Ellos parecen determinados a exhibir el lado más superficial sino ridículo de sus personalidades. El cameo del presidente Obama con el tal Pánfilo, un comediante de baja estofa de la televisión cubana, distribuido por la Casa Blanca a bombo y platillo por la Internet, acentúa una visión de farándula de un país otrora orgulloso y digno pero que ahora agoniza. Fidel responde a la presencia de Obama en su propio territorio con una repentina invitación al presidente venezolano Nicolás Maduro. Su propósito evidente era volver a accionar la mecánica de la confrontación. Pero se queda en una nota folklórica en las páginas interiores de los periódicos. Otra cosa hubiese sido, por ejemplo, haber invitado a Benjamín Netanyahu. En la confusión actual de enemigos vueltos aliados y aliados vueltos enemigos eso sí hubiese desplazado la visita de Obama de las primeras planas. El más equidistante de todos, sin embargo, es Raúl, laborioso y conspirador, está consagrado —con su cohorte de experimentados represores— a taponear cualquier brecha de manifestación popular o incluso de algún grupo de descontentos, por minúsculo que sea, durante el tour habanero del presidente americano. Es la misión priorizada de su equipo, a la cual además se han adaptado los gringos con dulce docilidad. Bueno, más bien, porque ellos tampoco quieren el menor atisbo de sublevación. Y tampoco habrá la menor oportunidad: porque Obama circulará en una especie de túneles invisibles y la única vez que se le permitirá descender de su limosina blindada y con sistemas de comunicaciones intergalácticas será cuando ponga sus pies sobre los viejos adoquines de la Plaza de la Catedral, y ya se pueden ustedes imaginar “el pueblo” con el que se encontrará allí. Puro escenario montado por la Seguridad del Estado, donde hasta el último viandante hacia donde alcance la vista es policía. El férreo control tiene sus vías de escape de cualquier manera. Porque el principal error lo está cometiendo Raúl. Y es de carácter estratégico. En su afán de desvincularse de su hermano y de su política durante medio siglo, no ha sabido conciliar el sueño revolucionario con el afán de Obama de resolver el asunto cubano. Lo tenía en la mano, y lo dejó escapar. Ahora es Obama el que tiene a Raúl en las manos. Y en su caso no se le pueden achacar fallas estratégicas debido al carácter más bien pueril de su conducta. Y no otra cosa se merecerían esos pobres labriegos de la Historia: los cubanos que sobrevivieron a la Revolución de Fidel Castro. Desde luego que el país de rumberas y maracas en mano —con la farola del Morro al fondo— de los viejos poster turísticos de Pan American es el gracioso paisaje humano que mostrará Obama a sus hijas y a sus amiguitas en la vetusta Plaza de la Catedral. Él rescata la imagen americana de congas y negros en carnaval de los años 50, mientras que Fidel, encorvado y de voz apagada, sigue sembrado en los desesperados últimos contragolpes de la Guerra Fría. En ambos casos no deja de ser una burla. El fin de la historia, amigos míos. Por fin se ha consumado.
La versión italiana fue publicada como “E l´incontro del líder con Maduro è solo un trafiletto” en La Repubblica el 21 de marzo de 2016.