viernes, 9 de noviembre de 2012

La tierra de promisión


Unos versos de Bertolt Brecht advirtieron hace años que las batallas contra la bajeza desfiguraban el rostro. Esa suerte de mimetismo involuntario que establecemos con nuestros peores enemigos viene a la mente porque un cubanoamericano del Partido Demócrata acaba de ser elegido como representante del Congreso de los Estados Unidos. Joe García se ha enfrentado durante tantos años a un grupo tan viciado políticamente —los representantes republicanos de los distritos del sur de la Florida, también de origen cubano— que puede dejarse llevar por la tentación del contragolpe. La preocupación es que, por rechazo, se proponga atacar en la misma dirección.

Joe ha obtenido el escaño en un distrito originalmente diseñado por los republicanos para perpetuar sus congresistas en el poder. De hecho, fue su tercer intento; primero contra Mario Díaz-Balart (que luego se mudó para el distrito de su hermano Lincoln, que abandonó la posición bajo unas oscuras circunstancias aún hoy no disipadas) y dos años más tarde cuando quiso destronar a David Rivera, un individuo considerado mayoritariamente como un corrupto de marca mayor (tres investigaciones criminales por mal uso de fondos electorales, para comenzar la fiesta), y siempre exhibiéndose ante las cámaras de la TV local con esa sonrisita de tipo sabedor de que no le va a pasar nada con la justicia. Lo cierto es que él y los hermanitos Díaz-Balart y la señora Ros-Lehtinen aparecen entre los máximos responsables del chiste en que se ha convertido esta comunidad. En este sentido, y en mi opinión, a Joe García se le presenta una oportunidad de servir que es única y de un considerable valor político (por lo inmediato) e histórico (por su efecto a largo plazo). El servicio inestimable de abrir una brecha en el monopolio republicano, pero una brecha que sea insuperable por todos los años por venir. ¿Todos? Sí, todos.
                                                                        
Tiene a su favor que la mayoría del electorado de su distrito ya se le ha escapado al control de esos viejos cubanos, muy reputados porque nunca han logrado derrotar a Fidel Castro, ni siquiera ahora a Raúl, y que son la masa estática y monolítica que solo encuentra abrigo y seguridad en el torrente embaucador del discurso de nuestros congresistas cubanoamericanos y que, unidos como haz inextricable (es una figura literaria, perdón), han convertido esta comunidad en una parodia de la Cuba republicana. El revés de esta moneda existe, desde luego, y está circulando. Aparece en el permanente cuestionamiento de Joe por la visión política que ha madurado (y ya pudrió, por cierto) esta ciudad en el último medio siglo y especialmente en el discurso de su presidente, de nuestro presidente, Barack Obama, que nos ofrece el sueño americano, el de la libertad y de la ilustración sin límites, pero no como un espejismo en el desierto. Es la tierra prometida a la que nos conduce y es una tarea de rescate moral del país. Y es una revolución silenciosa. Como las que quería Jefferson. Una revolución para cada generación. En lo que a nosotros, los cubanos que habitamos estas tierras, se refiere, el reto tiene que comenzar más atrás: tenemos que empezar (y acabar) de definir nuestra identidad de inmigrantes. (Agradezcan el atraso a estos líderes del Estado Mayor del restaurante Versailles). No podemos seguir viviendo con un pie en Hialeah y el otro en Marianao. Porque nos debilita, nos convierte en títeres de la voluntad, tanto de los Castro en Cuba, como de los Díaz-Balart, las Ros-Lehtinen y los Rivera en el sur de la Florida.

Sin olvidar que ese retorcido (territorialmente hablando, valga la aclaración) distrito que ha ganado tiene ciudadanos de muchas otras regiones del continente y cuyos problemas no son la eliminación de la tarjeta blanca para poder salir de Cuba o el estado de salud del ancianito Fidel Castro, el gran objetivo histórico que se le presenta, quiéralo o no, a Joe García en los próximos meses, es doblegar el terrorismo ideológico sistemático impuesto por el liderazgo republicano sobre la conciencia del electorado cubanoamericano. Va a ser no solo una labor de rescate, sino de liberación, y desde cero, de una comunidad laboriosa, imaginativa y buena. Ellos, los líderes del cacareado exilio histórico, han extendido el 31 de diciembre de 1958 —último día de Batista en Cuba— hasta el presente. Es hora, Joe, de que alguien acabe de arrancar esa hoja del almanaque. Y no estoy hablando de la libertad de Cuba. Semejante tarea escapa de nuestras manos y posibilidades, aparte de que todo eso es ya un problema resuelto por la práctica. Todo lo referente a la isla es un asunto de dinero; no hay nada allí ahora que tú no puedas resolver con la prole de Raúl si vienes con la plata por delante. De la libertad que estoy hablando es la de aquí. La libertad nuestra. Aquí. A ambas riveras de la calle Ocho.

¿Saben lo peor de todo, queridos cubanitos? Que estamos fuera del juego más importante que tiene lugar en la política actual de Estados Unidos. Y las gracias, de nuevo, hay que dárselas, en buena medida, a los congresistas cubanoamericanos. Por lo pronto no somos partícipes de la gran empresa convocada por Obama. Los hispanos jugando un papel preponderante en la política de Estados Unidos y los cubanos convertidos de facto en una rémora de esa ambición. Por su poco apego y rechazo natural a la libertad y a la democracia, nos han embarcado. Es totalmente incompatible la idea del discurso de audacia y esperanza que hoy sacude a Estados Unidos con la de un idiota cubano espachurrando con una aplanadora discos de un cantante que se propone presentarse en La Habana o la de unos congresistas o senadores (estoy hablando de ti ahora, Marco Rubio) que apoyan la permanencia en el Congreso de un candidato que no se sabe ya cuántos cargos criminales más va a acumular. La sociedad cubana del llamado exilio tiene que acabar de ingresar a ese gran movimiento nacional americano para el cual Obama está llamando. Con esta gente no lo vamos a lograr. Ellos no tienen regreso. Y nos vamos a quedar a la saga —por su culpa. De nuevo por su culpa. Si ellos quieren batirse contra Fidel Castro, que se consigan una lancha de desembarco (son muy fáciles de conseguir entre los deshechos de guerra) o una chalupa y que se vayan para allá y que no jeringuen más. Que dejen esta ciudad libre. Esta es una ciudad sitiada pero desde adentro. Nuestro propio muro de Berlín. Hora de que nuestro nuevo congresista Joe García se arremangue la camisa y agarre la mandarria. Dale, Joe.

Fotos © Niurka de la Torre