lunes, 31 de diciembre de 2018

Un cuento navideño


En la nomenclatura empleada para designar a los valientes en la tropa angolana del general Menéndez Tomassevich, parece haber un momento insuperable. Para lograr la descripción más completa de un bravo debe decirse que el personaje en cuestión es un saco de cojones. Se está aludiendo a un saco de azúcar, porque es el de mayor uso industrial en Cuba, y la referencia es el envase clásico, con capacidad para 4 arrobas de material. Ser un bragao o un duro, o tenerlos bien puestos, es retórica del pasado.

Mas existen otros niveles para ser visto con satisfacción. El de gente encojonada es un nivel adecuado. Los asesores cubanos de la 39 Brigada de Infantería Ligera —sobre los que voy a contar algo— fueron aceptados como encojonados desde el inicio de la Operación Olivo. Pero en septiembre de 1981, el grupo cayó en crisis.

Después de conocer el incidente —"el hecho extraordinario", según el lenguaje militar— detectado en la brigada de la Cuarta Región, el general Menéndez Tomassevich frunció el entrecejo y su mirada reflejó que se había puesto gato. El tono de voz con que se dirigió a su ayudante excluía cualquier duda: estaba en crisis la plantilla completa del grupo de asesores. Solo preguntó: "¿Unidad?" Era evidente que la graduación militar del teniente coronel Pablo Díaz, jefe de los asesores a nivel de la brigada, y del primer teniente Armando Segura, asesor del jefe de armamento, también se hallaba en remojo.

Lo que se describía en el primer parte como "un objeto infantil no autorizado", era una muchachita de aspecto deplorable —"mucho más deplorable y bastante churriosa cuando la encontramos", según la descripción posterior del primer teniente Segura— dislocada en el parque de transportadores blindados de una tropa reconocida por el virtuosismo militar de sus asesores cubanos; es decir, unos asesores que eran gente encojonada. Y esa unidad del Contingente Internacionalista Cubano, que había optado en diversas emulaciones por la Bandera de la Gloria Combativa, y la había visto ondear varias veces en sus estandartes, se convertía repentinamente en lo que Menéndez Tomassevich llamó "lo más parecido que pueda haber a un círculo infantil".

El general decidió personarse en el lugar de concentración de la brigada, "para dilucidar la cuestión en el terreno". El arribo de los tres Range Rover con las antenas de los radios Racal dobladas por la velocidad se vio acompañado del usual polvero que se arrastra en los terraplenes y de los portazos y de las voces de mando y del despliegue de la reducida pero bien armada escolta. La oleada de polvo rojo siguió su impulso aún después de los frenazos, que incrementó su volumen.

El jefe tenía botas de piloto de caza, que estrenaba ese día -y que ya estaban recogiendo más polvo del debido- y se llevó las manos a la canana -gesto característico- mientras se plantaba con toda su parsimonia delante de la tropa en formación. El primer teniente Segura, un oficial treintón, de camuflaje y AKM al hombro, y una niña aferrada a la costura del pantalón, estaba delante de él. El aspecto de la muchachita se ajustaba con exactitud al término de "bastante deplorable". La hallaron en la rivera de un río, temblorosa de frío y de hambre, entre los linos del río y el agua semiestancada y verdosa de la orilla, mientras en las cercanías aún se escuchaban las detonaciones de un combate que se apagaba, y volaban las cañas de las chozas de un campamento kwacha. Los integrantes de una BTR, bien adiestrados, que saben buscar en los ríos, porque por ahí los bandidos acostumbran a evadirse o a ocultarse, vieron el movimiento entre el lino, y uno de los combatientes —Segura— saltó de la BTR, el AKM al nivel de la cintura, el índice afincado al gatillo.

La operación era al norte de Huambo, en la zona de Bailundo y se clasificaba de "apoyo a las FAPLA en la neutralización de una base contrarrevolucionaria". Quería decir teóricamente que mientras las FAPLA entraban en contacto con el enemigo para desalojarlo, los cubanos debían esperar que sus homólogos angolanos actuaran o, con un poco de suerte, que los kwachas se equivocaran y les largaran un rafagazo y hubiera la necesidad de actuar en legítima defensa. La idea de que los cubanos se mantengan como reserva y se introduzcan en el combate en su momento crítico se descarta como sistema.

Es inexistente la nomenclatura militar para definir la presencia de un niño en una base contrarrevolucionaria, así como el procedimiento de combate cuando se le encuentra, de modo que cuando Segura se apareció preguntando "¿Y ahora qué hacemos con esto, caballeros?", que el combatiente Manuel Blanco, más conocido por Lingote, calificó de "la pregunta mundial", se decidió en primera instancia que había que cargar con ella en la BTR y llevarla al campamento. "Ver", como diría el sargento Hernández Filantrópico, "qué vuelta se le da al asunto de la chamaca esta".

La vuelta que le dieron estuvo bastante clara después de 10 días de adopción espontánea por los asesores cubanos, ninguno de los cuales "tenía experiencia materna anterior", según explicación del subteniente Aeropagito Gómez, asesor del jefe del pelotón de ametralladoras.

—Tengo entendido —comenzó el general con la voz baja, meticulosa, que regularmente utiliza en los interrogatorios que decide efectuar personalmente—. Tengo entendido que le han conseguido una pelota y un bate y unos tenicitos.

—En efecto, compañero general. Aunque costó su trabajito ponerle los tenis. Nunca había usado zapatos. Ella es como un animalito.

—Y le consiguieron un pañuelo de cabeza y le adaptaron un calzoncillo y la bañaron y le echaron talco y le recortaron las uñas y se las pintaron, ¿correcto?

—Correcto, compañero general.

—Me cago en la puta madre —bramó el general. Segura, sin soltar la niña, se cuadró, saludó como corresponde a un subordinado y dijo:

—Con su permiso, general —señaló a su acompañante—. No se deben decir malas palabras delante de ella.

Menéndez Tomassevich miró aquel pajarito vestido con un mosquitero adaptado y con las patas de un calzoncillo verde olivo de la industria de confecciones militares cubanas que se le salían por debajo de las rodillas y las uñas pintadas de un verde sólido y comprendió el señalamiento de Segura.

—Sí, claro —balbuceó—, perdona, mija —se dirigió a la niña— es que a veces las personas mayores decimos cada cosa.

Segura asintió. Apoyaba las reflexiones de su jefe.

—Supongo que tenga un nombre, ¿no?

—Teresa. Como no habla portugués ni español, lo único que conocemos es eso. Se llama Teresa Nandimba.

—Bien, pues —volvió Menéndez Tomassevich— así que no se les ha ocurrido otra cosa para regalarle que un bate y una pelota. Podemos imaginar lo que esta niña va a pensar de nosotros. La imagen que se va a hacer de lo cubanos. Pensará que todas las niñas en Cuba juegan a la pelota y no a los cocinados ni a las muñecas ni a todas las mierdas esas que juegan las niñas.

El mierda lo soltó con evidente disgusto. Era demostrativo del desprecio que sentía por tal clase de jueguitos. Segura volvió a cuadrarse y a carraspear y a llamar la atención sobre "la presencia de la compañera niña", por lo que el general sonrió apenado y comentó:

—Cosas que se le van a uno, mija.

—Le voy a explicar la cuestión de los juguetes —dijo Segura—. El problema es que no hay muñecas ni cocinitas en Retaguardia. Dice el retaguardiero que lo que tiene en almacén son toneladas de granadas RPG-7, raciones de campaña portuguesas K-7 y la logística usual de un ejército en operaciones. Pero carece de muñecas en el inventario. No obstante, se ha procedido por parte de los organismos políticos de nuestra unidad a hacer un llamamiento a los compañeros militantes, tanto del Partido como de la Juventud, así como a los miembros de las organizaciones de masas, es decir, a todos los asesores de la Brigada FAPLA 39, preferiblemente los que tengan hijas, para que pidan muñecas a sus familiares en Cuba. En Angola es muy difícil encontrar juguetes. Angola está en guerra. Luego de tres días de búsqueda, según explicación de Segura, lograron ubicar una abuela de la niña en el pueblo de Bailundo. Fueron hasta allí, pero la vieja se negó a recibirla en el kimbo porque estaba criando a otros dos hermanos de la niña. No podía alimentar una boca más, así que la única madre posible en aquellos parajes era una patrulla polvorienta de combatientes cubanos encaramados en los estribos de una BTR con una 12,7 al frente.

—¿Y esa trensita tan churriosa?

—El barbero de la unidad está de cumplimiento de misión. Esperamos el relevo.

—¿Y el pañuelo y los tenis?

—El pañuelo procede de una bandera del primero de mayo. Los tenicitos los conseguimos con el comisario angolano de abastecimientos.

—¿Y ese mosquitero mal cosido debo suponer que es una bata?

—Teníamos un reservista que era sastre en tiempos de paz. Pero también cumplió misión. Ahora sigue siendo sastre, pero en Santiago de Cuba.

—Y por último, ¿qué se supone que sean esos emplastos que tiene en las veinte uñas que Dios le dio, suponiendo que aún existan uñas debajo de esas capas de torta verde?

—Lo hicimos, compañero general, con pintura de enmascaramiento de los transportadores blindados. Fue una iniciativa del técnico de esta especialidad, el soldado de primera Remigio Despaigne, al que todos conocemos como Compota. Fabricó la brochita y mezcló las pinturas. También le buscamos un monoshort en la candonga. Lo trae en un jolonguito.

No era la primera vez que Menéndez Tomassevich afrontaba una circunstancia similar. En el cumplimiento de su primera misión en Angola había recogido a Joaquín, un muchacho asimilado por una brigada de tanquistas cubanos.

—Y esta niña no habla nada, según veo. Ni español, ni portugués ni nada. Recuerdo que cuando crié a Joaquín, ese sí era un jovencito despabilado y con ganas de saber y muy hablador.

En 1978 había recogido a Joaquín y era padre de tres muchachos que apenas salían de la adolescencia en La Habana. Tres años después Joaquín se preparaba como técnico medio de motores diesel en la provincia cubana de Matanzas y él era abuelo de Zulmita, una niña que disfrutaba de la tranquilidad incomparable de la isla.

—El tiempo pasa, cará —reflexionó, en voz alta—. La verdad es que estamos hechos un ejército de viejos huevones.

Alzamientos de cejas de Segura, carraspeo de Menéndez Tomassevich, y Teresa en su mutismo.

—¿Pero tú dices que la encontraron en medio del combate?

—Estábamos en contacto con elementos de las bandas fantoches. Se empleaban todos los medios para el total aniquilamiento del enemigo.

—Para partirlos —dijo el general, con satisfacción.

—Misión que fue cumplida según lo previsto por el mando.

—Así que ella estaba allí. Podemos decir entonces que es una guerrillera y que es una dura. Un personaje digno de pertenecer a una tropa bragada.

—Y si usted viera como pasea en las BTR. Como si estuviera en su casa.

Ceño fruncido del general. Gravemente fruncido.

—¿Pasea en la BTR? ¿Han cogido las BTR para pasear?

—Si usted lo permite, compañero general. Se trata de que reunimos a los organismos políticos y se decidió darle unas vueltas alrededor del campamento. Un par de vueltecitas. Aquí no hay mucho entretenimientos, como usted sabe. Desde hace cuatro meses no pasan película porque el peliculero, digo, el proyeccionista, cumplió misión. El relevo aún no ha llegado. Las últimas películas que vimos fueron Retrato de Teresa, la bobería esa del machismo, y la segunda parte de El Padrino.

—Bueno, pero lo coordinaron con los organismos políticos. Y la coordinación de los factores, en estas cuestiones militares, es lo principal, la verdad.

Menéndez Tomassevich decidió salomónicamente: la niña iba a ser retirada de la B1L-39 y trasladada a un lugar idóneo, pero a cambio se restituía moralmente la condición de tipos encojonados a los asesores de la brigada, condición que se acrecentaba por el hecho de haber sabido demostrar en condiciones de guerra su flexibilidad de maniobra y de lucha en cualquier terreno al no solo haber rescatado una niña de las garras del enemigo sino mantenerla de acuerdo a los medios existentes y educarla en los principios internacionalistas en el corto tiempo de su estancia en la susodicha unidad.

La noticia, desde luego, fue aceptada con dificultad entre los asesores de la BIL-39. "Es que uno se encariña", explicó el sargento Hernández Filantrópico en carta al instructor político. De cualquier manera la presencia de Teresa en la BIL-39 tuvo una orgullosa repercusión. Comenzaron a llover juguetes enviados desde Cuba por los familiares de los combatientes. Ella tomó la primera muñeca de su vida. Como toda una recia y trabajadora madre angolana, se la echó a la espalda y la acomodó en el paño. Y, por otra parte, con el habitual sentido de exageración de mis compatriotas, los asesores de la BIL-39 comenzaron a afirmar, llenos de felicidad, que Teresa Nandimba era la niña con más muñecas en todo el África Austral.


Arriba: Base Hospitalaria de Huambo, Angola. Diciembre de 1981. La enfermera cubana Nestora Padilla, asignada al grupo de Estado Mayor del general Menéndez Tomassevich, y Teresa Nandimba, aún en el proceso de adopción. (Foto: © René David Osés)

Abajo: Circa enero 1982. En el camino de Sumbe a Quibala. El general en viaje de inspección. Primera advertencia a los cubanos comisionados con la defensa del puente sobre el río Kwanza, que marca los límites de las provincias de Kwanza Norte y Kwanza Sul: “Ni siquiera para bajar al rio, a buscar agua, vayan sin el fusil.” (Foto: © Ernesto Fernández)