sábado, 9 de septiembre de 2017
Miami, ciudad abierta
Miércoles 11.45 PM (hora MIA). Jornada agotadora. Consumes la gasolina del coche buscando gasolina para llenarlo. Las colas de coches le dan la vuelta a las manzanas. Los anaqueles de los mercados están vacíos de agua potable y conservas. El titular del periódico local declara: Cuba se prepara para el Irma con los mercados vacíos.
Jueves 6.30 AM. El amanecer no puede ser más tenebroso. Ni una brizna de aire. Los gajos del árbol frente a mi ventana parecen petrificados. ¿Cómo es posible esta congelación en el verano más ardiente de nuestra historia? Pero ni una sola hoja corre barrida por el viento sobre el asfalto. ¿Viento? ¿De qué viento estoy hablando?
7.00 AM. Parece que esto es en serio. Un cielo suave, azul, lo dice un veterano, es un mal presagio. Me lo enseñó Baracoa, nombre de guerra de un piloto del bimotor An-26 en Angola: “Nunca te confíes del buen tiempo. Es la madre de todos los accidentes.” Pero este cielo de mi observación es un presagio.
8.05 AM. Ni viento, ni lluvia, ni pájaros. Miro hacia los cables de alta tensión al otro lado de mi barrio amurallado, y doy por sentado que dentro de pocas horas se habrán reventado. Un barrio de genta calmosa. De pocos cubanos. Más bien una población de venezolanos y colombianos. Una clase media poco bulliciosa. Los bulliciosos son los políticos cubanos y los americanos que se han entrenado bajo nuestra sabiduría criolla. Es decir, no hay mejor evento para las fotos de las campañas electorales (e ir goloseando lo que se echarán en el bolsillo) que un buen desastre natural. No salen de la pantalla de la televisión.
9.09 AM. Los bombardeos. Eso es lo que viene a la mente ante la inminencia de un huracán de tantas ínfulas. Las ciudades a las que los aliados, durante la Segunda Guerra Mundial, les daban el beneficio de dejarles caer unos volantes o trasmitirles por radio que Nagasaki, en Japón, o Dresden, en Alemania (póngase por caso), iban a ser bombardeadas eventualmente, y añadían el nombre de otras ciudades (Hiroshima, Colonia). Aquí es lo mismo, pero sin volantes ni radio clandestina. En las gigantes pantallas de tus televisores, los meteorólogos de pulcros ternos oscuros te van informando la distancia del huracán que te va a matar el domingo a más tardar. Su soberbia elegancia sobre un fondo digitalizado de los efectos que ya causó el evento en unos parajes remotos de las Antillas. El próximo muerto, para que lo sepas., eres tú. Y olvídate de tus libros y de tu colección de compactos: todos flotaran, deshojados y mustios, o henchidos de agua como esponjas, en ese río frente a tu puerta que correrá sobre lo que hasta este momento es una calle reseca y de asfalto crispado por el sol.
2.32 PM. Ya se da por seguro que Irma viene al galope sobre nosotros. No quiero saber si dejará algo en pie, sobre todo en los cayos. Miami Beach tiene orden de evacuación. Las palabras del Gobernador del Estado no pueden ser más perentorias. Si usted no se pone a buen recaudo ahora, después que el ciclón entre en nuestras costas, no podremos hacer nada para salvarlo. Pero ninguna declaración firme (o que se haga realidad en el terreno) sobre los abastecimientos de agua, combustible y comida para la población. Si esta es la situación tres o cuatro días antes de la llegada de Irma, no quiero saber cómo será después de la destrucción. Pero, claro, la preocupación del periódico local no puede ser más enfática. En Cuba los mercados siguen vacíos.
Publicado en La Repubblica, Roma, el viernes 8 de septiembre de 2017.