Publicado como “Le campane di Cuba per gli sconfitti della storia” en La Reppublica
el 18 de diciembre de 2014, y en ABC el 19.
Lo importante es que ha llegado el momento. No es la primera vez que Cuba y Estados Unidos intercambian prisioneros, o que Obama afloje algunas medidas del embargo (aunque estas de hoy rebasen con creces cualquier otra vuelta de tuerca en sentido inverso anterior). Pero si es la primera vez que los presidentes de los dos países establecen una conversación seria y que es una conversación que cambia —subrayen ese cambia— las cosas, empezando por la forma en que un país ve al otro. . Es un diálogo —aunque Miami, y toda la derecha cubana quiera interpretarlo como política—, que no se produce en ese ámbito, porque —también por primera vez— se trata de responder a los intereses, los de Cuba y los de Estados Unidos. Los dos respondiendo a sus conveniencias nacionales y la política no se alza en el medio. Y por lo tanto, deja de ser una obstrucción. Y en ese sentido la victoria ya no es de nadie, porque no se personaliza. Pertenece a la razón. Y en el caso de Obama —ahora es su turno para las sinecuras— significa que él está gobernando. Tal su gran lección y a la larga se consolidará como su más perfecto legado: gobernar en los famosos últimos dos años, cuando es tradición histórica que ningún presidente americano ha podido hacer ni pitoche en ese período.
Desde que Raúl asumió el poder y además se dio cuenta que Fidel no tenía regreso, su objetivo ha sido el de trazar las diferencias de método con el hermano. Él también, pues, está demostrando algo en su trato inaugural con Obama: que en Cuba se puede gobernar de otra manera. El reinado de Fidel era la confrontación. El de Raúl, ya lo vemos, la negociación. Es decir, quiérase ver así o no, los dos presidentes han logrado algo sobresaliente: conversar, abrir sus embajadas y comunicarse como dos estadistas, y no como chiquillos malcriados que en vez de pistolas plásticas han sido armados con Kalashnikovs y drones. Vamos, que no otra cosa aquí es trascendente: dos hombres han decidido ejercer los poderes de que disponen para interactuar entre ellos sin dejarse ni manipular ni intimidar. Los profetas armados se deshacen de los desarmados.
En este orden de cosas, no por gusto Raúl Castro, en su comparecencia por la televisión para explicar los acuerdos, se presentó de completo atuendo militar, todos sus entorchados a la vista, y la voz más grave que nunca. Le tira su sinecura a Obama —“merece respeto”— pero deja claro para cualquier cabeza caliente que él tiene los tanques.
De hecho, fue una política que duró demasiado. Estuvo teledirigida por un grupo muy rencoroso de desplazados de la sociedad cubana pero que se hizo del poder que le otorgaba controlar los votos en el sur de la Florida. Votos que, por lo que le queda de vida, a Obama le importan ya un comino.
Para terminar, queda un personaje no mencionado aún en la algazara de la noticia pero que está de cabeza en el potaje. El camarada Vladimir Vladimirovich Putin. Es visible la lógica del razonamiento de Obama: te voy a golpear donde te duele: Te voy a arrebatar al hijo pródigo, o por lo menos, a retozar con él. Un hijo prodigo que además se vuelve loco por negociar.
Hace pocos años, cuando Fidel fue dado de baja por su crisis intestinal y tuvo que renunciar a todos sus cargos, Miami se apresuró a darlo por muerto y se produjo una fiesta interminable, con congas, guarachas y tambores, en un emblemático restaurante de la calleo Ocho de esta ciudad —el Versailles, centro de reunión de los viejos exiliados y que suelen llamar El Pentágono. Lógico que ahora no oigas allí los tambores. La moraleja es evidente. Donde las campanas repican, los tambores callan.