A Raúl Rivero, poeta cubano olvidado en
Madrid, que vivió de cerca esta historia.
Madrid, que vivió de cerca esta historia.
Este siglo no quiere a Hemingway. No hay sitio para el macho, el misógino, el cazador, el pescador, el bebedor, el comunista contradictorio, el violento, el amante de las armas, el mujeriego, el devoto de los toros y la sangre, el hombre de acción, el aventurero, el suicida sin causa. Este siglo es olvidadizo y cruel.
Imposible determinar cuántos de estos rasgos de la personalidad del escritor son reales o mitos creados por él mismo. En cualquier caso, resulta difícil perdonar a Hemingway la traición a su amigo John Dos Pasos, justificando el asesinato de su traductor, el español José Robles. El siglo no perdona que fuera un mal norteamericano. No perdona que fuera un mal comunista. No perdona sus grandes mentiras de los San Fermines, según el nuevo libro de Miguel Izu. No perdona que fuera él mismo, por encima de todas las causas. El siglo XXI es incapaz de hacer justicia con su padre, el siglo XX, de poner el pasado en su contexto, de disfrutar de los divinos cuentos de don Ernesto sin tener en cuenta los pecados del hombre, pecados que lo son hoy, pero que tal vez ayer fueron virtudes.
Hasta La Habana —la ciudad donde se sintió más querido— parece haberle olvidado. Su recuerdo se limita a la placa en el Hotel Ambos Mundos; la estatua que sigue impertérrita apurando daiquiris en la barra del Floridita; y las atiborradas paredes de La Bodeguita del Medio. Santuarios para el selfie en compañía de un viejo que empieza a no decir nada a las nuevas generaciones. Trasladarse a Finca Vigía, o al barrio de pescadores de Cojímar, es una odisea exclusiva para el viajero empecinado, siempre que antes logre convencer a un taxista para que se salga de las estrictos muros de La Habana Vieja.
En medio del galopante olvido de Papa, como le llamaban los cubanos, llega a España un volumen imprescindible para profundizar en su figura: Hemingway en Cuba, obra capital del cubano Norberto Fuentes (1943), rescatada por la editorial Arzalia a finales del pasado año, treinta y cinco años después de que fuera escrita.
Encuentros y desencuentros con Fidel Castro
La vida de Fuentes, ahora en Miami, ha sido un rosario de encuentros y desencuentros con el castrismo. Militante activo de la revolución, muy próximo a Fidel, padeció un ostracismo de quince años tras publicar su desafiante libro de cuentos Condenados (1968), tiempo que aprovechó para rastrear las huellas de Hemingway. La biografía le rehabilitó —mucho tuvo que ver el prólogo de García Márquez— hasta convertirse en uno de los escritores más valorados por el régimen. Incluso fue condecorado por su participación en la campaña de Angola junto a las tropas cubanas.
En 1989, tras ser involucrado como disidente por el poeta Heberto Padilla (En mi jardín pastan los héroes), volvió a caer en desgracia. Intentó abandonar la isla en balsa, pero fue detenido. La presión de una interminable huelga de hambre le facilitó el exilio, otra vez con la ayuda de García Márquez y el empujón definitivo del entonces presidente español, Felipe González. Su obra no es fácil de conseguir hoy en La Habana. En diciembre, sólo un ejemplar mugriento, deslavazado y deshilachado de su Hemingway intentaba sacar la cabeza. En el mercadillo de segunda mano junto a la plaza de Armas, asomaba tímidamente, perdido entre proclamas del Che y de Fidel, insignias soviéticas, y baratijas comunistas.
Un reportaje encarnizado y clarificador
García Márquez, en el prólogo, califica el libro de Norberto Fuentes como “reportaje encarnizado y clarificador que nos devuelve al Hemingway vivo y un poco pueril”. Un reportaje sobre el reportero, profesión que permitía al vividor apurar la vida a grandes tragos, un niño siempre en pantalón corto, gordo y de apariencia a la vez torpe y atlética, que convirtió su vida en un juego infantil para hombres duros.
Fuentes detalla los años de vida de Hemingway en La Habana a través de los testimonios de los más próximos, de los amigos supervivientes, del inmenso caudal de viejas biografías. Pero La Habana fue solo un punto de partida para Hemingway, y lo es para el relato de Fuentes, quien, partiendo siempre desde el refugio de Finca Vigía, viaja por la vida del escritor. Viaja por sus encuentros y desencuentros con Gertrude Stein y Scott Fitzgerald en el París de la gran fiesta de la Generación Perdida. Por la sabana africana, en busca del más feroz de los leones bajo las nieves del Kilimanjaro. Por la España en guerra, entre las trincheras y las plazas de toros, entre el hambre y las juergas salvajes de Chicote y el hotel Florida, ahora rescatado del olvido por Alfonso Armada. Hasta llegar a Idaho, donde acabó con el dolor insufrible del aventurero, varado por la enfermedad, con un disparo certero de su escopeta favorita. Cumplía así con el destino familiar, siguiendo los pasos de su padre y dos hermanos, también enfermos y suicidas.
La guerra como aventura total
Durante la guerra civil española, Hemingway cobraba quinientos dólares por cable y mil por artículo. No estaba mal. Lo que pasaba en España le provocaba una excitación nueva, un objetivo vital transcendente, por encima de la caza mayor en África, o la pesca de altura en la corriente del Golfo. España fue la aventura total para un adicto impenitente a la aventura. Fuentes precisa su papel en la guerra citando a Hugh Thomas, quien afirmaba que la labor del escritor “excedía” a los deberes como simple corresponsal. Entrenaba a reclutas y entraba en acción si era necesario y hasta se inmiscuía en decisiones de estrategia militar.
La guerra como teatro de operaciones de la gran aventura humana iba más allá de la pasión por el bando propio. Hemingway estaba poseído por el fervor comunista, que le llevó a traicionar a su amigo Dos Pasos y a justificar el fusilamiento del traductor español José Robles. Pero Hemingway, con sus contradicciones y esa puerilidad que resaltaba García Márquez, respetaba al enemigo, como el torero respeta al toro o el cazador al león. Lo demuestra recorriendo los campos de la batalla de Guadalajara, sembrados de cadáveres de jóvenes italianos. Fuentes recoge las palabras del primer biógrafo, Carlos Baker, en las que se revela cómo Hemingway admiraba al oponente:
“Habían muerto valientemente, víctimas de amas superiores…
No parecen demonios fascistas… Eran víctimas”.
En el desembarco de Normandía y la recuperación de Europa para la libertad, también participa más como combatiente que como corresponsal. De hecho, estuvo unido a grupos de la resistencia que iban por delante del ejército norteamericano. Su labor militar contra el fascismo se completó desde Cuba, donde a bordo de su yate pesquero, el Pilar, se dedicaba a la caza de submarinos de la Alemania nazi. Según cuenta Fuentes, patrullaba más de 600 kilómetros con un buen cargamento de whisky, granadas de mano y ametralladoras.
La intimidad creadora del escritor
El libro ofrece también sabrosos detalles de la intimidad creadora del escritor. Cansado de las continuas visitas a Finca Vigía, que llegó a ser el centro cultural de La Habana…
…“se refugiaba a escribir en cayo Paraíso, cargaba con su Royal portátil, una buena provisión de papel gaceta y su media docena de lápices del número dos. Allí se escondía de los periodistas”.
Celoso de su intimidad, Hemingway no se cansó de repetir que los grandes enemigos del escritor eran el teléfono y las visitas inoportunas. Argumento que igual servía para otra de sus grandes pasiones, el trago: “Cuando un hombre bebe —escribió—, nadie tiene derecho a molestarlo”.
La literatura de Hemingway está íntimamente ligada a la realidad. Resulta difícil deslindar al periodista del escritor. Trasladaba lo vivido a su narrativa. Fuentes va relatando minuciosamente cómo muda su propia vida a las páginas. Su experiencia en la corriente del golfo, la pesca de la aguja. “No hubo mucha ficción en el gran pez de Santiago (…) La imaginación se puso aquí al servicio de la realidad”, concluye el escritor cubano en referencia a El viejo y el mar. Era buena pescador. Era un toro, dicen los viejos pescadores de Cojímar. Y Fuentes cuenta cómo, defendiendo su dignidad de hombre de mar, tuvo una bronca con el millonario americano Alfred Knapp, en Bimini (Bahamas), en 1935. El millonario norteamericano puso en duda que Hemingway hubiera capturado los peces y vivido las aventuras que relataba en sus crónicas. Borracho, sentado en un muelle de Bimini, Knapp fue subiendo el tono de sus insultos. “Babosa, hijo de puta”, fue lo último que escuchó en silencio el escritor. Enseguida descargó un puñetazo en el rostro de Knapp. Esta bronca quedó inmortalizada en Islas del Golfo.
Se inspiraba en personas reales para sus personajes. Juntó a sus amigos Joe Russell (dueño del Sloppy Joe’s, el otro mítico bar de La Habana) y Charles Thompson (el hombre que introdujo a Hemingway en la pesca) para convertirlos en el personaje único de Harry Morgan, el duro de Tener y no tener. Título, por cierto, entresacado de una de las máximas preferidas del escritor: “Sólo dos linajes hay en el mundo, que son el de tener y el no tener” (palabras de una mujer de pueblo en el Quijote).
Sería injusto no mencionar que la historia de Fuentes va más allá de Hemingway. Reconstruye veinte años de la historia cubana, los que vivió el escritor en la isla, y revela historias apasionantes de la vida cotidiana. Circulan por el libro personajes atrabiliarios, reales a la vez que inmensamente literarios, como Miguel Ángel Quevedo, propietario de la revista Bohemia, la más influyente hasta la revolución. Quevedo se enorgullecía de que en su finca, en la que se celebraban frecuentes fiestas con lo más granado de la sociedad de La Habana, no entraba una mujer. La Revolución homófoba acabó con Quevedo, exiliado en Miami, y convirtió su finca en un campo de instrucción para milicianas, la mejor manera que encontró para limpiar la afrenta del “afeminado”. Tras exhibir el batallón femenino en desfiles, las autoridades se vieron obligadas a disolverlo. Un sospechoso brote de lesbianismo se había apoderado del batallón. Y es que la naturaleza, como las raíces de los árboles, siempre acaba por buscar un hueco por donde escapar de su represión.
Hemingway fue un gran ejemplo de naturaleza humana, contradictoria y desatada. Sus impulsos, como las raíces de la ceiba que presidía la entrada de su casa, se desparraman en todas direcciones, ocultos bajo la tierra, hasta irrumpir violentos y destructores en medio de la estancia principal, como las raíces condenadas a extender sus tentáculos. Así fue Hemingway: una naturaleza tan desbordante como la selva salvaje, indomable, que rodea su añorada Finca Vigía.
Cebollas, coñac y lápices del número dos
A la vez corresponsal y soldado, la guerra se convirtió en la más excitante de todas las aventuras para el autor de Por quién doblan las campanas. Norberto Fuertes ofrece en su libro una de las mejores descripciones que se hayan hecho sobre el papel de Hemingway en nuestra guerra. “En el otoño de 1937, Ernest Miller Hemingway, corresponsal de guerra acreditado por la agencia norteamericana NANA (North American Newspaper Alliance), se encontraba destacado en el sector Este de Madrid, con su credencial de periodista, su pasaporte norteamericano, su revólver Magnum de cañón blindado (que no había declarado a las autoridades de aduana), una cuchilla [navaja] de explorador, los bolsillos de su chaqueta llenos de cebollas crudas y la vieja cantimplora llena de coñac. La cuchilla era magnífica y se sentía tan orgulloso de ella que se la mostraba a todo el mundo; era de acero Solingen y cachas de nácar. Se abría como las patas de una araña y contenía una tijera, un sacacorchos, un abrelatas y tres tipos de navaja. De su cantimplora, que llevaba ensartada al cinto, bebían personas tan ilustres como Joris Ivens, Ilya Ehrenburg, André Malraux y Robert Capa. Las cebollas crudas las metía en cualquier bolsillo de su chaqueta de gamuza. En esto consistía su recurso contra el hambre: un trago largo de coñac e hincarle los dientes a una cebolla. Acostumbraba a tener otras pertenencias en su chaqueta: el pasaporte, las credenciales, el dinero, la libreta de notas, la pluma de fuente [estilográfica] y un par de lápices del número dos”.
Publicado en el sitio Zenda el 29 de enero de 2020.
Sobre la fotografía: Copyright © 2020 by Norberto Fuentes. Está totalmente prohibida su reproducción.