lunes, 22 de julio de 2019

Un instante en el infierno


Desde julio se preparaban. El convoy de los primeros 900 asesores cubanos de Olivo, procedente de Luanda, llega a Huambo el 18 de julio. Es el día del accidente del helicóptero y de las primeras enigmáticas arengas de La Voz del Gallo Negro. Atención. Atención. Pueblo heroico de Angola. Atención. Las tropas cubanas de refresco están llegando al Centro Sur. Son miles y miles de cubanos. Aquí mandan los cubanos, no los angolanos. Vergüenza para los apátridas del MPLA. Mas el enemigo no impedirá las acciones vitales que se hayan en curso. Sabemos matar cubanos. Capturar cubanos. Los cubanos y sus marionetas del MPLA morderán el polvo de la derrota. Las arengas, es evidente, promovían el interés de los profesionales de la escucha al servicio de Menéndez Tomassevich. Manifestaban una preocupación —presencia de asesores en el Centro Sur— y algo que, por si las dudas, no debía tomarse como fanfarronada: ...acciones vitales... en curso —por lo que fue subrayado en la versión mecanográfica del monitoreo.

El accidente, que involucra a Menéndez Tomassevich en el Alto de Huambo, se lo adjudicó Trovâo, uno de los más astutos comandantes de la organización contrarrevolucionaria. Savimbi lo asciende por esta acción de guerra al grado de coronel. Emitieron un documento. Menéndez Tomassevich había muerto. (Comunicado UNITA, número 6; 22 de julio de 1981.) Aunque después no vuelven a mencionarlo. Pero en el libro ese que anda por ahí, se repite el combate. Página 339 de Jonas Savimbi. A Key to Africa, de Fred Bridgland: “Los cubanos no se involucraron en los combates de la Operación Protea, pero había concluido su retirada hacia las principales poblaciones para participar en una gran ofensiva contra UNITA en el centro de Angola. La UNITA supo esto por los documentos capturados en un helicóptero soviético Mi-8 derribado el 17 de julio a 10 kilómetros de Huambo. Entre los nueve cubanos muertos encontrados en los escombros, había un general, Tomaz Felichi.”

No fueron 9. Fueron 12. No fue el 17. Fue el 18. Y ojalá hubiera sido en combate.

* * *

Hubo una falla. El mismo Tomás, como se llamaba desde Cuba al general. El día del helicóptero. El problema, al parecer, es que convocó a La Señora. Un hombre de su experiencia no debió nunca presentarse en el Alto de Huambo para ver su caravana de 900 asesores arribar sin un rasguño y, mucho menos, comentarlo con satisfacción desde su Volga 24 de rutilante laca negra de general de división con sólo dos escoltas en el asiento trasero de ese duro remedo bolchevique del Mercedes Benz, y con el coronel Anatoli Mijailovich, el asesor soviético de la Cuarta Región, al timón. Aquí los tienes, Anatoli. Llegaron. A Huambo. Sin que nadie se metiera con ellos. Ni una emboscadita. Ni una mina. ¿Qué te parece, Anatoli, eh? Insiste: No se atrevieron con nuestros muchachos. ¿Eh? ¿Qué te parece? Hoy es el 18 de julio de 1981 y aquí están los hombres que van a comenzar la Operación Olivo, una ambiciosa ofensiva contra el grupo insurgente de Savimbi. Pero Calzadilla despega de Huambo en el Mi-8. Nemecio Darío Calzadilla Angulo, teniente coronel, jefe de información o Inteligencia de la MMCA (Misión Militar Cubana en Angola). Recoge en el mismo aeropuerto una escolta reforzada: todos los cubanos disponibles que encuentra y que quepan en el aparato. Viene molesto, quejoso. Ese hombre, dice, ha salido solo para el Alto de Huambo. ¿Tú los ves?, le dice al piloto. Apúrate, exige. Camarada general Tomassevich, dice Anatoli, esto merece un brindis. Vengo armado. Tomás está contento. El soviético viene armado. Le muestra la botella. Ese vodka está encojonado, Anatoli, dice. El convoy está cruzando frente a ellos. Un porcentaje de los 900 expedicionarios de Olivo saluda sin concierto con el ritual militar —el brazo en alto— desde los camiones. Están allá abajo, dice el piloto. ¿Tú los ves?, pregunta Calzadilla. ¿Tú los ves? Sí, responde el piloto. La caravana, agrega. Pero no veo a ese hombre, comenta Calzadilla. Vine armado, dice Anatolii, que también está contento. Es un buen vodka, Anatolii. Y tú eres un buen hermano. Soviético. Y este es un buen lugar para brindar. Directo de la botella. Y la convoca de nuevo. Dice: Una caravana desde Luanda hasta Huambo sin un sólo tropiezo. Intacta. ¿Eh, Anatoli? Acércate, dice Calzadilla. Aquel paso junto al talud. ¿Aquél no es el Volga? Imagínate, Anatoli. Imagínate a esos cabrones kwachas. Eso es amanecer en umbundo. Es como se designan así mismo en la UNITA. Ellos son el amsanecer. Te aseguro, le dice Tomás al soviético, que han mantenido la caravana en observación desde que salió de Luanda. Ahora mismo tienen que estar observando. Seguro. Y me la juego que hasta nos están colimando. A ti y a mí. Acércate, dice Calzadilla. Acércate más. Baja. Cojones, dice Tomás. O cree que ha dicho. Porque sabe todo lo que va a pasar ahora con ese Mi-8 que desciende sobre la carretera y trata de hacer un pase rasante sobre el talud a su derecha. No pasa, dice Tomás, o cree que dice. No pasa. El talud con el que se enredarán las palas del rotor. Cojones, dice. O cree que ha dicho. El vuelo horizontal del helicóptero es interrumpido aunque parezca que ha seguido su trayectoria y se requiere aún de algunos instantes de observación para comprobar que no ha salido de la maniobra y que los fragmentos metálicos de opaca pintura de camuflaje que se están dispersando desde el núcleo del aparente contacto eléctrico proceden de la máquina. Hay un fogonazo como el que produce los cables de alta tensión y crees que sigues oyendo el motor del helicóptero cuando ves que se vira en campana, como siempre oíste decir que hacen los barcos, y cae, carente de velocidad pero con toda la masa de sus tonelajes de peso, sobre la sección trasera de un Volga 24, que resulta seccionado: la parte que es expelida a más de 60 metros y lleva a rastras a los dos únicos supervivientes, inflamados, pulidos por los hematomas —Anatoli sin conocimiento durante 9 horas, y Tomás quejumbroso por su puñetera mala suerte y porque siempre tiene que venir desde abajo y convencido de que está reventado por dentro aunque enseguida queriendo recuperarse e impartir las órdenes pertinentes para infundir ánimo a su gente porque así como estas son las casualidades de la guerra y aun desconociendo que perdió a Calzadilla— y la parte que queda retenida debajo del volumen aún completo del Mi-8, convertida en una base metálica de chapa enrojecida y aplastada sobre el asfalto y en la que se asienta una sólida hoguera de metales junto con los cuerpos granulados de los 12 hombres que se hallaban a bordo del helicóptero y de los dos escoltas y la enfermera que acababan de montar en el Volga 24, todos ya muertos o sin salvación posible y de cualquier manera inaccesibles al salvamento porque las mazorcas de cohetes del Mi-8 han alcanzado la temperatura en que no requieren de pulsación eléctrica desde la cabina para dispararse fuera de control y bañar el área con un fuego de destrucción de manigua previsto originalmente para servir a los kwachas. “La sangre, en literatura, es una metáfora”, decía el maestro Víctor Sklovsky. ¿Una metáfora aquella pobre enfermerita de Guantánamo bajo la presión permanente del brazo de cola del helicóptero sobre el techo hundido del coche y atrapada entre los bultos muertos de los dos escoltas de Tomás en el asiento trasero del Volga y que solicitaba a gritos por la presencia de su madre, allí, en la curva a la entrada de Huambo, como si la otra pobre mujer pudiera oírla en el lado opuesto del mundo donde son las 11.30 de la mañana mientras ella arde y se asfixia y ya su cabeza es una bola de fuego aquí en la curva de la fatídica Loma de la Cuca donde son ya casi las 4.31 de la tarde? ¿Una cabrona metáfora?

Versión revisada —y aún inédita— de mi novela El último santuario. La saco a flote en el aniversario del episodio. Treinta y ocho no es el número redondo que por norma (o costumbre) se requiere para los aniversarios, amén de que se trata de una memoria íntima, algo para uso de la familia y unos pocos amigos, mas no soy yo el que lo convirtió en noticia. Fue el desenfado de los medios occidentales al argumentar la imprudencia de un piloto cubano como una exitosa acción de guerra de la UNITA. Agrego ahora el recuento del propio general Menéndez Tomassevich a su hijo Raúl Fidel Menéndez, que solía acompañar “al viejo” como escolta en todas sus empresas africanas.

El día 18 de julio de 1981 recibimos la triste noticia de la muerte de varios compañeros en un accidente en Angola, nos muestran el listado y en el estaban sus inseparables y fieles choferes-escoltas Felino Ferrera Martínez y Rufino Mustelier Moya, y Darío Calzadilla, jefe de inteligencia militar de la misión “Olivo”, la duda nos asalta al saber que Felino y Rufino siempre estaban a su lado, pensábamos que no querían darnos la noticia de inmediato o que se encontraba en estado de gravedad.

Los acontecimientos según nos explicó posteriormente fueron como expongo a continuación:

El viejo se traslada por avión hacia Huambo con parte de su EM para ir estableciendo las coordinaciones con las FAPLA para recibir al personal de asesoramiento que sería distribuido por las unidades irregulares de lucha contra bandidos, el grueso de este personal había sido despedido por él en Luanda que en formación de columna de carros se dirigía al sur del país a cumplir la misión asignada. Esta columna además de establecer y mantener las medidas de seguridad durante la marcha tenía en todo momento la cobertura de un helicóptero MI-17 artillado con sus mazorcas de cohetes C-5 a ambos lados y personal listo para entrar en combate con su armamento de infantería, al frente de esta misión en la aeronave estaba el TC Darío Calzadilla.

Al conocer la aproximación de la columna a Huambo, decide darle el recibimiento, ante la falta de medios de transporte el asesor soviético de la región se brinda para trasladarlo en su auto “Volga”. Al volante el ruso, al lado el viejo y detrás Felino y Rufino; en un jeep waz-469 como vanguardia de la pequeña columna iba Gárciga y el TC Barreras, jefe de la CIM de Olivo y en la retaguardia otro waz con un grupo de compañeros. Avanzan por carretera en dirección a Altohama hasta encontrarse con la columna en las cercanías de la loma de la “Cuca”, allí sostiene un breve encuentro con la tropa y prestos a regresar una anestesista le solicita acompañarlo por lo que ocupa un lugar en el asiento trasero.

La misión de cobertura había cesado y el helicóptero había aterrizado en el aeropuerto de Huambo, pero al ser informado Calzadilla de la decisión del “jefe”, ordena volver a levantar vuelo para reanudar la misión.

Ya de regreso a Huambo observa el helicóptero realizando un giro a muy baja altura encima de la columna y puede ver como en cuestión de segundos las aspas golpean un talud, que como si fuera un fósforo se incendia al momento y se precipita sobre la carretera, golpeando con el rotor de cola la parte trasera del carro. Por el gran impacto el viejo y el asesor soviético son expulsados al exterior, pero los del asiento trasero, Felino, Rufino y la anestesista no tuvieron la misma suerte y murieron en el acto. Gárciga y Barreras descienden rápidamente del jeep y se internan en el humo y las llamas. El viejo al incorporarse, aún aturdido por los golpes recibidos, trata de dirigirse hacia el auto envuelto en llamas buscando a los “muchachos”, inmediatamente Gárciga le hace saber que ya nada pueden hacer, en ese momento el fuego intenso de los combustibles y por causa de este, comenzaban a hacer disparar los cohetes C-5 de las mazorcas del helicóptero en todas direcciones por lo que Gárciga lo empuja hacia el suelo y en compañía del soviético se alejan a gatas del lugar por la cuneta de la carretera. Barreras, entre el ambiente de muerte que lo rodeaba, escucha unos quejidos, busca encuentra y rescata al piloto, único sobreviviente del helicóptero, que ya estaba siendo alcanzado por las llamas.


Arriba: © Ernesto Fernández, 1982, 2019. Prohibida totalmente la reproducción. Segunda foto: Felino Ferrera Martínez (izq.) y Rufino Mustelier Moya, eran los veteranos choferes del general “Tomás”, que iban en el Volga y murieron de manera instantánea con el coletazo del Mi-8 sobre el techo del coche. Habían sentado a la enfermera Marta Nápoles Disotuar entre ellos y de esta manera le bloquearon toda posibilidad de escape. En la foto, Felino y Rufino en la pista del aeropuerto internacional “José Martí” de La Habana momentos antes de abordar el Il-62 de su último viaje a Angola. (Colección de Norberto Fuentes. © Norberto Fuentes, 2019) Tercera foto: En el puente de la ruta Sumbe-Quibala. Raúl Fidel Menéndez escolta al “viejo”. (© Ernesto Fernández, 1982, 2019. Prohibida totalmente la reproducción.) Ilustración: Croquis de la Comisión Investigadora. Última foto: 27 años, 4 meses y 26 días después. Un paisaje demasiado apacible para recrear una tragedia cubana.(© Raúl Fidel Menéndez, 2008, 2019)