el primer enemigo de un escritor es su amor propio. Pero lo va a superar. Estoy convencido que le sobran cojones para eso. Y que su máximo triunfo, después de tantos años de batalla, de tanto caminar, es revelarse a sí mismo. Aún incluso al precio de destruir una leyenda en exceso publicitada. Fidel lo va a lograr. Y frases atemperadas y que de alguna manera me recuerdan al William Faulkner en su lucha a brazo partido por doblegar un párrafo, que siempre se le iba de las manos en el intento por clarificar unas ideas que ni él mismo descifraba ni de donde venían y que trazaban un recorrido desde su cerebro y a lo largo de un brazo de granjero hasta la mano que se aferraba al lápiz de punta que parecía un clavo, surgen del pupitre del viejo, esforzadas y todavía temerosas al simple primer contacto de la luz. Dos frases inusitadas aparecen en su último escrito, dedicado al combate por un puesto bien fortificado del ejército enemigo, en un poblado costero en la falda sur de la Sierra Maestra.*El caserío, más bien un embarcadero de madera para las goletas de cabotaje que iban y venían desde Santiago de Cuba, se llama Uvero, y el combate lo inició el mismo Fidel al amanecer del 28 de mayo de 1957 con un disparo de su fusil de caza mayor destinado a destruir la planta de radio. “Nuestro papel —dice al principio—, al cual se subordinaba cualquier otro objetivo, tal como se hizo a lo largo de nuestra vida revolucionaria, no se ajustaba a aquella decisión”. ¿Alguien ha entendido algo? No. Nadie ha entendido nada. Pero me imagino que quiso decirnos, que su papel era el de preservarse en todas las batallas, para desde su persona poder dirigir la Revolución. Es decir, su persona como Puesto de Mando Central. Ocurre, sin embargo, que el combate se dilata más de lo previsto y que a Fidel le matan uno de sus mejores hombres, justo a su lado, y con él creyéndose a salvo por la ametralladora de calibre 30 que el combatiente operaba con tanta proximidad. Era el arma de mayor poder de fuego que había en aquel encuentro, y Fidel olvidó la máxima elemental para cualquier tropa bien entrenada (tal el caso de la unidad enemiga acantonada en Uvero) de que el primer objetivo de una fuerza asediada es silenciar las ametralladoras de los atacantes, regularmente —cuando los hay— con morteros. No fue el caso de Uvero. No había morteros. Un solo morterazo detrás de la estiba de troncos desde la que Julio Díaz disparaba sus ráfagas a la diestra de Fidel y de Celia Sánchez y hoy no tuviéramos esta historia. “Julio Díaz —dice Fidel—, bravo combatiente que disparaba con una trípode, no pudo avanzar; yacía a mi lado con un balazo mortal en la frente”. Y entonces Fidel se nos revela. Dios contempla asombrado la certeza de su propia mortalidad, y es la frase con la que, abruptamente, cierra su texto: “¿Se comprende ahora lo que ocurrió aquel 28 de mayo de 1957, hace 55 años?” Y después es el silencio. Ni un sólo argumento más. ¿Solo queda la vanidad? ¿Sólo queda puntualizarnos que él no debía haberse jugado la vida al lado del centro de atracción de las balas enemigas ya que, como es sabido y aceptado, para los grandes hombres como él están los bunkers y los puestos de mando en la retaguardia? Bueno, concedamos que no debía echar batallas inútiles. Pero la esencia de su texto no está disponible a simple vista. Entiendo que el lector común al final tenga que tragárselo como una insolente demostración de cinismo. Pero Fidel no está escribiendo para ellos. Creo que Fidel, al fin, comienza a escribir para gente que quiere entender. Ese misterio, esas dos frases. Sigue, Fidel. Sigue. Por lo menos déjanos el misterio. Necesitamos a Faulkner. Fidel Castro nunca ha llegado ahí porque su cultura literaria no da para tanto. Pero la literatura necesita del caos y de la confusión. La literatura es el uso de las palabras para contener el reino de la vida que por siempre nos será ajeno.
* Ver: “Un esclarecimiento honesto” en Cubadebate, junio 1, 2012.