Estoy esperando que hagan la oferta —que salga de ellos. Me refiero a Raúl y a su cohorte. Claro, ellos a su vez deben estar esperando a que se lo pidan. Como quiera que ya no es el gobierno de Fidel Castro, van a ponerse en la pujita habitual. En definitiva, pueden alegar que los atorrantes de la administración Bush los humillaron cuando el huracán Katrina. Fidel sin pensarlo dos veces les había ofrecido el envío de la “Henry Reeve”. Un respetable contingente de 1 586 médicos y 34 toneladas de medicinas estuvieron a la disposición. Ellos, reportando presente, paraditos frente al Comandante en el Palacio de las Convenciones, con sus largas batas blancas y sus mochilas verde olivo repletas de instrumental, a la espera de un oká de los gringos, uno que nunca llegó. Y nada de niñitos bien egresados de las universidades americanas. Es una organización sin precedentes en el mundo: El Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias, o, de forma abreviada y uso común: Brigada Emergente “Henry Reeve”, organizada por Fidel en el 2005, cuando envió un centenar de médicos cubanos en misión humanitaria a Angola. Excelente dislocación por escalones de cubanos en el extranjero. Primero las tropas de combate. Después médicos. Más allá, seguro, los maestros. Y todos cujeados —o por cujearse— en selvas, montañas, guerras, huracanes (fuera del territorio nacional), lucha contra el ébola y la malaria en media África, terremotos en Armenia y en Haití, operaciones de catarata en cuanto rescoldo latinoamericano hubiese un cegato (incluido el asesino del Che) y hasta receptores de miles de niños de Chernóbil que ponían los contadores Geiger a punto de reventarse. ¿Ustedes se imaginan esas muchachas cubanas destacadas en lo último de Laos y a las que sus pacientes les daban de merienda unas repulsivas arañas mal hervidas? ¿Ustedes saben dónde queda Laos? ¿Ustedes se han zampado alguna vez una viuda negra laosiana? Se pueden figurar los anticuerpos que tiene en circulación ese personal. Veneno de las serpientes Charlie Two-Steps (la Carlitos Dos Pasos) en vena, como decíamos. Cuando el terremoto de Haití, en enero del 2010, la misión médica americana se permitió un alucinante despliegue de tecnología desde el portaviones U.S.S. Carl Vinson que anclaron frente a Port-Au-Prince, o lo que quedaba de esa ciudad. Entonces los médicos gringos desplegaron una notable pandemia de flojera de rodillas. Solo los cubanos se aventuraban en aquellas callejuelas abiertas entre las ruinas, sin electricidad, sin agua, sin comida, y con el mohoso machete de un asesino esperándote a la vuelta de cada escombro. Y asesinos con hambre que son los menos dispuestos a entender que tú eres un médico proveniente del policlínico de Marianao que estás cumpliendo misión internacionalista como parte del gesto solidario del pueblo cubano con sus hermanos de Haití. Y que… ¿Comida? ¿Qué rayos comida, compadre? Diazepam y duralgina, si te cuadra...
Recreen esta imagen posible: la oleada de médicos cubanos enfundados en sus batas y enarbolando la bandera cubana siempre con esa mirada de kamikazes en su última picada sobre el portaviones americano mientras descienden por la escalerilla del Túpolev o del Ilyushin hasta que pisan la losa del John F. Kennedy que es cuando comienzan a cantar el Himno Nacional (uno pensaría que los van a fusilar) aunque al final terminen con una conguita burlona sobre el coronavirus. Una semana más tarde es la bronca por desembarcar otra brigada en Hialeah. El destacamento asignado a Nueva York, no me cabe dudas, sería bien recibido por el gobernador Cuomo, un tipo pragmático, sólido y con un humor socarrón y latente. Pero Hialeah… ¡La bronca de Hialeah! Por nada del mundo me perdería la inauguración del Policlínico “Comandante René Vallejo” en la segunda ciudad con mayor densidad de población cubana del mundo. ¡Ah, la emoción del caos! ¡Ah, la gloria del revoltillo! Aquí, sin embargo, es donde entra en colisión la sed insaciable de aventura de una generación con el pragmatismo sin banderas de Raúl Castro y los obesos funcionarios que constituyen su gobierno. Dos visiones, por cierto, en absoluta disolución.
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Un médico militar cubano vacuna guerrilleros senegaleses.
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Raúl estará hasta el cuello de la política de confrontación y de avanzar a base de provocaciones y de golpes de muerde y huye. Y enfrascado ahora mismo como se haya, en salir del atolladero económico, a lo que se le suma el coronavirus, que clava sus picas en Flandes en cualquiera de los cuadrantes del territorio nacional, verá ese tipo de jugada como un salto en el vacío. Aprovechar esta oportunidad solo por ver la pataleta que armarían los Marcos Rubio y los Díaz Balart, y hasta el presidente Trump, resultaría seguramente divertido. ¿Pero vale la pena ponerse a jugar a los soldaditos a estas alturas? Si los yanquis quieren médicos cubanos, hagan como el resto del mundo: produzcan una oferta y paguen. Tal explicaría la posición de Raúl. Prefiere pasar facturas a la pendencia. Y suele ser muy testarudo. Por ganar distancia con el legado de su hermano, se resiste a aceptar que las oportunidades políticas son como oasis en el desierto.
El alzamiento del 20 de abril de 1960 del exgeneral Jesús María Castro León inducido en Venezuela desde la frontera colombiana provocó la primera oferta de Fidel de tropas cubanas a un país extranjero. Ni la maniobra sediciosa ni el gobierno del presidente Rómulo Betancourt eran algo a tomar en cuenta, pero lo que Fidel no pasaba por alto era la coyuntura. Ya los tenía en Campo Managua, al sureste de La Habana, un batallón de veteranos acabados de bajar de la Sierra Maestra preparados para abordar los camiones rumbo al aeropuerto. Calculaba unos 5 vuelos del par de Lockheed L-1049 Super G Constellation de la ruta Habana-Nueva York que le quedaban de la flota de Cubana de Aviación y los nuevos y briosos Bristol Britannia 318 (¡las máquinas ya comenzaban a dar guerra!) Mil hombres apertrechados con el nuevo fusil orgánico de las Fuerzas Armadas Revolucionarias: el todo poderoso FAL belga. Así pues, y antes de que las cosas se les fueran de las manos, el mismo Betancourt y los americanos diluyeron la situación. Fue la razón de que este primer contingente de combatientes internacionalistas cubanos —todavía no se les denominaba “internacionalistas”— se viera reciclado en otras tareas, especialmente en la construcción de la ciudad escolar “Camilo Cienfuegos” al pie de la Sierra Maestra. “Muchacho”, recuerdo que me decía Aldo Álvarez, que desde mediados de los 60 estuviera al frente de la construcción del Partido Comunista en el Ministerio del Interior, “si Betancourt nada más que hubiera pestañeado ante la propuesta de Fidel, esos guajiros no hubieran parado hasta Buenos Aires.”
El terremoto de Chile de mayo de 1960 fue la segunda coyuntura de la secuencia. Descubrió la otra posibilidad. Era un momento en que los 6 000 médicos del país hacían sus maletas para refugiarse en Miami. Fidel les puso algunas trabas a los más recalcitrantes y a otros los persuadió con automóviles, cátedras universitarias, jefaturas de hospitales, salarios astronómicos y mantenimiento de sus consultas privadas. Llegaría a graduar tantos médicos que se saturó, muy por encima de sus necesidades. Atrás quedaba el terremoto de Chile y la fuga de sus médicos. Pero la memoria del aquel sismo remoto y su asombro de que un primer barquito no alcanzara y hubiera que buscar otro de mayor porte para atiborrarlo con las donaciones de la gente, sirvieron para una nueva iluminación, algo que solo se obtendría despertando las emociones. Porque el verdadero motor de su revolución era el entusiasmo.