Deberes ineludibles me obligan a ausentarme
durante unas semanas. Asuntos de trabajo. Pero
no de la naturaleza que me hace sonreír cada
vez que pienso en este tipo de ocupación a la
que me dedico porque me acuerdo de Cristinita,
la hija de Raúl Rivero, Cristian, como yo le
decía desde el invierno de 1976 en Moscú,
cuando la vi por primera vez, Cristian cuando
era niña, y la pregunta de índole clásica que le
hizo su maestra de primer grado, ya en Cuba,
consistente en el consabido que quería ser ella
cuando fuera grande y Cristian respondió:
“Escritora como mi papá.” “¡Ah, qué maravilla,
Cristina Rivero! Porque así harás poesías y
escritos muy bonitos sobre Martí y sobre Fidel.
¿Verdad, Cristinita Rivero?” A lo que la niña
respondió con diamantina naturalidad: “No,
maestra. Yo quiero ser escritora como mi papá porque él se pasa la vida en la sala de mi casa,
sentado con sus amigos, y todos hablando y fumando y riéndose”. Bien, pues, no porque vaya a
escribir loas a Martí o a Fidel, o me vaya a sentar con Raúl entre su camada de amigotes, la
situación es que tengo de todas maneras que desplazarme, y eso significa que este blog se queda
sin suministros de entradas durante las presentes festividades navideñas. Emprendo el camino y,
advierto, no me hallo de ninguna manera desvalido. El buen amigo Rafael del Pino, Rafa el
Infalible, me hace llegar un bono de gasolina para que pueda enfrentar la eventualidad de que el
tanque se me quede seco en el camino. Es el bono que traía en su billetera cuando se montó con
toda su familia en el Cessna que lo trajo a los Estados Unidos. A tenor de que para un lector
extranjero o muy joven resulta una incógnita el bono y su uso durante largos años del proceso, sí
les puedo asegurar que este es un buen bono. Por lo menos Del Pino no tuvo que deshacerse de él
ante la exigente mano del pistero mediante el cual confirmaba que él, el general Rafael del Pino,
héroe de la aviación revolucionaria, con un número certificado de derribos en la batalla de Bahía
de Cochinos y un sinfín de misiones internacionalistas, estaba autorizado a recibir en el tanque
de su coche Lada la cantidad prevista de cinco litros de gasolina. No hubo necesidad de gastarlo
y Del Pino ha recorrido miles de kilómetros con el documentito en el bolsillo desde que despegó
para siempre —en 1987— de una pista habanera, la de Ciudad Libertad. Cinco litros que nunca
se consumieron. ¿O Rafael los donó exprofeso a la patria antes de su partida?
Nos vemos en enero.
PS: Para alargar esta despedida (me gustan las despedidas largas, tan largas, que parece que uno se queda), les recomiendo —más bien los conmino— a que lean lo último del blog de Pedro Schwarze. Una mezcla perfecta de elegancia, jodedera e indignación. Cliquead aquí. Urgente.